25 noviembre, 2007

Mutatis mutandi


La chica se empeñó en cambiar su nariz: quería una más pequeña y respingada. Sus abnegados padres se lo concedieron. Hay que decir que antes ella se había teñido el pelo de rojo e insertado siete piercing en aquellas escasas partes de su cuerpo todavía no cubiertas por un tatuaje. Tras sucesivas pataletas convenció a sus progenitores para realizar nuevos cambios. Se agrandó los senos, aplanó su barriga, estilizó sus piernas y afirmó sus nalgas. Y muchas otras cirugías. Dos años después poco quedaba de ella misma. Sufrió una crisis identitaria que agravó su bulimia y la depresión endógena que la afectaban. Desesperada, se arrojó desde la terraza de un edificio. Nadie reconoció sus restos.

18 noviembre, 2007

Necrofilia, 2

Ocioso, desesperado por la carencia de trabajo, vago por la ciudad. Entro en una capilla donde se advierte mucha actividad. Cuando la veo dentro del ataúd, infinitamente tranquila, sumisa ante la muerte, con una leve sonrisa de satisfacción dibujada en los labios algo pálidos, comprendo que me he enamorado perdidamente. Es la mujer perfecta para mí: jamás me reprochará, carente de caprichos, se someterá a mis designios sin objeciones perversas. Me acerco a los deudos con tranco lento, calculado. Primero abrazo a la madre, que llora sobre mi hombro sin consuelo; luego a su devastado progenitor, a sus hermanos y hermanas que no hallan consuelo. Me siento en las bancas que rodean el catafalco y simulo rezar con los ojos entrecerrados. Sigo el ritmo de las expertas ancianas que recitan letanías milenarias en un circuito sin fin.

La hora pasa y los deudos van menguando con velocidad creciente. Cada media hora me incorporo para observarla. Su belleza serena me conmueve y me excita. En la ventana alcanza a vislumbrarse el nacimiento de sus pechos soberbios. Las fotografías que descansan entre las guirnaldas atestiguan su hermosura arrobadora. El amor y el deseo crecen en mi interior como bestias incontenibles. Por fin se retiran los padres, arrastrando los pies, antes de despedirse me advierten que la capilla cerrará en unos minutos. Me desean conformidad. Les digo que me quedaré orando esos minutos. Quedo solo. Me oculto bajo el ataúd, atrincherado entre guirnaldas. Viene un ominoso silencio que interrumpe el sacristán, que entra al recinto y cierra la puerta con candado. Siento su respiración acezante, la brutalidad con que levanta la tapa de la urna. Desnudo se encarama sobre el cajón gimiendo palabras de amor, le arranca las vestiduras a tirones y lanza terribles imprecaciones. Entonces salgo de mi escondite y le propino a la bestia el golpe mortal con un candelabro. Lo aparto con repugnancia y tomo su lugar. Le hablo en susurros, la voy besando en toda su magnífica desnudez, seduciéndola con amor infinito. Toda una noche hay por delante. Después vendrán el duelo, la nostalgia, el amor eterno.

03 noviembre, 2007

Literatura y desarrollo; ponencia para Primer Foro por el Fomento del Libro


Ponencia presentada en I Foro por el Fomento del Libro: San Felipe Ciudad que Lee, Octubre 2007

Literatura y desarrollo


Me cuenta un querido amigo, gran lector que aprecia la literatura chilena (y que sabe que este tiene sus raíces muy atrás en el tiempo, es decir, que no es una novedad, como algunos creen o quieren hacernos creer) que supo acerca de la existencia de un libro titulado “Nosotros somos del tamaño de nuestros sueños”. La idea es inquietante, por cierto, e iniciamos la búsqueda con grandes expectativas que espero sinceramente no sean frustradas por un texto chabacano tipo auto ayuda. Sin embargo ya el mero título gatilló en mí una tormenta de conexiones que me ayudó a ver viejos asuntos de una manera distinta, aunque el diagnóstico sea el mismo.

