Los insectos se instalaron en la terraza de
su departamento sin tener en cuenta la voluntad de su dueño. Eran feos, alados,
armados con aguijones ponzoñosos y mandíbulas vigorosas. Su presencia lo
horrorizó y debió armarse de valor para enfrentarlos. Antes debía elaborar un
plan: procedió en consecuencia. Construyó un arma para atraparlos y
electrocutarlos uno por uno, o por grupos pequeños; una especie de raqueta
energizada. Resultó un método eficaz, muy satisfactorio para sus inclinaciones
sádicas. Los fue exterminando en rápidas incursiones, ataques inesperados
propios de la guerrilla, y así erosionó sus fuerzas. Igual los insectos se
defendían con ardor y trataban de atacarlo, sin éxito, para fortuna de él. Los
enemigos fueron menguando, aunque igual en ocasiones lograban traer refuerzos, Por fin
desaparecieron. Entonces el habitante del departamento comenzó a extrañarlos.
Su vida regresó al tedio cotidiano. Cada día vigila la terraza, esperanzado en
su retorno.
Muy bueno, Diego.
ResponderBorrarDestaco esa torsión final en el fondo de la historia, que nos deja con los verdaderos sentimientos del personaje y logra detallarlo.
Un saludo,