Cada día vienen más extranjeros,
es una horrorosa verdad cotidiana. Quienes advertimos a tiempo el peligro, no
fuimos escuchados. Lamentable. Ahora solo resta quejarse.
Los marcianos apestan a una
mezcla de estiércol y amoniaco. ¡Qué decir cuando eructan! Y para empeorar las
cosas, suelen andar con sus famosas jaulas de iguanas para servirse un
bocadillo. Se las comen vivas, dentelladas furiosas; es un espectáculo
horrible.
Los venusinos son peores. Como
permanecen en estado de combustión, exhalan un pesado hedor a azufre. El
impacto equivale a sumergirse en una cloaca. Son agresivos, detestan a quienes
los observan; por eso me he ganado más de una quemadura severa.
A los marcianos basta con
envenenar a las iguanas, que son idiotas y tragan lo que sea.
A los venusinos hay que rociarlos
con espuma anti incendios bien helada y mueren por congelamiento. Luego los
golpeas, se trizan y estallan en mil pedazos.
Por las noches me consagro a la
noble tarea de exterminarlos. Aún no me descubren. Y voy ganando adeptos.
Espero mantener la suerte.
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