El escritor Q demandó al cuentista Ñ por ganar un suculento premio mediante el apoyo de sus amigos el poeta K y el crítico Z.
Ñ reaccionó acusando a Q de envidioso y oportunista, y recordó que el año anterior Q había obtenido el mismo premio a manos del crítico M y el novelista G, quienes le debían señalados favores. Por cierto Ñ puso otra demanda en contra de Q.
Ante la evidente falta de ética de los involucrados, el prestigioso dramaturgo A propuso que todos ellos debían ser eliminados inmediatamente de los registros de jurados y premiados elegibles, de acuerdo a una doctrina vigente dictada por la Corte Mayor. Tal solicitud se acogió con carácter de urgente.
En tanto las demandas siguieron su atrabiliario curso de acuerdo a los códigos viajando entre tribunales, cada vez más obesas e ineluctables.
Al año siguiente, A obtuvo el premio de manos de los únicos jurados habilitados que sobrevivieron a una década de rencillas: su discípulo H y su primo hermano J.
Las demandas de Q y Ñ no se hicieron esperar. Sin embargo, después de breve litigio, Q, Ñ y A, con el apoyo de M, G, K, Z, H y J, y el consenso de las restantes letras del alfabeto, acordaron anular todas las exclusiones y partir de nuevo desde cero. De lo contrario, no habría habido ni jurados ni candidatos al premio, y los certámenes tendrían que haberse eliminado.
Dieron así muestra de juicio y lección de ética. Establecieron un sistema diseñado para ser justo y se prepararon para la nueva era.
08 octubre, 2006
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