Cultura y desarrollo:
un vínculo potente
Cuando en los discursos políticos
que forman parte de la campaña electoral de fines de año, campean conceptos
como equidad (como opuesto a desigualdad) y crecimiento (entendido como
desarrollo económico), algunos echamos de menos –una vez más, tal vez con pertinaz
ingenuidad- alguna mención a la palabra cultura.
Nadie podría desconocer la
necesidad de seguir creciendo en términos macroeconómicos –ergo, que aumente el
Producto Geográfico Bruto- y que en su ascenso, ojalá vertiginoso, arrastre el
Ingreso Per Cápita a niveles envidiables dentro de América Latina. No obstante,
bien sabemos que la desigualdad en la distribución de la riqueza es un fantasma
que empaña esta fiesta del crecimiento.
De otra parte, sabemos también
que reestructurar el sistema educacional, tanto para generar bases de equidad y
desarrollar al máximo a todos nuestros jóvenes (no solo los de los grupos
privilegiados por el reparto de la riqueza), es una tarea clave para cualquier
gobierno.
No obstante, no se habla de la
imperiosa necesidad de elevar nuestros niveles culturales, porque de ellos
dependen –ni más, ni menos- nuestros niveles de conciencia, comprensión del
mundo, autonomía intelectual, creatividad, iniciativa, participación y
organización social, por mencionar solo algunas de las dimensiones más
importantes.
El crecimiento económico está
también ligado al nivel de conocimiento y raciocinio de las personas, no solo a
factores financieros, estratégicos o de emprendimiento. La cultura, la
imaginación, el dominio del lenguaje, la sensibilidad hacia el arte son elementos
claves para reemprender una sólida marcha hacia el objetivo de convertirnos en
un país desarrollado.
Qué hacer en materia
cultural
En los gobiernos democráticos
iniciados en 1990, se estableció una superestructura cultural caracterizada en
esencia por una política asistencialista: la distribución de recursos públicos
mediante concursos de proyectos, donde actúan como evaluadores especialistas de
diversas áreas. Esta política convive con la cuasi renuncia del Estado a ejercer
algún rol directo en materia de acción cultural, con muy pocas excepciones.
Este último punto es el que me motiva a escribir estas líneas, porque tal
omisión me parece que daña de modo severo el desarrollo cultural de Chile en
los términos antes señalados.
Esta omisión o renuncia a tener
un protagonismo cultural, ha llevado, por ejemplo, a la desaparición de La
Nación; y antes de la Época o el Fortín Mapocho, baluartes periodísticos en la
lucha anti dictatorial y en el ejercicio concreto de la libertad de expresión.
De este modo, quedamos sometidos al imperio de los monopolios de la
información, que actúan en todos los ámbitos de los medios de comunicación.
¿Cómo puede el Estado chileno contribuir a que la libertad de prensa sea una
realidad en Chile? Eso me gustaría escuchar que un candidato lo propugnara como
parte de su campaña.
Habría que preguntarse para qué
tenemos un canal nacional de televisión que en nada se distingue de los demás
canales: ni los contenidos que transmite (muy degradados en su mayoría,
infectados por la farándula y la superficialidad), ni en la pluralidad real de
los puntos de vista (son siempre más o menos los mismos los que actúan en el
núcleo de las pantallas). Para qué seguir. Lo que necesitamos es un canal
nacional sin publicidad, eminentemente cultural, pluralista, informativo. Que
las principales universidades que merecen el nombre de tales, vuelvan a tener
canales de televisión. Me gustaría escuchar un candidato que propusiera esto.
¿Por qué no podríamos tener una
Editorial del Estado que permita llevar libros de bajo costo y alta calidad a
todos los rincones del país? La necesidad y pertinencia de los textos, la
calidad del material (contenido y forma), son variables que pueden ser
acordadas por especialistas en educación y en literatura. No es necesario crear
una estructura estatal enorme: la producción física podría externalizarse para
impulsar el sector editorial privado, acaso fuese la opción más
conveniente.
¿No podrían ser parte de los
programas educacionales de todas nuestras escuelas y liceos (y por qué no
también las universidades) las visitas de escritores a las aulas? ¿Quién puede
transmitir con más entusiasmo la pasión por el dominio del lenguaje que un
escritor? Esto ha sido demostrado en múltiples experiencias de contacto directo
entre jóvenes estudiantes y escritores. Previamente se motiva a los estudiantes
y profesores mediante una lectura pública. Después se trabaja con los
profesores para vincular la creación de un grupo de escritores a sus programas,
entregándoles materiales y guías de trabajo. LA visita del escritor al curso
para conversar en forma directa es el tercer paso. En muchos casos se han
realizado talleres de varios meses de duración con los estudiantes más
interesados y con habilidades para la escritura.
Asimismo, la eliminación del IVA
a los libros que actúen como vehículos de educación y difusión de la cultura y
el pensamiento, debiera formar parte de una estrategia integral de desarrollo
del país.
Podría agregar otras ideas a este
recuento, pero las enunciadas aquí aparecen como buenas y efectivas en términos
de su impacto potencial para el desarrollo del país. Aquí las dejo, por si
generan algún debate. Y sobre todo, por si alguno de los candidatos en campaña
quisiera recogerlas para su programa. Estoy cierto que muchos intelectuales y
artistas contribuirían con gusto a su implementación.
Diego
Muñoz Valenzuela, escritor. Ha
publicado tres novelas y ocho volúmenes de cuentos en Chile. También tiene
libros editados en España, Croacia e Italia.
Ha
sido incluido en antologías y muestras literarias publicadas en Chile y el
extranjero. Cuentos suyos han sido traducidos al croata, francés, italiano,
inglés y mapudungun. Distinguido en diversos certámenes literarios, entre ellos
el Premio Consejo Nacional del Libro en 1994 y 1996.
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