12 septiembre, 2022
16 enero, 2022
TALLER DE MICROCUENTO
Programa general:
·
¿Qué es el microcuento o microficción?
·
Estructura y características
·
Microcuento en Chile
·
Microcuento en español
·
Fronteras y mandamientos
·
Clínica microcuento
4 sesiones los jueves 4,11, 18 y 25 de febrero a las
19 hrs. vía zoom
Consultas: DMUNOZ@SURLATINA.CL
Diego Muñoz Valenzuela (Constitución, 1956)
Ha publicado catorce libros de cuentos y
microcuentos y seis novelas. Cultor de la ciencia ficción y del microrrelato.
Ha abordado en profundidad el periodo de dictadura militar. Libros suyos han
sido publicados en España, Croacia, Italia, Argentina, Perú y China. Cuentos
traducidos a diez idiomas. Premio Mejores Obras Literarias 1994 y 1996. En 2011
el autor fue seleccionado como uno de los "25 secretos literarios a la
espera de ser descubiertos” por la FIL de Guadalajara para celebrar sus 25 años
de existencia.
15 mayo, 2021
Ya ha
partido la inscripción en el Taller de Microcuento. Los cupos son limitados en
cada versión.
Consultas
e inscripciones: DMUNOZ@SURLATINA.CL
Programa
general:
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¿Qué es el microcuento o microficción?
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Estructura y características
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Microcuento en Chile
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Microcuento en español
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Fronteras y mandamientos
4
sesiones consecutivas los días miércoles 2, 9, 16, 23 de junio a las 19 horas,
vía zoom.
Diego Muñoz Valenzuela (Constitución, 1956)
Ha publicado quince libros de cuentos y microcuentos
y seis novelas. Cultor de la ciencia ficción y del microrrelato. Ha abordado en
profundidad el periodo de dictadura militar. Libros suyos han sido publicados
en España, Croacia, Italia, Argentina, Perú y China. Cuentos traducidos a diez
idiomas. Premio Mejores Obras Literarias 1994 y 1996. En 2011 el autor fue
seleccionado como uno de los "25 secretos literarios a la espera de ser
descubiertos” por la FIL de Guadalajara para celebrar sus 25 años de
existencia.
18 enero, 2021
TALLER DE MICROCUENTO: DIEGO MUÑOZ VALENZUELA
Programa:
·
¿Qué es el microcuento o microficción?
·
Estructura y características
·
Microcuento en Chile
·
Microcuento en español
·
Fronteras y mandamientos
·
Clínica microcuento
Ha publicado catorce libros de cuentos y
microcuentos y seis novelas. Cultor de la ciencia ficción y del microrrelato.
Ha abordado en profundidad el periodo de dictadura militar. Libros suyos han
sido publicados en España, Croacia, Italia, Argentina, Perú y China. Cuentos
traducidos a diez idiomas. Premio Mejores Obras Literarias 1994 y 1996. En 2011
el autor fue seleccionado como uno de los "25 secretos literarios a la
espera de ser descubiertos” por la FIL de Guadalajara para celebrar sus 25 años
de existencia.
30 diciembre, 2020
Con mi abrazo para este 2021,
Diego Muñoz Valenzuela
Nuevo año con avión
La niña fabricó un
maravilloso avión con papeles de todos los colores posibles y lo echó a volar
como si fuera un halcón. Libre, devino en arcoíris. Pájaros de mil especies lo
siguieron en bandadas infinitas y la gente comenzó a sentir esperanzas de que
algo realmente nuevo y bueno aconteciera. El avión rompió la barrera del sonido
y produjo un estruendo que fue saludado con vítores. Con esa promesa se inició el
nuevo año. Después cada persona siguió el ejemplo y realizaron cosas
extraordinarias e imposibles. Así comenzó la tradición que cambió nuestro mundo
para siempre. Fabrica tu anhelo ahora mismo.
24 octubre, 2020
Apruebo con ilusiones
“Apruebo sin ilusiones”: una frase más entre los miles de grafitis pintados en las calles desde el 18 de octubre de 2019. Si la modifico a “apruebo con ilusiones”, me representa en la actitud con la que concurriré a votar este domingo 25 de octubre de 2020, algo más de un año después del estallido social.
El triunfo del apruebo y de la
convención constituyente pueden asumirse casi como un hecho, pero hay que ir a
depositar el voto ciudadano a las urnas para que el respaldo sea lo más
contundente posible. “Con el escepticismo de la razón y el optimismo de la
voluntad” señala con justeza Gramsci. Es un primer paso entre muchos que aún
restan.
Aún no está claro cómo se elegirán los
constituyentes. Hasta aquí los partidos políticos -todos ellos, sin excepción-
tienen la sartén por el mango, pues todas las reglas los favorecen. Más allá de
anuncios verbales respecto hacer espacio en sus listas para los independientes,
no he visto ningún gesto concreto.
De otra parte, las reglas del juego -escritas
entre cuatro paredes, igual que la Constitución del 80- han impedido que puedan
ingresar nuevas organizaciones a la arena política. Hasta aquí todos los
proyectos de nuevos partidos políticos han sucumbido ante los procedimientos,
plazos y normas de la inscripción efectiva. El sistema fue diseñado para
dificultarlo y la pandemia puso la guinda de la torta.
Los poderes fácticos -los dueños de todo y sus
colaboradores directos- contemplarán felices este promisorio espectáculo. Así
las cosas, sin nuevos actores políticos organizados, podrán controlar el
devenir de los hechos. Eso es lo que estiman. Si no llega a actuar en la
asamblea constituyente (para esquivar el ridículo eufemismo de convención
constitucional) un número crítico de representantes ciudadanos realmente ajenos
a las influencias de los mencionados poderes (eso quiere significar el vocablo
“independientes”), la nueva carta magna podría naufragar en el tormentoso
océano del continuismo. Es decir, derivar en un neoliberalismo maquillado,
atenuado en sus matices más atroces, muy lejos de un estado social democrático
que ponga en el centro la dignidad de todas las personas.
