30 agosto, 2005

Orden



Es de noche. El hombre toma un taxi. Viaja. El taxista asalta al hombre. Le quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado en una esquina. Vienen asaltantes, cuchillo en mano. Lo despojan de sus vestimentas. Huyen. El hombre, desnudo, va en procura de auxilio. Detiene un coche policial. Lo golpean. Es arrestado por no portar identificación. Sospechan delincuencia sexual. Lo encierran en la celda de los sodomitas. Es violado. Grita. Los guardias no vienen. Al día siguiente lo trasladan a enfermería. El médico ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es trasladado a la sección de presos políticos. Después de algunos días lo interrogan. Nada le creen, pues no posee documentos. Nadie sabe o recuerda a quienes lo detuvieron. Lo torturan. Exigen entregue el nombre de sus contactos. El hombre cuenta su historia. Todos ríen. Es incomunicado. Permanece en la celda solitaria por varios meses. Cuando se acuerdan de él, está flaquísimo y loco. Lo envían al Manicomio. Grita que lo dejen en paz. Muere.

* Este cuento integra el volumen Ángeles y verdugos, Mosquito Comunicaciones, 2002

* Ilustración de Virginia Herrera http://virginiaherrera.wordpress.com/

28 agosto, 2005

La vida es sueño


Duerme, sueña que vuela.
Despierta, cae al vacío.

* Este microcuento integra el volumen Angeles y verdugos, (Mosquito, 2002)

* Ilustración de http://virginiaherrera.wordpress.com/

21 agosto, 2005

Literatura fantástica en Chile

En esta pequeñísima comunidad de escritores y lectores que logra sobrevivir en medio de la jungla, la farándula y el consumo, existe una fuerte convicción: en Chile literatura y fantasía constituyen un matrimonio imposible. Tal creencia se fundamenta en la carencia de estudios sistemáticos (son pocos y parciales, la mayor parte realizados en el extranjero, para mayor desgracia), por falta de interés de las editoriales mayores (para qué arriesgarse en un género sin tradición), y por la generalizada escasez de lectores (que a estas alturas parece un mal endémico que afecta a todos los géneros).

Creo que afirmar la inexistencia de literatura fantástica chilena es un juicio equivocado. Por cierto que no podemos establecer comparaciones con la tradición de literatura fantástica que existe en Argentina, donde se encuentran autores de estatura universal: Borges, Cortázar, Bioy Casares. Los argentinos tienen una sólida, envidiable, presencia en el género fantástico, además de un público lector muy desarrollado y de editoriales sensibles. Todas estas condiciones sólo pueden acrecentar nuestra ambición, ¡y cómo no!

Eppur si muove. Y sin embargo, este género se ha movido y se mueve en Chile. Hay obras y autores interesantes. Esto podrá apreciarse, por ejemplo, en el acucioso trabajo de Omar Vega acerca del ámbito de la ciencia ficción criolla, que encontrarán publicado próximamente en la nueva sección de www.letrasdechile.cl Nombres de escritores chilenos asociados a la ciencia ficción son –entre otros- Hugo Correa (autor de la célebre novela “Los Altísimos”, 1959), Elena Aldunate (recientemente fallecida, autora del volumen de cuentos “El señor de las mariposas” de 1967) y Antonio Montero (“Los Superhomos”, 1963). Antes de los sesenta pueden encontrarse aportes como los de Juan Marín, Ernesto Silva Román, Alberto Edwards (que cultivó también el género policial en carácter de precursor), Pedro Sienna, Augusto D´Halmar y Manuel Astica Fuentes.

En cuanto a la fantasía pura o al terror propiamente tal, o, emergen también nombres relevantes, entre los cuales destaco a Héctor Pinochet, autor de notables cuentos que debieron merecer más atención de la crítica y el público en su momento (“La Casa de Abadatti” y “El Hipódromo de Alicante”). También se registran incursiones de Salvador Reyes, Enrique Araya, Armando Menedín, Miguel Arteche, Luis Alberto Heiremans, Jaime Valdivieso, Ariel Dorfman y Poli Délano, por mencionar algunos.

Temas como el mito de la Ciudad de los Césares (el mundo perdido e ideal donde reinan la armonía y la riqueza, o sea, la utopía) fueron abordados por diversos autores, entre ellos Manuel Rojas y Luis Enrique Délano (en la década de los 30).

