26 diciembre, 2010

Estatuas derribadas


A la estatua de Lenin la habían colocado en el espacio junto a la escalera, debajo del techo inclinado sobre el segundo tramo. Un lugar que podría haber ocupado una planta o un mueble inútil. La abuela solía sentarse al lado porque en invierno siempre estaba caliente debido a una conjunción absurda de calefactores. Le hablaba de tiempos pasados como si se tratara de un viejo amigo. En cambio la estatua de Stalin estaba en la carbonera, medio ladeada y sostenida por la frente, a punto de caerse. El abuelo lo tenía castigado allí, como a un chico desobediente. “Fue un gran cabrón éste”, decía el viejo, “la verdad es que nos jodió la vida”.
Cuando le preguntábamos a la abuela por qué no habían relegado a Lenin a la carbonera, nos respondía inefablemente: “Yo creo que fue un buen hombre, no merecía ir a parar al sótano, como el otro”. A Stalin nunca lo mencionaba por su nombre, como si fuera el demonio.
Una vez el abuelo mencionó de paso a un tal Trotsky. Le preguntamos quién era. Respondió que tal vez habría sido una esperanza de éxito. Después se quedó pensando un rato y añadió que en verdad no estaba seguro. No nos atrevimos a preguntarle por qué no teníamos una estatua del tal Trotsky.

18 diciembre, 2010

El gorro de Santa Claus


Entró a la casa por la chimenea apenas, dificultosamente. Se ensució el traje rojo: lo dejó repleto de manchas horribles. Su aspecto era lastimoso, hasta la blanca barba la tenía emporcada. Seguí sus evoluciones agazapado en la oscuridad. No esperaba lo que iba a suceder. Empezó a llenar su bolsa con mis juguetes predilectos. Después agregó los mejores libros y discos con una precisión extraordinaria. Me estaba despojando en serio. Cuando comenzó a guardar las joyas de mi madre entré en sospecha. Y la certidumbre llegó cuando se pudo a probar suerte en la caja fuerte.
Entonces salí, armado con un garrote capaz de volarle la cabeza al propio Hércules. Apenas me lo podía. Lo perseguí mientras blasfemaba. El viejo miserable imploraba piedad. Entre chillidos argüía que todo iba a repartirlo entre los pobres. Ándate al carajo, viejo de mierda, le dije y le aticé un trancazo. Soltó la bolsa y salió por la puerta corriendo como alma que lleva el diablo.
Se le cayó el gorro. Lo conservo como trofeo. Si quieres, te lo muestro.

10 diciembre, 2010

Eventos imposibles


Dentro de la botella hay un reloj en cuyo interior flota un transatlántico donde la gente bebe y baila en una sala enorme en cuyo centro hay una orquesta tocando una música muy extraña, porque esto ocurre en una galaxia muy lejana y en otro tiempo muy diferente. En el bolsillo de uno de los músicos hay un libro marcado en una de sus páginas donde está impreso este cuento que no podrías leer, porque está escrito con caracteres incomprensibles. La historia termina aclarando que es imposible que algo así ocurra jamás.

04 diciembre, 2010

El detective robótico por Patricia Espinosa


Las Últimas Noticias, viernes 1 de octubre 2010, pp. 42

http://www.lun.com/Pages/NewsDetail.aspx?dt=2010-10-01&PaginaId=42&bodyid=0%20

El cruce entre el neopolicial y lo cyber, esto último por la presencia de lo tecnológico, sumado a la temática política chilena, da lugar a Las criaturas del cyborg , novela de Diego Muñoz Valenzuela, que retoma los crímenes cometidos en dictadura, la impunidad de los ejecutores y su conversión en delincuentes de cuello y corbata.

La novela establece un contrapunto entre el científico Rubén Arancibia y Orlando Sánchez, un ex agente de seguridad de la dictadura chilena. El científico, experto en robótica, crea a Tom, un cyborg ultrainteligente y sensible, que se convertirá en la pieza central del relato. Un aspecto interesante de esta dupla es que el cyborg parece sentir pasión por su amo o más bien estar enamorado de su creador, faceta que lo humaniza de manera radical y le da un giro bastante atractivo a la narración. Tom es, en definitiva, el protagonista de la historia. Un cyborg que se ubica en el lado del bien, irónico, con un sentido del humor permanente y una capacidad estratégica a veces no tan certera.

El científico y su criatura operan como improvisados detectives privados, ya que intempestivamente se involucran en un caso policial. Rubén tiene una suerte de padrino, Malcom, que perteneció a una organización antidictatorial y que ahora es perseguido por un grupo mafioso, conformado por ex militares que participaron en torturas y crímenes. Una asociación ilícita liderada por un sujeto de apellido Williams, que ha contratado a Orlando Sánchez para asesinar a Malcom, a Claudio Cerda y a su profesor, Óscar Godoy. Cerda también ha pertenecido al ejército, pero en la actualidad ha decidido declarar ante la justicia todos los horrores de los que fue parte y testigo; su testimonio sacará a la luz importantes nombres y es por ello que este oscuro grupo lo tiene en la mira.

Hay un amplio despliegue de personajes, en su mayoría configurados a partir del estereotipo, pero la experticia del autor logra diluir los clichés, mediante la exposición de la ambivalente e insegura intimidad de estos sujetos. Sin embargo, lo que no tiene ambivalencias es el ejercicio del mal, porque en última instancia, más allá del castigo judicial, queda la culpa atormentando de por vida al victimario. Además, resulta llamativa la sólida base político-filosófica de un relato lleno de conspiraciones donde se confrontan implacablemente lealtades, traiciones y distintos sentidos de la justicia.

La derrota y el triunfo se entrecruzan, porque alcanzar la verdad, identificar el origen del mal, termina siendo un fracaso, al igual que la creación de un cyborg que, como corresponde a la costumbre robótica, anhela ser débil, vulnerable, mortal, a costa de perder su condición de superioridad intelectual.

Las criaturas del Cyborg es una novela que lee nuestra historia, una novela que reabre heridas y que nos revela con una crudeza implacable que estamos perdidos o que definitivamente hemos sido derrotados por la corrupción, porque al parecer Don Dinero hace caer hasta al más ético individuo.

Las criaturas del cyborg
Diego Muñoz Valenzuela
Simplemente Editores, 2010, 212 páginas.

21 noviembre, 2010

El error de Darwin

El error de la teoría Darwin deriva de un evidente simplismo. Sostuvo que la semejanza morfológica sería el criterio determinante para establecer los ciclos evolutivos de las especies. Ergo, ya que nos parecemos a los primates, descendemos de ellos. Un mecanicismo brutal, porque basta sentarse en un banco y ver pasar personas para descubrir que descienden del hipopótamo, del gato, del camello o de la rata, por mencionar casos comunes.

En mi caso, he concluido que desciendo del lobo. Lo baso en evidencias mucho más fundamentales que la pilosidad excesiva, el largo de mis colmillos o la mirada hambrienta y penetrante. Mi naturaleza se revela en la preferencia por las mujeres que descienden de las borregas o de las gallinas; ellas son mis presas predilectas por su mansedumbre e indefensión.

No obstante, de vez en cuando caigo en manos de la descendiente de alguna sierpe. Soy extremadamente sensible al poder hipnótico de sus miradas. Me torno sumiso y obediente. Entonces pienso que quizás el lobo desciende del cordero, y que eso justifica que el hombre sea el lobo del hombre.

16 noviembre, 2010

La verdadera historia de Chuang Tzu


Chuang Tzu tuvo una horrible pesadilla. En el sueño se le aparecía un escarabajo gigantesco que aseveraba llamarse Gregorio Samsa e insistía en extenderle sus negras patas. Si bien Chuang Tzu no creía que los sueños pudiesen ser fuente de inspiración, concluyó que si cambiaba el escarabajo por una mariposa, la historia se tornaba atractiva. Y se dispuso escribir aquella mañana diáfana y luminosa.

13 noviembre, 2010

VISITA "LA NAVE DE LOS LOCOS"

Los invito a visitar el blog de Fernando Valls, donde se ha publicado una serie hasta ahora inédita de microrrelatos en homenaje al sueño de Chuang Tzu.



http://nalocos.blogspot.com/2010/11/diego-munoz-valenzuela-1.html

07 noviembre, 2010

La evolución de las especies

Tal fue la magnitud de su destructiva obsesión, que rastreó y compró o robó cada copia de libro, revista, compilación, antología, plaquette donde estuviera incluido el malhadado microrrelato; recorrió el mundo entero levantando alfombras, hurgando en desvanes polvorientos, revisando acuciosamente bibliotecas y librerías; se dio maña para hackear millones de páginas web para borrar todo rastro; eliminó papers, actas de congresos, modificó archivos para borrar cualquier mención, aun cuando fuera elíptica; por fin, y sin piedad, aniquiló réplicas y secuelas sin excepción. Así fue, según Monterroso, que ocurrió la extinción de los dinosaurios.

02 noviembre, 2010

Flores para un cyborg: tercera edición en Chile

Simplemente Editores ha publicado recién una nueva edición de Flores para un cyborg, que estaba agotada en Chile. Está disponible en la Feria del Libro en el stand de Liberalia (B8, B9 y B10, bajando la escalera, ladio Sur).

Y está también Las criaturas del cyborg, que será presentado por Poli Délano y Fernando Jerez en la 30ª. Feria Internacional del Libro este sábado 6 de noviembre a las 19 hrs. en la Sala Nemesio Antúnez.

Flores para un cyborg irrumpió en la escena literaria nacional en 1996 al ganar el Premio del Consejo Nacional del Libro de Novela Inédita, y poner en el centro de la atención -después de muchos años de silencio- la ciencia ficción en Chile. Esta es la tercera edición en Chile y fue publicada en España en 2008. Aquí se combinan elementos de la ciencia ficción, el género negro y la novela social moderna. Una trama delirante conduce a un androide a trasponer el límite que separa a máquinas y humanos, haciendo realidad el sueño de la inteligencia artificial.

Algunas opiniones sobre la edición española (fines de 2008):

“Para la lectura del libro de Muñoz Valenzuela, además del ya mencionado sentido del humor que lo recorre, adquiere importancia la soltura de la prosa, la facilidad con que se avanza: no es difícil liquidar las más de 260 páginas de tirón”.
Pepe Cervera, España

“El chileno Muñoz Valenzuela combina el género negro, la ciencia ficción y la novela social en una vertiginosa novela centrada en la corrupción política y en los experimentos en torno a la inteligencia artificial”.
Revista Mercurio, febrero 2009, España

“¿Una novela de ciencia ficción ambientada en Chile? Sí pero, también y a su manera, Flores para un cyborg es una historia delirante y un thriller social que no logra acomodarse en ningún género salvo en aquel al que todos los escritores aspiran: mantener atrapado al lector desde la primera página”.
Hari Seldon, España

30 octubre, 2010

De ranas y princesas


El príncipe besó a la rana y ésta se transformó en infanta. Al unísono el príncipe se convirtió en sapo. A ella no le gustó nada aquel anfibio, lo aplastó con su zapato de cristal y se cambió de cuento.

