28 diciembre, 2007

Ciencia ficción en Latinoamérica (1).El estado de la cuestión

Por Guillermo Roz



No hay reseña periodística, ni análisis mas o menos actual del estado del género en Latinoamérica que no presente básicamente dos lados: uno el de la queja y la pena por el poco o nulo apoyo institucional y económico a la producción, y el otro el denodado esfuerzo de los escritores y editores para quienes la ciencia ficción es un arte dentro del arte, una literatura dentro de la literatura, casi una asociación con tintes de defensa deportiva.

En el lado de la queja los actores del panorama de la ciencia ficción reconocen en Internet el soporte «salvador» para la pervivencia y propagación de un modo literario, ya que las características socioeconómicas de una región del mundo castigada se mezclan o son el origen de ciertas reivindicaciones. Al respecto, podemos decir que los grupos de personas que se congregan para producir o discutir sobre el género (congresos, fanzines en papel, asociaciones de cultores o fans) empiezan y culminan sus proyectos en la creación de una página web, que será su medio de comunicación además de su eje vertebrador. Para comprobar esto no hay más que dar una vuelta por Internet, donde se comprobará cómo en Latinoamérica esa Babel digital representa un papel más destacado y protagónico en el muestreo de esta literatura que en otras zonas del planeta donde el apoyo económico puede solventar la edición en papel de, por ejemplo, autores de ficción noveles y ensayistas.

Por otro lado hay que destacar la iniciativa de estos grupos, la creatividad de sus proyectos y la mirada culta sobre un género definitivamente marginal, en cuanto a su difusión y comercialización en América latina. Los casos de Marcelo Cohen en Argentina (El oído absoluto, Donde yo no estaba), del peruano residente en Madrid Doménico Chiappe (Entrevista a Mailer Daemon) o del chileno Diego Muñoz Valenzuela (Flores para un cyborg) habla a las claras de que existe una calidad literaria indiscutible que se origina en Latinoamérica y que tiene como aporte decisivo y fundamental un giro hacia una ciencia ficción centrada en el intimismo psicológico, humanizador, un giro que relega el componente tecnológico al sitio de una mera cortina decorativa, a veces ridícula, a veces disparadora de la imagen de un futuro donde se comprueba a las claras que los problemas humanos, universales y atemporales, no los remienda ningún robot o máquina voladora.

Así, entre la angustia y la fe, entre la producción y los obstáculos económicos, un grupo de latinoamericanos sigue inventando una manera propia de ciencia ficción que constituye un corpus que debe ingresar si no al canon, sí al corpus de la literatura, en cuanto dialoga con una tradición y pone en evidencia procesos de apropiación de modelos y estéticas de otras literaturas.

http://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/diciembre_07/14122007_01.asp
Viernes, 14 de diciembre de 2007

Centro Virtual Cervantes © Instituto Cervantes,

23 diciembre, 2007

Espíritu navideño


El viejo pascuero estaba sobregirado. Se veía venir la catástrofe desde los años precedentes. Los chicos pedían más y más, sin límites. No fue posible revertir la tendencia. Los bancos hicieron efectivos sus procedimientos de recuperación y lo confiscaron todo: trineos, renos, regalos, enanos, hasta el traje del viejito, que quedó en calzoncillos en pleno polo. Luego vino la debacle: primero quebraron los fabricantes de juguetes, artículos electrónicos, ropa, CD, computadores, libros. Luego, por arrastre, los comercios gigantes y los bancos, y vino esta crisis terrible. Un analista sabiondo –de esos que explican las catástrofes cuando ya han ocurrido- ha dicho que el origen de la debacle estuvo en la codicia de los bancos, en su carencia de espíritu navideño.

12 diciembre, 2007

El trencito

Cuando sus padres le regalaron el tren eléctrico le brillaron los ojitos, apareció una sonrisa más larga en sus labios, daba saltos de felicidad. El tren subía y bajaba unas lomas, atravesaba desvíos, puentes, pequeñas estaciones.

Fue muy grande el precio de este tren; tendrás que cuidarlo mucho. Sólo podrás armarlo en ocasiones especiales. Esto le advirtió el padre.

Entonces ya no vio tan hermoso el ferrocarril en miniatura. Sin embargo, para sus cumpleaños y para navidad ensamblaba las piezas religiosamente, como si fuera un rito. Así hasta que cumplió doce años. El juguete quedó por allí, impecablemente almacenado en su caja con palabras en inglés. Mucho tiempo después, cuando el hijo ya tenía su propia familia y no visitaba más que una o dos veces al año a sus viejos padres (para ocasiones especiales), la anciana encontró el trencito. Estaba como recién salido de la juguetería.

- ¡Viejo, ven!‑ llamó al padre que acudió rengueando‑. Mira el tren del niño, lo encontré recién. Mira, está casi nuevo.

‑ Bueno, yo y tú le enseñamos a cuidarlo. Por eso está como nuevo.

‑ Lo echo de menos a veces, sería bueno que nos visitara más seguido.

Se quedaron silenciosos. La anciana se arrodilló en el piso y se dispuso a montar las líneas férreas. El padre dudó un instante antes de hacer lo mismo.

Ahora el tren está en funciones la mayor parte del tiempo. Los viejos lo echan a caminar y el tren recorre la llanura, los puentes, los pequeños poblados.

‑ ¡Qué suerte que el niño lo haya cuidado tan bien!‑ repite alguno de los dos, de vez en cuando.

Y sueltan algunas risitas de felicidad, brincan de alegría. En ciertas oportunidades alguna lágrima les torna borrosa la visión. ‑Será la edad ‑ dicen ‑qué otra cosa, si somos tan felices.

01 diciembre, 2007

Necrofilia 1


La doctora se acercó libidinosa a la mesa de disecciones del Instituto Anatómico Forense. Voluptuosamente se desprendió de su delantal y quedó desnuda, hermosa y palpitante frente al cuerpo que descansaba sobre la mesa, cubierto con una sábana amarillenta. Verificó la etiqueta que colgaba de una de las manos exánimes y asintió satisfecha. Arrancó la manta y descubrió el cuerpo también desnudo del cadáver, provisto de un enorme sexo erecto. Lo bañó con vaselina y saltó sobre él con salvajismo. El olor a formol la excitaba cada vez más. Gemía como un animal embravecido. Junto con el feroz orgasmo, él regresó a la vida y clavó sus colmillos en la yugular de la legista. Y murieron y vivieron felices para siempre.
 
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