Ve que la habitación de su alcoba
está prendida y eso lo intranquiliza, porque vive solo. Cabe la posibilidad de
que haya olvidado apagar la luz. Con cautela abre la doble chapa de la puerta y
pone atención. Solo escucha un ominoso silencio. Sin cerrar la entrada, camina
con lentitud hacia el dormitorio. La luz lo enceguece por un instante. Cuando
logra ver, descubre miles de ojos por todas partes: colgando del techo,
cubriendo la cama, instalados en el velador, las paredes, los cuadros. Blancos,
esféricos, clavándole sus pupilas con calculada fijeza, como si esperaran la
respuesta a una pregunta formulada hace mucho tiempo. Quizás la he olvidado,
murmura. Piensa en escapar, pero no puede moverse. Siente que la puerta se
cierra con llave. Los ojos parpadean intermitentemente, sin dejar de
observarlo. Ha leído esta historia, pero no recuerda el final.
27 julio, 2013
21 julio, 2013
Crónicas singulares
Del huevo salió un cangrejo pequeño
que corrió hacia el mar como si siempre hubiera sabido que estaba allí. Se
sumergió y devoró una gran cantidad de plancton que lo hizo crecer tan
desmesuradamente que estalló. De su
vientre emergió un roedor que moviendo a todo dar sus patas logró llegar a la
orilla e internarse en la espesura. Lo atrapó un mago de feria y lo entrenó
para su espectáculo. Con el tiempo, el roedor no solo engordó, sino que
aprendió a hablar. Nadie creyó esto y se suponía que el mago era, además, ventrílocuo. De todas maneras, el mago enriqueció. El roedor
recibía un salario de alimento y nada más. Una noche, se introdujo por la boca
del mago y devoró su cerebro. Así tomó el control de su cuerpo, viviendo en su
interior y utilizándolo como marioneta. En un viaje al África, un cocodrilo devoró
al mago. Unos días después, puso un huevo, ahí termina esta historia. O comienza.
Qué sé yo. Usted está leyendo.
13 julio, 2013
Extravíos graves 2
06 julio, 2013
Extravíos graves 1
Perdí mi alma en los burdeles.
Hay quienes han perdido otras pertenencias allí; conozco a un poeta que perdió
su juventud allí. Uno cree que ciertas cosas le pertenecen, pero no es así, y
es doloroso comprobarlo. Ya le ofrecido dos buenos ejemplos, no requiero
argumentar más.
Una noche perdí mi alma. Ni
siquiera recuerdo en qué lenocinio la habré extraviado, porque recorrimos
varios. Se habrá quedado por allí, medrando, oculta en un ropero desvencijado y
maloliente, adicta al voyeurismo.
Quizás dónde andará ahora mi
frágil alma, como una helada voluta de humo, disfrutando la carcajada falsa de
las prostitutas, su temeraria forma de enfrentar al mundo, con la alegría
dibujada en el rostro a fuerza de trazo de maquillaje.
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