En la llamada Generación del 80, a la cual pertenezco, existen algunos exponentes que exploran el ámbito de lo fantástico con mayor asiduidad (expresada en libros publicados). Este es el caso de Claudio Jaque, autor de la colección de cuentos “Puerta de escape” (1991), Darío Oses con su novela “2010: Chile en llamas” (1998), y el autor de estas líneas con la novela “Flores para un cyborg” (1997). Otros autores de la Generación del 80 han incursionado ocasionalmente en el género; es el caso de Jaime Collyer, Pía Barros, Ramón Díaz Eterovic, Ana María del Río, Jorge Calvo. Y se agregan algunos escritores de las nuevas promociones, que esperamos sean algo más que excepciones, como Max Valdés, que aborda el mundo gótico.
Tal vez nuestra mentalidad isleña, apegada a lo material, ha obstruido el ingreso de lo fantástico en el terreno literario, y esto haya impedido un caudal más potente. Quizás la realidad haya sido tan compleja, imperiosa y agresiva, que nos ha anclado a tierra, con su exigencia coyuntural. Explicaciones posibles, no obstante se constata la existencia de una producción interesante, oculta a primera vista.

19 agosto, 2005

LA VIDA ES SUEÑO


El hombre duerme. Sueña que vuela.

El hombre despierta. Cae al vacío.


* Este cuento integra el volumen ANGELES Y VERDUGOS, Mosquito Comunicaciones, 2002.

* Ilustración de http://virginiaherrera.wordpress.com/

14 agosto, 2005

Amor cibernauta


Se conocieron por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro brutal de neanderthal: cabeza enorme, frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga prominente. Ella estaba inválida del cuello hasta los pies y dictaba los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la necesidad del imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad del espíritu humano que contradice la miseria de unos pocos. Leían incrédulos las réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual, similar, aunque enriquecida por historias y percepcio¬nes diferentes. Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibilidad de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó embelesada. Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa música maravillosa. Él le narraba con gracia los pormenores de su agitada vida social, burlándose agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones de sus giras por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso encontrarse en el mundo real. Y fue un amor de sueños, de mensajes, de versos, de canciones. Fue un amor verdadero, no virtual, como los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.

(*) Este microcuento forma parte del libro ANGELES Y VERDUGOS , publicado en 2002 por el autor, bajo el sello de la editorial Mosquito.

12 agosto, 2005

Piratas, corsarios y filibusteros

Se habla mucho, tal vez demasiado acerca de la piratería del libro, siempre en un tono grandilocuente que exalta la defensa de la propiedad intelectual y los derechos del autor, los mismos que paradójica y raramente son respetados y honrados a carta cabal por algunos de los entes vociferantes.

Desconozco cifras y estadísticas respecto de las dimensiones de la piratería, tampoco es un tema que me resulte especialmente apasionante. Estoy más preocupado –como he expresado antes- por los abismantes guarismos respecto de los increíblemente bajos, misérrimos niveles de lectura que tenemos en Chile. Perdonen la adjetivación excesiva, pero es imprescindible.

Y de entre aquellas exiguas, extravagantes personas que sí leen, contra toda previsión y raciocinio, resulta que sólo una ínfima porción entiende algo del texto; un fenómeno que los técnicos llaman analfabetismo funcional (quizás un eufemismo por idiotez).

Entiendo que los empresarios vinculados a la cadena de producción y venta de los libros cuantifiquen las pérdidas millonarias por la venta callejera pirata; su supervivencia está de por medio. Pero también creo que han sido poco imaginativos para buscar soluciones; no entienden que su negocio ha cambiado. Si su subsistencia depende de que legiones de policías se lancen a las calles a la persecución de los piratas y los filibusteros del libro, creo que van por un camino en lo esencial equivocado (aparte de que detesto los estados policiales, ya sabemos cómo terminan esas anti-utopías).

Al menos se visualiza otra senda alternativa: producir y vender libros baratos; así la piratería fenecerá, ahogada por las inexorables leyes económicas del mercado. ¿Otra opción más? Educar a las personas para que no fomenten la piratería. Como se ve, es cuestión de echarse a pensar (como si no tuviéramos analfabetismo funcional).

Por cierto, es imposible e inaceptable que un escritor acepte la piratería como una opción válida, puesto que se supone que debiéramos vivir a expensas de los derechos de autor, al menos en parte. Pero tampoco me parece que los escritores debamos convertirnos en guardias de seguridad implacables a la caza de los piratas, o en promotores de que tal persecución se convierta en una operación a gran escala, una especie de guerra interna. Así las cosas, hago mi parte –como la mayor parte de los ciudadanos lectores habituales que conozco- no comprando libros piratas, y pidiendo a otras personas que hagan lo mismo.