Para que esa masa crítica de constituyentes se
lograra, faltan aún muchos, muchos pasos, que quienes detentan el poder no
piensan en dar, porque para ellos implica una pérdida neta. ¿Por qué compartir
lo que les pertenece, los privilegios que han construido en medio siglo?
No dudo que en los partidos políticos y en las
altas esferas empresariales existan
mujeres y hombres justos dispuestos a trabajar por obtener una mejor
representación ciudadana y por impulsar transformaciones auténticas del
horroroso modelo económico social donde estamos sumidos como país, igual que el
mundo entero. Pero tampoco me instalo en la ingenuidad de creer en las
declaraciones de quienes construyeron conscientemente este infierno para
beneficiarse de su imperio.
Si llegara a conformarse esa masa crítica de
independientes -cuestión muy difícil, dados los múltiples obstáculos y cerrojos
hábilmente esparcidos por el camino- todavía acecha el mortal cepo de los dos
tercios, evidente trampa esencialmente antidemocrática.
No se interprete de mi parte derrotismo alguno,
porque en realidad lo que proclamo es la necesidad de que los ciudadanos nos
organicemos día tras día para lo que viene, que será trascendental. Que al
menos no pueda decirse que no nos esforzamos al máximo para transformar esta
odiosa e indigna realidad. Así como millares y millares de chilenos enfrentaron
durante los diecisiete años de dictadura a los servicios de inteligencia y las
fuerzas de ocupación que desataron la “guerra interna” que significaron miles
de víctimas. Ese esfuerzo ciudadano heroico fue traicionado en su espíritu al
derivar en el modelo social y económico vigente. No debiéramos permitir que
esto ocurra de nuevo.
Para eso requerimos organizarnos, privilegiar
la unidad, reconocer las transformaciones sustantivas por sobre las
secundarias, ser tolerantes y amplios en la vida cotidiana, imponer la
democracia en todos los niveles posibles, fomentar la participación real,
escuchar a los otros, trabajar juntos, ser fraternos y solidarios en todo
momento.
No es tarea fácil cuando hemos vivido cincuenta
años en el infierno y nos hemos habituado a sus reglas: el individualismo extremo,
el deseo de dominio, el consumo desatado, la alienación cultural, el privilegio
del tener sobre el ser. Cuando han imperado el arte de la rapiña y la ley de la
selva, no es fácil cambiar de un día para el otro una sociedad que se ha basado
en ellos. Todos contenemos al menos parte de estas prácticas nefastas.
Si vamos a poner la solidaridad en el centro,
debemos ser solidarios de verdad en la práctica cotidiana. Si lo central es la
democracia en el país, nuestra conducta debe ser impecablemente democrática:
escuchar, dialogar, construir con todos de verdad. Acaso el servicio público
resulta esencial, eso es lo que deben hacer quienes ocupen cargos de
representación; servir a los ciudadanos, no servirse ellos de los poderes
emanados de sus investiduras.
Para transformar de verdad el país, debemos al
mismo tiempo cambiarnos nosotros, crear participativamente nuevas reglas y
respetarlas. De no ser así, el cambio será ilusorio, superficial,
intrascendente; no pasará de ser un mero maquillaje.
Construir una sociedad mejor -más libre y más
justa- requiere lo mejor de todos nosotros: tolerancia, respeto, solidaridad,
humildad, generosidad, perseverancia, conocimiento, esfuerzo. Por eso “apruebo
con ilusiones”, porque pienso que es mejor tenerlas que carecer de ellas.
Diego Muñoz Valenzuela
escritor
30 agosto, 2020
El tiempo del ogro
A todos
aquellos que nos extraviamos en la neblina densa y terrible
del
tiempo del ogro, en especial a Remigio y Héctor que permanecerán
en este
texto un tiempo más y ojalá –no pierdo la esperanza- para siempre
Se encontraron a unos escasos metros del fragor de la
avenida Irarrázaval a fines de aquel año tan intenso en tristezas y terrores.
De ese modo, constituía una inmensa alegría cruzarse con alguien conocido allí,
constatar que la vida seguía irradiándolo con su milagro. Remigio le dejó caer
sus ojos achinados y pícaros, destilando la felicidad de verlo y Héctor le
devolvió la mirada desesperanzada de un muerto en vida. Aquello puso en alerta
a Remigio: algo no andaba bien. Venían
caminando en sentido opuesto y por mero instinto aminoraron el paso
imperceptiblemente, como si quisieran despistar a un observador invisible.
A partir de ese momento, todo transcurrió en cámara lenta y
comenzó a grabarse de manera indeleble en la memoria de Remigio. Imágenes que
iban a acompañarlo durante su vida, a insertarse en sus sueños, regresar
súbitamente a su rutina en los momentos felices, como para resquebrajarlos.
Héctor dio un paso y le ofreció sus grandes y cansados ojos
de borrego triste. Estaba exhausto de sufrir: eso le dijeron aquellos ojos a
Remigio y no fue necesario que describiera los espantos a los que había sido
sometido. Aquella mirada tenía la elocuencia de un relato extenso y vigoroso.
Héctor denegó con el rostro varias veces mientras elaboraba un nuevo paso, levantando
una pierna que pesaba media tonelada.
Le cuesta caminar, pensó Remigio, como si transportara el
mundo completo sobre sus espaldas. Tan afligido, tan exhausto, tan vencido, eso
concluyó Remigio. Sin embargo, aún se da maña para advertirme. Para salvar mi
vida. Aquello meditó Remigio mientras daba su propio paso hacia Héctor, uno que
acortaba aquella enorme distancia entre ambos, aunque quedaban apenas unos
metros para que se cruzaran por última vez.
