16 julio, 2020

Reflexiones sobre una doble crisis



Hoy estamos en medio de una doble crisis: aquella originada por el estallido social, esperable reacción contenida, acumulada durante décadas, ante la desigualdad y el abuso generados por el neoliberalismo, y después la pandemia del Coronavirus, una pesadilla de corte distópico, una suerte de regreso a las plagas del medioevo.
Resulta indudable que para ninguna de estas dos crisis estábamos preparados. Se ha evidenciado la falta de capacidad de la clase dirigente para enfrentarlas y generar caminos de solución, más allá del desprestigio de los actuales gobernantes, los anteriores y creo que de cualquier fuerza política formal existente al 18 de octubre de 2019.
Cuando advertíamos luz en el horizonte -me refiero al itinerario que abría la posibilidad cierta de crear una nueva Constitución-, llegó la plaga del COVID-19 y sus efectos.      Una epidemia de miedo que gatilla y exacerba comportamientos  individualistas, la conveniencia de manipular el temor de la ciudadanía para instalar un “orden” que inhiba las posibles réplicas de movimientos ciudadanos en las calles, parálisis parcial de la economía con sus consecuencias nefastas: pérdida de empleos, disminución o desaparición de los ingresos, atochamiento de los sistemas de salud. Un inventario parcial de los daños que causan ambas crisis combinadas y potenciadas.
 Para cualquiera, la cantidad de información que surge del entorno es gigantesca y produce confusiones. Es difícil distinguir qué datos de la realidad son veraces, primero, y luego cuáles de ellos son significativos y determinantes. Carecemos de referencias de situaciones similares a esta doble crisis que, al ser planetaria, produce avalanchas de datos, noticias, contradicciones y opiniones de toda clase: exaltadas, alocadas, desequilibradas, idiotas (aunque las emitan personas inteligentes y calificadas), incluso grotescas.
El oficio de un escritor es extremadamente solitario, pues requiere intimidad      para ejercerlo. No obstante, de parte de muchos -entre ellos el autor de estas líneas- existe la expectativa de actuar como un outsider, un observador activo, agudo e inquietante, que al estar descomprometido de los poderes fácticos, podría iluminar una situación compleja y oscura con sus opiniones o sus creaciones. Lo mismo podría esperarse de otros artistas, intelectuales, profesionales o académicos.
La desaparición de los intelectuales de estirpe autónoma de la vida política de la nación es una característica surgida con el retorno a la democracia, como si fuese condición necesaria del modelo. Las transformaciones de corte neoliberal han convertido los bienes sociales en productos privados, sin excluir ámbitos tan esenciales de la vida humana como la educación y la cultura. Qué decir de la salud, la previsión, la vivienda y otros más. La concentración de la propiedad privada se ha replicado en los medios de comunicación; pertenecen a los mismos grupos que controlan los principales sectores de la economía, haciendo difícil, si no imposible, el ejercicio de una auténtica libertad de expresión.
Vuelvo al imaginario donde el escritor opina desde su posición autónoma para contribuir a clarificar la situación que vivimos. Enfrenta la dificultad de procesar una enorme cantidad de datos y hechos contradictorios, diversos, confusos. Más allá de la complejidad, justamente se trata del momento para intentarlo, porque las soluciones a los problemas vigentes requieren de la creatividad e imaginación de los intelectuales.
En la escritura de ficción hay grados de libertad que no existen cuando se asume opinar sobre la realidad. La complejidad crece con la cantidad y calidad de la información acerca de esta doble crisis. ¿Cómo desprenderse de la angustia cotidiana que produce la constatación de tantos sufrimientos de las personas, materia primordial de cualquier literatura? Enfermos, desesperanzados, cesantes, muertos, desesperados, enclaustrados, empobrecidos, ansiosos…
En lo personal me ha sido más posible -aunque para nada simple- escribir acerca de esta doble crisis, versus retomar la extraviada cotidianidad de la escritura de ficción. Revisar textos anteriores y escribir artículos es lo que he logrado engendrar desde el  estallido social. Recién una semana atrás he podido regresar a una relativa disciplina para escribir narrativa de ficción, con bastantes límites y serias dudas, pero en fin, he vuelto al redil.
Todo esto ocurre en medio de las fragilidades personales y familiares de diversos órdenes: parientes ancianas encerradas en sus residencias, suspensión de ingresos habituales, inflexibles exigencias para cualquier cobranza de proveedores, trámites complejos para postular a créditos, desaparición de artículos esenciales del mercado farmacéutico (remedios, vacunas, mascarillas, alcohol), interminables colas para comprar cualquier artículo básico y esencial, postergación de cualquier  examen o cita médica “prescindible” (o sea, cualquiera que no se relacione con la pandemia), restricciones kafkianas al desplazamiento y trámites de permisos que no entiende ni siquiera la policía que los emite, cuentas matinales de los voceros del Ministerio de Salud manejadas con criterios maquiavélicos, canales de televisión inundados de opinólogos sacados de una lista cuidadosamente revisada.
Ahora se repite como un posible mantra el concepto de la “nueva normalidad”. ¿Qué será esto?, nos preguntamos todos en medio de la angustia, la desinformación, la sociedad manipulada y controlada por policías y militares que se pasean armados por la ciudad durante el toque de queda (una reminiscencia de la siniestra dictadura que sufrimos por diecisiete años). Desde la Presidencia se acuñó un nuevo concepto: “Retorno Seguro”. El Ministro de Salud lo ha celebrado como una “diferencia semántica o de lenguaje”, aunque en apariencia se trata de lo mismo: sinónimo, equivalencia, eufemismo. Se advierte como necesario que algunos especialistas asesoren al secretario de Estado, ya que en sus micro conferencias matinales  le ha dado por abordar materias culturales.
Tal vez la nueva normalidad consista en vivir encerrados, reducidos a lo mínimo, convertidos en ciudadanos de décima clase que deben pedir permiso a la policía hasta para ir a comprar pan. A mantenerse durante la noche encerrados en sus hogares mientras militares armados con enormes ametralladoras patrullan las ciudades vestidos para una guerra contra el “poderoso enemigo”, cuya identidad resulta esquiva y cambiante. A implorar ayuda del Estado, suplicar a los omnipotentes bancos la postergación de las deudas, tratar de conseguir recursos a como dé lugar. Combatir cada día contra la angustia, la soledad, la ansiedad o la locura que nos rondan. Sufriendo o viviendo la cesantía. Temiendo una futura recesión -anunciada por los dignatarios del mundo- que traerá horrores mucho más graves que la pandemia.
Regreso al punto. Hoy más que nunca es preciso sobreponerse a la situación, por más compleja y catastrófica que sea. Hacerlo por sobre las sofocantes condiciones que un ciudadano común experimenta.
Nos están tratando de convertir en mansas ovejas ante quienes asumen el rol de lobos. Eso es inaceptable y es preciso combatirlo desde el plano de las ideas. Se pretenderá “racionalizar” el calendario de elecciones, medida que encubre el deseo de postergar el itinerario hacia una nueva Constitución, única esperanza de cambio auténtico en nuestra sociedad arrasada por el dogma neoliberal y sometida a la indignidad y el abuso.
Desde esta situación compleja escribo, asumiendo que la salvación solo podrá surgir de nosotros mismos. Este es un tiempo para pensar y escribir desde la solidaridad con los demás, desde la humanidad intrínseca a la mejor literatura.


Diego Muñoz Valenzuela



Publicada en Grifo No. 39,  revista literaria producida por los alumnos y alumnas de la escuela de literatura de la Universidad Diego Portales.






















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