21 octubre, 2007

Elogio de Luis Sánchez Latorre

En días recientes hemos debido despedir a un intelectual valioso, erudito y valiente, a quien le cupo jugar un rol notable en el terrible periodo de la dictadura militar: Luis Sánchez Latorre, escritor, periodista y crítico literario. Presidió con dignidad, sagacidad y coraje la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) por más de una década, desde donde se desplegó –desde el inicio del régimen- una creciente labor de resistencia de los intelectuales. La casona de Simpson 7, acogió a los perseguidos, fue voz de los sin voz, baluarte de la intelectualidad que enfrentaba la maquinaria asesina sin más armas que la inteligencia y la decisión de acoger el imperativo ético de luchar por la libertad arrasada.


Irónico, socarrón, dotado de una vena de humor ácido, erudito de la literatura, realizó una labor crítica de enorme valor durante seis décadas bajo diversos seudónimos, el más conocido Filebo, que se convirtió en el apelativo más corriente para referirse a su persona. Este trabajo crítico monumental, que esperamos sea objeto de acopio y estudio, fue el fundamento para otorgarle el Premio Nacional de Periodismo en 1983, junto a libros imprescindibles como Los expedientes de Filebo, Lejano Oeste y Memorabilia.

Cronista por excelencia, dotado de una oratoria y un humor extraordinarios, Sánchez Latorre era capaz de iluminar cualquier mesa redonda, tertulia o simple reunión, y elevarla a la calidad de eximia conferencia. Esta capacidad incluía, por cierto, las prolongadas asambleas con que “el pueblo de los escritores” (así lo denominaba él) celebraba en los tiempos más oscuros para exorcizar unas horas los flagelos de la tiranía. Filebo tenía arte para dirigir aquellas discusiones interminables y hacerlas recalar en algún puerto que infundiera optimismo y esperanzas. Al mismo tiempo, gracias a sus dotes de observador agudo, las convertía en admirables clases de literatura chilena que recuerdo con agradecimiento, pues enseñaba aquello que los textos oficiales jamás transmiten, y lo realizaba con deliciosa acidez y sabiduría.

No hay otra explicación para que asumiera la responsabilidad de conducir la Sech en dictadura que una tremenda vocación democrática y de servicio, junto a su devoción profunda por la literatura (murió como vivió: leyendo). Un profundo sentido moral lo llevó a desafiar los laberintos del poder militar desde la casa de Simpson 7, al frente de un “pueblo de escritores” que carecía prácticamente de todo: tribuna, trabajo, libertad. Una ética implacable lo saca del ámbito protegido y sagrado de su casa y su familia, a quienes se consagró desde siempre, con infinito amor.

Desde aquellos años que rememoro con cariño, he tenido que despedir a grandes escritores que tuvieron también la virtud de ser extraordinarias personas y maestros inolvidables tanto por su sabiduría como por su ausencia total de grandilocuencia: Diego Muñoz Espinoza (mi padre), Martín Cerda, Rolando Cárdenas, Jorge Teillier, Enrique Lihn, Juvencio Valle, Mariano Aguirre, Carlos Olivares. Ahora es el turno de Luis Sánchez Latorre y –más allá de la pena y la nostalgia inevitables- me inunda un sentimiento de gratitud y cariño hacia un maestro que vivirá conmigo hasta el último aliento.

Diego Muñoz Valenzuela
Octubre 2007

14 octubre, 2007

DE MONSTRUOS Y BELLEZAS comentado por JUAN MIHOVILOVICH

DE MONSTRUOS Y BELLEZAS; en el diario EL CENTRO, Talca, Suplemento LIterario; Viernes 3 de Agosto, 2007.

Cuento Mosquito Comunicaciones 2007
71 páginas.
Autor: Diego Muñoz Valenzuela

Lo que distingue a un autor de otro –u otros- no es, en definitiva, sólo la opción por los temas de que trata. Al fin de cuentas la naturaleza humana no es demasiado original en incursionar en nuevas perversiones, afanes de dominación o sometimiento de unos en desmedro de los demás. Lo que sí resulta significativo al momento de leer a un creador verdadero es la mirada con que desmitifica su entorno, la manera en que su visión de los seres y las cosas consigue remover nuestras fibras íntimas y hacer relaciones con el mundo adyacente.

