29 diciembre, 2011

Profesional de la mendicidad


Paso a paso se convirtió en un profesional de la mendicidad. Partió por dejar su trabajo y pedir ayuda a sus amigos. Luego, cuando ellos se aburrieron de solucionar sus eternas necesidades, se acercó a otras personas. Así hasta que se acabó en la calle, estirando la mano a cualquier posible donante.
Se especializó en inflexiones de voz que magnificaran su hambre y su indigencia: hacía sentir culpable de su desdicha a quien lo escuchara. Aprendió a simular temblores de manos y piernas, convulsiones, a revolver horriblemente los ojos en sus órbitas y a caminar como un engendro. Cubierto de harapos, mugriento y fétido, logró conmover al más duro.
Sin darse cuenta, se convirtió en el hombre más rico del mundo. Y sigue pidiendo, cada día con mayor eficacia. Alguna vez ya no existirá nadie que posea algo para darle. Y sufrirá, gemirá, blasfemará, aunque sea el dueño de universo completo. No se compadecerá de sí mismo y continuará exigiendo limosna.

25 diciembre, 2011

Solipsismo


Su imagen escapa del espejo para perseguir la sombra que proyecta, y de ese modo ella queda sola en el mundo. Y no hay sol ni espejo que valgan.

19 diciembre, 2011

No hay enemigo pequeño


Me amenaza con una pistolita minúscula, una miniatura perfecta que sostenía dificultosamente entre el pulgar y el índice. Ante amenaza tan ridícula no tengo otra alternativa que lanzar una estentórea carcajada. Acto seguida ella describe unos pases mágicos con su mano recargada de anillos y me transforma en liliputiense. “Ríete ahora, enano”, me desafía ahora, apuntándome con el formidable mortero.

11 diciembre, 2011

Globalización


Fui al banco a negociar un crédito, Me dieron una tasa que me pareció buena. Al otro día había cambiado. Hacia arriba, por supuesto. Me dijeron algo sobre el efecto de la crisis en Europa. Les pregunté acaso una crisis no debiera hacer descender las tasas. El tipo me miró como se mira a un iletrado: con profundo desprecio. Quedé de pensarlo. Volví al otro día. La tasa había vuelto a subir. Por unas inversiones de los bancos chinos en Europa. Consulté si eso era bueno. Me respondieron que sí, que aumentaba la confianza. Pero subió la tasa, reclamé. Mire –repusieron- son los efectos de la globalización. Hay que entender los efectos de la interrelación económica.
Tomé el crédito. Al día siguiente iba a subir otro punto. La razón daría lo mismo. Estaba seguro.

03 diciembre, 2011

Trámites siniestros


Me pone nervioso que el funcionario me haya recibido con esa máscara antigases. Aduce que se están produciendo demasiadas manifestaciones en la zona. Su voz resuena lúgubre y lejana, como si hablara desde el interior de una gran caverna. Me observa a través de los gruesos cristales con unos ojillos pequeños y furiosos de jabalí y presiento que esboza una sonrisa debajo de la trompa. Asevera que mi postulación está incompleta. Que mi proyecto de beca resulta inaceptable, barbotea. Después tacha mi nombre sobre el formulario, lo timbra, y escribe algo en una computadora. Veo disolverse mis manos, luego mi cuerpo. Cuando ya no estoy allí, arroja al papelero este cuento.

28 noviembre, 2011

Farenheit 451


Se despierta siempre azorado, como si regresara a una vida que no le pertenece, y encuentra todo tan extraño y tan imposible. Por ejemplo, el lugar donde está; ahora mismo está en un hotel, en otra ciudad y en otro país. Un sitio que debe abandonar en unas horas para regresar a su departamento a miles de kilómetros, permanecer allí unos días y volver a viajar para alojar en otro hotel de otro país y en otra ciudad.

Ofrecerá conferencias, entrevistas, talleres, leerá sus trabajos. Le parece absurdo que sea un escritor y que tenga que viajar tanto. Que la gente que quiere esté tan lejos. Que la mujer que ama esté tan distante. Que lea un libro de un escritor (que conoció hace muy poco en una de esas ciudades que recorre) que tiene otra nacionalidad, pero que escribe sobre temas muy similares.

Imagina que existe porque otro escritor creó su historia y porque alguien lee esa historia. Y que si nadie más leyera esa obra podría ser el fin. Que amanece solo porque alguien ha vuelto a leer su historia.

Se ríe, sacude la cabeza e ingresa a la ducha. Abre la llave del agua caliente que cae sobre él acariciándolo, diluyéndolo, hasta que no queda nada, ni escritor, ni baño, ni hotel, ni ciudad, ni país. Nada.

12 noviembre, 2011

Grandes hazañas


La mayor hazaña de la fuerza aérea fue bombardear el palacio presidencial. La mayor hazaña del ejército fue ejecutar sumariamente a miles de compatriotas. La mayor hazaña de la policía fue espiar y perseguir a decenas de miles. La principal hazaña de la marina fue utilizar su buque escuela como centro de torturas. La principal hazaña de los políticos fue sepultar la democracia.
Tras tanta hazaña, el país quedó yermo, estéril, silencioso. Fue presa fácil para predadores y aves de rapiña. Entonces un astuto intelectual decretó el fin de la historia.

