18 julio, 2015

Alienígenas intrusos

Vasili es un viejo amigo cosmonauta que de vez en cuando me visita y trae obsequios de planetas recónditos. Siempre tengo una botella de vodka reservada para atenderlo: me cuenta sus últimas aventuras, bebe como cosaco y al final –cuando está borracho como cuba- me entrega el regalo, cuya naturaleza no fue anunciada de modo alguno. A esa altura tampoco cabe esperar explicaciones de su parte: su estado es deplorable.
La semana pasada repitió su rutina y me dejó una especie de pez plano alienígena. Estaba dentro de un cubo de cristal ambarino al que estaban adosados una serie de minúsculos aparatos. Vasili de fue tambaleando y me dejó con la criatura. Era de color verde oscuro y piel de apariencia suave. De pronto, tras un largo periodo de inmovilidad, abrió unos grandes ojos esmeralda, preciosos, muy humanos. Me miró con ellos de manera seductora; hizo un guiño coqueto.
Realizó un rápido movimiento y la tapa del cubo –que creí hermética- se levantó. Mi casa se inundó con un perfume embriagador. Aquella cosa saltó sobre mí sin previo aviso, distendiéndose para envolverme en un abrazo total y exquisito. Vino un periodo de placer intenso, mayor a cualquiera experimentado hasta entonces. Cuando desperté, la criatura estaba de nuevo en su cubo, aparentemente sumida en un profundo sopor.

Ahora la contemplo con arrobación. Espero con inquietud que despierte. Estoy perdidamente enamorado. Vaya líos que me acarrea Vasili.

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