12 octubre, 2010

Superobesos 1

El hombre murciélago se calzó con notoria dificultad el ceñido traje de superhéroe. Tras una esforzada sucesión de forcejeos y contorsiones, logró introducirse en la malla.
Rollin estaba dedicado a contemplarlo con evidente regocijo. Cada cierto tramo soltaba una risita que procuraba ahogar presionando con las palmas su abultada barriga.
-¿De qué te ríes, cabrón? –espetó Guatman con evidente cólera.
El mofletudo Rollin quedó mirando atónito a su líder, con una mezcla de adoración y temor.
-Te queda chico el traje, Guatman, vas a tener que cambiar de talla.
-¿Y eso qué tiene de gracioso, pendejo? –preguntó enfurruñado el hombre de los cachitos- ¡Además, mira cómo te cuelgan las charchas!
Rollin quedó atribulado, como si se hubiera sumido en una profunda reflexión, lo cual era imposible.
-Mejor vamos a comer unos hot-dogs para consolarnos.
-Te admiro, Guatman –dijo el del antifaz, arrastrado por el arrobamiento-. ¿Y podremos agregar doble de patatas fritas y gaseosa extra large?
-Eso es. Vamos. ¡Qué difícil es nuestro trabajo de superhéroes, Rollin!
Partieron en el Batimóvil a la zona rosa. Pidieron unas cervezas y fueron emborrachándose poco a poco, hasta que sus cabezas se derrumbaron sobre la mesa, con las bocas abiertas, grotescamente despatarrados.
Allí despertaron de madrugada, solos, desnudos y desorientados. Habían desaparecido relojes, billetera, coche. Nada más les quedaban los antifaces y las orejitas de murciélago. Escaparon de allí corriendo a pie pelado, sacudiendo sus carnosidades, perseguidos por una jauría de niños interesados en sus últimas pertenencias y uno que otro quiltro vagabundo que olisqueó el perfume a salchichas.

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