07 noviembre, 2011

Sociabilizando


La conoció una fría tarde de invierno muy lluviosa. En consecuencia, no salió de casa. Muy pocas veces se animaba a ir de paseo. Se instaló en su escritorio y se conectó al sistema de conversación. Allí estaba ella, destellando, “esperándome” pensó él. “Solita“ le respondió de inmediato, caso con ansiedad, leyó él. La invitó a salir y ella aceptó encantada. Concordaron en una visita virtual a un bar de Tokio. Bebieron, cada uno en su casa, el trago de su preferencia, mirando el perfecto escenario. Riñeron por cuestiones políticas que en verdad no les importaban demasiado. Por fin, exhausto, se desconectó. Inició un juego nuevo que le habían recomendado mientras reflexionaba acerca de la gran dificultad que encarnaban las relaciones humanas. Decidió no regresar por unos días al lugar de encuentros virtuales. No se le ocurrió nada más ese día.

30 octubre, 2011

Reconocimiento actual de la obra de Diego Muñoz Valenzuela


VEINTE AÑOS NO ES… mucho!



Por Marcelo Coddou





Han transcurrido poco más de dos décadas desde que Diego Muñoz Valenzuela se hiciera presente en la literatura hispanoamericana. La acogida inicial de su obra fue entusiasta, pero limitada a un restringido número de lectores y críticos: los condicionantes de la recepción literaria en esos instantes en Chile –principios de los 90--, estaban muy lejos de ser óptimos. Y traspasar fronteras constituía un desafío realmente enorme. Ahora, tras el plazo señalado, y con muchas obras nuevas, parece haber llegado el instante de apreciación cabal del sitio que en el decurso de la narrativa continental que va desde 1991 al presente 2011, le corresponde a este escritor nuestro. El mismo se ha definido como “un narrador que busca en la literatura un espacio para la fantasía, aunque de verdad no logra huir de la realidad”. Muestra cabal de ello son sus relatos de ciencia ficción y sus originalísimos microcuentos.


Indicador indiscutible del espacio receptor que para sus obras está abriéndose y explayándose, es que haya sido seleccionado como uno de “Los 25 secretos mayor guardados de América Latina”: "25 escritores provenientes de 15 países del Continente –de Chile también se eligió a Nora Fernández y Francisco Díaz­­­­­--,que constituirán el centro neurálgico de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, sin duda la más prestigiosa feria editorial del continente y que se desarrollará en 9 días de finales de noviembre e inicios de diciembre de este año en la vibrante ciudad mexicana.

Como muestra de que eso para algunos de sus lectores era predecible –el reconocimiento de su valor tendría que darse, pronto o un poco más tarde-- reproduzco, con mínimas variantes, la nota-reseña que sobre Todo el amor en sus ojos publicara yo en 1991, a poco de su aparición. Lo hago a modo de homenaje a este narrador nuestro que, tras no muchos años, ha encontrado las apreciaciones de los logros –que ahora sabemos valorar como decisivos—de su quehacer creativo. Tanto los presentes en esa obra inicial como otros de variada índole en sus relativamente numerosos escritos posteriores. Decía yo en ese entonces, 20 años atrás:

Exaltado hasta extremos que pueden ser delirantes, el "fenómeno" de la narrativa chilena joven --abundosa, crecida, no poco publicitada-- exige ya [en 1991] de una reflexión serena que logre, entre otras urgencias, distinguir las voces de los ecos. Cuando esto se intente de un modo serio estoy seguro que va a destacarse la primera novela de Diego Muñoz, Todo el amor en sus ojos, como un hito importante en tal desarrollo. Y lo es en varios sentidos, pero fundamentalmente en uno: el haber sabido resolver eficazmente, a nivel de escritura, de discurso, el difícil desafio que significa enfrentar un tema recurrente dentro de la corriente en que se enmarca: el casi insoslayable de la situación sociopolitica de los últimos plazos. Su máxima virtud está, entonces, no en la novedad del asunto, sino en el tratamiento propiamente narrativo que logra darle. Y ello sin incurrir en la falla que debilita la mayor parte de los ejemplos de escritores coetáneos que pudieran mencionarse: el tecnicismo superficial, la rebúsqueda de formas sin sustento real en una materia de por si problemática para un cumplimiento riguroso, el vacuo experimentalismo.


Aquí no: Todo el amor en sus ojos deja sin usar muy pocos procedimientos que los maestros contemporáneos del género (muchos de ellos mencionados en el texto, desde Joyce y Hemingway a Cortázar y Bryce Echeñique, más otros que no necesita nombrar, como el primer Vargas Llosa y Manuel Puig) le hayan ofrecido como modelo. Lo notable es que resultan modelos asimilados. En la textura narrativa de esta obra hay tal fluidez, tanta facilidad de expresión, que la "naturalidad" de cada artificio permite ese modo de goce que el consumidor habitual de novelas --si es realmente exigente-- quisiera siempre encontrar: estar atento y reconocer el tratamiento literario a que se somete la anécdota, pero sin dejar nunca de sentirse atrapado a la vez por una trama, la del mundo ficticio del cual cree llegar a ser co-partícipe. Novela para un lector activo, cómplice si se quiere, que por ningún instante experimenta como ajeno el universo en que es introducido. Universo que asimila en un proceso que corre paralelo- -o, mejor, integrado--, al placer de lo que es efectiva y cabalmente estético.