Por otra parte, es curioso que algunas editoriales, que por cierto blasfeman contra la piratería, demoran y demoran en los pagos de derechos de autor a los escritores de su catálogo. Con frecuencia hay que perseguir a los encargados administrativos de las editoriales para que paguen esos derechos, claro está, de acuerdo a los informes de ventas que ellos mismos generan (inverificables para un simple mortal). Quizás no podamos aplicar el apelativo de pirata a esta conducta, pero convengamos que aplica el de corsarios, más elegantes y distinguidos que los filibusteros que venden en las calles para escapar de la cesantía.

Otras veces, distinguidos corsarios incluyen obras en textos escolares o antologías sin pedir permiso a los autores, como si vender libros para niños o difundir la obra literaria de los escritores chilenos fuese una tarea filantrópica.

Más carne a la parrilla. La piratería no siempre es nefasta. Por ejemplo, cuando ocurrió la censura al Libro negro de la justicia chilena de Alejandra Matus, pudo ser conocido sólo gracias a prácticas ilegales que burlaban la vigilancia policial desatada por una decisión legal incomprensible, vergonzosa.

Los libros resultan ser demasiado caros para muchas personas que deben batallar cotidianamente con la subsistencia (por cierto, este hecho no explica por sí solo el fenómeno de la exigua lectura en Chile, pero lo explica en parte). Los libros son comparativamente caros en Chile; un mismo título en Argentina puede costar la mitad o un tercio del valor que tiene en una librería de nuestro lado de la cordillera. Quizás los libros sufran un mareo de altura y eleven su precio al remontarse sobre los Andes. No estoy seguro de que corresponda responsabilizar únicamente al IVA de este fenómeno (como predica la mayoría de los empresarios).

Pienso que no existiría piratería de libros acaso la brecha entre el precio en librería y el precio de cuneta no fuera tan monstruosa. Esta diferencia insostenible es la raíz del problema; las razones... muchas. Por ejemplo, la necesidad de generar grandes utilidades para satisfacer la demanda de ganancias de los accionistas de los consorcios internacionales del libro. A los accionistas les da lo mismo que se venda queso, teléfonos o libros; sólo exigen una rentabilidad mínima de mercado. También porque es menos complicado vender pocos libros caros que vender muchos libros baratos; no hay que movilizar grandes cantidades de libros, no se necesita demasiado personal, se aprovechan mejor las estanterías, en fin.

Una idea en la que insisto: libros baratos y de buena calidad arrasarán con los piratas y los filibusteros del libro.

Me sentiría protegido si se protegiera a los creadores, si se los cuidara. Estoy más preocupado de esos derechos del autor. Los otros derechos (los monetarios asociados a las ventas) me seguiré entreteniendo en cobrarlos una y otra vez y esperar pacientemente. Me sentiría protegido acaso la lectura fuera algo corriente, cotidiano, normal y no una conducta extraña. Me sentiría protegido si todos nuestros ciudadanos fueran cultos, informados, buenos lectores, más humanos, más autónomos, más críticos y más creativos.

Sin embargo, sospecho que a ciertos corsarios o príncipes –según el cristal con que se les observe- no les interesan sueños como éste; más bien les habrán de aparecer como espantosas pesadillas.

10 agosto, 2005

¿A qué temperatura arde el libro?

Diversas encuestas, realizadas desde el año 1980 en adelante, nos informan persistentemente acerca del deterioro de la lectura en Chile. La reciente encuesta del INE (2004) aclara que sólo el 39,7% de los santiaguinos leyó un libro el último año. Las bibliotecas de la mayoría de los hogares acomodados no superan los 50 ejemplares. En el 40% de los hogares más pobres no hay un solo libro. Cifras aterradoras. Y hay más. Y peores.

Literatura y lenguaje están íntimamente relacionados; el conocimiento de la primera -la lectura literaria asimilada como actividad permanente- lleva al desarrollo del segundo. Y el lenguaje es uno de los factores relevantes para el desarrollo económico, social y cultural de un país, ¿qué duda cabe a estas alturas?

Explicaciones para estos precarios niveles de lectura abundan. Una de ellas radica en la falta de tiempo que caracteriza a nuestra “postmoderna” sociedad. El exceso de trabajo, los horarios extensos, la baja productividad que impera en el medio (ojo, ostentamos el récord mundial de improductividad laboral), más el culto al “irse lo más tarde posible” para dar apariencia de esforzado, y los largos y lentos desplazamientos a través de la ciudad, conforman un cuadro familiar. El agotado trabajador llega a casa para buscar entretención fácil antes de caer en un sopor que intelectualmente no se diferencia demasiado de su día “activo”. No llega a leer, sino que a ver televisión, ojalá un programa insulso, que le arranque risas fáciles mediante el simple expediente de repetir letanías chabacanas. O sangre, balas, sexo, competencias, “realitys”, toda la gama de la obviedad mediocre que impera en nuestra televisión.