Héctor movía los labios y emitía mensajes inaudibles que
Remigio tuvo que descifrar o imaginar, combinando ambas habilidades. Aquellos
movimientos le revelaron el horror oculto detrás de los parabrisas
reflectantes, las ventanas cerradas a machote, los sótanos inaccesibles donde
reinaba la noche eterna.
Ambos dieron sendos pasos para acercarse, aunque la
distancia entre ellos se tornara imposible de transitar. Remigio recordó que
Héctor había cumplido dieciocho años unos días atrás; se llevaban apenas unos
meses. No era una edad para vivir esta clase de cosas –esa idea le vino a la
mente- pero ¿qué más podían hacer? Ellos no habían escogido el camino a seguir.
Y cada vez que la vida les ofreció una disyuntiva nueva en aquellos tres
acelerados años, escogieron en conciencia.
Sólo les quedaba seguir caminando. Eso lo sabían ambos. Lo
tenían perfectamente claro. No había alternativa. Y aspiraron el aire de
aquella mañana fresca para inflar sus pulmones con oxígeno y seguir viviendo la
clase de vida que les correspondió. De modo que avanzaron; ahora estaban apenas
a un par de metros. Podían verse muy bien.
Héctor no se había afeitado en varios días y las ojeras
delataban sus padecimientos. No obstante, le sonrió. Era una sonrisa amarga y
tierna, cargada de amor, pero sobre todo de coraje. A Remigio el corazón le
saltó dentro del pecho: una emoción sorda, ciega y violenta comenzó a nacer en
su interior. No podía ser que las cosas fueran así. Era inaceptable: era
preciso hacer algo.
Sin borrar aquella sonrisa de su rostro, Héctor volvió a
denegar mientras daba otro paso, uno que los dejó a escasos centímetros. A
Remigio le pareció que podía sentir la respiración acezante de su amigo;
entonces vinieron las palabras susurradas.
“Me siguen, me tienen, me usan como cebo. Salen a pasearme,
pero van de cacería. Vete del país en cuanto puedas. Mañana mismo”. Eso escuchó
Remigio, alelado, con la piel de gallina, mientras daba el paso final, aquel
que terminaba ese encuentro fortuito.
No osó darse vuelta para observar a su amigo alejarse
camino de la muerte. No fue capaz, porque una suma de miedos se apoderó de él:
que Héctor fuera a correr y lo mataran en ese mismo instante, que de la
camioneta de vidrios oscuros que avanzaba a vuelta de rueda se bajaran los
agentes para apresarlo, que a él le diera por ponerse a gritar que alguien los
salvara, a gritar sus nombres para que se supiera qué había pasado. Pero nada
podía cambiar la condena que pesaba sobre Héctor. Y lloró mientras caminaba
alejándose de su amigo. Sus lágrimas caían en gruesos chorros mientras se
aproximaba a la avenida, los ojos se le iban poniendo muy rojos y el sollozo le
convulsionaba el tórax. Por suerte los hombres del furgón de inteligencia no
percibieron su estado, ocupados como estaban de no perder de vista a Héctor.
Remigio caminó y caminó y caminó, hasta que salió del país,
huyendo de aquella muerte implacable, hasta que llegó a París y luego a Marsella,
donde se estableció y formó una familia. De allí vino de regreso a Chile un día
caluroso de febrero, cuando nos contó esta historia terrible una larga noche,
mientras esperábamos el auto que iba a llevarlo al aeropuerto de vuelta a Marsella.
Dijo que no reconocía al país que abandonó hacía tantos
años atrás. Le respondimos que nosotros tampoco, aunque viviéramos aquí,
mientras bebíamos un vino rojo y espeso. Fue como si el tiempo no hubiese
transcurrido jamás y fuéramos los mismos adolescentes plenos de sueños y largas
cabelleras desplegadas al viento.
Un día alguien contó que, tras vivir un tiempo solo en
París, Remigio se había suicidado, sin dejar explicaciones. Nos quedamos
helados. O más bien congelados por el dolor, súbito, intenso, desesperado. Sin
embargo, seguimos caminando. Dando pasos, adonde sea. No sé si huyendo o
avanzando. Quisiera creer que alejándome del sufrimiento o de la fatalidad o de
la muerte. También quisiera creer que acercándome a ellos: a Héctor y Remigio.
Pero no lo sé. Sólo seguimos, sigo, caminando.
18 agosto, 2020
EL TIEMPO DEL OGRO: la visión de Cristian Montes
Según
afirma el filósofo alemán Georg Gadamer,
un buen título condensa siempre un mensaje último y anticipa
“un significado concreto y una cierta comprensión” de lo narrado. Es lo que ocurre en el caso de la novela de
Diego Muñoz donde el texto completo explaya las posibilidades y ángulos del
significante ogro.
Cabe
recordar que un ogro es generalmente una entidad no humana y horrenda que está presente
en la mitología de muchos países. Una coincidencia que se observa en estas
representaciones es que los ogros son por naturaleza crueles y muchos de ellos trabajan para los dioses de la oscuridad.
Por
otro lado, suele nominarse como ogro al
ser humano que tiene problemas para socializar y que exhibe comportamientos
alejados de las costumbres y normas aceptadas por la comunidad.