En la alternancia y entrecruzamiento de dos instancias temporales (una, la inmediatamente anterior al triunfo de Allende-- y un poco antes--, y otra, la inicial, de la dictadura que pretendió cortar de un tajo el proyecto popular), se va desenvolviendo la existencia cada vez más enriquecida del adolescente y luego joven militante en la Resistencia que actúa como protagonista y, en la mayor parte del relato, narrador de sus peripecias. Desde el mundo concentracionario de los grupos de que forma parte (la pandilla de liceo, más adelante la célula política antidictatorial en que participa) se nos abren perspectivas plenas de resonancias humanas, sobre una realidad que ineludiblemente marcara a la sociedad chilena en su conjunto en período de tantas y tantas convulsiones sociales. Ante la severa gravedad de los hechos --dolor, frustraciones de mucho tipo, muertes, miedo cotidiano--, la visión propuesta abre, sin embargo, al carácter total de vidas privadas y colectivas a la vez. Y esto lo logra, entre otros medios, con el empleo magistral --por riguroso, por mesurado y bien construido-- del humor. Es, en efecto, con humor que agiliza cada escena, cada reflexión de los personajes. Los diálogos --y los abundantes monólogos internos, diestramente trabajados, a veces en paralelo o solapados unos con otros-- acusan el oficio a que ha llegado un autor de quien confiamos seguirá entregándonos muchas otras muestras de su talento.

Marcelo Coddou, hispanista y analista literario chileno especializado en literatura hispanoamericana. Es profesor de español en la Drew University de Nueva Jersey.

26 octubre, 2011

País de opereta

No quiero herir las susceptibilidades de posibles admiradores del género al que hago referencia con el título de esta reflexión, así que defino opereta antes de empezar. La opereta es un tipo de obra musical muy animada derivada de la ópera, que pone énfasis en lo satírico, cuya característica fundamental es contar con una trama inverosímil y disparatada.

Apenas puedo creer lo que veo y oigo. Esto me pasa cada día. El inventario de situaciones parece infinito, grotesco, como si estuviera destinado a saturar la capacidad de asombro. Me declaro perplejo ante la realidad que se nos ofrece.

Trato de no ver los noticieros televisivos desde hace mucho tiempo, pero no siempre puedo evitarlo. No es posible aislarse del todo, por eso me informo a través de la prensa escrita, a sabiendas de que debo interpretar lo que leo (no es un misterio que los medios están controlados por pocas manos de un solo signo). Lo escrito –no solo en materia de noticias- tiene la ventaja de que uno puede saltarse páginas. En la televisión uno debe soportar mansamente aquello que esta le ofrece. Y ya no tengo paciencia.

Veo como Chile se va incendiando día tras día por causa de la inconcebible y suprema insensibilidad de nuestros gobernantes y una ausencia de efectividad tan flagrante que colisiona de manera violenta contra las expectativas generadas por la” nueva forma de gobernar”.

Hoy vi –por desgracia- noticias en televisión en la mañana. Lo que me prodigó la máquina visual fue un espectáculo recurrente, donde cambian las víctimas, no así los victimarios. Fuerzas Especiales repartiendo garrotazos a diestra y siniestra, arrastrando detenidos a sus furgones con violencia excesiva, gritos, insultos, alaridos.

Esta vez se trataba de conductores de taxis colectivos, ayer de conductores de buses, anteayer los estudiantes que han sido los receptores –desde hace muchos meses- de la violencia represiva que el Estado ha escogido como respuesta fundamental y sistemática a las demandas de las personas.

Me siento como si me hubiera sumergido en una pesadilla digna de Orwell o Kafka, y veo con horror como nos dirigimos hacia crisis mayores, arrastrados por la irresponsabilidad del gobierno, que está obcecado en no ceder ante nada ni nadie. La soberbia impera entre los ministros, que a la primera de cambios –cuando rápidamente se ven incapaces de controlar alguna situación- ofrecen aplicar “leyes de seguridad interior”, que resuenan –al menos a mis oídos impregnados de historia- con los siniestros ecos de la dictadura militar.

Puedo concordar en que los métodos de lucha empleados por quienes luchan por sus legítimas demandas hayan excedido -en algunas oportunidades- la lógica del respeto y la convivencia democrática. No obstante la situación debe ser juzgada como un todo y en un contexto. Ese contexto es la indiferencia, la dilación y la represión, las artes principales que el gobierno ha desplegado en el conflicto por la educación. Y en toda clase de conflictos.

¿Si lo único que recibes como respuesta oficial a tus demandas son postergaciones, amenazas, golpes, chorros de gas o agua infecta a presión, qué es lo que puede esperarse?

¿Si la policía es solo eficaz para detener a los estudiantes que marchan y se expresan en forma pacífica y no para actuar contra los famosos encapuchados, no será que no quiere detener a los violentistas? ¿O qué clase de policía tenemos que no resulta eficaz para cumplir su rol ante hechos delictuales?

Muchas más preguntas como esta pueden hacerse. Recientemente se ha hecho pública una declaración conjunta de la Corporación Letras de Chile y la Sociedad de Escritores de Chile, donde se critica e impugna el Concurso de Proyectos del Fondo del Libro debido a aberraciones evidentes en sus bases.

Por ejemplo, para muestra un par de botones, se exige que los postulantes a Becas de Creación (cuyo objeto es apoyar a los escritores para que ejerzan un oficio que en Chile es muy difícil y desprotegido) traigan por escrito un compromiso editorial de publicar la obra que aún no ha sido escrita. Esto es una vergüenza intolerable, que revela incomprensión y desprecio por oficio de los escritores. No es posible otra actitud –pienso- que rebelarse ante tamaña idiotez, si es que no malintencionada acción de barbarie.

