25 septiembre, 2011

El tiempo de la clepsidra


Su obsesión acerca del tiempo fue profundizándose hasta apropiarse totalmente de su conciencia. Nadie, ni familiares, ni amigos, pudieron soportar vivir en su entorno, de modo que acabó por quedarse solo.

Repletó su departamento con relojes de todas clases: de salón, de agua y de arena, cucús, de campanas, de péndulo, con contrapesos, viejos despertadores a cuerda, precisos ingenios digitales de altísima precisión, maravillosos autómatas renacentistas.

El rumor multiforme de aquella legión exterminó la escasa cordura que aún lo habitaba. Quedó atrapado en un instante eterno, con los relojes congelados, irremisiblemente perdido en las redes de la clepsidra.

11 septiembre, 2011

Amor a telegramas


El irrestricto culto a la brevedad los ha convertido en adeptos de la sucumbida tecnología del telegrama. Han buscado las máquinas en las bodegas de los anticuarios y estudiado los misterios de sus mecanismos para repararlas y ponerlas en operación. Han logrado hacerlas funcionar y se comunican a través de sus tableteos, aunque viven apenas a unos pasos.
TAN LEJOS EXTRAÑÁNDOTE SIEMPRE / ELLA
AÑORO ENCONTRARTE CADA ESQUINA / ÉL
EN MOMENTOS IMPENSADOS / ELLA
DENTRO DE TUS SUEÑOS / ÉL
POR SORPRESA SIN AVISO / ELLA
DE PRONTO DETRÁS TUYO / ÉL
ABRAZAS POR LA ESPALDA / ELLA
BESAS CUELLO CON TERNURA / ÉL
Y así. De ese modo son felices. Y mucho. Es su historia de amor. Hecha de trazos fugaces. Extraña y auténtica.

03 septiembre, 2011

Enano grande


Tenía la característica cabezota de enano, además de una frente grande y abombada. A mí no podía engañarme con su altura aparentemente normal. En cuanto lo vi, advertí que se trataba de una superchería, un montaje absurdo destinado a confundirnos. Lo único que me intrigó unos segundos fue descubrir el propósito de su maniobra. ¿Una infiltración destinada a contaminarnos con su tara genética? ¿La conducta de un renegado que pretende cambiar su vida de manera radical?
Lo mismo daba. Pasé a la acción inmediatamente. Aprendí a eliminarlos con una simple maniobra. Les aprietas el cuello –debilitado por la sobre exigencia de sostener una gran cabeza- y aplicas una violenta torsión transversal. El crujido de las vértebras certifica la muerte. Así, tempranamente, es preciso detener esta clase de rebeliones. Sin vacilaciones. No puedes darles tiempo a que obtengan resultados.
 
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