28 enero, 2011

El triunfo de la perseverancia

El hombre lobo acudía sin falta cada día al casting de cuanta productora de películas de terror existía en la ciudad del cine. Ansiaba con locura una oportunidad, con toda la fuerza que le demandaba aquello que anidaba en su interior –no precisamente un alma- y lo impulsaba a la vida. La decepción cotidiana lo hacía aullar a la salida de las oficinas y era un espectáculo realmente lastimoso.
No obstante, como bien sabemos, la perseverancia siempre triunfa, y el licántropo fue contratado por una nueva empresa que pretendía conquistar la gloria con un presupuesto bastante magro. Obviando la escualidez de los emolumentos, el loup garou aceptó la oferta.

Recién cuando leyó el libreto se enteró de que su rol protagónico era el de Conde Drácula. Tras un ataque de aullidos se calmó. Hubo de afeitar cada vello de su cuerpo, una tarea ardua. Apegar sus orejas a la cabeza mediante cinta adhesiva invisible y recortar y limar escrupulosamente las uñas de sus garras. Ocultar sus patas traseras en unas botas de caña alta y enrollar la cola dentro de los pantalones. Los colmillos y los ojos encendidos eran perfectos.

La película fue un éxito de taquilla y el hombre lobo alcanzó el éxito codiciado. Por cierto, vinieron las secuelas, cada cual más triunfante que la anterior. Su carrera coronada de logros lo consagró entre los más grandes: Bela Lugosi y Cristopher Lee, él completaba la trilogía.

Murió rico y admirado. Jamás pudo interpretar el rol de licántropo, a excepción de uno que otro aullido entre ensayos y filmaciones. Aquella oportunidad no llegó para él. Pero eso nadie lo sabe.

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