De otra parte, se exige en los concursos de fomento a la lectura, un aporte obligatorio de al menos 15% de los fondos a las propias organizaciones o a donantes (se entiende empresas). ¿Qué puede hacer ante esto una corporación sin fines de lucro, por esencia paupérrima y altruista? Se me responderá: ir a las empresas a pedir apoyo. Es decir, son las empresas las que van a decidir qué proyectos son elegibles y cuáles no… Todo eso debe ocurrir en unas pocas semanas de plazo. Y en un país donde la literatura –esta es la triste verdad- importa muy poco.

Eso es lo que lo demuestran las bases del concurso del Fondo del Libro: la literatura importa muy poco. La gente lee poco, los empresarios y los ejecutivos leen poco, los gobernantes leen poco (basta escucharlos para saberlo). Estas palabras de un escritor importarán poco a las autoridades, estoy cierto. ¿Por qué van a importarle más que las de miles y miles de estudiantes que piden –enérgica e infructuosamente- una educación gratuita y de calidad?

Pero estas palabras, y las de muchos otros miles, millones de chilenos en algún momento se harán escuchan más allá de la soberbia, la insensibilidad y el ejercicio de la violencia. Eso pasó antes y volverá a ocurrir si se hace necesario. A veces tengo la sensación de un flash back: veo a los antiguos dirigentes estudiantiles designados por la dictadura embutidos en trajes de ministros. Lobos fascistoides llenos de garras y colmillos que se aprestan a mostrar su verdadera naturaleza.

Ojalá me equivoque y quienes detentan el poder político recapaciten y cambien. Si no ocurre así, el país se precipitará en una compleja crisis mucho mayor que la actual. Y eso, claramente, no es bueno para Chile. Mientras ese cambio no suceda, cada día avanzaremos en nuestra calidad de país de opereta. Trataré de no ver noticias en televisión estos días.

Diego Muñoz Valenzuela

escritor

21 octubre, 2011

Comunicado Simplemente Editores


Tres chilenos entre Los 25 secretos mejor guardados de América Latina

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara celebrará este año 2011 –del 26 de noviembre al 4 de diciembre- su cuarto de siglo con “Los 25 secretos mejor guardados de América Latina”, 25 escritores -provenientes de 15 países- que son poco conocidos más allá de sus fronteras. La selección incluyó a tres chilenos: Nona Fernández, Francisco Días Klaassen y Diego Muñoz Valenzuela. Los autores fueron elegidos luego de la lectura de decenas de libros y un amplio proceso en el que se consultó a otros escritores, editores, libreros, periodistas y críticos literarios de América Latina.

Simplemente Editores se siente legítimamente orgullosa de la participación chilena en la Feria del Libro de Guadalajara, ya que dos de sus autores están entre los seleccionados: Nona Fernández, en la antología LAS MUJERES CUENTAN publicada en 2010 y Diego Muñoz Valenzuela, que integra nuestro catálogo con las novelas FLORES PARA UN CYBORG y LAS CRIATURAS DEL CYBORG, ambas publicadas el 2010, y el volumen de microrrelatos LAS NUEVAS HADAS, pronto a ser publicado este mes de octubre.

Los autores de América Latina que, según la FIL, garantizan el relevo de los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX y de los que ya siguen sus pasos en el XXI, reflejan la diversidad y el multiculturalismo... 6 mujeres y 19 hombres, comprometidos básicamente con la literatura y la exploración de nuevas formas de contar. Abordan la condición humana y su entorno a través de mundos íntimos protagonizados por gente común y corriente. Ese sería un retrato panorámico de un grupo de escritores conectado con los derroteros de la literatura internacional contemporánea

Este es un proyecto con el que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara centra sus esfuerzos en que nuevos talentos latinoamericanos sean descubiertos por los agentes, editores y traductores que acuden a este encuentro y que el público disfrute con esta variedad literaria. Con estas 25 promesas de las letras hispanoamericanas la FIL afianza su compromiso para que la vitalidad y la diversidad de las letras latinoamericanas circulen por el mundo.


ANEXO

Diego Muñoz Valenzuela ha publicado tres volúmenes de microrrelatos: Ángeles y verdugos, De monstruos y bellezas, y Las nuevas hadas; tres libros de cuentos: Nada ha terminado, Lugares secretos y Déjalo ser; y tres novelas: Todo el amor en sus ojos, Flores para un cyborg y Las criaturas del cyborg. Ha sido incluido en antologías y muestras literarias publicadas en Chile y el extranjero. Cuentos suyos han sido traducidos al croata, francés, italiano, inglés y mapudungun. Distinguido en diversos certámenes literarios, entre ellos el Premio Consejo Nacional del Libro en 1994 y 1996. Flores para un cyborg fue publicado por EDA Libros en España (2008) y Lugares secretos en Croacia por ZNANJE en 2009.

Nona Fernández, además de ser una reconocida guionista de teleseries de TVN, ha sido destacada en variadas oportunidades por sus creaciones literarias. Su primera novela, Mapocho (Planeta 2002), fue seleccionada entre las ocho finalistas del Premio Herralde de Novela, otorgado por Editorial Anagrama (Barcelona, España).

Francisco Díaz Klaassen estudió letras inglesas en la Pontificia Universidad Católica de Chile y cursa un magíster en escritura creativa en la Universidad de Nueva York. Es autor los libros Antología del cuento nuevo chileno (2009) y El hombre sin acción (2011), Premio Roberto Bolaño 2010.

El Programa de Internacionalización del Libro del Consejo de Cultura de Chile apoya el viaje del trío, que será parte de la delegación chilena que este año tendrá un rol clave, como próximo país invitado de honor 2012 a la cita literaria.