22 octubre, 2010

LAS CRIATURAS DEL CYBORG


Las criaturas del cyborg, novela, Diego Muñoz Valenzuela, Simplemente Editores, 2010, 212 pp.

Por Paulina Bermúdez Valdebenito


Comenzar a hablar de Las criaturas del cyborg, sin nombrar Flores para un Cyborg es casi imposible. En la novela que antecede a la que nos convoca hoy se cuenta la historia de Rubén Arancibia, un científico chileno que aprovecha el exilio para estudiar robótica en Dirtystone, Estados Unidos. Ese es el escenario en donde comienza la narración, nada más lejano de nuestro Chile post-dictadura. Pero es desde ahí, de donde Rubén evoca un Chile utópico, un país sin las trizaduras de una dictadura reciente, sin las marcas ni el dolor de tantas muertes. La añoranza de la calidez y la seguridad de la casa materna.

Rubén regresa a Chile acompañado de Tom, un cyborg que construye mientras terminaba su doctorado, quien lo acompaña en los últimos meses y se convierte más que en un amigo, un compañero de vida y experiencias, en su doble, pues está construido a su imagen y semejanza.

Las criaturas del cyborg nos sitúa en este punto, en el Chile actual, en donde aún quedan vestigios de lo que fue el gobierno militar, a pesar de llevar un buen tiempo en democracia, aun están latentes los vicios de la anterior dictadura. Antiguos torturadores están al mando del país, pues se encuentran firmemente ligados a importantes negocios que los relacionan con el gobierno actual.
Chile ya no es el país que Rubén añoraba desde la distancia, aun hay un velo que oscurece y atormenta al país, la corrupción está a la orden del día y la justicia se yergue como una utopía onírica.

Las criaturas del cyborg se presenta como una mezcla entre novela negra y ciencia ficción, en donde la historia y los personajes aportan una fuerte crítica social, que acompaña al tópico de la política chilena.

La novela narra de forma paralela la vida de Rubén Arancibia, el científico creador de Tom y la de Orlando Sánchez, un ex agente de seguridad de la dictadura chilena. Tom y su creador conforman la dupla que protagoniza esta novela cargada de humor e ironía, muy característicos de los textos de Diego Muñoz Valenzuela.

El personaje del androide se transforma a lo largo de la narración en el personaje principal de la historia, cuando regresa a Chile un personaje misterioso en busca de venganza. Se entremezcla el pasado oscuro con el presente de algunos personajes, algunos viven sumidos en la clandestinidad y la ilegalidad, y otros que se han insertado en la sociedad como empresarios, muy lejos de sus antiguos puestos de torturadores, agentes secretos y militares.
La novela realiza una relectura de nuestra historia, los personajes son totalmente posibles y verosímiles en nuestra sociedad, se hace una dura crítica a los sistemas judiciales, en donde resulta más seguro y rápido tomar la justicia por sus propias manos, nos hace recordar el pasado de una forma dolorosa y nos demuestra que el miedo y el horror aun están latentes.

La lectura se hace muy ágil, divertida, ya que la prosa de Diego (como buen escritor de minificción) siempre tiene la palabra precisa, el adjetivo justo, ni más ni menos. Es un gusto ir avanzando en la lectura y darse cuenta que está tan bien narrado, que las 212 páginas pasan volando y la historia tiene un peso suficiente como para enamorar al lector y saber llevarlo hasta la última página.

12 octubre, 2010

Superobesos 1

El hombre murciélago se calzó con notoria dificultad el ceñido traje de superhéroe. Tras una esforzada sucesión de forcejeos y contorsiones, logró introducirse en la malla.
Rollin estaba dedicado a contemplarlo con evidente regocijo. Cada cierto tramo soltaba una risita que procuraba ahogar presionando con las palmas su abultada barriga.
-¿De qué te ríes, cabrón? –espetó Guatman con evidente cólera.
El mofletudo Rollin quedó mirando atónito a su líder, con una mezcla de adoración y temor.
-Te queda chico el traje, Guatman, vas a tener que cambiar de talla.
-¿Y eso qué tiene de gracioso, pendejo? –preguntó enfurruñado el hombre de los cachitos- ¡Además, mira cómo te cuelgan las charchas!
Rollin quedó atribulado, como si se hubiera sumido en una profunda reflexión, lo cual era imposible.
-Mejor vamos a comer unos hot-dogs para consolarnos.
-Te admiro, Guatman –dijo el del antifaz, arrastrado por el arrobamiento-. ¿Y podremos agregar doble de patatas fritas y gaseosa extra large?
-Eso es. Vamos. ¡Qué difícil es nuestro trabajo de superhéroes, Rollin!
Partieron en el Batimóvil a la zona rosa. Pidieron unas cervezas y fueron emborrachándose poco a poco, hasta que sus cabezas se derrumbaron sobre la mesa, con las bocas abiertas, grotescamente despatarrados.
Allí despertaron de madrugada, solos, desnudos y desorientados. Habían desaparecido relojes, billetera, coche. Nada más les quedaban los antifaces y las orejitas de murciélago. Escaparon de allí corriendo a pie pelado, sacudiendo sus carnosidades, perseguidos por una jauría de niños interesados en sus últimas pertenencias y uno que otro quiltro vagabundo que olisqueó el perfume a salchichas.

25 septiembre, 2010

LAS CRIATURAS DEL CYBORG: INVITACIÓN Y EL PRIMER CAPÍTULO


Simplemente Editores, le invita cordialmente al lanzamiento de la novela LAS CRIATURAS DEL CYBORG del escritor Diego Muñoz Valenzuela.

La obra será presentada por la profesora Paulina Bermúdez y la editora Mónica Tejos, el viernes 1 de Octubre de 2010 a las 19:00 horas en Arzobispo Casanova 36, Providencia, Barrio Bellavista, muy cerca del Metro Salvador.

Te invitamos a compartir con nosotros este momento inolvidable. Habrá un vino de honor.

Aquí te ofrecemos el primer capítulo de esta novela. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.


