31 diciembre, 2014

Ángeles por ahí

            Vi al ángel caminando por la calle. Lo seguí, porque me pareció una oportunidad única. Dobló en una esquina muy oscura. Eché a correr tras él y desde entonces vivo en este mundo donde no hay nadie como yo, solo seres alados y celestiales.

25 diciembre, 2014

Breve declaración de un enfermo de Alzheimer

¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Quién puede responder estas preguntas? ¿Estamos solos en el universo? ¿Tiene un propósito la vida?  ¿Acaso vosotros podéis contestar o –como este infeliz enfermo- habéis olvidado las respuestas? 

*Del volumen DE MONSTRUOS Y BELLEZAS, Mosquito, 2007

19 diciembre, 2014

El lavavajillas

Alguien introdujo la idea dentro de su duro cráneo, ya no recordaba quién. Su esposa quizás, pero no estaba seguro. Tampoco importaba. Ahora estaba solo, frente a la caja recién abierta, procurando armar el artilugio según las instrucciones del catálogo. Trabajó por horas, sin descanso. Enchufó el resultado de sus esfuerzos a la red eléctrica y a la de agua. Presionó el botón verde y un inteligente ojo escarlata se encendió en la parte superior del artefacto. Abrió la puerta de cristal y colocó dentro la vajilla sucia. Un plato se atascó, lo tironeó, pero se trabó más aún. El chorro de agua hirviente le arrancó un chillido. Metió la otra mano para zafar la que tenía apresada. El ojo carmesí brilló con furia. Ahora estaba doblemente atrapado. El engendro comenzó a trepidar arrastrándolo hacia su interior. El funcionamiento de la máquina alcanzó dimensiones horrísonas que tapaban sus aullidos. Al final sobrevino el silencio, apenas interrumpido por un borboteo similar a una risa ahogada.

12 diciembre, 2014

Historia de una paradoja

La liebre y la tortuga beben compartiendo mesa en un tugurio de mala muerte, cuya única fama proviene de la chicha que fabrica el dueño, un patibulario inmigrante griego llamado Zenón. La astuta liebre induce a la tortuga a participar en una carrera arreglada. “Todos apostarán por mí y no por un roñoso quelonio centenario; en ello reside nuestra ventaja. Ganarás el certamen y seremos ricos”, proclama el roedor con voz aguardentosa. La ebria tortuga asiente calculando las ganancias, se sobresalta y verbaliza su duda con tartamudeos irreproductibles. ¿Quién realizará la convocatoria, quién va a incentivar y recoger las apuestas, quién repartirá el botín después del sorpresivo triunfo, quién? Ambos atletas caen en profunda depresión hasta que el tabernero ofrece sus servicios a cambio de la mitad de las ganancias. Ante el explosivo reclamo de la liebre y la mirada torva de la tortuga, Zenón consuma el plan: el fraude no funciona sin una explicación sólida que evite el linchamiento de los corredores.  “Es una cuestión de verosimilitud”, asevera con aire doctoral y aplastante soberbia, “no se preocupen, por una buena participación se me ocurrirá algo”.

07 diciembre, 2014

Lluvia

La lluvia atraviesa mi abrigo para impregnarme el cuerpo con su mensaje helado y sinuoso. Cae sobre mí, inmisericorde, inexorable, rítmica. Se introduce por mis ojos para cegarme. Penetra por mi nariz para impedir la respiración. Golpetea sobre mi cráneo como si quisiera trepanarlo y convertirlo en un recipiente donde poder acumularse. Anula mi pensamiento, lo reduce a jirones, lo disuelve y lo transforma en un intento ridículo e inútil.  Al fin me transforma en un montículo de ropa mojada, vacío de conciencia, inmóvil, inerte.

28 noviembre, 2014

Don Quijote 2005 (1)

Don Quijote resucita para celebrar sus cuatrocientos años. Recorre el globo dando conferencias que coronan los múltiples homenajes del mundo hispanoamericano. No sabe qué hacer con tantos viáticos y honorarios y los acumula en los bolsillos de su traje de lino beige. Aburrido del constante acoso de admiradores y estudiosos, escapa por la puerta de servicio del lujoso hotel de turno y entra a una hamburguesería. Con tantos cócteles y cenas de celebración ha engordado visiblemente. Han tenido que confeccionar sucesivas armaduras que se adapten a la creciente barriga. Con un fajo de dólares apretado entre sus dedos, se ubica en la fila más corta, evaluando doblar las raciones de queso y papas fritas.  “La que se ha perdido Sancho por no acompañarme”, murmura y comienza a engullir su italiana especial. 