I--En
El tiempo del ogro esta figura encarna
lo que Chile vivió en tiempos de la
dictadura militar chilena. El ogro es
por ello, y en una primera instancia una suerte de rencarnación del Mal
Es
importante señalar que el Mal puede, en determinados contextos especiales, aflorar
de manera descontrolada y bajo la forma de una violencia extrema. Una coincidencia importante entre los
filósofos actuales que se han enfocado en el estudio del mal (Sichère, Argullol,
Baudrillard, entre otros) es que su principal
fuente es la negación radical del otro. Dicha forma de anulación del sujeto
alcanza, según ellos, su máxima
expresión durante la segunda guerra mundial y tuvo su momento culminante
en la experiencia del nazismo, ejemplo
rotundo de la barbarie colectiva y la degradación sistemática del ser humano.
Lo
que se propone aquí es que en el caso de los cuentos de El tiempo del ogro el mal tiene que ver justamente con esta
idea de la negación del otro, “de que el
otro no existe, no piensa, no siente, y hacerle daño. Destruir dentro de uno
mismo, consciente o inconscientemente, toda atadura moral y ética, creer que
todo vale” (González 28).
II-
Un segundo tema transversal en El tiempo
del ogro, ligado y entretejido con el del mal, es sin duda el de la
violencia, dispositivo infernal que actúa como eje de significación
preponderante en la representación de mundo. Ello se traduce en que la
globalidad de los personajes atraídos se
ven involucrados, de alguna forma, en alguna de las modalidades de violencia que los textos registran. En este
sentido, se evidencia en el libro una condición estructural del fenómeno de la
violencia, esta es, que “El exceso no es un espectáculo para un público mudo
que contempla la escena desde una distancia segura. El movimiento de la
violencia tiene un alcance muy largo, abraza a todos lo que se encuentran
cerca. No tolera testigos neutrales, sólo conoce víctimas, cómplices o
enemigos” (Safoski 2004:31)
El
ejercicio y la imposición de la violencia permite apreciar como en El tiempo del ogro se activa el deseo de
eliminar al otro, al disidente, aquél
que el poder dictatorial considera una enfermedad que hay que extirpar. Y ello
deberá hacerse con fuerza desmedida.
Es interesante advertir que la raíz de la
palabra violencia (violentia) está emparentada con la raíz de la palabra violación
(violatio). El término latino viol proviene, a su vez de vis, de fuerza. La
semejanza idiomática es sugerente y permite suponer un uso original en que la
violencia es asimilada a la violación como acto de fuerza. Se viola por ejemplo
un secreto, un armisticio, un acuerdo (Estrella 147). En los cuentos de Diego
Muñoz lo violado en el actuar de la
violencia de Estado no es solo la
intimidad da cada uno de los personajes, sino la cotidianeidad del país
entero.
III-
Un tercer ámbito temático que articula los mundos representados en El tiempo del ogro es el tema del trauma. Debe recordarse que, en
nomenclatura psicoanalítica, el trauma se entiende como una instancia de
irrupción que no parece depender de ningún tipo de mediaciones. Dicha irrupción
violenta el inconsciente y se ofrece como algo que, a pesar de ser real no es
simbolizable. El trauma deja una huella que no logra ser procesada, ya que no
puede ser significado (el trauma) ni elaborado por la subjetividad individual o
colectiva. Por esta razón deviene
paradoja al inscribirse como un vacío que pide ser llenado, pero que nunca
logra alcanzar aquello que ha dejado huella por su ausencia. La constante
petición del consciente por la significación del trauma, da origen a la pulsión
que reclama siempre la necesidad de llenar dicho vacío simbólico (Caruth 59).
Llevar
a cabo el trabajo del duelo presupone, entonces, la capacidad de contar una
historia sobre el pasado. Es fundamental para ello tener la posibilidad de
armar un relato que haga posible la comunicación y la transmisión del recuerdo.
De esta forma la experiencia individual podrá incorporarse a la memoria
colectiva de una comunidad. En otras palabras, en el acto narrativo compartido
la experiencia individual del rememorar construirá comunidad justamente en el
acto de la comunicación.
En
los cuentos de El mundo del ogro se
observa justamente, a nivel de la autoría implícita de los textos, la necesidad
y el imperativo por llevar a la escritura lo ocurrido en los tiempos del horror,
donde se generó el trauma que vivió y vive todavía la sociedad chilena.
IV-
Otro tema relevante que se enlaza a los anteriores es el tema del miedo. En los
cuentos de El tiempo del ogro el
miedo está instalado en el centro mismo de la representación de mundo, en cada
uno de los personajes, en cada conciencia narrativa. Según el sociólogo Norbert
Lechner, en su artículo titulado “Nuestros miedos”, la dictadura generó distintos tipos de miedo,
los que trascendieron en el tiempo y se observan activos en tiempos de la
transición democrática. En el caso de El tiempo del ogro, la principal forma
de miedo que se observa es lo que Lechner define como el miedo al otro, quien
pasa a ser visto como un potencial
enemigo o agresor. Desde la perspectiva
de Lechner, el miedo generalizado al otro
no se limita al orden de una eventual violencia física, sino también a
una amenaza que gravita en la cotidianeidad de una sociedad altamente
competitiva. El miedo al otro y la falta
de confianza revela a su vez la fragilidad del tejido social y revela que la
modernización incrementa por un lado diversos tipos de transacciones, pero no
logra generar lazos sociales. La
mercantilización operando en todos los
planos de la sociedad moderna y
especialmente por los circuitos de la globalización no posibilita el
aquilatamiento de identidades colectivas.
