30 diciembre, 2009

Acerca de licántropos


La luna brilla siniestramente sobre la ciudad amurallada y el licántropo despierta convulso. Es hora de trabajar. A duras penas se viste: sus garras son torpes para esa tarea. Están hechas para desgarrar, no para abrochar botones. Tras grandes esfuerzos logra cerrar el botón superior de su camisa alba. Ahora debe anudar la corbata escarlata. Suspira resignado. Quince minutos después sale de su casa vestido de rigurosa etiqueta, aunque sin zapatos. No hay talla que soporte esas enormes zarpas. Sube a su coche y parte a toda velocidad. Cuando llega a la discoteca sus admiradores lo aclaman. Es la celebridad de la fiesta. Él sonríe con discreción y se encamina al escenario, salta, ruge y se pone a bailar al ritmo de la música estruendosa. Devórame, lobito, le grita una muchacha. Muérdeme el cuello, aúlla otra. Chupa mi sangre. Poséeme. Mátame. Eso le piden, como cada noche. Deberá elegir, como cada noche, una dama a quien hacer feliz.

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