Capítulo 1 El emisario de la muerte

El hombre tiene los ojos oscuros, fríos, implacables; la mirada de un tiburón antes de emprender su embestida final. Bebe tragos lentos de una botella de cerveza nacional, sobre cuyo gollete se equilibra un trozo de limón, un preciosismo incongruente con el mísero negocio del barrio Estación Central donde se encuentra. No ha utilizado el vaso, seguramente por desconfianza hacia la precaria higiene del local, en cuyos rincones sombríos transitan libremente las cucarachas. Bebe con parsimonia, con la calma de quien ha perdido la esperanza de construir un mundo diferente y con la certeza de quien no ganará ni perderá nada relevante en lo que le reste de vida. Si bien al observarlo desde lejos parece inmerso en hondas cavilaciones, al acercarse es posible percibir una especie de velo impalpable sobre sus ojos, una suerte de epidermis traslúcida que otorga a su rostro un aspecto maléfico y, al mismo tiempo, extraviado y demencial. Como cualquier día de semana antes de almuerzo, los parroquianos son escasos y el hombre está solo en una mesa rústica, aparentemente sumido en tenebrosos pensamientos. No parece una persona muy distinta a las que podría uno encontrarse en un tugurio, a excepción de su mirada reptilina, cruel, exenta de sentimientos.
Lleva media hora sentado ahí, sin evidenciar la inquietud propia del que aguarda por alguien, hasta que entra un hombre de unos cincuenta años, vestido de impecable terno gris, camisa blanca y una hermosa corbata de seda con flores estampadas. Es de complexión atlética, rubio, con una barba rojiza muy bien recortada. Observa el bar con evidente decepción, aunque sin remilgos. Ve al hombre de la cerveza en su mesa arrinconada y después de examinar el local con una ojeada en redondo, rápida y precisa, se dirige hacia él. En cuanto lo divisa, el tipo con ojos de reptil se incorpora, impulsado por un mecanismo invisible, presa de una animación que rompe su imagen estática.
-Don William, gusto de verlo –a pesar de la reverencia con que trata al hombre de la barba, no deja de transmitir esa sensación fría y asesina-. Tiempo sin vernos, ¿verdad?
-Orlando, ¿cómo está? –el tono de la voz es amistoso y distante, como si hablara con un antiguo sirviente, heredado por una dinastía de señores feudales. Hay neutralidad en su timbre, un leve acento extranjero, una modulación demasiado correcta, semejante a la de un locutor internacional-. Es cierto que no nos vemos hace tiempo, ¿dos años quizás?
-Mucho más, don William, desde la época en que luchábamos juntos contra…
-No hable más, hombre, que las murallas escuchan y los tiempos han cambiado demasiado para mi gusto. Aunque pronto cambiarán otra vez, tengo esa confianza. Pero mientras tanto debemos ser prudentes, Orlando ¿me entiende?
-Sí, don William, a la orden. ¿Qué se sirve?
-Tal vez un trago largo, ya que está pasado el mediodía… Pero, perdóneme, este no es un lugar donde vaya a encontrar lo que quiero. Una cerveza como la suya estará bien.
Orlando gruñe un mandato que cumple enseguida una mujer madura, enjuta y pequeña que corre con ritmo de rata a buscar una botella y un vaso. Con otra carrera la lleva hasta la mesa donde los dos hombres conversan trivialidades. El rostro de la mujer está muy ajado; varios dientes faltan en su horrible sonrisa que emana el aliento pútrido de los alcohólicos terminales. Como nada más se ofrece por el momento a los señores, desaparece con su agilidad de laucha por donde había venido, sin dejar rastro.
-Dígame don William, ¿a qué debo el honor después de tanto tiempo? –las inflexiones de voz de Orlando sugieren una dosis de ironía o resentimiento que no deben pasar inadvertidas para su acompañante.
-Indudablemente lo necesito. Diré mejor, lo necesitamos Orlando, como en los viejos tiempos.
-Los viejos tiempos... ¡Cómo los extraño! Ahora es como si uno fuera un pelafustán cualquiera. Bueno, esa es la suerte de nosotros, los peones que no tienen donde caerse muertos. Es mi caso, don William –lo mira con sus ojos impregnados de muerte; el otro hombre sostiene su mirada con altivez, quizás con un dejo de temor muy bien disimulado-, pero usted está bien, como si el tiempo no pasara.
-El deporte, Orlando, la vida sana. Me mantengo en forma y nadie percibe que pasé la cincuentena hace un buen rato. Bueno, pero vamos a nuestro asunto. Usted se preguntará para que lo citamos aquí…
-¿Habla en plural por simple costumbre, o tiene algo entre manos con otros socios?
-Más que costumbre. La patria nos necesita de nuevo.
-No utilice conmigo esa cháchara. La patria es una mierda que no agradece lo que sacrificamos por ella. Todo lo contrario; nos castiga, nos persigue, niega lo que nos debe. En especial a quienes hicimos el trabajo sucio. ¿Ha leído el diario últimamente?
-¿Quiere decir que fueron otros quienes se enriquecieron y lucraron del gobierno? No es mi culpa la diferencia de rango, ni que usted haya dilapidado sus ganancias... que no fueron pocas según recuerdo.
-Migajas, don William, migajas, si las comparamos con la parte del león. Pero supongo que no estamos aquí para conversar sobre mis fracasos y compararlos con sus éxitos.
-Cierto. Pero modere su lengua, usted sabe que podría ser cortada –anuncia William y a manera de respuesta el hombre de la mirada de tiburón arroja un destello de furia.
-¿Qué? ¿Me amenaza? –lleva la mano derecha a un bolsillo interior de su casaca clara manchada con recuerdos de sopas y bebidas.
-No será tan ingenuo para creer que ando solo. Ni solo, ni desarmado, así que déjese de leseras y escuche lo que he venido a proponerle –el tono de voz de William denota firmeza, autoridad. Orlando se entrega y una sonrisa feroz surge en su rostro.
-Son bravatas no más, don William, sería incapaz de...
-Más bien no sería tan imbécil para hacerlo, porque aprecia su vida, a pesar de las quejas.
-No esté tan seguro, quizás tenga poco que perder…
-Tiene mucho que ganar. Orlando, ¿podemos hablar aquí?
-Sí, la dueña es mitad sorda y mitad idiota. No entiende una frase con más de tres palabras, así que tranquilo…
-Ya verá por qué tantas precauciones. ¿Sabe que hemos perdido mucha gente?
-¿Quiénes “hemos”? Me carga lenguaje misterioso. Si no me dice quiénes somos “nosotros”, no podré entender.
-Nosotros, los mismos de entonces –repone con impaciencia el hombre de la barba rojiza-, no necesito entrar en explicaciones. A buen entendedor, pocas palabras. ¿Supo el final de Bernardo Moore? ¿O la muerte de Hernán López y Alfredo Lara? ¿Y antes de eso, Roberto Torres y Manuel Garcés? Supongo que recuerda esos nombres.
-Claro, trabajé con ellos. ¿Dice usted que existe conexión entre esas muertes? Yo entiendo que el Perro Chico, quiero decir Garcés, liquidó por negocios al Perro Grande. Que se volvió loco, dicen otros. Yo creo que fue por chuecura en asuntos de plata. No eran trigos muy limpios, bueno, es una manera de decir…
-Esa es una explicación, pero también podría no serlo. En cuanto a López y Lara, se supone que murieron producto de una vendetta; su casa fue asaltada por hombres entrenados, pero jamás averiguamos quiénes lo hicieron. Un atacante murió, una mujer según el médico legista. El cuerpo estaba calcinado y no pudieron identificarlo.
-Igual que López y Lara… y sus guardias ¿no? Pudo ser un montaje. Los muertos no hablan… y calcinados menos. Tal vez ese parcito está de la mano en el Caribe, riéndose de nosotros.
-Es verdad, Orlando, pero ya contamos dos casos muy extraños.
-¿Y Moore, qué? Era un mariconcito de barrio alto incapaz de aplastar una mosca. Le dio un ataque al corazón por la baja de la Bolsa de Nueva York, murió cagado de susto.
-No tengo respuestas, Orlando, sólo preguntas. Sería bueno responderlas. López y Lara no murieron de viejos. Ese puede ser nuestro destino, si no hacemos algo. Tal vez el fin de Moore no fue casual, consideremos que falleció justo cuando atraparon la red de narcos con la que se vinculaba.
-¿Usted piensa que los comunistas han formado un escuadrón de la muerte que nos sigue la huella para ajustar cuentas? No, no, no. Están demasiado jodidos para hacer algo así. No lo creo, son huevadas, don William, no haga caso de lo que las viejas histéricas propalan en los cócteles de sociedad.
-Tengo una pista, por eso lo llamamos. Habrá una buena paga para usted si hace lo que voy a pedirle. Varios millones para empezar, aquí mismo, en este sobre –arroja un sobre café claro sobre la mesa, donde las manos de Orlando lo atrapan en un movimiento rápido y brusco que pone en descubierto sus carencias.
Orlando abre el sobre plegando las delgadas hojas de metal que atraviesan un pequeño orificio para mantenerlo cerrado. Observa el interior: billetes azules ordenados en fajos sujetos por elásticos. Sus pupilas se dilatan como si llevara largo tiempo sin ver tanto dinero junto y los tiempos malos estuvieran llegando a su fin. William le extiende otro sobre.
-Aquí va información confidencial, solamente para su consumo Orlando, no lo olvide. No debe mencionar una sola palabra acerca de nuestra charla. Ni permitir que se filtren los nombres de la lista.
-¿Nombres? ¿Lista? ¿De qué me habla?
-Una lista computacional. Personas destacadas que retornaron al país poco antes de que nuestros asuntos comenzaran a andar mal. Y otros personajes sospechosos a quienes nunca pudimos vincular a la subversión. Es lo que tenemos: una hipótesis y una lista. Pocas hebras, un punto de partida. Por eso pensamos en usted, sabemos que puede lograrlo.
-Reventar docenas de testículos… ¿Eso quiere? Que haga el trabajo sucio para… mejor no sigo. El precio lo fijaré yo esta vez, quiero reposar sobre una alfombra peluda en un buen departamento en Las Condes, don William, así que tomaré esto como un adelanto.
-Es un adelanto. Y no queremos que reviente a nadie… todavía. Lo que pretendemos –se detiene un momento-, lo que quiero, es que investigue a esas personas, y a aquellos que llamen su atención, sígalos como sabueso.
-Necesitaré ayuda, equipos, más dinero.
-Dígame cuánto, le reembolsaré lo que gaste… contra boletas, por supuesto. Y recuerde que lo estaremos vigilando –William se acerca mucho al hombre, como si quisiera enseñarle una imagen mortal impresa en su rostro teutón-, nunca lo olvide. Hay instrucciones en el sobre, sígalas, pero sea creativo.
-Sabe que el asunto está en buenas manos ¿Cómo podré ubicarlo?
-Por correo electrónico. La dirección la encontrará en una tarjeta en el sobre, junto con un manual de códigos que deberá memorizar antes de quemarlo; tiene un par de días para eso. Tome este teléfono celular. Yo lo estaré llamando. Si me necesita con urgencia, llame al teléfono almacenado en la memoria 11. Está encriptado, no intente leerlo, pero úselo sólo en caso de emergencia, ¿me comprende?
El hombre de los ojos llenos de muerte parece sonreír, como si ocultara unas cartas invencibles en la manga. Eso habría exasperado a cualquiera.
-¿Me comprende? ¿O no entiende nada de lo que le digo?
-Lo entiendo mejor de lo que parece, don William. Haré lo que me pida, pero tendrá que pagarme bien. Ya no hago sacrificios por la patria.
Orlando vuelve a abrir el sobre y extrae los billetes para contarlos con evidente ansiedad. Hay cinco millones. Abre el otro sobre. Saca un listado de computador con una cincuentena de nombres y direcciones. También hay una hoja para cada persona: fotografía, dirección, profesión, trabajos recientes, familia, bienes, impuestos. Golpea las palmas de las manos, como en los viejos tiempos, y la vieja laucha acude solícita, a toda la velocidad que le permiten sus escuálidas piernas.

19 septiembre, 2010

Otro día


Miró con pesar la orden de compra en la pantalla de su notebook. Era un tremendo negocio y su comisión sería sustanciosa. Posiblemente equivaldría a un año de sueldo: una pequeña fortuna caída del cielo. La invertiría en pagar por adelantado la hipoteca de su casa. Eso la alegró, le deba una sensación de seguridad.
Sin embargo, el malestar regresó a tomar control de su ánimo. La extensa lista señalaba tipos y modelos de armas en abultadas cantidades. Armas que destruirían vidas humanas y sumergirían a centenares de familias en un sufrimiento atroz. Ella enviaría el pedido a la fábrica y el despacho iniciaría viaje a su destino en pocos días. También la jugosa factura.
Verificó las existencias y comprobó con satisfacción que todo estaba disponible. El sistema comprobó que la suma estuviera dentro de los límites de crédito del comprador y aprobó la compra. Sólo faltaba el último golpe sobre la tecla de ingreso para desatar el infierno.
Imaginó a sus hijos bañados en sangre, mutilados, acribillados. No debió ver aquellas fotografías de la guerra en Bosnia. Oyó el tableteo de las ametralladoras y las explosiones de las bombas. Cerró los ojos. Sintió que se le llenaban de lágrimas. No pudo hacerlo. Apagó el computador y regresó corriendo a su casa. Quería cerciorarse de que las cosas marcharan bien. Mañana sería otro día.