Es
interesante apreciar cómo estas reflexiones de Lechner son absolutamente
pertinentes para los efectos de analizar los cuentos de El tiempo del ogro. En varios de los relatos se observa, por
ejemplo, la sospecha de que el otro puede traicionar y que cualquiera puede ser
un esbirro de la dictadura que se ha
inventado una determinada identidad. Se observa así un tejido social
herido, donde más que proyectos de vida
lo que se predomina es el sentimiento de culpa y el temor a haber traicionado a
alguien y no haber hecho lo suficiente
por los otros. Como afirma el amigo del narrador de uno de los cuentos: “Si
sobrevivimos es porque en algún momento cometimos una traición, por
insignificante que sea! (…) “La
sensación de haber traicionado algo, en algún momento, para seguir viviendo”
Algunas palabras sobre cada uno de
los cuentos:
Esperándolo: El terrorismo de estado y la
represión colándose por todos lados, por las calles, la plaza y los espacios de
intimidad, como las casas. Casa como lugar expropiado. Temor generalizado en
las familias, el miedo de perder al Otro. Los sueños elaboran justamente el miedo, sueño no como especio de
liberación ya sea del deseo, sino como episodio de extensión del horror, el
miedo.
El hombre frente a la máquina: motivo de la casa tomada (como en Cortázar) pero aquí la causa
es la represión dictatorial. Casa tomada, casa violada, casa violentada.
Perros: Puede leerse como cuento fantástico
o no. Relato sobre una subjetividad delirante, obsesiva, limítrofe. La dictadura enfermó a la gente.
Bajo el bosque: Dimensión poética del lenguaje,
prosa poética, para realizar una denuncia del desaparecimiento y crimen de un
amigo. Se denuncia la crueldad de la tortura y lo que ello genera. La puesta en
valor del sentimiento de amor profundo por el Otro. Sentimiento que conecta con lo positivo y lo
puro del ser. El relato trata de
entregarle al amigo desaparecido todo lo que la muerte y el crimen le negó.
Auschwitz: Cuento fantástico. Repercusión del pasado en el presente. La circularidad de la historia y el genocidio.
La posibilidad de exterminar a los seres humanos, por pensar distinto, no solo
en la imaginación literaria, sino también en el orden de la representación.
La hora del recogimiento: Otro cuento fantástico. Un hombre
atrapado por una experiencia delirante.
El vínculo: Cuento que relata las formas en que
los resistentes al sistema debían juntarse clandestinamente para resistir en
tiempos de dictadura. Estrategias, tácticas. Se da cuenta de la tensión que
todo ello implicaba en la cotidianeidad. Se reflexiona a la vez respecto a cómo
en medio del horror podían generarse
situaciones llenas de humanidad, humor y vitalidad.
El visitante: El amor en tiempos de represión:
“Cuando se sabe con plena certeza que uno no está solo, cuando se descubre de
pronto tanto amor oculto debajo de los rostros”. El amor por el otro es amor
también por un proyecto de sociedad integrativo, donde la amistad, el respeto
eran las vías por donde se expresaba el deseo genuino de comunidad espiritual.
Peatón en la esquina: La persecución constante y la
vigilancia que existía en esos días. Cualquiera podía ser un vigilante. Se
observan tipos que matan, se disfrazan,
mutan, están en todos lados; la ubicuidad del mal. Persecutores “ávidos de sangre”.
Vigilancia que penetra en los espacios íntimos, incluso en los sueños de los
personajes. Lo vivido en dictadura fue un infierno. Pregunta relevante: ¿Cómo
sobrevivir? Lo que quedará inscrita en
el texto será la figura del sobreviviente. Cuento donde se observa nítidamente
la oposición que existía entre la generosidad de quienes luchaban por la
libertad y el odio y la crueldad de los represores.
Nunca dejarás: Nuevamente aparece la experiencia
de soñar. Sueño como espacio de revelación. Después de sobrevivir a la muerte se puede
comenzar a sobrevivir de otras maneras.
Lugares secretos: Toque de queda: momento de la
aparición de monstruos: “ese monstruo es verdadero, que vigila desde las
sombras con sus ojos crueles y sus garras de miedo…”. La palabra pesadilla se
repite en más de un cuento. Así como la infancia se experimenta como lugar de
cobijo, como la etapa del amor familiar, del amor, del deseo sexual, de la expectativas,
el presente de la dictadura se vivencia
como lo absolutamente opuesto, esto es, como la anulación de todo la preciado
de la infancia, un presente signado por la desesperanza en el futuro y por la
sensación de estar ante “las cenizas de una posibilidad definitivamente
destruida”
Estás cayendo: Se recupera la etapa de la infancia
y la conciencia social que podía tener un niño ante las injusticias. El
presente de la dictadura es también el tiempo de la resistencia, de la protesta, de “los que habíamos escogido el campo de
batalla de las ideas libertarias” de
quienes lucha por la libertad. La efervescencia de la Resistencia: “la
interminable lista de hitos de la lucha en contra del horror”.
Foto de portada: También hay humor en alguno de los
cuentos como en el caso de Foto de portada. Hay también acceso al goce, al sexo, pero, por supuesto, todo en el marco de la experiencia de la
dictadura.
Luz y sombra: cuento que se focaliza en el día del plebiscito. Cuento con carácter
testimonial “la gente volcó a las calles y yo fui uno más de esa multitud”. De
eso es lo que quiero hablar”.
Después de treinta años: Oposición entre el pasado /y el
presente desde el cual se narra. Por un lado están los que fueron jóvenes en
los años 70, en tiempos de candidez
política donde sí era posible encontrar “corazones llenos de fuego y de poesía”.
En el presente, en cambio, lo que se busca es la mera complacencia, el ascenso
social, metas inalcanzables. Expresión
de lo que Erich Fromm definía como el Homo Consumans.
El hombre indistinguible: El castigo social de quienes
formaron parte pasiva de la represión aunque no hayan sido criminales pero son cómplices
silenciosos. Cada uno con su propio castigo social.
Yesterday: Cuento de amor. El otro siempre como
un misterio, una plenitud inalcanzable, amor
en medio de la lucha clandestina, Las
relaciones amorosas están cruzadas por lo que sucede en dictadura. Es una
relación donde está el pulso de la ciudad. Es la época de enamoramiento; en
tiempos de dictadura todo se vuelve confuso; la felicidad solo como instantes
efímeros. El escepticismo como la
posición más verdadera.
