16 marzo, 2012

El torturador de muñecas

Con tremendo envión, le removió un brazo; lo contempló, satisfecho. Ella no se defendió, ni siquiera gimió. Lanzó una especie de risita gutural. Después, sin demostrar vacilación, con el pulgar le hundió uno de los redondos ojos azules repletos de aquella candidez que lo irritaba. Ella mantuvo su ahora único ojo clavado con esperanzas en el infinito y musitó algo así como gu-gu. A él esto lo enfureció, aulló embravecido y respondió extirpándole una pierna. Ella volvió a soltar una risita que ahora resonó un poco siniestra. Eso le costó que le arrancara de cuajo la rubia cabellera. Ahora ella sí que ella sollozó y llamó a su mamá. Pero nadie acudió. Entonces él la acostó a su lado y reunió las partes que le había arrancado. Entonó una canción de cuna. Bien pronto se quedó dormido.

2 comentarios:

Unix86 dijo...

Muy triste, torturadores de muñecas, muñecas de porcelana...bestias sin compasión...

Carolina - minijuegos .

Juan Romagnoli dijo...

Excelente texto, Diego. Me encantó Gran abrazo.

 
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