11 septiembre, 2010

Once de Septiembre: treinta y siete años después


Ayer –en una lectura pública organizada por Letras de Chile- un amigo poeta trataba de recordar qué estaba haciendo la tarde del 10 de septiembre de 1973 y se lamentaba de no poder hacerlo. No logré comprender por qué esa carencia de memoria le preocupaba tanto, pero tampoco le pregunté el porqué. Supongo que quería reconstruir las últimas horas de la democracia en Chile, antes de que cayeran sobre nosotros diecisiete años de dictadura con su agobiante gravamen de terror, opresión, persecución y muerte.
No recuerdo qué hice la tarde anterior al fatídico Once, pero puedo suponerlo. Nada muy distinto a aquellos días grises, pesados, cargados de fatalidad. Recuerdo una atmósfera opresiva, contaminada de intolerancia, odio y soterrada violencia.
Yo –aunque apenas frisaba los diecisiete años - intuía más o menos lo que iba a acontecer. Había pasado sucesivas épocas de entusiasmo, idolatría, euforia, seguidas de dudas, decepción y al final cierta falsa neutralidad, o más bien distanciamiento de la realidad. En aquellos días postreros de la Unidad Popular me convertí en observador, renunciando a la calidad de protagonista. Imaginaba lo que iba a pasar. Y al fin pasó.
Mi sensación de aquellos últimos días de democracia es que ya no quedaba nada que hacer, sino esperar un oscuro desenlace, que finalmente resultó ser peor que cualquier pesadilla. Se manifestaba una suerte de dinámica imposible de detener, como si los dados ya hubiesen estado echados, los roles y los hechos escritos en un guión, y los focos encendidos para exhibir el último acto de una tragedia griega.
También ayer, otro amigo –ingeniero y narrador- me refería como escribía una novela donde abordaba la posibilidad de un mundo paralelo, donde el golpe no ocurría y la historia discurría de otra manera. Eso me hizo recordar las palabras de mi padre, que el 5 de septiembre de 1970 –cuando recién estaba fresco el triunfo en las urnas de Salvador Allende y un delirante optimismo reinaba entre los partidarios de la Unidad Popular- me dio una lección de lucidez política impresionante. Aunque probablemente tan impracticable como perspicaz.
Visiblemente preocupado –una actitud que contrastaba con la loca felicidad imperante- cuando le pregunté la razón de su inquietud, me refirió lo que trato de reproducir: “Diego, está por cometerse un error histórico tremendo” –me miró con sus grandes ojos severos, coronados por cejas hirsutas y prosiguió- “Si comparas el programa de Allende con el de Tomic (el candidato democratacristiano) hay muy pocas diferencias, mínimas en verdad. Habría que deponerlas e invitar a la Democracia Cristiana a integrarse al gobierno. Pero no creo que vayan a hacer esto. Y van a arrepentirse”.
Vaya si tenía razón, pienso ahora. La historia pudo escribirse de otra forma. Pero no fue así. Quizás porque no convenía a quienes manejan los hilos de la historia, aquellos que –dentro del país o fuera de él- ostentan el verdadero poder (no los cómitres, los ejecutores, los voceros). De aquellos no podemos responder quienes estamos fuera de su órbita, o en sus antípodas. Nada que hacer.
También había otros que predicaban la cantinela de avanzar sin transar, o todo el poder a…. Habría que ver dónde están ahora esos personajes. Algunos en directorios de empresas, a la cabeza de partidos moderados, o convertidos en reaccionarios tan vociferantes como acomodados. Con aquellos pecamos de ingenuidad. Exceso de confianza, candor, inocencia.
Si la historia se hubiera escrito de otra manera, por ejemplo con el triunfo del socialismo, esos mismos personajes habrían sido ministros, diputados, embajadores o jefes del servicio secreto. Ante la menor vacilación demostrada por intelectuales pequeñoburgueses, habrían desatado una persecución inclemente. Tal vez incluso una dictadura estaliniana, con campos de concentración, cárceles secretas, tortura y crímenes por encargo. El otro lado de la moneda.
O el mismo, con otro signo.
La relación con el poder siempre es equívoca, allí aguardan muchas tentaciones, muchos peligros. Los poderes ocultos –sobre todo el del dinero- se confabulan con la ambición, el tráfico de influencias y la corrupción, incluso con el crimen.
¿Qué se puede concluir?, me pregunto.
Que mi padre tenía la razón, pero que no basta tener la razón para cambiar la historia.
Que hay que desconfiar de los fundamentalismos, de los principistas a ultranza, de las palabras apasionadas.
Que hay que desconfiar de quienes nos representan en las diversas instancias de gobierno, no firmarles cheques en blanco, y exigirles día a día que hagan lo suyo con efectividad y con transparencia.
Que sobre todo debemos confiar en lo que nosotros mismos seamos capaces de pensar y hacer, lo más juntos que podamos.
Eso me respondo este Once de Septiembre, treinta y siete años después del sacrificio de Salvador Allende, a quien sigo rindiendo silencioso homenaje, año tras año, convencido de que nunca lo entendimos. Y que la historia pudo seguir otro camino.

06 septiembre, 2010

Premio Nacional de Literatura: la polémica recurrente


La polémica recurre cada dos años. Después viene el olvido hasta la ocasión siguiente. La campaña le da inicio: unos meses de candidaturas, menciones en los medios de comunicación, entrevistas. Ataques, descalificaciones, mensajes, lobby, presiones de toda clase. Se otorga el Premio y vienen las reacciones, muchas de ellas destempladas, a favor o en contra.

Para despejar la duda y sacar el asunto del foco de atención, me parece excelente que el premio lo reciba una mujer (vaya injusticia la que se aprecia en la lista de galardonados), y que sea Isabel Allende, una escritora de oficio cuyo trabajo ha tenido eco universal, qué duda cabe. El premio más importante ya se lo han dado varios millones de lectores. Hay mucho que aprender de Isabel Allende, de su profesionalismo en la escritura, merece respeto, y francamente me resultan abominables ciertas críticas que parecen emerger de la envidia y la mezquindad. Felicito a Isabel Allende por haber recibido nuestro mayor galardón literario, aunque deba reconocerse –desafortunadamente, por cierto- que también cayó en destemplanzas producto del perverso mecanismo que favorece las “campañas” de prensa, el lobby y las presiones.

Dicho esto, también hay que decir que había otros posibles premiadas y premiados, todos ellos respetabilísimos. Hay una extensa lista de no galardonados tan abundante al menos como la lista de quienes ya recibieron el codiciado Premio Nacional de Literatura.

El asunto es que en nuestro pequeño Chile hay pocos estímulos para los escritores. Es por eso que la mayoría de nuestros literatos más conocidos y exitosos viven fuera del país, o han tenido que hacerlo por largos periodos. Acá reinan la escasez, la pobreza y la mezquindad.

Peor aún, el Premio Nacional se concede cada dos años. Se ha dicho hasta el cansancio que debe volver a ser anual. Es más, propongo que se dé en forma anual y por género. Igual criterio debería emplearse para reconocer y estimular el desarrollo de otras disciplinas artísticas y científicas. De ese modo habrá más posibilidad de reconocer los méritos de entre los muchos que son merecedores del galardón por su trayectoria y su obra.

Hay muchos escritores y escritoras que lo merecen. Basta de tacañerías y mezquindades. Si de escasez de dinero se trata, el Estado gasta plata mensualmente en apenas nueve sobrevivientes premiados: Nicanor Parra (1969); Gonzalo Rojas (1992); Jorge Edwards (1994); Miguel Arteche (1996); Raúl Zurita (2000); Armando Uribe (2004); José Miguel Varas (2006); Efraín Barquero (2008); e Isabel Allende (2010).

Grandes escritores olvidados por el Premio Nacional, son muchos, entre ellos –para nombrar sólo algunos notables- María Luisa Bombal, Jorge Teillier, Enrique Lihn, Vicente Huidobro, Nicomedes Guzmán; Luis Durand, Alberto Romero, Juan Emar, Daniel Belmar, Rosamel del Valle, Oscar Castro, Fernando Alegría. La lista puede seguir engrosándose con omisiones graves.

Y expresados estas propuestas y estos votos, paso al asunto que me parece más trascendente. Aquellas prácticas que me resultan francamente abominables y las ordeno en una lista donde no hay prioridad. Todas ellas detestables, es imposible jerarquizarlas:

• ¿De dónde surge la legitimidad que faculta a los senadores y los diputados a opinar tan fundadamente sobre las virtudes literarias? Y más encima permitirse consensuar mociones congresales. Me gustaría conocer de primera mano la cantidad de libros de literatura que leen en un año y examinar su grado de conocimiento sobre la producción escritural vigente.

• Lo mismo puede decirse de la mayoría de los integrantes del jurado. El mero ejercicio de un cargo ministerial, la investidura de rector universitario, o la condición de ex Presidente o Presidenta de la República, no habilitan a una persona para discernir un premio que –creemos algunos- debiera ser cuestión de especialistas.

• El mero hecho de que se preciso hacer una presentación escrita de una candidatura formal me parece (perdónenme colegas) lesivo para el ámbito de la dignidad de los escritores. Un buen jurado no necesita candidaturas; sólo requiere conocimiento del campo literario, capacidad argumentativa y de diálogo.

• Al punto anterior agrego que me repugna toda clase de prácticas que impliquen el uso de influencias de cualquier naturaleza ajena al campo de la obra literaria. Hablo del famoso “lobby”, sea que éste se practique desenfadada o sibilinamente; en la forma de halagos a las autoridades, de presiones a través de los medios, del aprovechamiento de banderías de cualquier especie. Las insólitas e intensas campañas desarrolladas por algunos candidatos, algunas con descaro, otras solapadas, sólo pueden surtir efecto en jurados sin ninguna autoridad para resolver con justicia un asunto tan importante en el terreno literario.

Ahora –en breve- vendrán el silencio y el olvido. Y se repetirá la misma senda, los mismos episodios, las mismas distorsiones. Es lo más probable. Lo quisiera de otro modo. Pero si bien hay muchos responsables de esta situación entre los gobernantes y los congresistas, es también cierto que hay una gran responsabilidad nuestra, de los propios escritores.

Desunidos, debilitados en lo organizativo, abandonados al imperio del egocentrismo y los intereses personales, los escritores nos dejamos arrastrar –con honrosas excepciones- por la marea de un modelo que privilegia el individualismo por sobre la solidaridad.

03 septiembre, 2010

LAS CRIATURAS DEL CYBORG


Acaba de aparecer –publicado por Simplemente Editores- mi libro Las criaturas del cyborg, que es la continuación de Flores para un cyborg, una novela que lleva dos ediciones en Chile (pronto saldrá la tercera) y una en España, ganadora del Premio Mejores Obras Literarias el año 1996. Ya está en las librerías chilenas.


LAS CRIATURAS DEL CYBORG

Las criaturas del cyborg es la continuación de la celebrada novela Flores para un Cyborg, que obtuvo en 1996 el Premio del Consejo Nacional del Libro y que tuvo el mérito de ubicar nuevamente –tras un largo silencio- la ciencia ficción en el centro de la escena literaria chilena. En Las criaturas del cyborg se vuelven a combinar la ciencia ficción y el género negro en una trama delirante, donde Tom, un androide, ha traspuesto el límite que separa a máquinas y humanos, haciendo realidad el sueño de la inteligencia artificial.

Rubén Arancibia es el experto en robótica que ha construido a Tom, el cyborg. Creador y criatura, junto a una galería de personajes memorables, se involucran en una peligrosa aventura cuando un misterioso personaje regresa al país para cobrar venganza. Génesis, una organización internacional secreta que mantiene alianzas con antiguos torturadores y agentes de seguridad, espera el momento apropiado para regresar al poder. En el país aún sobreviven las heridas de una larga represión y la justicia aún está lejos de imperar a causa de fuerzas ocultas que promueven el crimen y la corrupción.