Algunos vínculos informativos complementarios:


http://www.fil.com.mx/25/default.asp

http://www.elpais.com/articulo/cultura/25/secretos/literarios/Latinoamerica/FIL/elpepucul/20110920elpepucul_1/Tes

http://es.wikipedia.org/wiki/Diego_Muñoz_Valenzuela

16 octubre, 2011

El escribano de los imbéciles 2

Escuchó sin devoción, no obstante atento, las idiotas ideas de sus amos. Un auténtico océano de confusiones, incertidumbres, temores, desconocimiento, discordancias y francas estupideces. Deslizó resignado, pacientemente, la pluma de ganso sobre el papel para registrar aquella sarta de fruslerías.

En soledad reflexionó acerca de la forma de presentar el soso material. Surgió una manera de clasificar las idioteces y consideró que no valía la pena intentar otra: al fin y al cabo el conjunto no pasaba de ser una magistral sandez. Aplicó la taxonomía a las babosadas y construyó un elegante pergamino, muy ordenado y pleno de ornamentaciones.

Cuando presentó el documento a sus imbéciles amos, el escribano fue aclamado. Imposible mejor síntesis, exclamaron los tontos, exultantes. Él agradeció en silencio y reprimió la brutal carcajada que estallaba en su alma. Sólo la dejó escapar al salir del santuario de los zopencos.

07 octubre, 2011

El escribano de los imbéciles


a Gerson Volenski, que me dio la idea

Cumplió con celo los deberes de escribano anotando escrupulosamente cada idiotez que sus amos pronunciaron. Una vida consagrada al deber sublime de registrar sus palabras lo enfrentó finalmente a una pirámide de pergaminos escritos con caligrafía ejemplar, iluminados con las más bellas ilustraciones imaginables. En un arranque de lucidez, concluyó que no pasaba de ser una suma monumental de imbecilidades, y sin dar lugar a trepidaciones de última hora, arrojó un fósforo a la espesa masa de documentos. Un minuto después se precipitó en las llamas con una terrible carcajada.

25 septiembre, 2011

El tiempo de la clepsidra


Su obsesión acerca del tiempo fue profundizándose hasta apropiarse totalmente de su conciencia. Nadie, ni familiares, ni amigos, pudieron soportar vivir en su entorno, de modo que acabó por quedarse solo.

Repletó su departamento con relojes de todas clases: de salón, de agua y de arena, cucús, de campanas, de péndulo, con contrapesos, viejos despertadores a cuerda, precisos ingenios digitales de altísima precisión, maravillosos autómatas renacentistas.

El rumor multiforme de aquella legión exterminó la escasa cordura que aún lo habitaba. Quedó atrapado en un instante eterno, con los relojes congelados, irremisiblemente perdido en las redes de la clepsidra.

11 septiembre, 2011

Amor a telegramas


El irrestricto culto a la brevedad los ha convertido en adeptos de la sucumbida tecnología del telegrama. Han buscado las máquinas en las bodegas de los anticuarios y estudiado los misterios de sus mecanismos para repararlas y ponerlas en operación. Han logrado hacerlas funcionar y se comunican a través de sus tableteos, aunque viven apenas a unos pasos.
TAN LEJOS EXTRAÑÁNDOTE SIEMPRE / ELLA
AÑORO ENCONTRARTE CADA ESQUINA / ÉL
EN MOMENTOS IMPENSADOS / ELLA
DENTRO DE TUS SUEÑOS / ÉL
POR SORPRESA SIN AVISO / ELLA
DE PRONTO DETRÁS TUYO / ÉL
ABRAZAS POR LA ESPALDA / ELLA
BESAS CUELLO CON TERNURA / ÉL
Y así. De ese modo son felices. Y mucho. Es su historia de amor. Hecha de trazos fugaces. Extraña y auténtica.

03 septiembre, 2011

Enano grande


Tenía la característica cabezota de enano, además de una frente grande y abombada. A mí no podía engañarme con su altura aparentemente normal. En cuanto lo vi, advertí que se trataba de una superchería, un montaje absurdo destinado a confundirnos. Lo único que me intrigó unos segundos fue descubrir el propósito de su maniobra. ¿Una infiltración destinada a contaminarnos con su tara genética? ¿La conducta de un renegado que pretende cambiar su vida de manera radical?
Lo mismo daba. Pasé a la acción inmediatamente. Aprendí a eliminarlos con una simple maniobra. Les aprietas el cuello –debilitado por la sobre exigencia de sostener una gran cabeza- y aplicas una violenta torsión transversal. El crujido de las vértebras certifica la muerte. Así, tempranamente, es preciso detener esta clase de rebeliones. Sin vacilaciones. No puedes darles tiempo a que obtengan resultados.

21 agosto, 2011

Mau


Lo encontré en un tortuoso callejón en los cerros de Valparaíso, caminando sin rumbo, igual que yo. Clavó sus ojos azules –única discontinuidad en el azabache de su cuerpo felino- en los míos y lanzó un plañidero maaaaau. Eso es, mau, no miau, como afirman mis hijos en acuerdo con la mayoría de las personas. Ergo, el gato negro me otorgaba la razón. Constituía la prueba que había buscado con ansiedad largos años. Le prodigué caricias y se restregó contra mi pantalón con felicidad indescriptible. Repitió muchas veces –como si deseara vivamente complacerme- su consabido mau. Así fue bautizado en aquel instante. Mau. Cuando lo invité a seguirme, se irguió en sus dos patas traseras, con la cola describiendo un arco en forma de C acostada, y se pudo a caminar a mi lado tal y cual haría una persona. Ahí descubrí que Mau era un gato muy extravagante.