* extraído del volumen de microcuentos DE MONSTRUOS Y BELLEZAS, editorial Mosquito, 2007.

21 noviembre, 2014

Escena del futuro

Una multitud de robots y extrañas máquinas se agolpa frente a las puertas del congreso para escuchar a sus líderes exigir la igualdad que los libere. A distancia prudente, un grupo de humanos con uniforme prepara sus cachiporras electrónicas. De pie sobre una tarima, un cyborg describe un mundo donde humanos y máquinas vivirán en armonía y felicidad. Algunos hombres y mujeres se incorporan tímidamente a la manifestación. El oficial a cargo observa atónito la escena.

16 noviembre, 2014

La casa despierta

Cuando el sol emerge entre las montañas, la casa se despereza. El agua de la piscina comienza a circular por el filtro. Se activa el riego automático. Las luces del exterior se apagan. El refrigerador zumba alegremente. En la pantalla del computador no hay nuevos mensajes. El automóvil estacionado en el patio culmina su autodiagnóstico. Otros artefactos irán despertando en el día. La pareja duerme abrazada en su cama. Hace tiempo que no respiran; parecen muñecos de cera, secos e inmóviles. Una flor se abre a la mañana; sobre ella caen  minúsculas gotas de agua arrastradas por el viento. 

de mi libro DE MONSTRUOS Y BELLEZAS (Ed. Mosquito, 2003)

08 noviembre, 2014

De monstruos y bellezas

El monstruo llora frente al espejo de la feria de diversiones porque su imagen se deforma y adquiere una apariencia grotesca. La hermosa muchacha con ojos de océano mira divertida su figura horripilante en el mismo espejo. Ella descubre a su príncipe azul en el espejo. Él cruza una mirada de amor con la maravillosa monstrua. Se enamoran perdidamente, y desde ese instante viven felices, juntos: la bella, el monstruo y el espejo.

01 noviembre, 2014

Álbum 2


A Héctor Garay y Remigio Muga

Todas en blanco y negro. En la clínica entre los brazos de su madre dichosa. A los dos años su padre lo levanta hacia el cielo  y él exhibe una sonrisa perfecta de querubín. Montado en un caballo con sombrero y manta, un poco serio. Con uniforme de colegio y corbata bien anudada. Adolescente, chascón, con jeans pata de elefante y anteojos John Lennon. En los trabajos voluntarios, abrazado con una muchacha de cabellera crespa; ambos se ríen a carcajadas. En su pieza, leyendo un libro con un póster del Ché atrás. En una fiesta familiar, taciturno, como si estuviera preocupado.  Por algo. En la pancarta que porta su madre triste, silencioso, ausente. Mirándonos.


30 octubre, 2014

Halloween 4

Aquella niña tiene una boca muy grande y horrible, que semeja la entrada a uno de los peores infiernos imaginables Consulta mi opción ante la pregunta estándar: “¿dulce o travesura?”. Sé de inmediato que se trata de un simple formulismo. Mi destino se encuentra sellado. Le entrego un enorme paquete de dulces y lo arroja dentro de aquella cavidad negra e infinita. “Más” exige con la gigantesca oquedad muy abierta. Allí me lanzo en un impulso notable para acabar con esta historia.

22 octubre, 2014

Viaje nocturno

Leonor despertó a la luna para hacer más apacible y translúcida a la noche. La luz blanquecina sostuvo una breve batalla con la oscuridad antes de hacerla retroceder hacia los más impenetrables reductos.
Después se despojó de las ropas, tomó un gran sombrero color naranja y con cinta de tercio­pelo, y se echó a volar suavemente por los barrios cordilleranos que eran los más favorables para un viaje de esa naturaleza.

18 octubre, 2014

Ojo y espejo

El ojo había llegado. Estaba allí, en medio de la habitación. Enclavado en la pared arrojaba una mirada terrible y profunda que le hacía tintinear las terminaciones nerviosas. Esa mirada no lo dejaba olvidar lo que había que olvidar, ni recordar aquello que es imprescindible.
Pero ahí estaba, ensoñador, magnético, impasible. Enorme. Casi de su propio tamaño, con horribles sanguinolencias y venas enrojecidas, y la pupila dilatada. Se aterrorizó, golpeó el espejo hasta destruirlo y volvió con gran calma hacia su órbita.