Las criaturas del cyborg, más allá del sello especial que le otorgan la ciencia ficción y la novela negra, que asegura tensión y placer a sus lectores, se entronca hondamente con aquella literatura que pone su centro en los asuntos humanos .La dimensión social es un protagonista esencial de esta novela, al igual que su prosa ágil y el sentido del humor que invitan a una lectura grata y vertiginosa.

ALGUNAS REFERENCIAS CRÍTICAS DE LA NOVELA ANTERIOR: “FLORES PARA UN CYBORG”

“Para la lectura del libro de Muñoz Valenzuela, además del ya mencionado sentido del humor que lo recorre, adquiere importancia la soltura de la prosa, la facilidad con que se avanza: no es difícil liquidar las más de 260 páginas de tirón”.
Pepe Cervera, España, 2009

“El chileno Muñoz Valenzuela combina el género ne¬gro, la ciencia ficción y la novela social en una vertiginosa novela centrada en la corrupción política y en los experimentos en torno a la inteligencia artificial”.
Revista Mercurio, febrero 2009, España

“¿Una novela de ciencia ficción ambientada en Chile? Sí pero, también y a su manera, Flores para un cyborg es una historia delirante y un thriller social que no logra acomodarse en ningún género salvo en aquel al que todos los escritores aspiran: mantener atrapado al lector desde la primera página”.
Hari Seldon, España, 2009

“Diego Muñoz, al crear esta simbiosis genérica en su relato, con elementos tan dispares como la ciencia-ficción y el realismo sociopolítico, logra una originalidad narrativa pionera en nuestro medio, superponiéndose a las restricciones que se exige al asumir lo fantástico y que supone la agresión con el mundo de lo real cotidiano.
RAMIRO RIVAS, diario El Siglo, 5 al 11 de junio de 1998

“La más reciente novela de Muñoz Valenzuela […] nos entrega un grado notable de madurez. Flores para un cyborg es un relato sorprendente, sospechoso, científico, político, tierno, divertido. Y contiene una honda reflexión sobre la condición del hombre en estos tiempos un tanto huracanados que vivimos, acercándonos al fin del milenio.
POLI DELANO Revista Milenio, México, 1998

“Texto curioso, distinto a cuanto acostumbran abordar los narradores nacionales, muestra a un autor sagaz, que arma bien sus argumentos, presenta a los personajes de manera adecuada y sustenta sólidamente en un trabajo idiomático serio. Diego Muñoz conoce las palabras, las elige, las pule y entrega al final una prosa limpia, grata de leer, efectiva en la proyección hacia el interés del lector.
ANTONIO ROJAS GOMEZ, diario El Mercurio de Valparaíso, 29 de Marzo de 1998

“La visión crítica, el humor y el delirio ficcional, con una trama que se escapa de lo convencional, hacen que la novela se lea con agrado y preocupación, que va más allá del destino de la robótica y abarca el futuro de la humanidad, a menudo carente de convicciones para seguir adelante”.
LUIS MOULIAN, revista ERCILLA, 12 de Enero de 1998

“Por sus cualidades narrativas, el relato se lee con extrema facilidad y cuesta dejarlo. Esto, obviamente, es un mérito esencial. Por una lado, entretenernos (el “placer de la lectura”) y por otro, ir descubriendo las claves de la historia, muy cercanas a la triste realidad de hace algunos años. Pero, más allá de los logros estilísticos, de la fluidez del lenguaje, de algunas situaciones inolvidables, de un diálogo ameno, sobresale – por su propia humanidad – el vínculo afectivo entre Rubén y Tom, este científico medio chalado y arrogante (como él mismo se define) y el cyborg que “da su vida” para proteger a su creador”.
EDUARDO GUERRERO, diario LA HORA, 23 de Diciembre de 1997

“En "Flores para un cyborg", Diego Muñoz Valenzuela (1956), narra la historia de un exiliado que regresa a Chile, y lo hace acompañado de un ente cibernético -ciborg- que lo ayudará a ejecutar su venganza en contra de los que en el pasado fueron sus enemigos políticos. La novela se mueve en los terrenos de la ciencia ficción y el relato policial, unión de dos géneros que se ha hecho frecuente en otros países, pero que en Chile resulta novedoso, y que por lo tanto le confiere un atractivo especial a esta novela”
RAMON DIAZ ETEROVIC, artículo “LA NARRATIVA POLICIAL CHILENA DE LOS AÑOS 80 EN ADELANTE

“Flores para un cyborg es un relato de modernidad encubierto en ropajes que camuflan sus viejos discursos de protesta y disconformidad; aunque ya no desde un proyecto colectivo, sino muy por el contrario totalmente privado. Y aun cuando preferíamos al Muñoz Valenzuela más duro, intransigente y sentimental de los 90, no se puede desconocer que la experimentación le ha permitido construir una novela diferente, por sobre todo entretenida y, fundamentalmente, coherente en términos de creencias”.
PATRICIA ESPINOSA, La Época, suplemento Literatura y Libros, domingo 8 de febrero de 1997.

La creación de un cyborg, más que la obra del doctor Frankestein, un androide superior al robot común, con destellos humanos perfectos, que sabe odiar, amar, ser que es romántico, comediante, filósofo, hasta mentiroso como suelen serlo los hombres, pese a no ser de carne y huesos, sino de complexión cibernética, lleno de tubos, alambres, termina por cautivar y entregar simpatía al lector que busca y aquí encuentra originalidad plena en esta obra literaria meritoria de Diego Muñoz Valenzuela.
ENRIQUE NEIMAN, diario VI Región, sábado 20 de diciembre de 1997

“Tal vez eso de la ternura influye en la naturaleza, por muy electrónica que sea, de este Tom capaz de desarrollar una personalidad propia. Sí, Tom resulta ser lo que llamaríamos un tipo liberado, que se independiza de su creador, como un Adán de fierro, chips y tornillos. Independencia y no rebeldía, porque Tom se aviene con su creador y lo sigue, aunque con iniciativa propia, lo que siempre es un peligro, sobre todo para el amo”.
HERNAN POBLETE VARAS, diario EL MERCURIO, suplemento LITERATURA Y LIBROS, sábado 29 de noviembre de 1997

“(Flores para un cyborg) da cuenta de una mezcla abigarrada de elementos sobre los cuales se construye una visión de mundo caótica y no tan lejana; con rasgos que resultan familiares, tal como en la fábula futurista de (Ridley) Scott.
MAURICIO ILLANES, diario EL MERCURIO, cuerpo A, domingo 14 de diciembre de 1998

“Muñoz Valenzuela ha publicado una curiosa obra de género bastante indefinido. Tiene de ciencia-ficción, por una parte, en la propuesta de creación de un cyborg, expresión que designa a un androide dotado de inteligencia; en otras palabras, lo que los fanáticos de Blade Runner llamarían un replicante. Y por otro lado aborda la novela política, en una trama marcada por el castigo a los culpables de violaciones de los derechos humanos en un país innominado…”.
RODRIGO PINTO, revista Caras, año 10, No. 257, 6 de febrero de 1998

02 septiembre, 2010

Adiós a Guillermo Blanco


Excelente escritor, intelectual consistente y persona extraordinaria. Tres cualidades difíciles de encontrar en un mismo hombre. Y por cierto que podrían agregarse muchas otras. Estoy seguro de que si Guillermo Blanco leyera estas palabras, movería la cabeza y me reprendería con alguna de sus hábiles estocadas humorísticas. La sencillez y la modestia le hacían ser de aquella manera francamente entrañable.
Mi primer conocimiento de Guillermo Blanco fue a través de la lectura, como ha ocurrido con la mayoría de los escritores con quienes he construido alguna amistad, que la verdad no son demasiados. Lo primero que llegó a mis manos fueron sus cuentos. Un ejemplar de Adiós a Ruibarbo, que me sedujo por la exquisitez de la prosa. El cuento que da título al volumen tiene por personajes a un niño –un testigo impoluto y frágil de la injusticia del mundo humano-, a un viejo caballo, y por escenario al campo de nuestra zona central. Ese campo de callejuelas polvorientas, casas de adobe, carretas con bueyes cargadas hasta el tope, y las gentes sencillas que lo conforman. Aquel campo que conforma nuestros orígenes, nuestra historia y nuestra razón de ser; así lo creen muchos, entre ellos el cineasta Raúl Ruiz. Ahí está la esencia de la chilenidad. Lo que somos y lo que cada día –desafortunadamente- vamos dejando de ser.
Tal es el objeto de la escritura de Guillermo Blanco. Y siempre constituirá el sentido profundo de la gran literatura: la aventura de reflejar la complejidad del alma humana, sus enormes y sorprendentes contradicciones, la convivencia entre la pureza y la maldad, la imperiosa necesidad de sobrevivir que coexiste con la solidaridad, la generosidad y la avaricia, las pasiones enloquecedoras y los delirios de toda especie.
A mi modo de ver, literatura y humanidad son dos caras de la misma moneda. La literatura no es un constructo frío, inteligente, racional; como tampoco puede reducirse a un perfecto entramado técnico de palabras destinado a producir un significado y un efecto estético. La literatura es mucho más que lo mencionado. Hay un misterio subyacente, incomprensible, y esto es palpable sobre todo en el cuento: un género difícil, arisco, que se resiste a las manipulaciones de cualquier orden.
Vuelvo a Adiós a Ruibarbo. Debo haber tenido trece o catorce años cuando lo leí. Ya lo he dicho: disfruté la prosa, sus descripciones precisas, impregnadas de poesía, que me trasportaron al sitio de mi propia infancia: el campo chileno de la zona central, una realidad profusamente reflejada en la producción literaria de una galería de autores notable: Mariano Latorre, Luis Durand, Rafael Maluenda, Federico Gana, Marta Brunet.
Imposible soslayar la conexión con otro cuento magnífico, leído en su oportunidad apenas unas semanas antes: Lucero del gran Oscar Castro, otro escritor que se abocó al retrato de nuestra auténtica chilenidad. En ambos cuentos ocupa un lugar protagónico el caballo, el leal compañero de los hombres del campo chileno. En Lucero aparece un arriero, y en Adiós a Ruibarbo un niño; ambos personajes hermanados por el amor a bestias con las que comparten su vida. Ambos enfrentados a la tragedia que aguarda emboscada en el sendero de la vida; el momento en que enfrentan sentimientos y creencias con la cruda realidad. Allí surge lo mejor y lo peor del ser humano, enseñanza de los grandes maestros rusos, cuyo rumbo Guillermo Blanco supo seguir con talento e innovación.
No contaré más acerca de la historia de Adiós a Ruibarbo. Es un cuento tan conmovedor y brillante como breve: merece ser leído por todos. Si no tienen el libro, Internet hará el milagro. Y sigan con otros cuentos maestros de Guillermo Blanco, Misa de Réquiem, o La espera. Luego, cuando se hayan convencido de la fina maestría del autor, lean todos sus cuentos y sigan con sus novelas. Aprenderán más de la naturaleza humana y más acerca de nuestra idiosincrasia –eso que llamamos chilenidad- que en mil manuales o cien cursos.
Durante la dictadura militar, Guillermo Blanco ejerció con notable coraje su oficio de periodista. No vaciló en defender con los hechos la libertad de prensa que ejerció siempre en sus crónicas, en las épocas más difíciles, cuando el peligro era una sombra que se cernía amenazante sobre quienes osaban defender las libertades públicas.
Aun mayor mérito reviste su decidida acción opositora a la dictadura, considerando su tendencia a mantenerse alejado de los escenarios y las actividades masivas. Bajo perfil, se diría ahora. Yo prefiero decir sencillez, modestia auténtica, sabiduría, generosidad.
Recuerdo que a mediados de los 80 –difíciles años de censura y oscurantismo- leí con emoción una reseña de mi primer libro de cuentos. Tras unas líneas alentadoras y generosas, hallé la firma de Guillermo Blanco. Lo conocí unos años después, en diversos encuentros a propósito de la narrativa, y siempre fueron ocasiones agradables y fructíferas. Era un maestro nato, enseñaba sin querer, encantando a quienes estaban con él.
En los últimos años tuve el gusto de encontrarlo en la casa de su hija Pilar y Claudio, ambos queridísimos amigos. Allí nos poníamos al día sobre los asuntos que nos interesan a los escritores y a muy pocos más. Y las bromas iban y venían. Recordábamos a mi padre, también escritor, con quien mantuvo una amistad que traspuso las dos décadas de adelanto que le llevaba. Los hermanaba el crisol de la literatura que pone el acento en los temas humanos más profundos y emocionantes.
A sus virtudes se agregaba el fino humor con que acompañaba la destreza y la elegancia del lenguaje. Un apasionado de la forma y el fondo, completamente ajeno a las exasperaciones, a los desbordes del temperamento y a los excesos lingüísticos. No necesitaba levantar la voz para hacerse escuchar.
Se cuenta que en su casa había un mapa de América del Sur rotulado como “Talca y sus alrededores”, fina muestra de su sentido del humor y de su amor por la tierra que lo vio nacer.
Miro a través de la empañada ventana de mi biblioteca. Imagino al niño de Adiós a Ruibarbo y elucubro posibles destinos del caballo. Y me siento un poco más solo que antes.