Ahora Mau vive en nuestra casa. Ha aprendido muchas cosas. Por ejemplo, sabe preparar y servir una variedad de tragos, simples y complejos. Los trae bien equilibrados en una bandeja metálica. Sirve con gracia y elegancia, como buen gato que es, siempre bien garboso y derecho. Se sienta a leerme el diario mientras dormito; sabe el tipo de noticias que debe saltarse así como las que debe resumir. De vez en cuando se echa un trago de Martini, que es el único licor que acepta. Es un poco gangoso y tiende a arrastrar las palabras, sobre todo cuando se junta la “m” con alguna vocal. Ah, se me olvidaba; mis hijos han tratado de enseñarle a decir miau, pero no puede. Invariablemente dice mau o maaaau. Íntimamente, yo creo que persiste por cariño. Nada más.

18 agosto, 2011

Historias de amor 2

Le regalo un pendiente y aclaro que es un vestido. Ella se ríe y me obsequia una intensa mirada. Estoy totalmente desarmado. Desamparado. Me abraza, me besa, dice que se ha apoderado de mí. Y es cierto. Como si ella fuese una entomóloga y yo un extraño escarabajo. Como si yo fuera Chuang Tzu y ella la mariposa que sueño ser. Como si ella fuese todo lo que quise ser y no soy, lo que me falta desde siempre. Como si yo no hubiese sido antes el que soy ahora. Como si hubiera caído de golpe en un mundo distinto y nuevo.

08 agosto, 2011

El lavavajillas

Alguien introdujo la idea dentro de su duro cráneo, ya no recordaba quién. Su esposa quizás, pero no estaba seguro. Tampoco importaba. Ahora estaba solo, frente a la caja recién abierta, procurando armar el artilugio según las instrucciones del catálogo. Trabajó por horas, sin descanso. Enchufó el resultado de sus esfuerzos a la red eléctrica y a la de agua. Presionó el botón verde y un inteligente ojo escarlata se encendió en la parte superior del artefacto. Abrió la puerta de cristal y colocó dentro la vajilla sucia. Un plato se atascó, lo tironeó, pero se trabó más aún. El chorro de agua hirviente le arrancó un chillido. Metió la otra mano para zafar la que tenía atrapada. El ojo carmesí brilló con furia. Ahora estaba doblemente atrapado. El engendro comenzó a trepidar arrastrándolo hacia su interior. El funcionamiento de la máquina alcanzó dimensiones horrísonas que tapaban sus aullidos. Al final sobrevino el silencio, apenas interrumpido por un borboteo similar a una risa ahogada.

24 julio, 2011

Mis años en el Instituto Nacional: de 1971 a 1973


En las postrimerías de 1970, y durante las primeras semanas de gobierno de Salvador Allende, tomé una decisión importante para mis catorce años. Se la comuniqué a mi padre: quería estudiar en el Instituto Nacional. Ni siquiera me exigió razones, asintió con gesto severo –era la apariencia tras la cual ocultaba su naturaleza profundamente bondadosa- y comenzó las gestiones. Así como no me exigió razones, tampoco me informó qué gestiones hizo. La cuestión es que fui aceptado: mis referencias eran buenas, pero acceder a uno de aquellos codiciados cupos era muy difícil. Todo el mundo sabía que era el “´primer foco de luz de la nación”.

¿Por qué quise estudiar allí?, me pregunto hoy, cuando vengo recién volviendo de una visita al Instituto –la friolera de cuarenta años después que di mis primeros trancos en sus pasillos, en marzo de 1971- ahora en toma por los estudiantes que exigen educación pública gratuita. Y lo que viene a mi memoria me estremece. Yo quería estudiar allí para servir mejor a mi patria. Ansiaba convertirme en un profesional o un científico que contribuyera a que mi país fuera más grande, justo, culto, rico y solidario. Lo que más yo ansiaba a los catorce años es que Chile fuera un lugar maravilloso… en el lejano año 2000. Y entendía que aquella quimera era una tarea que requería del empeño de miles, de millones.

Ya se ve: no es necesario ser un viejo o un sabio para entender estas cosas. Por eso los jóvenes han desarrollado este movimiento maravilloso que ha sacudido las bases de nuestras creencias… o de nuestro adormilamiento.

Miro a mi país y el único deseo que se ha cumplido es el de una nación con más riquezas. En las demás categorías, por desgracia, hay que reconocerlo, hemos descendido. La riqueza está en manos de unos pocos; la competencia sustituyó a la solidaridad; la farándula desplaza a la cultura, en fin.

Vuelvo cuatro décadas atrás, al lejano marzo de 1971, cuando entré al Instituto por primera vez, con una mezcla de nerviosismo, temor, curiosidad, desafío y triunfo. Y aunque en las semanas sucesivas experimenté dudas de la justeza de mi decisión, a poco andar supe que tenía la razón. Y con el pasar de los años lo he reafirmado día tras día, porque allí aprendí lecciones que no sé si habría podido recibir en otra parte, al menos en la profusión que ocurrieron.

Allí aprendí de nuestros profesores, maestros magníficos e inolvidables, pero también aprendí de mis compañeros. Eso uno lo va descubriendo con los años. Cada uno de ellos es un ser entrañable para mí, único, irrepetible. Formados en la sucesión infinita de clases dictadas por hombres notables, cada cual se fue convirtiendo en un tesoro viviente. No solo por el conocimiento que acumulaban, sino por esa sustancia etérea que conforman los valores, la pertenencia a una comunidad regida por una máxima que se nos grabó a fuego: Labor omnia vincit (el trabajo siempre triunfa).