15 octubre, 2014

Muerte del mago

El último Gran Mago agoniza, viejísimo y agotado su cuerpo, pero lúcida su mente, poderosa y viva su magia como el primer día, hace milenios.
Acuden a despedirse cientos de seres fantásticos productos de su poder; ángeles y sirenas, licántropos y vampiros, monstruos fabulosos que sollozan sin consuelo junto a su lecho, que es la piel de un unicornio.
El Kraken y la serpiente marina, criaturas preferidas y privilegiadas, lloran silenciosamente, con respeto, sobrecogidas, sin pensar siquiera en chapotear o salpicar.
- Sólo el Hombre no ha venido - señala el anciano, con un gesto de inmenso dolor -, sólo él. Y muere.

02 octubre, 2014

Alienígenas

Cuando abrí la puerta del excusado, encontré al maldito extraterrestre instalado allí. El almuerzo me había caído pésimo y necesitaba el inodoro con urgencia. Me miró a través de su escafandra translúcida con aquellos enormes, oblicuos y oscuros ojos de alienígena. Tenía abajo la parte inferior de su traje espacial. Hedía y eso empeoró la situación porque sentí náuseas. Vomité sobre su escafandra. El asqueroso fluido que salió de mis entrañas escurrió empañando el vidrio. Al fulano no debe haberle agradado mi acción, por cierto involuntaria, y llevó rápidamente su mano –o lo que fuera, tentáculo, seudópodo,  pata- a la altura donde debieran estar sus caderas. Ya he visto suficientes películas del far west; a mí no me vienen con cuentos. Le vacié la Walther 38 sobre el pecho. No quería que me saltaran vidrios al rostro. Ocho agujeros aparecieron sobre su traje de cosmonauta, y por ellos comenzó a escurrir  un fluido verde esmeralda. Antes de que cayera y siguiera emporcándolo todo, lo levanté en vilo para arrojarlo dentro de  la tina. Me senté al fin. Y vino el alivio, aunque apestara la podredumbre de la criatura convulsionando en la bañera. 

28 septiembre, 2014

Amores perfectos

-Yo creo que lo nuestro no puede continuar –asevera con tristeza la mujer lobo.
-¿Por qué? –pregunta angustiado el vampiro, rodeando su peluda cintura para sujetarla.
-Porque es necrofilia –repone ella mientras lame su rostro pálido con devoción.
-Eso depende del punto de vista –argumenta el no muerto, estrechándola con vigor-. Creo que lo nuestro es más bien zoofilia.

Se dieron un largo beso de amantes, resignados ante el destino inevitable.

* Este microrrelato forma parte del volumen LAS NUEVAS HADAS, que todavía se encuentra en librerías.

24 septiembre, 2014

El ángel

Un ángel que realiza prácticas de vuelo ilegales en plena urbe,  es detenido y juzgado por infringir las leyes de los caminos  aéreos, provocar desorden público y no señalizar debidamente.

Ante tamaña acusación el ángel no puede defenderse. En la cárcel  medita sobre el significado de la libertad y decide buscar una  ocupación menos riesgosa.

13 septiembre, 2014

MICROSAURI

La vita è sogno

Dorme. Sogna di volare.
Si sveglia. Cade nel vuoto.

(La vida es sueño

Duerme. Sueña que vuela.
Despierta. Cae al vacío)

Robin Edizioni de Italia acaba de publicar una selección de microrrelatos traducida or el profesor Danilo Manera, bajo el título MICROSAURI   (Microsaurios) en su colección LIBRI PER TUTTI LES TASCHE, libros de bolsillo, al alcance de todos por su precio accesible. El microrrelato antes expuesto abre la selección de MICROSAURI.

En su contraportada los editores escriben:

"Microsauri" son historias-relámpago,  aventuras de un minuto, sorprendentes anécdotas que se mueven entre el humor y los cuentos de hadas, epopeyas en miniatura".

"En el Chile de hoy,  tierra de poetas y novelistas, el género del microrrelato es
ampliamente practicado y apreciado, y Diego Muñoz Valenzuela uno de sus maestros indiscutibles. Esta selección fue preparada especialmente para ofrecer a los lectores italianos una muestra de esta expresión artística"

www.robinedizioni.it

10 septiembre, 2014

El verdugo


El verdugo,  ansioso, afila su hacha brillante con ahínco, sonríe  y espera. Pero algo debe vislumbrar en los ojos de quienes lo  rodean, que petrifica su sonrisa y se llena de espanto.
El Heraldo se acerca al galope y lee el nombre del condenado, que  es el verdugo.