Septiembre de 2010

Diego Muñoz Valenzuela

29 agosto, 2010

Tragicomedia doméstica


Presionó el interruptor de la luz y se encendió el televisor. Apagó la estufa y se activó el despertador. Enfurecido, partió a la cocina para encender el hervidor, pero sólo consiguió activar la calefacción. Abrió el refrigerador y saltó el tostador. En vez de servirse un vaso de agua, activó el regadío automático. Desesperado, salió de la casa y trató de arrancar el automóvil. Se encendieron todas las luces de la casa. Presionó el control remoto del portón automático para escapar y se activó la alarma. Arrastrado por una mezcla de desazón y miedo, hundió con fuerza la bocina. Entonces todo se fue a negro.

22 agosto, 2010

Lepidópteros


A Chuang Tzu le dio por transformarse en vampiro. Hurgó en sus sueños hasta que dio con Drácula. Dejó que el conde lo mordiera y le extrajera hasta el último ápice de su sangre. Chuang Tzu murió a la luz de la luna llena. Al poco rato despertó y se convirtió en mariposa. Trató de seguir al príncipe de la noche, pero este desapareció tras una terrible y humillante carcajada.

Desde entonces se lo pasa libando el néctar de las flores. Las sobrevuela un rato antes dejarse caer con violencia sobre ellas. Las acomete con furor ridículo y procede a libarlas sin compasión. Después, extenuado, se deja arrastrar por el sopor. Y sueña.

14 agosto, 2010

Tiempos modernos


Cobró el sueldo. Pagó la hipoteca, la cuota del préstamo, las tarjetas de crédito, la colegiatura de los hijos, las cuentas de servicios. Comprobó que no le restaba un céntimo. Besó a sus retoños y a su mujer. Se acostó. Cerró los ojos y se durmió. Soñó con su madre. Era un bebé feliz. Le prodigaban besos y lo cargaban a todas partes. Sonó el despertador.

07 agosto, 2010

El reposo


Don Zenón estaba dichoso porque su cumpleaños número sesenta y cinco se acercaba vertiginosamente junto con el momento de la jubilación. Incluso alcanzó a organizar una magna celebración con parientes y amigos. Sin embargo, unos días antes de que el plazo se cumpliera, el gobierno promulgó la ley que extendía el retiro hasta los setenta años. Se deprimió intensamente. ¡Cinco años más!, se quejaba amargamente. Finalmente se resignó.
Arrastrando los pies y una sarta de enfermedades crónicas, Zenón logró mantenerse activo y acercarse a la condición de septuagenario. Su empleador tuvo a bien mantenerlo en su puesto. Esta vez –viendo acercarse la fecha del aniversario- se abstuvo de organizar celebraciones a pesar de la alegría que lo embargaba. Se había convertido en un supersticioso.
Argumentando razones fundadas en la crisis mundial de las finanzas y el espectacular alargamiento de la vida humana, el gobierno anunció una nueva extensión del plazo. Setenta y cinco fue la nueva meta. ¿Quién iba a emplear a un viejo hasta aquella edad? Nadie, se respondía.
Así fue. Su empleador le dijo que hasta allí no más llegaban, y Zenón lo comprendió. Su rendimiento era precario en extremo. Resolvió gastar sus ahorros en un quiosco de bebidas y golosinas y se instaló allí a esperar el nuevo vencimiento.
Allí está, esperando. Lo veo cada día cuando llego a mi trabajo. Paga religiosamente las imposiciones con sus menguadas ganancias. Eso me ha contado don Zenón. ¡Qué paradoja! -suele decirme con voz cascada cuando le compro galleticas- Cualquier día ponen la jubilación a los ochenta. ¡Pero no van a derrotarme!
Nunca le contesto. Arrastro mis piernas en dirección a mi trabajo sumido en profundas reflexiones filosóficas. Por las noches sueño que soy un conejo corriendo contra una tortuga que me lleva una ínfima ventaja. Jamás la alcanzo, por más que corra. La tortuga tiene el rostro de don Zenón. Idioteces que sueño.

01 agosto, 2010

Amor eterno


No debiste dudar de mi amor, le dijo con voz cadenciosa, pues éste será eterno. Después diestramente le clavó el punzón en el pecho. Ella abrió los ojos, suspiró, y se despidió de este mundo.
Vaciada de sangre, su piel quedó aún más alba. Estaba desnuda, con los ojos cerrados. Él la poseyó con furia, con pasión, con delirio; lloró sobre ella tras desprender el fluido de la vida. Luego la limpió escrupulosamente con una esponja humedecida y la acomodó en una nevera.
Te amaré por siempre, dijo. La besó y deslizó la tapa.

24 julio, 2010

El hombre que temía a los gatos


dedicado a la Montesorrita, Alta Comisionada de la Internacional del Microrrelato en Chile

Cuando acabó el tiempo de las exposiciones teóricas, antojadizas y disparatadas, el auditórium se iluminó gracias a la predominancia del alivio. Llegaba la esperada hora de la lectura, y los microcuentistas –estructurados en perfecto carrusel- prepararon la artillería. La expectación de los asistentes sugería –de manera insolente y descomedida- que todos los preludios habían sido estériles, superfluos.
Pues bien, los escritores esgrimieron sus armas y lanzaron inmisericordemente toda clase de ficciones mínimas sobre la muchedumbre enfervorecida: medusas, cuchillos feroces, arcanos, lobizones, oleajes.
Hacia el término de la lectura, sin romper el silencio gracias a sus patas acolchadas, un gato saltó al tablado y luego a la mesa donde los autores sujetaban sus breves historias. Convertido en un ínfimo führer, les pasó revista. Se tomaba unos segundos frente a cada cual, examinándolos con sus ojos azules.
Al final del carrusel, estaba el joven alto y moreno. Lo escogió, le clavó su mirada maléfica y halló lo que buscaba: el miedo atávico. Lo arrinconó en el escenario, como hacen los boxeadores en el round que da término a la pelea. Le lanzaba ínfimos zarpazos mientras el público aplaudía a rabiar aquella performance.
Los autores despreciados por el gato deliberaron en susurros sobre el significado de todo aquello. Yo creo que nos introdujimos en un microcuento, aseveró G. Creo que es uno mío, discurrió S. Da lo mismo quien sea el autor, no sean presumidos, rabió P. Lo único que importa es el final, advirtió L. Mejor nos vamos, propuso D. Muy bien, aceptó M, la moderadora.
Se fueron todos. El público también. Sólo permanecieron el gato y el joven escritor acorralado, atrapados en la historia inconclusa.

20 julio, 2010

La amistad (en el Día del Amigo)


Entiendo la amistad como un concepto variable, que evoluciona con uno, mutándose junto a las propias transformaciones que van arrastrándonos desde la infancia a la madurez, en ese camino enigmático que va desde el nacimiento – partiendo desde un estado de no ser – hasta la muerte – donde volvemos al no ser, esto es a nuestro estado primigenio. En ese breve paréntesis que llamamos existencia o vida – ínfima hendedura en la eternidad del tiempo - tal vez el único consuelo sea el amor al otro, al cual bien podemos denominar también amistad, la forma de trascender esa soledad tan honda que llevamos dentro desde el inicio, el abandono que rompemos por un instante para entregarnos al otro que reconocemos como un ser valioso por aquello que sea que nos proporciona: placer, risa, sabiduría, reflexión.

La amistad es una forma de amor que involucra a personas concretas. El amor puede tener por objeto una idea, una misión, un lugar, una actividad; la amistad es un círculo más estrecho y limitado que involucra a otra persona. La amistad es un acto deliberado, se escoge a los amigos, aun cuando sea el resultado de una serie de coincidencias inextricables que se aproxima bastante a un determinismo filomecanicista. No hay más remedio que ser amigos en ciertos casos, en la medida que esa entelequia que denominamos el destino se empeñe en acercarnos, la amistad ocurrirá. O bien, las razones que fundan la amistad se encargarán de juntar a dos personas de manera inevitable.

