08 agosto, 2011

El lavavajillas

Alguien introdujo la idea dentro de su duro cráneo, ya no recordaba quién. Su esposa quizás, pero no estaba seguro. Tampoco importaba. Ahora estaba solo, frente a la caja recién abierta, procurando armar el artilugio según las instrucciones del catálogo. Trabajó por horas, sin descanso. Enchufó el resultado de sus esfuerzos a la red eléctrica y a la de agua. Presionó el botón verde y un inteligente ojo escarlata se encendió en la parte superior del artefacto. Abrió la puerta de cristal y colocó dentro la vajilla sucia. Un plato se atascó, lo tironeó, pero se trabó más aún. El chorro de agua hirviente le arrancó un chillido. Metió la otra mano para zafar la que tenía atrapada. El ojo carmesí brilló con furia. Ahora estaba doblemente atrapado. El engendro comenzó a trepidar arrastrándolo hacia su interior. El funcionamiento de la máquina alcanzó dimensiones horrísonas que tapaban sus aullidos. Al final sobrevino el silencio, apenas interrumpido por un borboteo similar a una risa ahogada.

3 comentarios:

Susana Camps dijo...

Llego a este blog desde el de Jesus Esnaola. Me ha gustado mucho el uso del lenguaje, la sobriedad de las escenas. Todo tiene la limpieza de la falta de artificio. Con tu permiso te iré visitando. Un saludo desde Barcelona.

Miaecilla dijo...

Muy buenos textos!

muñoz valenzuela dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Susana, me parece estupendo que visites mi blog.

Gracias también a Miaecilla.

Un abrazo

Diego

 
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