Ojos un poco perdidos: Se ve el estado de ánimo que quedó
en el presente de la generación postdictadura: “saudades, arrepentimientos,
frustraciones, soledad, vacío, urgencia, tristeza, nostalgia, rebeldía vana,
carencias subterráneas, miedo”. Se visualiza un presente sin esperanzas de
futuro: “Se ama en medio de una humanidad demasiado cargada de odios; caminando
sin esperanzas, no porque no las tengan, sino porque no las hay”
El tiempo del ogro: Cuento que da el título al libro y
que condensa todas las líneas narrativas presentes en los diversos cuentos. Se
reflexiona sobre las maracas que dejó la tortura en muchos de los compañeros de
lucha- Muchos jamás pudieron recuperarse de la experiencia vivida, otros se
suicidaron. Se plantea el dolor que significó para algunos sentir que no había luchado con más fuerza para salvar a
un amigo. Se experimenta una sensación de derrota generalizada y en un tiempo
presente donde el pasado tiene a diluirse en pos de un hedonismo fácil y
despolitizado.
Conclusiones:
El
tiempo del ogro es un libro donde pasado y presente se articulan de manera que
se hace muy difícil imaginar una idea de futuro. A nivel del discurso de las ideas del libro
el futuro no asoma como una posibilidad cierta, como si no existiese un rostro
que pudiese capturarlo a través de la
imaginación narrativa. Se advierte en este sentido como una especie de clausura
simbólica y la inscripción en la textualidad
de un profundo sentimiento de decepción no solo respecto a lo sucedido en el
pasado, sino también en lo relativo al presente desde el cual se narra, un
tiempo donde han desaparecido las utopías, los ideales y donde lo único que se
advierte es un pragmatismo a ultranza, el cálculo y, tal como afirma el
narrador de uno de los cuentos, el “predominio de la lógica de los intereses,
aquella que ha impulsado la historia humana pisoteando los ideales, reiterando
el ciclo de desesperanza y decepción”. Lo
que se perfila de esta manera es una forma de sobrevivencia que oscurece
cualquier proyecto vital. Es elocuente que en varios de los cuentos sea
gravitante la compleja figura del sobreviviente, la que porta en su significado la sensación de miedo al
futuro y, especialmente, la pulverización de los sueños colectivos. Es
pertinente aquí la reflexión de Ana Longoni, que afirma que “el sobreviviente
aparece como portavoz de un reconocimiento que todavía hoy no puede ser
escuchado por muchos: el proyecto revolucionario sufrió una derrota en esas
miles de vidas y en el terror que con la represión de Estado se impuso en la
sociedad” (Longoni 297).
Sin
embargo, en El tiempo del ogro, puede
advertirse, en el discurso de ideas de los diversos cuentos, que a pesar de
todo, todavía sigue siendo posible recuperar algo de lo perdido en el pasado.
Según el narrador de el cuento que da título al libro, ello es pensable: “porque
todavía allí adentro moran los espectros de los sueños, en un lugar inalcanzable
para los pragmatismos. Ahí en lo más profundo de nosotros mismos hay un sitio
donde residen los mayores anhelos que tuvimos alguna vez”. Esta dicotomía, de sesgo benjaminiano, neutraliza de alguna manera el tono
desesperanzado del libro, y posibilita, oblicuamente, por cierto, percibir una
cierta esperanza en el futuro.
El tiempo del ogro de Diego Muñoz es un libro donde los
temas de la memoria, el trauma social, el pasado y el duelo colectivo se articulan en una visión de mundo donde es develado,
desde diversos ángulos, el complejo
ideologema de la dictadura. Puede
afirmarse –sin temor a exagerar- que no
se ha escrito en Chile otro libro que haya logrado esto antes y que lo haya
hecho con la misma contundencia que se observa en este último libro de Diego
Muñoz Valenzuela.
Cristian
Montes
14 agosto, 2020
Taller de Inicio al Cuento, 1 septiembre 2020
Tengo previsto iniciar un nuevo taller de inicio al cuento el próximo martes 1 de septiembre, a las 19 horas. Si te interesa, favor escribir a mi correo dmunoz@surlatina.cl para consultar privadamente. También les pido difundir entre posibles interesados, un cordial saludo
Diego Muñoz Valenzuela
13 agosto, 2020
11 agosto, 2020
10 agosto, 2020
Cuento corto: mi relación con el microcuento
Cuento corto: mi relación con el microcuento
La idea de estas líneas es referirme a mi relación personal con el microcuento. Se trata de ese terreno fangoso, impreciso, etéreo, al que aludimos mediante denominaciones como microcuento, minificción, microficción, ficción súbita. Sea lo que sea, este género procura escapar a las definiciones académicas. La fascinación que ejerció sobre mí esta clase de miniatura literaria -desde el primer contacto- fue decisiva, ponzoñosa, casi letal. Hasta la fecha me siento felizmente contaminado por el virus de la minificción; es como un espíritu travieso soplándome al oído que no me extienda demasiado, que juegue con el lenguaje y sugiera el máximo con el mínimo de palabras.
Evidentemente un fantasma como éste resulta indeseable a la hora de la
escritura de una novela, cuyo tamaño puede superar las sesenta mil palabras, o
sea, más de un millar de veces el tamaño de un micro-relato. La rigurosidad y
la creatividad requeridas para dar a luz un buen microcuento alcanzan, en mi
opinión, niveles de exigencia bastante altos.
Quiero decir, microcuenteros hay miles, pero microcuentistas muy pocos.
