30 junio, 2010

Astracán


Le imploró que regresara. Tuvo que jurarle por celular que estaba de rodillas, vencido, humillado, suplicante. Lo que fuese con tal que volviera al hogar. Sin condiciones: con sus medias caladas, sus glamorosos vestidos de lunares, sus zapatos de tacón, su cepillo de dientes, su cabellera furibunda.
De alguna insospechada manera, ella sintió piedad, aunque no había razones. Empacó sus cosas y emprendió el largo camino. Una noche helada y ventosa tocó a su puerta, envuelta en su abrigo de astracán.
Él abrió trémulo, obnubilado por una pasión irracional. Ella estaba rutilante, envuelta en la lustrosa piel azabache. En la mesa una cena de candelabros esperaba su momento.
Le ofreció tomar su abrigo. Ella lo dejó hacer. Una sonrisa lóbrega se dibujó en el rostro del hombre. Se colocó tras ella, se embriagó de perfume, de ilusiones y deseo. La piel del astracán era suave, deliciosa.
Cuando tuvo el abrigo en sus manos, sintió que las mangas negras aferraban firmemente su cuello, asfixiándolo. La piel oscura envolvió su cabeza para sofocarlo. Rodó por el piso tratando de librarse del letal abrazo. Tras una breve lucha, sobrevino el silencio. Después la carcajada.
Ella recuperó su abrigo y se marchó. Esta vez para siempre.

19 junio, 2010

El falso ciego


A Poli Délano

Tras reunir su meta diaria en un plazo más breve que el acostumbrado, el falso ciego abandonó el lugar que se le había asignado y llamó por teléfono celular a su reemplazante. Seguí por varias cuadras su caminata de bastón blanco y gafas oscuras. Se dirigió hacia un grupo de muchachas de colegio que conversaban ruidosamente, viró con brusquedad a último minuto con el calculado propósito de manosearlas como por casualidad. A dos de ellas les repasó senos y nalgas con total descaro; las chicas chillaron sorprendidas, pero al reparar en sus gafas le abrieron paso sin chistar.


El falso ciego prosiguió su camino, y yo continué siguiendo sus pasos. Cuando entramos en calles menos pobladas, me puse mis propias gafas, estiré mi bastón plegable y corrí tras él. Se dio vuelta al escuchar la carrera, se sacó los anteojos de sol y me observó con sus ojos totalmente vivos y repletos de sorpresa. Lo golpeé con la cacha y cayó al suelo de inmediato. Extraje el dinero de sus bolsillos y después de propinarle un par de patadas en las costillas –por degenerado, le dije- doblé la esquina con precaución, moviendo mi blanco bastón hacia la derecha y hacia la izquierda, para cerciorarme de que no hubiera ningún obstáculo por delante.

13 junio, 2010

El origen de las especies


Los dinosaurios herbívoros portaban pancartas exigiendo el término de la explotación insensata del entorno y el deterioro acelerado del medio ambiente. Propugnaban el uso racional de los recursos renovables, la resolución pacífica de los conflictos, la solidaridad fraterna entre la comunidad de los saurios. Su líder, el Diplodocus, llamaba a constituir un nuevo orden mundial que se basara en la compartición más que en la apropiación.
De otra parte, los carnosaurios los vigilaban estrechamente, preparando sus cachiporras para detener a quienes osaban detener el progreso. Los uniformados velociraptores se preparaban ansiosamente para un festín gratuito. Desde una lejana cámara ubicada en el palacio de gobierno, el Tyrannosaurus Rex observaba los acontecimientos. Un hilillo de saliva escurría por entre sus fauces ávidas de poder. Dio la orden.
Y se precipitó el cataclismo.

06 junio, 2010

Alienígenas 1


Cuando abrí la puerta del excusado, encontré al maldito extraterrestre instalado allí. El almuerzo me había caído pésimo y necesitaba el inodoro con urgencia. Me miró a través de su escafandra translúcida con aquellos enormes, oblicuos y oscuros ojos de alienígena. Tenía la parte inferior de su traje espacial abajo. Apestaba y eso empeoró la situación porque me vinieron arcadas. Vomité sobre su escafandra. El asqueroso fluido que salió de mis entrañas escurrió empañando el vidrio. Al fulano no debe haberle agradado mi acción, por cierto involuntaria, y llevó rápidamente su mano –o lo que fuera, tentáculo, seudópodo, pata- a la altura donde debieran estar sus caderas. Ya he visto suficientes películas del far west; a mí no me vienen con cuentos. Le vacié la Walther 38 sobre el pecho. No quería que me saltaran vidrios al rostro. Ocho agujeros aparecieron sobre su traje de cosmonauta, y por ellos comenzó a escurrir un fluido verde esmeralda. Antes de que cayera y siguiera emporcando, lo levanté en vilo y lo tiré a la tina. Me senté al fin. Y vino el alivio, aunque se oliera la podredumbre de la criatura convulsionando en la bañera.
 
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