30 julio, 2006

Breve crónica de un enorme encuentro

La microficción toma por asalto a Buenos Aires

Recientemente, entre el 21 y el 23 de Junio de 2006, tuve la fortuna de asistir al Primer Encuentro Nacional de Microficción en Buenos Aires, cuyos organizadores fueron los escritores Luisa Valenzuela, Raúl Brasca y la profesora Sandra Bianchi. El evento se realizó en el local del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA), a pasos de la avenida Santa Fe y tentadoramente cerca de aquella maravillosa y envidiable librería llamada Ateneo. El Encuentro contó con el auspicio del Fondo Nacional de las Artes (FNA) y la Sociedad de Escritoras y Escritores de Argentina (SEA), y el apoyo de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura de España.

Este encuentro –exitoso en todos los frentes- rebasó con mucho la condición de nacional, no sólo por la asistencia de microcuentistas de todas las regiones de Argentina, incluidas las más extremas, sino que debido a la presencia de escritores, editores y académicos de otras latitudes. Estas características hicieron especialmente interesante al evento, tanto en contenido como en diversidad. En sus tres días se sucedieron mesas redondas y lecturas que recorrieron los múltiples recodos de la microficción, algunos de ellos bastante intrincados por cierto.

El impacto del Pulgarcito de la Literatura

Un creciente interés por los diversos tipos de minificción se propaga en el mundo hispanoamericano (y por cierto más allá también). El microrrelato va acumulando las miradas de los estudiosos en la misma medida que va cautivando la pluma de los escritores. Incluso han surgido editoriales especializadas en este nuevo género literario. En las universidades se advierte la posibilidad única de asistir a la gestación de un género nuevo, cuyas reglas aún están siendo establecidas sobre la base heterogénea de la actividad creativa en curso.

El microrrelato se resiste a las definiciones rigurosas y toma diversas formas que generan dolores de cabeza para los estudiosos. La búsqueda de sus orígenes geográficos, estéticos y temporales tampoco es tarea sencilla, requiere una investigación paciente y prolija.

Una serie de congresos da testimonio de este interés que crece como bola de nieve. EL primero de estos Encuentros Internacionales de Minificción se efectuó en México en 1998 por iniciativa de Lauro Zavala (profesor investigador titular en la Universidad Autónoma Metropolitana de México), uno de los principales estudiosos y antólogos del género, que estuvo presente en el reciente encuentro de Buenos Aires.

El segundo congreso de la serie ocurrió el año 2003 en Salamanca por iniciativa de Francisca Noguerol (profesora titular de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca)–también activa participante en Buenos Aires- y resultó en un hermoso y consistente volumen llamado Escritos disconformes: nuevos modelos de lectura.

El tercero de la serie de estos encuentros internacionales correspondió a Chile, con la Universidad de Playa Ancha al frente y el profesor chileno Eddie Morales en la coordinación el año 2004 en Valparaíso. También de este evento emanaron actas de sus discusiones y ponencias.

Mención especial merece el Presidente Honorario del encuentro, el profesor emérito de la Universidad de Tucumán, David Lagmanovich, argentino de nacimiento, pero patrimonio de toda Hispanoamérica. Ha sido el primer investigador destacado del microrrelato, maestro de maestros, de fecunda obra académica a la que añade su propia producción en el género.

Presencia heterogénea

A los ya nombrados investigadores Lauro Zavala de México y Francisca Noguerol de España, se añaden Francisco Valls de la Universidad Autónoma de Barcelona, quien además dirige la revista literaria Quimera y la colección de microficción Reloj de arena de la editorial Menoscuarto; y José Díaz, fundador de Thule Editores (Barcelona), un sello dedicado exclusivamente a este género. José Díaz es un gran promotor de la mafia invisible del microrrelato, como él mismo la ha denominado humorísticamente en su ponencia del Encuentro.

En cuanto a los autores extranjeros participantes estaban José María Merino (español, un activo cultor del género), Gabriel Jiménez Emán (venezolano, autor de varios libros de minificciones); Marcial Fernández (minificcionista y editor de Ficticia, otro sello que hada espacio al género). Chile estaba presente a través de Virginia Vidal y el autor de estas líneas.

