03 noviembre, 2007

Literatura y desarrollo; ponencia para Primer Foro por el Fomento del Libro


Ponencia presentada en I Foro por el Fomento del Libro: San Felipe Ciudad que Lee, Octubre 2007

Literatura y desarrollo


Me cuenta un querido amigo, gran lector que aprecia la literatura chilena (y que sabe que este tiene sus raíces muy atrás en el tiempo, es decir, que no es una novedad, como algunos creen o quieren hacernos creer) que supo acerca de la existencia de un libro titulado “Nosotros somos del tamaño de nuestros sueños”. La idea es inquietante, por cierto, e iniciamos la búsqueda con grandes expectativas que espero sinceramente no sean frustradas por un texto chabacano tipo auto ayuda. Sin embargo ya el mero título gatilló en mí una tormenta de conexiones que me ayudó a ver viejos asuntos de una manera distinta, aunque el diagnóstico sea el mismo.

No me caben dudas acerca de la veracidad de esta afirmación, en toda la dimensión maravillosa y terrible de su significado. Sostengo, más sobre la base de la experiencia que desde la teoría, que literatura y lenguaje están íntima y sólidamente relacionados. El mayor conocimiento de la literatura, la lectura literaria entendida como actividad permanente desde la edad más temprana (incluso antes de que los niños aprendan a leer), lleva al desarrollo del lenguaje. Y el lenguaje constituye la base del pensamiento humano; se dice que hemos llegado a ser, para bien o para mal, la especie dominante del planeta gracias a nuestra capacidad de comunicarnos, es decir, gracias al lenguaje. No es que seamos eximios maestros en el arte de la comunicación, la historia está sembrada de contraejemplos, pero es gracias al lenguaje que estamos donde estamos.

¿Y sin casi nadie lee, como señalan tanto las encuestas como los resultados del fracasado esquema de educación municipalizada, qué pasará con la calidad de nuestro ya degradado lenguaje? Es vergonzoso contemplar, con impotencia y rabia contenida, la pobre manera de expresarse de muchos periodistas y hombres públicos, no poco connotados dirigentes políticos, empresarios y representantes de la ciudadanía: devorados por las muletillas y la miseria lingüística. Si el lenguaje es magro, las ideas también lo son.

Se ha dicho en algunos estudios que el promedio de palabras que usa un chileno es de 600. Esto no sólo indica un empobrecimiento en la capacidad media de expresión, sino que se correlaciona con una falta de comprensión del mundo que nos rodea, incluso con la imposibilidad de hacer ciertas distinciones, de darse cuenta de la existencia de algunos fenómenos o situaciones en curso que pueden estar afectándolos en forma tan seria como negativa. Esta es la verdadera gravedad del asunto.

Entre cognición y lenguaje existe una relación directa: nombramos a las cosas que nos interesan, aquellas con las cuales trabajamos en forma más directa, ya sean concretas o abstractas. Si no tenemos un nombre para algo, es porque no nos interesa, porque no nos sirve para nada, sin que esto conlleve un sesgo peyorativo, porque el criterio de servicio puede enfocarse en un amplio rango: desde lo más pragmático y material, hasta las abstracciones más puras.

¿Así que clase de sueños podemos tener? ¿Sueños de riqueza, gloria, poder, como aquellas efigies de los comerciales de la televisión? ¿Hombres y mujeres jóvenes, bellos, disfrutando de la vida en un yate que navega en aguas tropicales? ¿Un vaquero que galopa por la inmensa estepa con un cigarrillo en los labios, sin saber que corre hacia la muerte? Hablamos de sueños individuales, pero ¿qué pasa con los sueños colectivos, los sueños de país? ¿Qué pasa con los sueños de justicia y desarrollo? ¿Cómo podemos soñar si no leemos los sueños más enormes de la humanidad que la historia recoge en forma de literatura?

Me resulta difícil creer que un niño que no lea (y que entienda lo que lee, y lo disfrute) puede ser protagonista de los sueños. ¿Podrá ser un emprendedor si no domina el arte de soñar que los libros de ficción infunden? ¿Podrá entender y amar a los demás si no conoce nuestra historia, siquiera nuestra historia más reciente? ¿Podrá comprender la importancia capital de valores como la libertad, la solidaridad y la justicia sin buscarlos denodadamente en las mejores páginas de la literatura mundial? ¿O tendrá que conformarse con las misérrimas y antojadizas versiones con que suelen ametrallarnos desde los medios de comunicación?

¿Qué les preocupa hoy a los escritores?