No me caben dudas acerca de la veracidad de esta afirmación, en toda la dimensión maravillosa y terrible de su significado. Sostengo, más sobre la base de la experiencia que desde la teoría, que literatura y lenguaje están íntima y sólidamente relacionados. El mayor conocimiento de la literatura, la lectura literaria entendida como actividad permanente desde la edad más temprana (incluso antes de que los niños aprendan a leer), lleva al desarrollo del lenguaje. Y el lenguaje constituye la base del pensamiento humano; se dice que hemos llegado a ser, para bien o para mal, la especie dominante del planeta gracias a nuestra capacidad de comunicarnos, es decir, gracias al lenguaje. No es que seamos eximios maestros en el arte de la comunicación, la historia está sembrada de contraejemplos, pero es gracias al lenguaje que estamos donde estamos.

¿Y sin casi nadie lee, como señalan tanto las encuestas como los resultados del fracasado esquema de educación municipalizada, qué pasará con la calidad de nuestro ya degradado lenguaje? Es vergonzoso contemplar, con impotencia y rabia contenida, la pobre manera de expresarse de muchos periodistas y hombres públicos, no poco connotados dirigentes políticos, empresarios y representantes de la ciudadanía: devorados por las muletillas y la miseria lingüística. Si el lenguaje es magro, las ideas también lo son.

Se ha dicho en algunos estudios que el promedio de palabras que usa un chileno es de 600. Esto no sólo indica un empobrecimiento en la capacidad media de expresión, sino que se correlaciona con una falta de comprensión del mundo que nos rodea, incluso con la imposibilidad de hacer ciertas distinciones, de darse cuenta de la existencia de algunos fenómenos o situaciones en curso que pueden estar afectándolos en forma tan seria como negativa. Esta es la verdadera gravedad del asunto.

Entre cognición y lenguaje existe una relación directa: nombramos a las cosas que nos interesan, aquellas con las cuales trabajamos en forma más directa, ya sean concretas o abstractas. Si no tenemos un nombre para algo, es porque no nos interesa, porque no nos sirve para nada, sin que esto conlleve un sesgo peyorativo, porque el criterio de servicio puede enfocarse en un amplio rango: desde lo más pragmático y material, hasta las abstracciones más puras.

¿Así que clase de sueños podemos tener? ¿Sueños de riqueza, gloria, poder, como aquellas efigies de los comerciales de la televisión? ¿Hombres y mujeres jóvenes, bellos, disfrutando de la vida en un yate que navega en aguas tropicales? ¿Un vaquero que galopa por la inmensa estepa con un cigarrillo en los labios, sin saber que corre hacia la muerte? Hablamos de sueños individuales, pero ¿qué pasa con los sueños colectivos, los sueños de país? ¿Qué pasa con los sueños de justicia y desarrollo? ¿Cómo podemos soñar si no leemos los sueños más enormes de la humanidad que la historia recoge en forma de literatura?

Me resulta difícil creer que un niño que no lea (y que entienda lo que lee, y lo disfrute) puede ser protagonista de los sueños. ¿Podrá ser un emprendedor si no domina el arte de soñar que los libros de ficción infunden? ¿Podrá entender y amar a los demás si no conoce nuestra historia, siquiera nuestra historia más reciente? ¿Podrá comprender la importancia capital de valores como la libertad, la solidaridad y la justicia sin buscarlos denodadamente en las mejores páginas de la literatura mundial? ¿O tendrá que conformarse con las misérrimas y antojadizas versiones con que suelen ametrallarnos desde los medios de comunicación?

¿Qué les preocupa hoy a los escritores?

A priori esta es una pregunta imposible de responder de forma única en la actualidad. Hay múltiples y muchas veces extrañas respuestas que son expresión de una crisis. Las preocupaciones más llamativas van desde la crisis del medio oriente hasta el uso malévolo de dineros institucionales, del discernimiento de los fondos estatales de la cultura (normalmente reclamando porque se aprobó el proyecto de algún ente indigno en vez del propio) hasta la discusión de los fallos en concursos literarios. La verdad es que ninguna de estas temáticas parece atractiva, ni menos aún constructiva. Buena razón para proponer otros asuntos más relevantes.