¿Por qué se es amigo de algunos, unos pocos, y no de todos? Es un misterio que persigo desde la infancia: ¿cuál es la diferencia decisiva que permite la amistad? Tal vez sea nada más la intuición de una semejanza más profunda, un ciego instinto que hace que en medio de las tinieblas nos reconozcamos los seres de una misma especie, los que tememos a las mismas tinieblas, los que adoramos a los mismos dioses, los que compartimos sueños y esperanzas difusas, los que infringimos y obedecemos leyes equivalentes, los que ponemos el pie en el mismo fango de las miserias humanas.

La amistad tiene mil barreras: el tiempo, el espacio, la edad, el género, las convicciones, la sociedad misma; de esta forma se tiende a concentrar la amistad en los coetáneos del mismo género, al menos en las generaciones emergidas hasta mediados del siglo XX, en esta parte del sur del mundo, en un mundo muy compartimentado en todo sentido, donde cada cual ha podido afiliarse a una caja y rotularse con cierta claridad que ha terminado por diluirse y demostrar su completa inutilidad; a estas alturas una lección de la historia. Pero la amistad, no sin esfuerzo, puede saltar todas estas barreras, prejuicios, leyes inmanentes, cultura o costumbres, como queramos llamar a estas limitaciones torpemente inventadas por nosotros mismos. Al menos, creo haber vencido todas esas barreras en mi propia experiencia con la amistad.

En la amistad he encontrado la justificación más importante de la existencia. Estar con los amigos – llámense padres, hijos, hermanos, compañeros, colegas, cofrades – es el momento más intenso de la vida, cuando más intensamente se sienten sus vibraciones. Tengo la suerte de ser amigo de mis padres, de mi hermana, aun cuando a ellos no podía elegirlos; eso es una suerte mayúscula que la vida me ha enseñado a apreciar. No hay pareja sin amistad y antes que nada me considero amigo de mi compañera. Creo dar amistad a mis hijos, no sólo paternidad, con su imprescindible carga de autoridad y jerarquía, y espero tener la fortaleza de persistir en esto, hasta donde me sea posible a ellos y a mí. Y creo haber tenido la suerte de encontrar a varios hermanos y hermanas de esos que llamo amigos, sin lazos sanguíneos, pero con vínculos más estrechos que la propia hermandad. La edad no ha sido obstáculo, tampoco el sexo o la extracción social; menos aún las convicciones políticas o religiosas. La amistad se ha impuesto siempre de esa manera misteriosa que tiene de marcar su presencia, sin aviso, precedida incluso de ciertos conflictos distractores no triviales, lenta en su eclosión, sembrada de dudas y desconfianza, recorriendo con pereza el sendero que se ha de continuar juntos, más allá de cualquier distancia.

Varios de mis amigos están lejos, hablo de la distancia geográfica, cada día menos importante en un mundo pleno de conexiones de voz e imagen. Cada día es menos importante donde nos encontramos para proseguir la amistad; a miles de kilómetros podemos conversar, planificar reuniones, sembrar la semilla de futuros encuentros reales y virtuales. La lejanía es algo teórico, estamos tan juntos o más que cuando compartíamos barrio y vida con la intensidad propia de la juventud más temprana. La única distancia definitiva es el no ser, la muerte, la pérdida final, aun cuando la fotografía y el alma del amigo se queden muy dentro de uno hasta el término, integrados a nosotros. Porque la amistad viene a ser una suerte de transferencia de ideas, de sentimientos, de sensaciones, de aberraciones – de todo lo luminoso y lo oscuro del ser humano – en la cual vamos entregando y recibiendo, perdiendo y ganando identidad al mismo tiempo, siendo y dejando de ser, convirtiéndonos en el otro que de alguna manera siempre hemos soñado ser, eso que algunos tratamos de alcanzar a través de la escritura literaria.

El amigo o la amiga vienen entonces a ser la oportunidad de superar esa infinita soledad que llevamos a cuestas, la posibilidad de la trascendencia más allá de la mera vida individual, la negación del egoísmo y la exaltación de lo social. Así se alcanza en plenitud una justificación de la existencia: no he encontrado otra razón más profunda que ésta. Incluso pienso que la escritura literaria, esa obsesión que nos mueve a los escritores, es también una forma de compartición, de acercamiento a otro invisible, misterioso, con quien establecemos una amistad fuera del tiempo y la geografía. La obra literaria es un medio para compartir experiencias o sensaciones con otros que probablemente jamás conoceremos, aunque se materialice ese nexo misterioso que depende de la complicidad entre el lector y el escritor. Es una hipótesis de amistad, una sonda enviada a un espacio lejano, donde será recogida y reconstruida por otros seres con los cuales existe una hermandad, una entrega mutua, más allá de las barreras espaciales y temporales donde nos movemos en nuestra existencia a la vez precaria y maravillosa.

17 julio, 2010

Premio Nacional de Literatura 2010


Como ya es costumbre, tras un largo silencio de dos años, el ambiente de las letras comienza a remecerse a medida que se aproxima el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura. Se sale del ostracismo para dar el minuto de gloria a un elegido, así como también para decir que la literatura importa. Las candidaturas se alzan, saltan chispas, y se impone la polémica. Así ocurrirá hasta que el Premio se otorgue y venga un nuevo y largo espacio de silencio que se extenderá por otros dos años.

A menos que se restituya la esperada anualidad del Premio, proyecto que forma parte de propuestas legislativas en curso cuyo estado desconocemos.

No es, por desgracia, la frecuencia bienal el único problema que afecta al otorgamiento del Premio Nacional de Literatura. Quizás si sea el principal, porque se va engrosando la interminable lista de postergados e ignorados a la hora de las discusiones.

Por cierto que una eventual entrega anual (llevamos esperando más de veinte años) mitigará las injusticias y postergaciones, pero otra cosa son los mecanismos de elección, donde se advierte una serie de insuficiencias que ya he caracterizado en otras oportunidades. Sin embargo, vuelvo sobre tales carencias, ya que vivimos en un país que adolece de la enfermedad del olvido y la eterna postergación de los asuntos importantes.

El mecanismo impone la necesidad de levantar “candidaturas”, por ende campañas. Esto -en mi opinión- le da un toque farandulero al ambiente literario chilensis, ya afectado de manera endémica por una fuerte dosis de provincianismo.

El reglamento exige la presentación de “candidaturas” con los correspondientes respaldos institucionales y personales. Se forman bandos, comandos y tropas de activistas con medios desiguales según su acceso a los medios de comunicación o al poder político y económico.

En otras épocas era un jurado ilustrado –compuesto básicamente por escritores y estudiosos de la literatura nacional- quien decidía, con prescindencia de cualquier tipo de candidatura oficial, en función de los méritos de la obra, quiénes podían ser merecedores del galardón y después de intensas (y normales) discusiones llegaban a un acuerdo. Este hecho ha sido relegado al olvido, igual que la premiación anual.

Ahora, en el mencionado proyecto de cambio jurídico (que ya he dicho, se desliza detrás de bambalinas) se pone en discusión –por ejemplo- que el jurado deba integrarlo la Universidad de Chile, argumentando que se trata de una discriminación odiosa –un monopolio ha llegado a decirse- hacia otras casas de estudio superior. Tiemblo al pensar que terminen por llenar su cupo casas de estudio vinculadas a grupos religiosos tan poderosos como sectarios y fanáticos, como aquellas administradas por grupos económicos tremendos. Me aterra mucho más el remedio que la enfermedad.

Una de las piedras angulares reside en la composición del jurado: El Ministro de Educación, dos representantes del Consejo de Rectores (uno de ellos de la Universidad de Chile), un representante de la Academia Chilena de la Lengua, y el anterior premiado. Este año ese cupo correspondía a Efraín Barquero, quien ya ha anunciado que no asistiría por razones de salud, lo cual aumenta los niveles de incertidumbre acerca del ganador 2010.

De ese modo, tal composición asegura la presencia de un solo escritor en el jurado, a menos que los demás integrantes deleguen en un escritor, cuestión que –por desgracia- tiende a no ocurrir.

Aquí seré categórico: los premios para escritores deben ser concedidos por sus pares. Cualquier mejora en el procedimiento pasará necesariamente por el establecimiento de un jurado integrado por una mayoría de escritores, lo cual asegura un conocimiento más amplio de la creación literaria actual y una ponderación que actúe fuera de los ámbitos académicos, gubernamentales, empresariales y los efectos del marketing, el lobby y los mass media. De ese modo podía salvarse cualquier asomo de insolvencia para llevar a cabo una tarea tan especializada.

Con excepción del periodo de la dictadura militar, cuando los otorgaba una mayoría de escritores, los Premios Nacionales tendieron a darse a escritores con largueza de méritos, que por cierto suelen ser bastantes más que los premios disponibles. La lista de los premiables no galardonados es tan extensa como aquella donde figuran los laureados. El otorgamiento del Premio cada dos años no hace más que ahondar esta brecha.

Insisto en continuar proclamando que en nuestro pequeño país los estímulos para la creación literaria son menguados y cualitativamente pobres, reducidos en lo que se refiere a rango, variedad y alcance. Lo cual no implica reconocer los esfuerzos realizados por el Consejo del Libro en cuanto a premios, becas y concursos de proyectos. No obstante estamos lejos de ostentar un estado satisfactorio a este respecto: hay mucho qué decir al respecto.

Un país debiera ser algo más que una amorfa suma de individualidades hipertrofiadas. Mientras tanto se ejecutarán las campañas de rigor y se erguirán las candidaturas ilustres, aunque como país debiéramos ocuparnos en estimular el desarrollo de la creatividad, el intelecto y el goce de la lectura. Ya han hablado los expertos mundiales de la educación: lo que tienen que hacer los niños es leer, leer y leer. Para eso necesitamos buenos libros y muchos buenos escritores. No un solo escritor cada dos años, al cual se premia un día, para luego relegarlo al olvido.
Pienso que no es mucho pedir un Premio Nacional de Literatura anual otorgado por escritores sin necesidad de procedimientos de postulación. Mejor aún, que el galardón se conceda por géneros. Así el Estado reconocería la importancia de una actividad tan importante como solitaria y silenciosa: la escritura de las letras de Chile. Y pavimentaría con inteligencia y sabiduría el camino hacia el ansiado desarrollo.