A priori esta es una pregunta imposible de responder de forma única en la actualidad. Hay múltiples y muchas veces extrañas respuestas que son expresión de una crisis. Las preocupaciones más llamativas van desde la crisis del medio oriente hasta el uso malévolo de dineros institucionales, del discernimiento de los fondos estatales de la cultura (normalmente reclamando porque se aprobó el proyecto de algún ente indigno en vez del propio) hasta la discusión de los fallos en concursos literarios. La verdad es que ninguna de estas temáticas parece atractiva, ni menos aún constructiva. Buena razón para proponer otros asuntos más relevantes.

La política subsidiaria del estado en materia de cultura se basa en un concepto que hace crisis día tras día: los concursos de proyectos. Amén de las “fiestas culturales”, florilegio de zancos, colombinas y batucadas, poco más puede evidenciarse después de algunos años de existencia de un Ministerio del ramo.

Los concursos de proyectos no dejan construir una política cultural sólida y continua, puesto que los criterios de los jurados del Fondo del Libro son cambiantes (en un espectro impresionantemente amplio), heterogéneos (casi esquizofrénicos al comparar año por año los criterios aplicados). En este escenario, el quehacer de instituciones culturales como Letras de Chile –cuyo quehacer y aporte en diversos ámbitos está absolutamente acreditado- está abandonado al arbitrio de esta variabilidad oscilante y contradictoria de juicios. Poco puede esperarse en la empresa privada y menos todavía de los escuálidos bolsillos de aquellos escritores que a pesar de todo sostenemos un quehacer independiente.

Carecemos en consecuencia de una política de claras prioridades y objetivos, que permita dar continuidad a ciertos esfuerzos e iniciar iniciativas que urgen… ¿Cómo cuáles dirá usted? Veamos algunas:

· Financiar en forma masiva y decidida la visita regular de escritores a escuelas básicas y liceos para fomentar la lectura directamente (en nuestra experiencia el contacto de los alumnos con escritores es altamente efectiva para despertar el interés por la literatura, lo cual coincide con experiencia comparada en Argentina, Brasil y México)
· Financiar en forma permanente medios electrónicos de difusión literaria que tienen una audiencia numerosa y que buscan innovar continuamente (por ejemplo, http://www.letrasdechile.cl/ tiene más de 6.000 visitas diarias)
· Promover la traducción y publicación de obras de autores chilenos en el extranjero a través de un mecanismo a crear. ¿No sería esta una exportación no tradicional de alto valor agregado?
· Buscar un mecanismo para estimular la instalación de nuevas librerías (es preocupante que no lleguemos a sumar 100 puntos de venta de libros en todo Chile; hay comunas y ciudades sin librerías ¡qué vergüenza!). Por ejemplo podrían comprarse libros a través de las pequeñas librerías, he ahí un mecanismo de subsidio.
· Otro nudo o cuello de botella: la distribución nacional de libros, sobre todos aquellos autoeditados o publicados por las editoriales nacionales que deben competir contra los gigantes transnacionales en condiciones bastante adversas). ¿No podría intervenir el estado en esta material para regular tanto el acceso a la cultura como la competitividad del mercado?
· La empresa Correos de Chile podría aplicar una tarifa que fomente el envío de libros e impresos (que hoy resulta más caro que cualquier carta o encomienda, o sea se castiga el envío de un libro como difusión o regalo, o incluso originales para un concurso)

La política de concursos del Consejo del Libro permite por ejemplo que se adjudiquen recursos instituciones estatales para proyectos de infraestructura que debieran financiarse con presupuestos locales. El máximo ejemplo es el concurso de adquisiciones de libros ¿Por qué de una vez por todas no se incrementa el poder de compra de la DIBAM y se centraliza allí esta función?

Se podrá alegar que los recursos son menguados, pero es preciso recordar que la Ley del Libro se hizo sobre la idea de que el IVA de los libros (ya que no se podía eliminar por un impedimento relacionado con las paradigmas económicos vigentes), se reinvirtiera completamente en el sector.

Ciertamente no es el monto del presupuesto lo que solucionará esta problemática sino que las nuevas e inteligentes y estructuradas políticas (orientadas por una visión nuclear) que se definan y el criterio con que se apliquen. Pienso que los mecanismos de operación del Consejo del Libro debieran repensarse, desde su propia integración (lo mismo debiera hacerse con el Premio Nacional de Literatura) y mecanismos de selección de jurados y evaluadores. Pero todo esto requiere, primero, la definición de una política cultural que oriente los esfuerzos, defina prioridades, dé estabilidad al quehacer literario en toda su cadena y se centre en las tareas prioritarias más allá de la mera resolución de concursos de asignación de fondos.


Diego Muñoz Valenzuela

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