La política subsidiaria del estado en materia de cultura se basa en un concepto que hace crisis día tras día: los concursos de proyectos. Amén de las “fiestas culturales”, florilegio de zancos, colombinas y batucadas, poco más puede evidenciarse después de algunos años de existencia de un Ministerio del ramo.

Los concursos de proyectos no dejan construir una política cultural sólida y continua, puesto que los criterios de los jurados del Fondo del Libro son cambiantes (en un espectro impresionantemente amplio), heterogéneos (casi esquizofrénicos al comparar año por año los criterios aplicados). En este escenario, el quehacer de instituciones culturales como Letras de Chile –cuyo quehacer y aporte en diversos ámbitos está absolutamente acreditado- está abandonado al arbitrio de esta variabilidad oscilante y contradictoria de juicios. Poco puede esperarse en la empresa privada y menos todavía de los escuálidos bolsillos de aquellos escritores que a pesar de todo sostenemos un quehacer independiente.

Carecemos en consecuencia de una política de claras prioridades y objetivos, que permita dar continuidad a ciertos esfuerzos e iniciar iniciativas que urgen… ¿Cómo cuáles dirá usted? Veamos algunas:

· Financiar en forma masiva y decidida la visita regular de escritores a escuelas básicas y liceos para fomentar la lectura directamente (en nuestra experiencia el contacto de los alumnos con escritores es altamente efectiva para despertar el interés por la literatura, lo cual coincide con experiencia comparada en Argentina, Brasil y México)
· Financiar en forma permanente medios electrónicos de difusión literaria que tienen una audiencia numerosa y que buscan innovar continuamente (por ejemplo, http://www.letrasdechile.cl/ tiene más de 6.000 visitas diarias)
· Promover la traducción y publicación de obras de autores chilenos en el extranjero a través de un mecanismo a crear. ¿No sería esta una exportación no tradicional de alto valor agregado?
· Buscar un mecanismo para estimular la instalación de nuevas librerías (es preocupante que no lleguemos a sumar 100 puntos de venta de libros en todo Chile; hay comunas y ciudades sin librerías ¡qué vergüenza!). Por ejemplo podrían comprarse libros a través de las pequeñas librerías, he ahí un mecanismo de subsidio.
· Otro nudo o cuello de botella: la distribución nacional de libros, sobre todos aquellos autoeditados o publicados por las editoriales nacionales que deben competir contra los gigantes transnacionales en condiciones bastante adversas). ¿No podría intervenir el estado en esta material para regular tanto el acceso a la cultura como la competitividad del mercado?
· La empresa Correos de Chile podría aplicar una tarifa que fomente el envío de libros e impresos (que hoy resulta más caro que cualquier carta o encomienda, o sea se castiga el envío de un libro como difusión o regalo, o incluso originales para un concurso)

La política de concursos del Consejo del Libro permite por ejemplo que se adjudiquen recursos instituciones estatales para proyectos de infraestructura que debieran financiarse con presupuestos locales. El máximo ejemplo es el concurso de adquisiciones de libros ¿Por qué de una vez por todas no se incrementa el poder de compra de la DIBAM y se centraliza allí esta función?

Se podrá alegar que los recursos son menguados, pero es preciso recordar que la Ley del Libro se hizo sobre la idea de que el IVA de los libros (ya que no se podía eliminar por un impedimento relacionado con las paradigmas económicos vigentes), se reinvirtiera completamente en el sector.

Ciertamente no es el monto del presupuesto lo que solucionará esta problemática sino que las nuevas e inteligentes y estructuradas políticas (orientadas por una visión nuclear) que se definan y el criterio con que se apliquen. Pienso que los mecanismos de operación del Consejo del Libro debieran repensarse, desde su propia integración (lo mismo debiera hacerse con el Premio Nacional de Literatura) y mecanismos de selección de jurados y evaluadores. Pero todo esto requiere, primero, la definición de una política cultural que oriente los esfuerzos, defina prioridades, dé estabilidad al quehacer literario en toda su cadena y se centre en las tareas prioritarias más allá de la mera resolución de concursos de asignación de fondos.


