El poeta estaba en su refugio subterráneo, solo,
bebiendo un vino también solitario. El sitio apenas justificaba llamarlo
taberna y apestaba a humedad, tabaco y alcohol derramado. Me senté junto a él,
sin dirigirle la palabra, y me lo agradeció con un suave asentimiento. Largo
rato bebimos a ritmos dispares, sin separar los labios para otra tarea que
consumir licor en tragos rápidos y urgentes. Así pasó mucho tiempo, pero no sé
cuánto. No vino nadie. Finalmente él decidió irse, pero antes ejecutó una
reverencia. Me quedé esperándolo, todavía no vuelve.
Un micro muy bien trabajado, Diego, que logra dejar un sabor a niebla en el paladar literario del lector. Es en su elisión donde gana la partida.
ResponderBorrarUn abrazo,
Con esa neblina llegó la historia, Pedro, agradezco tu comentario y te mando un abrazo
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