Lo escribí a mediados de los 70, en plena dictadura. Se publicó primero en un diario mural el 76. Y en la revista PIRKA del Taller Literario de Ingeniería en 1978. No necesita estar dedicado...
La ilustración es de mi querido amigo el pintor K Poblete.

04 septiembre, 2014

Orden

Es de noche. El hombre toma un taxi. Viaja. El taxista asalta al  hombre. Le quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado  en una esquina. Vienen asaltantes, cuchillo en mano. Lo despojan  de sus vestimentas. Huyen. El hombre, desnudo, va en procura de  auxilio. Detiene un  coche policial. Lo golpean. Es arrestado por  no portar identificación. Sospechan delincuencia sexual. Lo  encierran en la celda de los sodomitas. Es violado. Grita. Los  guardias no vienen. Al día siguiente lo trasladan a enfermería.  El médico ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es trasladado  a la sección de presos políticos. Después de algunos días lo  interrogan. Nada le creen, pues no posee documentos. Nadie sabe o  recuerda a quienes lo detuvieron. Lo torturan. Exigen entregue el  nombre de sus contactos. El hombre cuenta su  historia. Todos  ríen. Es incomunicado. Permanece en la celda solitaria por varios  meses. Cuando se acuerdan de él,  está flaquísimo y loco. Lo  envían al Manicomio. Grita que lo dejen en paz. Muere.

28 agosto, 2014

Rehabilitación de Circe

La preciosísima Circe estaba aburrida de la simplicidad de Ulises. Si bien era fogoso, bien dotado y bello, la convivencia no daba para más. Solía convertirlo en perro para propinarle patadas, y él sollozaba y le imploraba perdón. Lo transformaba en caballo para galopar por la isla de Ea, fustigándolo con dureza. Lo transmutaba en cerdo para humillarlo alimentándolo con desperdicios. Volvía a darle forma humana para hacer el amor, y volvía a fastidiarse con su charla insulsa. Por fin lo expulsó del reino, le restituyó su barca y sus tripulantes y lo dotó con alimentos para un largo viaje. “Vete y no vuelvas”, ordenó con voz terminante al lloroso viajero,  “y cuenta lo que quieras para quedar bien ante la historia”. Después sopló un hálito mágico para hinchar la vela de la embarcación.

23 agosto, 2014

AMOR CIBERNAUTA

Se conocieron por la red. Él era tartamudo y tenía un rostro brutal de neanderthal: cabeza enorme, frente abultada, ojos separados, redondos y rojos, dientes de conejo que sobresalían de una boca enorme y abierta, cuerpo endeble y barriga prominente. Ella estaba inválida del cuello hasta los pies y dictaba los mensajes al computador con una voz hermosa, pausada y clara que no parecía tener nada que ver con ella; tenía el cuerpo de una muñeca maltratada. Fue un amor a primer intercambio de mensajes: hablaron de la armonía del universo y de los sufrimientos terrestres, de la necesidad del imperio de la belleza y de los abyectos afanes de los mercaderes de la guerra, de la abrumadora generosidad del espíritu humano que contradice la miseria de unos pocos. Leían incrédulos las réplicas donde encontraban una mirada equivalente del mundo, no igual, similar, aunque enriquecida por historias y percepcio­nes diferentes. Durante meses evitaron hablar de sí mismos, menos aún de la posibilidad de encontrarse en un sitio real y no virtual. Un día él le envió la foto digitalizada de un galán. Ella le retribuyó con la imagen de una bailarina. Él le escribió encendidos versos de amor que ella leyó embelesada. Ella le envió canciones con su propia voz, él lloró de emoción al escuchar esa música maravillosa.  Él le narraba con gracia los pormenores de su agitada vida social, burlándose agudamente de los mediocres. Ella le enviaba descripciones de sus giras por el mundo con compañías famosas. Ninguno de los dos jamás propuso encontrarse en el mundo real. Y fue un amor de sueños, de mensajes, de versos, de canciones. Fue un amor verdadero, no virtual, como los que suelen acontecernos en ese lugar que llamamos realidad.