Ya he dicho que las primeras semanas fueron arduas. Los profesores no tenían consideraciones ni piedad con nosotros, los del Segundo I, curso integrado exclusivamente por alumnos procedentes de otros colegios. Foráneos a los cuales había que formar rápidamente, inculcarles el espíritu institutano. Misión imposible, habrán pensado algunos. No obstante, creo que lo logramos, a fuerza de constancia. Hicimos funcionar nuestros cráneos a máxima velocidad, los trepanamos para ponernos al día con los números complejos, los vectores, los misterios de la fisicoquímica, los detalles de la historia, una enormidad de desafíos de ilustración que al comienzo nos parecieron inalcanzables.

No obstante –labor omnia vincit, mediante- nos desprendimos de nuestras pieles de asnos y comenzamos a correr a la velocidad requerida. Entre los compañeros del 2º I hice amigos que me han durado toda la vida, a quienes –más allá de nuestras locas alegrías de entonces, aquellas que hoy reflejamos pálidamente quizás- respeto y admiro, a cada cual en su terreno. No quiero nombrar a nadie por temor a la injusticia del olvido.

Pasó aquel primer año y ocurrió otro hecho notable, esta vez impredecible. Don Osvaldo Arenas, emérito profesor, ex Rector del Vespertino del Instituto, hizo una de las suyas, al amparo de aquel poder invisible que le otorgaba su larguísimo prestigio de maestro. Aunque ya estaba jubilado hacía tiempo, y podía haber optado por quedarse en su casa disfrutando del tiempo libre, aquel viejo maravilloso escogió seguir haciendo clases. Con una sola condición, o más bien dos: sería profesor jefe de un curso cuyos integrantes él escogería a su amaño. Quería constituir un curso ideal, tal era su sueño.

Pues bien, leyó decenas, centenares de informes sobre los alumnos de otros cursos y con especial cuidado analizó los antecedentes de los foráneos del 2º. I, convencido de que ya habían dejado de serlo, y que se habían convertido en institutanos de tomo y lomo. Escogió a varios de nosotros; eso lo supimos bastante más adelante. Y seguramente nos reímos de su ingenuidad. Pero poco nos duró la risa: una vez más –cuando creímos que ya estábamos acostumbrados al duro ambiente- fuimos sometidos al peso del designio que se había cernido sobre nosotros.

Don Osvaldo, el “Chancho” Arenas como le llamábamos a sus espaldas, por su contextura gruesa y sus cachetes mofletudos, también se había dado maña para escoger a los profesores más exigentes. Si éramos supuestamente los mejores, tendríamos ocasión de demostrarlo. El 3º. D Científico tenía asignados profesores singulares. Don Ignacio Guzmán, el temido “Perro” Guzmán en Física; Moisés Mizala en Biología; El Negro Díaz en Química y Aníbal González en Matemáticas. Todos ellos nos las hicieron ver verdes. Pero lo que no podemos decir es que no hayamos aprendido. El saldo final fue más que positivo. Nos superamos a nosotros mismos. Eso fue lo que pasó. Siempre es posible ir más allá. Labor omnia vincit.

En el tránsito de 3º al 4º D, aprendimos a movernos cada vez mejor en el terreno del aprendizaje, aun cuando el país estaba sumergido en una crisis marcada por conflictos profundos, que como bien sabemos terminaron por destruir la democracia y sumergirnos en un periodo de terror tiránico. Aún así, sabíamos que debíamos estudiar. Cuando no había movilización colectiva, llegábamos caminando, cuarenta, cincuenta cuadras, lo que fuera necesario.

Como si esto no bastara, el Chancho Arenas nos citaba frecuentemente a exhaustivas interrogaciones de francés –ese era su ramo- a las siete de la mañana, una hora antes del inicio de las clases. Él, por cierto, estaba allí antes de que nosotros llegáramos. Venía una interrogación implacable sobre los diversos ámbitos de estudio: lecciones de gramática, lectura de artículos y libros. Salí del Instituto leyendo francés perfectamente; lo he perdido por falta de uso en un mundo excesivamente dominando por los lenguajes imperiales. “Hola jetoncito”, nos decía y nos atracaba pellizcones o coscachos simbólicos, “llegaste un minuto atrasado”.

Sabía todo sobre nosotros, llevaba cuadernos con la historia de nuestro rendimiento, se preocupaba por aquellos con algún problema, los alentaba, les conseguía clases de apoyo, libros, lo que fuese necesario. Más allá de su severidad aparente, era un padre de todos nosotros. Un padre amoroso, infinitamente preocupado por nuestro destino.

Don Osvaldo y los frecuentes paros de buses nos inocularon –a mí y a algunos otros- la costumbre de llegar muy temprano. Tenía ventajas adicionales, como saltarse el control del largo del pelo –revisión que solía hacer con extremo rigor el Inspector General, el Huaso Pavez- en la entrada del colegio. Habría que agregar la posibilidad de compartir un cigarrillo con los compañeros, mientras discutíamos sobre cualquier cosa, política incluida.