Ese mundo que pareciéramos no ver, que ocurre y discurre a nuestro lado como si se tratara de una realidad ajena, o ni si siquiera fuera una realidad de la que formamos parte La vida de los otros no es la nuestra, pareciera ser una premisa fácil, acomodaticia, y esa constatación moderna nos escuda de sentirnos cómplices por las atrocidades y desviaciones del espíritu humano.

Pues bien, Diego Muñoz nos dice algo diametralmente opuesto. La “otredad” nos importa o debiera importarnos en tanto somos parte de lo mismo. No hay otros sin uno y la visión compartida de las miserias ajenas importa nuestras propias miserias personales. Así la corrupción del mundo moderno (Influencias, Premios Literarios, entre otros) no es una entelequia, sino una realidad virtual a escala humana básica: la manipulación de situaciones para beneficios personales resultaría verdaderamente humorística, como de hecho se evidencia en esas narraciones, sino fuera porque detrás de ellas discurre una ausencia absoluta de valores consustánciales a la esencialidad individual.

Las alusiones alegóricas que cruzan varias narraciones (De monstruos y bellezas, El gigante egoísta, Secuelas del verdugo: el complot, Don Quijote 1 y 2, Logro de objetivos etc.) dan cuenta de una agudeza e ingenio poco común en nuestras letras para desnudar en pocas líneas la patética carencia de solidaridad trastocada por “monstruos cotidianos” como la ambición desmedida, la avaricia o el poder implacable que somete sin concesiones.

No existe, para nuestra desgracia, un horizonte demasiado esperanzador: la tragicomedia de nuestro tiempo pareciera ser una variante de la contraposición. Los sueños son refracciones de nuestras propias contradicciones, de nuestros apetitos desmedidos, de nuestra deserción de la vida simple donde los gestos “amables” dieron paso al cálculo preciso, a la codicia sin retorno y a la deslealtad como norma de vida.

Estos cuentos soportan en su parquedad y concisión nuestra precariedad humana, la desgracia de contemplarnos a un espejo donde la bella y la bestia se confunden según el ángulo o el momento.

En esta parábola del desencuentro subyace, sin embargo, la reflexiva literatura de Diego Muñoz: es posible desentrañar lo que somos por lo que no somos. Pareciera una constatación elemental, pero que como especie hemos olvidado o pospuesto tras intereses mezquinos y circunstanciales.

Un libro que nos rescata de la frivolidad mundanal, que nos desconcierta a veces y nos sacude en otras. Que nos emociona o hace sonreír bajo el señuelo mordaz o el sarcasmo, escrito con una pulcritud y llaneza que nos reconcilia con la literatura de verdad.

Juan Mihovilovich




13 octubre, 2007

De dinosaurios y paradojas


Revista de Libros, El Mercurio

Domingo 7 de octubre de 2007


De dinosaurios y paradojas

por Hernán Poblete Varas


El ya legendario cuento de Monterroso ha hecho escuela y ha enseñado a muchos la mágica virtud de la brevedad. Lo que no todos saben es que Dinosaurio llamaba a uno de sus contertulios aquel grupo de farreros en que seguramente militó el gran Monterroso. Y ahí estaba, durmiendo la mona cuando despertó el anfitrión.


Diego Muñoz Valenzuela, en su reciente libro De monstruos y bellezas, erige como un símbolo de paradoja y brevedad la lección de Monterroso, sin servidumbre, sino con nueva mirada sobre el manejo del microcuento, especialidad en la que se está convirtiendo en un maestro. Le basta una línea (a veces algo más) para abrir las puertas de la imaginación, a menudo algo entornadas, del "desocupado lector".


Hacer un inventario o un resumen de estos brevísimos cuentos sería ofender al ya despercudido lector que, seguramente, avivó la imaginación con el primero de estos relatos: "Cuando despertó, le habían robado el libro de Monterroso". O este otro, con su ternura soterrada: "Cuando despertó, el dinosaurio de peluche todavía estaba allí. Lo abrazó, sonrió y continuó durmiendo".


Basta de citas. Sólo para terminar, remito al lector a ese microcuento que Diego Muñoz titula "Alzheimer". Conocido el personaje... ¿o no?Diego Muñoz Valenzuela domina su oficio y la claridad de su estilo ilumina la mente.Como para darle las gracias.



DE MONSTRUOS Y BELLEZAS
Diego Muñoz Valenzuela
Mosquito editores, Santiago, 2007, 71 páginas, $5.500.
MICROCUENTOS
 
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