Diego Muñoz Valenzuela

“Microcuenteros hay muchos, pero microcuentistas muy pocos”


Diego Muñoz Valenzuela presenta su libro de minirrelatos “De monstruos y bellezas”

Destacado autor de miniaturas literarias, el escritor desconfía del actual boom del género y declara que él escribe debido a su “beligerancia ante las manifestaciones negativas del sistema social y económico”.

por Leonardo Sanhueza
diario LAS ÚLTIMAS NOTICIAS, domingo 23 de septiembre de 2007


Diego Muñoz Valenzuela es uno de los escritores más quitados de bulla de la escena literaria actual. Tranquilo por las piedras, ha publicado seis libros, los que sin estruendos lo han situado como uno de los narradores más sólidos de su generación.

En el colmo del bajo perfil, su género predilecto es el cuento, en especial el microcuento o relato extremadamente breve –a veces sólo un par de líneas-, ámbito en el que Muñoz ha figurado como destacado cultor desde la década del setenta, y al que pertenece su más reciente libro, De monstruos y bellezas, que ha aparecido bajo el sello editorial de Mosquito.

Con sus cuatro piezas iniciales remitidas al quizás más famoso microrrelato que existe (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”, de Augusto Monterroso), el volumen muestra de entrada sus cartas en el juego de la literatura minúscula, que actualmente parece pasar por una especie de boom.

Al respecto, Muñoz se muestra más bien escéptico.
-Ojalá existiera –dice- un verdadero boom del microrrelato en su forma literaria más acabada.
-¿No lo hay?
-Es un género que está teniendo algún impacto en los medios, porque genera la ilusión de cualquier ingenioso conjunto de palabras que remede una historia viene a constituirse en una minificción. La rigurosidad y la creatividad requeridas para dar a luz un buen microcuento alcanzan niveles bastante altos. Quiero decir, micro-cuenteros hay miles, pero micro-cuentistas muy pocos.
-¿A qué se debe esa escasez?
El propósito de un micro-cuento es ante todo estético. Eso deja fuera a los chistes, por ejemplo. El dinosaurio de Monterroso, más allá de su concisión extrema, es un excelente ejemplo de la potencia de este género: sugerente, impactante, capaz de inducir una multiplicidad de significados y reflexiones en el lector. En contraste, me aterra que se imponga lo pedestre, la trivialidad, el ingenio barato, la pobreza de lenguaje, el efectismo. La antiutopía convertida en realidad. Aunque quizás ya vivimos en ella.

Varios de los microrrelatos de Muñoz abordan aspectos de la vida actual, con personajes como el Homo Crediticius, que vive endeudado, o el Quijote que, rumbo a su casamiento con Dulcinea, no le hace caso a su insistente –y quizás muy urgente para el novio- teléfono celular.

-Inevitablemente, involuntariamente –explica el narrador-, relaciono la vida con la literatura. Mis preocupaciones literarias provienen de la realidad, de mi disconformidad con el mundo en que vivo. La principal razón para escribir, en mi caso, surge de una beligerancia ante las manifestaciones negativas del sistema social y económico: manipulación, superficialidad, abuso, dominación, injusticia. En todo caso, no planifico las temáticas en mis cuentos. Las historias nacen solas, son criaturas vivas que se alimentan por igual de literatura, imaginación y vida social.

Recuadro: Arreglines y criticones

Ganador , en dos oportunidades, del codiciado Premio del Consejo Nacional del Libro a las mejores obras literarias, Diego Muñoz le echa en uno de sus cuentos una repasada al mundillo de los concursos, jurados y presuntos arreglines, cuyas encendidas polémicas, a la larga, parecen más bien caídas del catre.

-Muchos colegas –señala- motivados por la escasez de privilegios y por sus necesidades, que son auténticas, caen en la tentación de manipular, criticar, descalificar, acusar y envilecer lo poco que tenemos en materia de compensaciones. Estoy muy lejos de creer que todos los premios y becas estén manipulados: esa sería una visión injusta y paranoica.
 
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