16 julio, 2010

El falso idiota


Bramaba en un lenguaje ininteligible mientras agitaba el platillo para la recolección de las monedas. Vagamente una de sus letanías bestiales se asemejaba a un clamor por alimento, algo así como “tengo hambre”. En cualquier caso, el tono era desesperado y llamaba a la misericordia a los transeúntes. Su estudiada actuación lograba despertar, más que la compasión por su existencia desdichada, una sensación de culpa respecto de los propios privilegios. Ante los paroxismos del enfermo mental, su profuso babeo y su discurso indescifrable, las almas se estremecían y obligaban a los cuerpos a rastrojear los bolsillos en busca de monedas. Cada cierto tiempo el idiota, cerciorándose de que nadie lo estuviera vigilando, limpiaba la escudilla para regresarla a un estado de escualidez que fomentara la caridad. Cuando vi lleno el receptáculo y advertí que se preparaba a descargarlo, me acerqué con rapidez a su puesto y lo limpié con destreza inigualable. Escapé de allí muerto de risa, oyendo sus insultos y maldiciones pronunciados claramente, sin defectos.

10 julio, 2010

Quirópteros 1


El maldito murciélago ingresa a la pieza a través de las cortinas blancas y traslúcidas sacudidas por el viento que proviene de los Cárpatos. Ex profeso he dejado la ventana abierta para facilitarle la tarea. La horrible criatura se aproxima al lecho donde simulo dormir con la rutilante cabellera rojiza esparcida sobre la almohada de seda y el escote bien abierto.
Babeante, ávida, con los ojos inyectados en sangre y la boca abierta con los filosos colmillos preparados para hundirse en mi yugular. La veo acercarse con los ojos entornados.. Despliega sus alas membranosas y se arrastra hacia mi cuello. Siento su hálito fétido entibiando mis pechos.
Entonces rápida como un relámpago lo atrapo por las alas y devoro su cabeza maligna, la mastico, escupo los colmillos, y sigo con su cuerpo aún sacudido por convulsiones postreras, y su sangre cae sobre mi piel, una oleada de placer me recorre lanzo esta carcajada final que estremece a Transilvania.

30 junio, 2010

Astracán


Le imploró que regresara. Tuvo que jurarle por celular que estaba de rodillas, vencido, humillado, suplicante. Lo que fuese con tal que volviera al hogar. Sin condiciones: con sus medias caladas, sus glamorosos vestidos de lunares, sus zapatos de tacón, su cepillo de dientes, su cabellera furibunda.
De alguna insospechada manera, ella sintió piedad, aunque no había razones. Empacó sus cosas y emprendió el largo camino. Una noche helada y ventosa tocó a su puerta, envuelta en su abrigo de astracán.
Él abrió trémulo, obnubilado por una pasión irracional. Ella estaba rutilante, envuelta en la lustrosa piel azabache. En la mesa una cena de candelabros esperaba su momento.
Le ofreció tomar su abrigo. Ella lo dejó hacer. Una sonrisa lóbrega se dibujó en el rostro del hombre. Se colocó tras ella, se embriagó de perfume, de ilusiones y deseo. La piel del astracán era suave, deliciosa.
Cuando tuvo el abrigo en sus manos, sintió que las mangas negras aferraban firmemente su cuello, asfixiándolo. La piel oscura envolvió su cabeza para sofocarlo. Rodó por el piso tratando de librarse del letal abrazo. Tras una breve lucha, sobrevino el silencio. Después la carcajada.
Ella recuperó su abrigo y se marchó. Esta vez para siempre.

19 junio, 2010

El falso ciego


A Poli Délano

Tras reunir su meta diaria en un plazo más breve que el acostumbrado, el falso ciego abandonó el lugar que se le había asignado y llamó por teléfono celular a su reemplazante. Seguí por varias cuadras su caminata de bastón blanco y gafas oscuras. Se dirigió hacia un grupo de muchachas de colegio que conversaban ruidosamente, viró con brusquedad a último minuto con el calculado propósito de manosearlas como por casualidad. A dos de ellas les repasó senos y nalgas con total descaro; las chicas chillaron sorprendidas, pero al reparar en sus gafas le abrieron paso sin chistar.


El falso ciego prosiguió su camino, y yo continué siguiendo sus pasos. Cuando entramos en calles menos pobladas, me puse mis propias gafas, estiré mi bastón plegable y corrí tras él. Se dio vuelta al escuchar la carrera, se sacó los anteojos de sol y me observó con sus ojos totalmente vivos y repletos de sorpresa. Lo golpeé con la cacha y cayó al suelo de inmediato. Extraje el dinero de sus bolsillos y después de propinarle un par de patadas en las costillas –por degenerado, le dije- doblé la esquina con precaución, moviendo mi blanco bastón hacia la derecha y hacia la izquierda, para cerciorarme de que no hubiera ningún obstáculo por delante.

13 junio, 2010

El origen de las especies


Los dinosaurios herbívoros portaban pancartas exigiendo el término de la explotación insensata del entorno y el deterioro acelerado del medio ambiente. Propugnaban el uso racional de los recursos renovables, la resolución pacífica de los conflictos, la solidaridad fraterna entre la comunidad de los saurios. Su líder, el Diplodocus, llamaba a constituir un nuevo orden mundial que se basara en la compartición más que en la apropiación.
De otra parte, los carnosaurios los vigilaban estrechamente, preparando sus cachiporras para detener a quienes osaban detener el progreso. Los uniformados velociraptores se preparaban ansiosamente para un festín gratuito. Desde una lejana cámara ubicada en el palacio de gobierno, el Tyrannosaurus Rex observaba los acontecimientos. Un hilillo de saliva escurría por entre sus fauces ávidas de poder. Dio la orden.
Y se precipitó el cataclismo.

06 junio, 2010

Alienígenas 1


Cuando abrí la puerta del excusado, encontré al maldito extraterrestre instalado allí. El almuerzo me había caído pésimo y necesitaba el inodoro con urgencia. Me miró a través de su escafandra translúcida con aquellos enormes, oblicuos y oscuros ojos de alienígena. Tenía la parte inferior de su traje espacial abajo. Apestaba y eso empeoró la situación porque me vinieron arcadas. Vomité sobre su escafandra. El asqueroso fluido que salió de mis entrañas escurrió empañando el vidrio. Al fulano no debe haberle agradado mi acción, por cierto involuntaria, y llevó rápidamente su mano –o lo que fuera, tentáculo, seudópodo, pata- a la altura donde debieran estar sus caderas. Ya he visto suficientes películas del far west; a mí no me vienen con cuentos. Le vacié la Walther 38 sobre el pecho. No quería que me saltaran vidrios al rostro. Ocho agujeros aparecieron sobre su traje de cosmonauta, y por ellos comenzó a escurrir un fluido verde esmeralda. Antes de que cayera y siguiera emporcando, lo levanté en vilo y lo tiré a la tina. Me senté al fin. Y vino el alivio, aunque se oliera la podredumbre de la criatura convulsionando en la bañera.

29 mayo, 2010

El perverso eficaz


Al perverso eficaz no le importaba ninguna otra cosa o ser que no estuviera ligado al cumplimiento de sus objetivos. Había llegado a constituirse de ese modo como resultado de su vida exitosa, sin siquiera estudiar a Maquiavelo, pues nada leía que no fuera imprescindible. No desperdiciaba tiempo en tareas superfluas. Solía decir que se había construido a sí mismo, como si fuera un artista que hubiese cincelado su obra maestra.
Si acaso alguien se interponía en su senda, por lo menos salía maltrecho, acaso no destruido o muerto. Con brutal saña se mofaba de los mediocres desde aquella tribuna imaginaria que tripulaba constantemente. Megalómano, ególatra, tirano, despiadado son adjetivos que describen apenas -con tímida tibieza- su conducta. Aunque también–acaso fuere más conveniente para sus fines- sabía aparecer obsequioso, flexible, amable, simpático, hasta obsecuente.
Alcanzó el cenit de su carrera. Llegó a la cima esperada. Pero no lo supo. Siempre quiso más y más. Terminó sus días contaminado de amargura, frustración y rabia, odiado, envidiado y temido por quienes disputaron el honor de sujetar las manillas de su ataúd.

21 mayo, 2010

Juegos con el espejo


Cada mañana me miro al espejo para afeitarme. Veo a un burgués avejentado, vencido por la vida, convertido en un adicto a los placeres mundanos. Despreciable, mísero, abyecto. Los ojos cansados me miran con indiferencia y con distancia, pero yo me odio. Disimulo mis sentimientos mientras pienso en asesinar sin piedad al tipo de espejo. Lo miro, me miro. Me viene la pena. La indulgencia. Me absuelvo y gano otro día.

14 mayo, 2010

Fantasmas grotescos


Estaban cortadas un poco más arriba de la rodilla, erguidas y a la distancia que correspondería a una persona completa. Terminaban en un par de finos zapatos negros precedidos de unos calcetines del mismo color. Eran unas piernas lampiñas y blancas, más bien delgadas respecto de las rodillas abultadas. Se habían instalado en la mitad del pasillo que conducía a mi departamento. Era prácticamente imposible sortearlas, pero después de meditar un rato, avancé con decisión apegándome a la muralla. Entonces las piernas saltaron hacia el lado para impedirme el paso. Vi con espanto que terminaban en un corte sanguinolento donde podían apreciarse hueso, venas, arterias, tendones, todo. Se me erizó la piel de la espalda y retrocedí. Era una situación escalofriante. Por suerte las piernas no me persiguieron; eso habría sido horroroso. Tembloroso y fuera de control me quedé contemplando la escena sin saber qué partido tomar. Las piernas regresaron a su posición céntrica y se quedaron allí, inmóviles, esperando. Cuando recuperé el aliento hice amago de avanzar nuevamente, pero ellas iniciaron el despliegue esperable. Pasaron las horas, lentas y tensas. Nadie llegó ni salió del piso aquella noche. Por fin, rendido, me senté en el piso. Me quedé dormido sin darme cuenta. Desperté sobresaltado, de un salto me incorporé dispuesto a enfrentar una batalla final. El pasillo estaba vacío. Entré a mi departamento. Nadie iba a creerme. Escribí esta historia de todas maneras. Me pregunto dónde andarán esas piernas ahora mismo. Quizás te esperen cerca de la puerta.

07 mayo, 2010

La tarea final

Disfrutó por décadas seleccionando, promoviendo, compensando, desarrollado personal para las diversas áreas de su empresa. Eso pudo perdurar, pero no fue así. La causa da lo mismo. Vino el final.
Le encargaron la tarea de despedir a todo el personal, uno tras otro. Y cumplió con diligencia y pertinacia. No fue fácil por cierto, cada día fue una auténtica pesadilla. Pero llegó a acostumbrarse, a constituirlo en una rutina.
No obstante, llegó el día en que no hubo nadie a quien finiquitar. Sólo tuvo en frente suyo la imagen del espejo. Firmó, resignado, y salió de su oficina. Caminó en total silencio hasta la salida. Dio un portazo, tal vez por descuido, tal vez inútil y postrero gesto de rebeldía.
 
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