Múltiples trampas acechan al escritor de minificciones: no se trata de escribir
un cuento pequeñito y ya está. Tampoco basta con armar una historia económica,
contada a la ligera. Existe una compleja unidad entre lenguaje, historia,
personajes, narrador, lector; una estructura que debe ser coherente, integral,
armónica.
Por ejemplo, resulta muy tentador creer que un chiste puede convertirse
en microcuento. El facilismo es la primera emboscada que debe evitarse a todo
dar. No pretendo excluir el humor; es más: para mí su presencia viene a formar
parte de mis expectativas esenciales frente a cualquier creación literaria. Lo
que quiero destacar es que el propósito de un microcuento es ante todo
estético; luego puede ser satírico, trágico, humorístico, filosófico, lo que
venga en gana. Los chistes entendidos como textos cuyo único objetivo es
humorístico, pertenecen a otra estirpe, que separo de la literatura. El chiste
se agota después de la primera lectura, pero la minificción no, porque juega
con la polisemia; el lector enriquece el texto con cada nueva lectura. Y se
enriquece él mismo, aunque sobre decirlo.
A un narrador le hace bien escribir minificciones, porque permite
mantener viva la importancia de cada palabra, que es una de las claves del oficio de escritor. Después de
escribir novela, es llamativo despreciar a estas pequeñas obras, observarlas
desde las alturas. “Recuerda que eres mortal”, le decía cada cincuenta metros
al general victorioso el esclavo que sostenía sobre su cabeza la corona,
mientras entraba a Roma en su carro arrastrado por caballos blancos, aclamado
por el pueblo. Memento mori, es lo
que nos sopla sabiamente al oído una buena minificción. En resumen, el microcuento
viene a ser el extracto, la esencia de lo no-dicho; y su destinatario principal
es el lector activo, o el lector cómplice, parafraseando a Cortázar.
En el apogeo de la dictadura chilena, a mediados de los 70, cuando el
sátrapa Pinochet gobernaba a su amaño y bastaba un mero ademán suyo para que
una jauría de sicarios se dejara caer sobre la víctima señalada, los
incipientes escritores rebeldes de mi generación nos quebrábamos la cabeza buscando
modos de alinear nuestros textos con la lucha libertaria. Como todos nuestros
predecesores, finalmente entendimos que bastaba con escribir; había que
arrollar cualquier intencionalidad y abrir espacio a la creación. Lo demás
vendría solo, sin fórceps, sin fórmulas, sin obligaciones estentóreas. Cuando
lograba apoderarme de un asiento, comencé a escribir en los viajes de ida y
vuelta a la universidad; o sea en las “micros”, la abreviatura con que
designamos los chilenos a los microbuses de transporte urbano. Garabateados
entre saltos debidos a los baches del pavimento, frenazos horribles que derribaban
a la mitad de los pasajeros, empujado y medio asfixiado por la masa a presión,
si es que no agredido por los gustos musicales del conductor, escribí mis
primeros cuentos brevísimos. Cuando acumulé varios, intuí que estaba ante una
clase especial de textos que bauticé microcuentos, o sea, cuentos escritos en
una micro. Como soy lento de pensamiento, no advertí de inmediato el doble
juego de esta denominación, que alude a la pequeñez, al mundo de lo
microscópico.
El descubrimiento de la brevedad tuvo bastante más relevancia, porque me
llevó a publicar mis primeros textos: cuatro o cinco microcuentos, en una
revista literaria semiclandestina de la Facultad. Después vinieron otros.
Empezaron a poblar los diarios murales, conviviendo con listas de notas y
anuncios académicos. Algunos lectores activos los leían con esperanza: a buen
entendedor pocas palabras. La brevedad permitía múltiples interpretaciones; la
ambigüedad, la sugerencia y la imaginación hacían su trabajo. Y, lo mejor de
todo, nadie podía acusarme de
subversión. Poco tiempo después adquirí el privilegio de leer microcuentos en
las primeras peñas y expresiones artísticas de la disidencia. Leí junto con los poetas, a quienes se les
otorgaba el privilegio de un espacio menor hecho en medio de una larga
secuencia de músicos y cantantes. Los estudiantes se asustaron cuando se
anunció la intervención de un cuentista, pero antes de que alcanzaran a abrocharse
las zapatillas para escapar a toda velocidad, les espeté un cuentecillo.
Entonces se aliviaron, exhalaron un suspiro y decidieron quedarse para escuchar
otro.
La brevedad y la emergencia se llevaban bien. Después, años después, ya
en democracia, me dio por elucubrar que la vida acelerada del presente tendría
que llevarse naturalmente bien con el cuento, y más todavía con el microcuento.
Con el escaso tiempo disponible que dejan el trabajo y los traslados de un
lugar a otro, la menor extensión se convierte en una característica ideal. Pero
los editores insisten en mirar con indiferencia, si es que no con franca
repugnancia, los volúmenes de cuentos que los narradores les ofrecemos. Suelen
preguntar acaso estamos escribiendo una novela mientras nos devuelven el
original, como si estuviera infectado de peste negra. “La gente quiere leer
novelas”, afirman. Y ahí estamos...
Siempre he tenido una tendencia fuerte a incursionar en los bordes:
literatura fantástica, cuentos de horror, ciencia ficción, microcuento. De
alguna manera esto en Chile –hasta hace poco más de una década- ha implicado
una trasgresión seria. Por ejemplo, la ciencia ficción recién viene a salir del
tocador, después de casi cuarenta años de total silencio. Los escritores
chilenos que la han cultivado en los últimos años con obra publicada apenas
pueden contarse con los dedos de las manos. ¿Será una manifestación de rebeldía
trasladada al terreno de la literatura? A medio camino entre géneros o quizás
qué clase de categorías, con un juego que se desarrolla propiamente en el
territorio de lo experimental, el microcuento tiene aires de vanguardia a pesar
de su modesta estatura.