Peor aún se ponen las cosas, si consideramos la operación real de nuestro sistema educacional, que refleja –año tras año y de manera hasta ahora irreversible- un deterioro en las capacidades de comprensión de lectura y expresión oral y escrita. Me da la impresión que los profesores no se distancian mucho de los promedios estadísticos; leen poco o nada, repiten una y otra sus clases como letanías, sin añadir nada nuevo, obligan a los estudiantes a leer textos atroces o inadecuados (en vez de buscar textos actuales, que despierten su interés).

Mis hijos Eloísa y Emilio reclaman con frecuencia debido a la fomedad de los libros que los hacen leer en el colegio; parece que tales textos fueran el resultado de una subespecie de escritores dedicada a producir historias para idiotas, más que para niños o jóvenes. He leído muchos de estos libros, algunos vernáculos, y he sentido auténtico pavor. No se puede pretender educar a los niños concibiéndolos a priori como descerebrados. Leer idioteces sólo puede complacer a un estúpido, con suerte. Un niño, con mayor razón un joven, puede leer cualquier libro que le resulte entretenido, estimulante, que le abra nuevos mundos. Pero si la mayoría de los profesores del ramo no leen literatura actual, ¿cómo van a enseñarles a sus alumnos este universo paralelo, desconocido?

A este respecto, con horror he constatado recientemente –gracias a los intereses lectores de mi hijo menor, Emilio- que no existen ejemplares íntegros de Sandokán de Emilio Salgari en nuestras librerías nacionales. Así de simple: NO EXISTEN versiones completas de estos libros, sino sólo versiones resumidas por “especialistas”. No quiero referirme a los buenos momentos que pasé en la niñez leyendo esas y otras aventuras; ya lo haré en otro artículo. Tampoco a lo recomendable de tales lecturas. Pero quiero decir, o gritar, que ME PARECE INCONCEBIBLE, ABERRANTE que se aliente –siquiera que se permita- que los profesores hagan leer una versión abreviada de estos libros. ¿Qué puede ganarse con este procedimiento? ¿Abultar el número de libros leídos? ¿Engrosar las evaluaciones de desempeño de los profesores? ¿Mejorar los textos originales extrayendo trozos considerados inútiles o innecesarios por algún inescrupuloso? Francamente no consigo comprender la intencionalidad de este procedimiento.

¿Cómo es posible que las editoriales hagan negocio con esta clase de barbarie y nadie le ponga atajo? ¿No es acaso una suerte de piratería aún más despreciable que la venta de libros en las calles, dado que hipoteca masivamente las mentes de nuestros niños y nuestros jóvenes? (el porvenir de la patria, expresaría el demagogo) ¿Qué hacen nuestras autoridades, tan sistemáticamente preocupadas por los alarmantes descensos en los niveles de lectura y de comprensión de la lectura?

Despacho de última hora: todavía no consigo hallar libros de Salgari ni siquiera en la veintena de librerías de viejo que he recorrido en las últimas semanas. Por ahora Emilio tendrá que seguir leyendo los amarillos, polvorientos libros en estado de desintegración (colección Robin Hood) que tuve el tino de guardar para la posteridad. Y tal vez aprendérselos de memoria para preservarlos, como hacen algunos héroes de la lectura en esa estupenda novela de Ray Bradbury: Fahrenheit 451, la temperatura a la que el papel arde.

El ángel

Un ángel que realiza prácticas de vuelo ilegales en plena urbe, es detenido y juzgado por infringir las leyes de los caminos aéreos, provocar desorden público y no señalizar debidamente.

Ante tamaña acusación el ángel no puede defenderse. En la cárcel medita sobre el significado de la libertad y decide buscar una ocupación menos riesgosa.



(*) Este microcuento forma parte del libro ANGELES Y VERDUGOS , publicado en 2002 por el autor, bajo el sello de la editorial Mosquito.

* Ilustración de http://virginiaherrera.wordpress.com/

El verdugo

El verdugo, ansioso, afila su hacha brillante con ahínco, sonríe y espera. Pero algo debe vislumbrar en los ojos de quienes lo rodean, que petrifica su sonrisa y se llena de espanto.

El Heraldo se acerca al galope y lee el nombre del condenado, que es el verdugo.

* Ilustración de K. Poblete

(*) Este microcuento forma parte del libro ANGELES Y VERDUGOS , publicado en 2002 por el autor, bajo el sello de la editorial Mosquito.
 
hits Blogalaxia Top Blogs Chile