Los anfitriones tienen una fuerte tradición en el microrrelato y exhiben una vasta galaxia de autores que se hizo presente en el encuentro, aportando diversidad desde todos los rincones de Argentina. Luisa Valenzuela, narradora de extensa e importante obra, cuenta con un amplio reconocimiento manifestado en traducciones, estudios y galardones (BREVS publicado en 2004 reúne su obra en este género, caracterizada por un inquietante despliegue de imaginación, juego con el lenguaje y agudeza intelectual). Luisa integraba el comité organizador junto con Raúl Brasca, un reconocido cultor del género. Brasca ha editado –además de varios interesantísimos libros propios de microficciones- una respetable cantidad de antologías. Ana María Shua –que participó activamente en el evento- completa la trilogía de autores que han cultivado el microrrelato en forma más sostenida y exitosa en Argentina con resonancia en el mundo hispanoamericano.

Entre los autores argentinos –un rico mare mágnum de creaciones desafiantes y atractivas- habría que resaltar a muchos, pero estas breves líneas alcanzan para poco. Un banquete escuchar la lectura de Luisa Valenzuela, Ana María Shua y Raúl Brasca. Orlando Romano aportó su visión profunda y poética; Fabián Vique una lengua certera, mortífera e imaginativa; Eduardo Berti una acidez crítica de gran fuerza; Valeria Nassr una ironía colindante con lo siniestro. María Cristina Ramos nos regaló historias con dulzura; Juan Romagnoli reflexiones y fabulación. La lista podría ser casi interminable.

Algunas ideas a modo de conclusión

En mi modesta interpretación, las microficciones prosiguen resistiéndose a los intentos por someterlas a una taxonomía. Sin embargo no se niegan a ser objeto de estudio, menos aún de publicación.

Y surgen algunas convicciones consensuales acerca de las características del género, más allá de la obvia brevedad (peligrosa si consideramos la advertencia de Borges: “hay que tener cuidado con la verborrea de la brevedad”).

Una de estas características –con relación a la gestación de la microficción- es su condición de vivípara: nace viva, casi no hay incubación (el cuento sería ovíparo, la novela marsupial; no recuerdo quién propuso este esquema).

Otro aspecto es la narratividad: condición de contar una historia en forma sintética, lo cual requiere acción y personajes. Y esto entra en conflicto abierto con la brevedad. Asunto aparte es que las micro historias puedan generar macroponencias: esta es una maravillosa capacidad multiplicatoria.

La hibridez viene a ser otro asunto interesante: a medio camino entre el cuento y la poesía, sus orígenes se remontan tanto a Vicente Huidobro como a Ramón Gómez de la Serna, César Vallejo y Rubén Darío, Borges y Cortázar, Arreola y García Lorca, por nombrar sólo algunos.

Debe resaltarse el conteo del título como parte de la obra. El título puede ser fundamental. Hay microcuentos que no funciona sin el título (incluso algunos que irónicamente son más largos que el desarrollo).

Para que el género prospere no sólo hacen falta editores (que los hay: en España por ejemplo Páginas de Espuma, Thule, Menoscuarto; en México Ficticia, en Chile Mosquito). El género también requiere de críticos competentes, que entiendan sus características específicas y que sean sensibles a este tipo de literatura.

Hay que relevar también un hecho: la microficción es un buen camino de entrada a la literatura; esto reportan los profesores. O sea microficción y fomento de la lectura: un mundo abierto, por descubrir.

También advertimos un peligro: cualquiera puede ser lector. ¿Será una amenaza o una oportunidad? Cualquiera podría ser escritor. ¿Valdrán las mismas preguntas?

En suma, este encuentro en Buenos Aires, bien concebido y bien organizado hasta en sus más mínimos detalles, fue una estupenda ocasión para confraternizar, conocernos más y estrechar lazos, un estímulo formidable para persistir en esta obsesión literaria por la concisión. Una gran comunidad creada en torno al Pulgarcito de la literatura hispanoamericana.
 
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