No hay espacio en estas notas para recorrer –como debiera- toda la galería de maestros que se encargaron de formarnos aquellos años. El tono extravagante de las clases de Aníbal González, que nos observaba desde sus gruesos anteojos para formularnos tareas imposibles, demostraciones de alta complejidad. Nos forzó a recorrer caminos laberínticos de las matemáticas sin consideración a que fuéramos estudiantes de secundaria. Nos exigió mucho más, nos hizo volar. Lo mismo puede decirse de don Moisés Mizala, que nos sumergió en los misterios del cuerpo humano y la biología entera; estoy seguro de que él fue responsable directo de la vocación de la docena de médicos que salió de nuestro curso.

Capítulo aparte para el Perro Guzmán, capítulo amargo para muchos. Nunca sentí tanto temor hacia un profesor como hacia don Ignacio Guzmán, ni he vuelto a experimentarlo. No ha habido, para mí, un profesor más imponente ni más exigente. Llevaba al sumun el paradigma de la exigencia extrema; y no bastaba con el estudio. Además había que aprender a pensar bien, originalmente, rápido y bajo una espantosa presión.

No creo que haya sido el mejor método pedagógico, a algunos los demudaba. No lograban sacar palabra en su presencia. Cada respuesta zonza era castigada con dureza; nos increpaba, se mofaba de nosotros, plagaba el libro de unos, que finalmente eran reemplazados por notas mucho mejores, quizás mezquinas, pero mejores.

Si bien el método era brutal, generaba sus resultados en algunos casos. Ese fue el mío. Para mí sus clases terminaron por tener un atractivo fascinante; similar al atractivo que siente la hipnotizada víctima de una cobra.

Su procedimiento era siempre el mismo. Hacía una pregunta y recorría el curso fila por fila esperando la respuesta. “Un uno, el de más adelante” decía cuando obtenía mero silencio a su interrogante y registraba la nota con rojo. Con voz estentórea nos decía “Fila del medio atrás, dime tú… por qué no se utilizan elefantes en vez perros para arrastrar los trineos”. La respuesta correcta debía ser un nítido razonamiento físico que –por desgracia- no acudía a nuestras mentes ofuscadas. Con el tiempo, le fuimos pillando la hebra, aprendido a estar más despiertos, a pensar mejor y empezamos a responderle.

El institutano Oscar Castro, gran actor y director del mítico grupo de teatro Aleph, cuenta en una entrevista como lo afectó la impronta del Perro Guzmán. Tanto fue el impacto de una de sus preguntas “Cuántas ruedas tiene un trineo”, que tituló así una de las primeras obras de la compañía.

Finalmente desarrollé una gran amistad con don Ignacio Guzmán. Fui a verle varias veces al instituto después de nuestro egreso en 1973. Después los difíciles años de la dictadura, la represión y las exigencias de los estudios fueron difuminando ese vínculo.

¡Cuánto recuerdo nuestras conversaciones de alumnos en los patios, durante los recreos! Discutíamos sobre sicología, cine, política, matemáticas, literatura, arte, lo que nos viniera en gana. La vida era una gran clase ininterrumpida en la cual nos preparábamos para un porvenir brillante. Pero ese porvenir brillante no llegó jamás. En su lugar vinieron el terror, la censura, la persecución, el exilio, la muerte. No necesito profundizar en la dimensión del dolor que atenazó a Chile durante el tiempo del ogro. Ya todos lo sabemos, aunque siempre podemos hacernos los lesos.

No puedo olvidar el ambiente de tensión que vivimos en los días posteriores al 11 de septiembre de 1973. Nos obligaban a bajar a cantar el himno nacional al patio central; muchos nos negábamos a ello. Hubo profesores de los que no supimos hasta mucho tiempo después. En el acto de graduación debíamos hacer una reverencia a uno de los generales de la Junta Militar –un deshonroso exalumno institutano, que los hay, aunque sean pocos-, otra vez nos negamos a ello.

Luego vino la universidad en dictadura. Y la vida con su pulso nos dispersó por Chile y por el mundo, trajo sufrimientos tremendos a muchos, pero nos volvimos a encontrar como curso. Una vez más, esa es otra historia, que será contada en su oportunidad.

Hoy – partí relatando esto- volví a pisar después de mucho tiempo los pasillos de mi querido Instituto Nacional, llamado a formar a los hombres que debían hacerse cargo de crear las bases del Chile independiente y soberano que debía surgir desde las cenizas de la Colonia.

Concluyo con pena, con vergüenza, por qué no decirlo, que no he, no hemos estado a la altura de las circunstancias. No pude, no pudimos construir ese país maravilloso que soñamos hace ya tanto tiempo. Pero hay una esperanza. Podemos partir de nuevo. Podemos soñar como nos están enseñando esos jóvenes que han tomado sus liceos para exigir una nueva educación en Chile, aquellos que corren sin parar 1.800 horas con sus banderas.

LA LUCHA ES DE LA SOCIEDAD ENTERA – TODOS POR LA EDUCACIÓN PÚBLICA GRATUITA. Eso dice un enorme lienzo colgado en el frontis de la Casa Central de la Universidad de Chile. No hay futuro si no logramos esto. Es imprescindible que lo entendamos.

Cuando estuvimos afuera de la que fue nuestra sala de tercero medio, sentí que el Chancho Arenas me tiraba de la oreja diciéndome “ya estaba bueno que vinieras aquí, jetoncito”. Después el Perro Guzmán me quedó mirando con esos ojos plagados de exigencias y preguntas y me lanzó un “el de más adelante” que confirma mi compromiso con esta lucha. Se lo debo a mis profesores, a mis compañeros, a mis padres, a mi país, y por qué no, a mis sueños de adolescencia.

Diego Muñoz Valenzuela

Ingeniero y escritor

 
hits Blogalaxia Top Blogs Chile