En algún momento más intenso de locura se me enquistó en la cabeza–y no
sé de dónde demonios surgió- una especie de utopía estúpida. Pienso que si todo
el mundo leyera buena literatura, las cosas andarían mucho mejor. Quiero decir
que te subes a un carro del metro y ves que la señora del lado ya va
concluyendo el Quijote; que no puedo atisbarle los calzones a la muchacha con
minifalda del frente, pues me lo impide el despliegue de “El llano en llamas”;
que un señor de pie me pega en la cabeza con la portada de las “Crónicas
Marcianas”, y así, todos leyendo algo mientras van al trabajo o regresan a su
casa. Me cuesta imaginar que un lector ilustrado vaya a salir diciendo
babosadas en frase corta, al más puro estilo Bush, incitando al exterminio del
mal por obra de los mercenarios del bien. En fin, idioteces que se me ocurren.
Un último asunto. Hay una perfecta correlación entre la red global de
internet y el microcuento. Podemos apreciar el texto completo en una pantalla y
leerlo antes de que el desprevenido lector se alerte. Quizás nuestro navegante
cibernético haga un descubrimiento y por esa ventana ingrese al mundo de la literatura. El
atractivo, la potencia del microcuento le permiten moverse en la frontera entre
la poesía y la narrativa. De la poesía toma la densidad del significado, la
preocupación por cada palabra, el equilibrio y la armonía de la estructura. De
la narrativa toma el ritmo, la intensidad, la acción, la sorpresa. A este
pequeñito que cabe en un dedal hay que tratarlo con respeto, pues quizás sea un
género con formidable futuro. El Pulgarcito de la literatura se las gasta.
Hace unos buenos veinte años, una colega escritora me refirió haber visto
en Estados Unidos una tesis de doctorado donde se analizaban tres microcuentos,
que sumados no alcanzaban a una página. La memoria tenía más de doscientas
páginas y apuntaba a demostrar que estos Pulgarcitos eran cuentos hechos y
derechos. Sin comentarios, un fenómeno interesante, una página que se
multiplica por doscientos; ojalá con el alimento, con la amistad y con la
justicia pudiera hacerse el mismo milagro.
31 julio, 2020
26 julio, 2020
25 julio, 2020
FOTO DE PORTADA: la visión de Ezio Mosciatti
Diego Muñoz y Foto de portada: Momentos que uno atesora para seguir
adelante
Ezio Mosciatti, www.biobio.cl, domingo 19 de Julio 2002
El libro “Foto de portada y otros cuentos”, de Diego Muñoz Valenzuela, reúne diez relatos que apelan a la memoria, invocando heroismos de juventud, sueños, amores, esperanzas y frustraciones, con una pátina de melancolía. Algunos de ellos son notables, como “Foto de portada”, “Yesterday” o “Adagio para un reencuentro”.
“Hablaremos del
presente y será una forma de ser felices.” (pp 159, Después de 30 años)
Los libros de cuentos
tienen grandes desafíos para sus autores, en especial equilibrar la diversidad
y particularidad de los relatos con el sentido de unidad, en la totalidad como
en el paso de uno a otro. Un equilibro difícil, en especial cuando los relatos
apelan a memorias, pasiones, afectos y frustraciones que tienen distintos ecos
en cada lector o lectora. “Foto de portada y otros cuentos” casi lo logra.
“… Cuando el estado
llano insurrecto tomó control de la avenida por unos minutos gloriosos, de esos
momentos que uno atesora en el corazón por el resto de la vida como si fuesen
un brillante escaso o un rubí deslumbrante. Te deprimes, abres el cofre y miras
la joya, y mágicamente regresan las ganas de seguir adelante por este valle de
lágrimas.” (pp 28, Foto de portada)
“Foto de portada y
otros cuentos” de Diego Muñoz Valenzuela presenta una serie de relatos
que remiten, esencialmente, a la memoria afectiva. A la infancia, a los
compañeros de colegio y universidad, la dictadura, al padre ausente, a amores
furtivos, amores recurrentes, amores esquivos.
“Sabes qué, esto es
la felicidad, un instante fugaz, no la permanencia, no la eternidad”. (pp 102,
Yesterday)
Con esa particular
emotividad de los relatos que parecen haberse vivido, que parecen recuerdos más
que ficción, Diego Muñoz Valenzuela (Constitución, 1956) lleva al lector a
lugares de pasión y de melancolía, de rabia y de resignación, de sueños y de
esperanza.
“Esa sensación de
pérdida irremediable que es al mismo tiempo la otra cara de la felicidad; esa
turbia rebelión que se agita en lo más hondo de nosotros.” (pp 129, Adagio
para un reencuentro)
Diego Muñoz Valenzuela cautiva con algunos relatos notables, como “Foto
de portada”, “Yesterday” o “Adagio para un reencuentro”, con un libro que, en
una versión revisada, mantiene vigencia con una mirada masculina, en tiempos
donde la masculinidad es, al menos, vista con desconfianza.
“Ya estoy en ese puto estado al que me arrastra el alcohol, a medio camino entre calentura y la inconciencia, con esa creciente sed atávica que nace en el hipotálamo y se anida en la garganta. Llámalo como prefieras: instinto de conservación, soledad cien por ciento, química pura, impulso freudiano, época de celo, machista deseo de dominio.” (pp 69, Ojos un poco perdidos)
Más que
recomendable, un libro necesario para repensar la vida y poner en valor
la memoria, los recuerdos.
“Difícil será,
concuerdo, pero no significa que seamos incapaces de hacerlo, porque todavía
allí adentro, en lo profundo, moran los espectros de los sueños, en un lugar
inalcanzable para pragmatismos y teorías.” (pp 142) Después de 30 años