Mientras
la poco fiable “leve mejoría” inicia su trayectoria como sustituto de la “nueva
normalidad” y el “retorno seguro” como mantras gubernamentales del manejo de la
pandemia, el cada vez más deteriorado equipo de la Moneda hace más de las suyas.
Es decir, ejecuta errores mayúsculos, obnubilado por la codicia, la obsesión
por mantener el statu quo que asegura la mantención del poder en manos de los
ultra plutócratas, y la indiferencia total por el sufrimiento cotidiano de millones
de chilenos.
Durante
tres décadas nos hicieron “Pepito Paga Doble” (observe usted las iniciales,
curiosa coincidencia): la patria de los jaguares haría historia y le enseñaría
al mundo cómo hacer las cosas. Por estas fechas seríamos un país desarrollado,
con pensiones equivalentes a los sueldos. Un mundo donde “chorrearían” leche y
miel. En verdad teníamos un país con feroces, insalvables brechas económicas,
sociales, educacionales. Los promedios estadísticos se harían cargo de ocultar
las monumentales diferencias que se manifiestan en la realidad (nadie exhibe
las gordísimas “desviaciones estándar”).
El
trayecto cuidadosamente elaborado para convertir a Chile en el paraíso de los corruptos,
los sinvergüenzas, los especuladores financieros y los prestidigitadores de la
colusión, se inició en la dictadura de Pinochet. Jaime Guzmán desplegó su genio
macabro para diseñar esta Constitución que nos amarra con sus tentáculos y nos
impide escapar de esa prisión invisible y eficaz. Así se edificó el terreno
para el ultra neoliberalismo que nos rige con sus potentes cerrojos jurídicos.
Una trampa perfecta.
Hace
años que no se habla de pobres en Chile. Es parte de la pantomima grotesca que
han montado para reemplazar la realidad. Ahora hay sectores “vulnerables”, no hay
pobres. Una gigantesca clase media que subsume todo. De los ricos no se habla. Me
enferma este lenguaje eufemístico. Es fácil sostener esta falacia cuando se
dispone de la connivencia de todos los medios de comunicación con cobertura
nacional: prensa escrita, radio, televisión. Vea usted quiénes son sus dueños:
los mismos propietarios de los supermercados, los bancos, las cadenas de
farmacias, las mineras, las AFP (cof, cof, me atraganto). Ergo, pueden
manejarnos a voluntad. Así lo han hecho, hasta ahora.
A
los propios diputados de la derecha los han pretendido manipular como a simples
marionetas. Se les llama desde palacio para dictar las terminantes órdenes del
número uno. Sin embargo, han desobedecido, porque la situación actual no da
para más. Hace rato que no da para más. Exactamente desde el 18 de octubre de
2019.
Basta
de superchería, de fuegos de artificio, de falsas promesas, de campañas del
terror. El perturbado gobernante (prospecto de sátrapa) no encuentra nada mejor
que señalar la posibilidad de contar con una coalición más pequeña y leal. Cada
vez más solo, tal es el pronóstico.
Ayer
11 de julio, se celebró un nuevo aniversario el Día de la Dignidad Nacional,
cuando se nacionalizó el cobre durante el gobierno de Salvador Allende, en 1971.
Que yo sepa, no hubo fiesta en la Moneda, no se repartió jabalí, ni caviar, ni
avestruz, ni champaña. Aquí no ha pasado nada. Conste que esa ley se aprobó con
el apoyo de todos los sectores políticos.
Este
recuerdo me induce fundadas esperanzas. Quizás la realidad penetre en las conciencias
de los congresistas (ya que en palacio no hay caso, según se aprecia) de los diversos
sectores políticos para apoyar e impulsar reformas efectivas que apunten a
resolver las urgentes y extremas necesidades de los pobres y de los empobrecidos
por la doble y estructural crisis que vivimos. El estado tiene ahorros; este es
el mejor momento para gastarlos en quienes lo necesitan de verdad. Somos un
buen prospecto para tomar créditos acaso no se cuenta con liquidez inmediata.
El estado debe salvar a quienes lo requieren. No es posible mantener esta
cruel, letal indiferencia hacia los terribles padecimientos y privaciones de
millones de compatriotas.
Y
tampoco podemos olvidar algo que es central: cambiar la Constitución del 80, tirar
a la basura ese engendro fascistoide que ya no resiste más remiendos. Hay que
construir una nueva Constitución, una que sustente un proyecto de desarrollo
futuro iluminado por esos bellos y esperanzadores conceptos que siguen
destellando en la memoria: libertad, igualdad, fraternidad. Destaco la
fraternidad, porque debemos ser capaces de erigirnos por encima de cualquier
diferencia entre ciudadanos para cimentar el futuro.
Para
lograrlo, caben todos los que quieran transformar este statu quo de la
injusticia, la iniquidad, la vergonzosa desigualdad. Hasta que la dignidad se
haga costumbre. Este sí que es un mantra potente, veraz, resplandeciente.
Diego Muñoz Valenzuela es ingeniero, escritor y
miembro de la directiva del Partido por la Dignidad.
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