29 mayo, 2010
El perverso eficaz
Al perverso eficaz no le importaba ninguna otra cosa o ser que no estuviera ligado al cumplimiento de sus objetivos. Había llegado a constituirse de ese modo como resultado de su vida exitosa, sin siquiera estudiar a Maquiavelo, pues nada leía que no fuera imprescindible. No desperdiciaba tiempo en tareas superfluas. Solía decir que se había construido a sí mismo, como si fuera un artista que hubiese cincelado su obra maestra.
Si acaso alguien se interponía en su senda, por lo menos salía maltrecho, acaso no destruido o muerto. Con brutal saña se mofaba de los mediocres desde aquella tribuna imaginaria que tripulaba constantemente. Megalómano, ególatra, tirano, despiadado son adjetivos que describen apenas -con tímida tibieza- su conducta. Aunque también–acaso fuere más conveniente para sus fines- sabía aparecer obsequioso, flexible, amable, simpático, hasta obsecuente.
Alcanzó el cenit de su carrera. Llegó a la cima esperada. Pero no lo supo. Siempre quiso más y más. Terminó sus días contaminado de amargura, frustración y rabia, odiado, envidiado y temido por quienes disputaron el honor de sujetar las manillas de su ataúd.
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