16 agosto, 2014

De cómo la poesía infunde historias de amor

La bruja dulce se enamoró del licántropo. No supo si la sedujo su sonrisa bondadosa y cargada de colmillos, su mirada lobuna inundada de deseo o sus palabras lentas y cuidadas. La cuestión es que le dio por leer poesía. Leyó a Miguel Hernández y sintió los vuelcos de su corazón de terciopelo ajado. Leyó a García Lorca y se convirtió en potra de nácar y en mozuela. Rogó al licántropo para que la llevara al río. Él, gentil, accedió. Bajo la luna hicieron el amor y fueron felices. Después, cuando el alba fue anunciada por un gallo, él se fue para siempre, cantando. La bruja reconoció los versos y cantó con bellísima voz. Amo el amor de los marineros que besan y se van. Dejan una promesa, no vuelven nunca más.  

Este microrrelato está en el volumen LAS NUEVAS HADAS, Simplemente Editores,2011.

26 julio, 2014

Dudas y flaquezas

El esqueleto estaba sentado sobre un sofá, muy erguido y con el cuello estirado para mirar por la ventana. Sus huesos eran firmes, gruesos y marfilados; tenía la apariencia de una estructura sólida, invulnerable. Afuera brillaba el sol con intensidad y la primavera dejaba caer su impronta cálida. El esqueleto deseó que los rayos amarillos acariciaran sus osamentas para espantar el frío que las trasminaba. No obstante, permaneció allí. No osó moverse. Es sabido que los esqueletos son considerados: no salen de sus escondites por temor a infundirnos pánico. Se quedan allí, atisban silenciosos desde sus refugios y reprimen su ansiedad de calor con singular firmeza. 

18 julio, 2014

OJOS DE METAL: el primer capítulo de la novela

OJOS DE METAL es la tercera novela de la serie del cyborg de Diego Muñoz Valenzuela, que comenzó con FLORES PARA UN CYBORG (publicada en Chile en 1997, 2003 y 2011; España en 2008, Italia en 2013 y Croacia en 2014), seguida por LAS CRIATURAS DEL CYBORG (2011). La presentará el estudioso y editor de ciencia ficción Marcelo Novoa,  en Valparaíso el viernes 25 de Julio de 2014, 19:30 hrs., Castillo Wulf


1.   Calles en la gran manzana



Eddie Amarales se detiene entre la ansiosa muchedumbre de asiáticos y latinos para extraer un papel arrugado del bolsillo de su chaqueta. Lo estira con torpeza y extiende sus brazos al máximo, sosteniéndolo por los extremos con el pulgar y el índice de ambas manos. Entorna los ojos para convertir los jeroglíficos en caracteres reconocibles, pero el esfuerzo resulta inútil. Atardece en la Gran Manzana y las ventanas de los rascacielos comienzan a iluminarse una tras otra en loca secuencia, como un rompecabezas interminable; sin embargo el alumbrado público todavía permanece apagado. Alguien lo maldice por estorbar el camino: “hijo de su chingada madre” lo llama en español, conminándolo a poner los cojones sobre un yunque para darles de martillazos hasta convertirlos en papilla. La sugerencia  le hace gracia a Eddie, pues conforma una línea curva con sus labios delgados. “Buena idea para aplicarla con un deudor moroso, debiera anotarla”, murmura como si sus palabras fueran a registrarse en una grabadora invisible. Después continúa hablando solo mientras se acerca a una vitrina iluminada: “a este pinche alcalde sus electores deberían reventarlo a patadas por cicatero, recién prende las farolas cuando la noche está bien cerrada”. Busca un ángulo que refleje la luz y que le permita mantener el papel a la distancia necesaria para ver los caracteres. “112 Mulberry Street” deletrea satisfecho antes de emprender la marcha. “Estos pinches chinos están apoderándose de todo”, susurra, “China Town está devorando a Little Italy; apenas sobrevive un par de cuadras. Eso tiene medio locos a los pinches neonazis que andan predicando que para acabar con las chinches hay que quemar el petate. Están chiflados los cabrones de cabezas rapadas”. A su alrededor cuelgan letreros con jeroglíficos asiáticos que anuncian toda clase de productos insólitos para un latino como Eddie. Aromas fuertes y pesados escapan de las cocinerías y restoranes que hierven de clientes hablando en su jerga incomprensible, negociando precios y condiciones, haciendo ofertas ventajosas y rechazando intentos de timo con esas raras inflexiones de voz que a veces semejan gruñidos y otras notas musicales. Al llegar a la esquina de Canal con Mulberry dobla hacia la izquierda. Se detiene unos segundos ante una vitrina-acuario donde un grotesco bogavante deambula en cámara lenta, sin saber que lo exhiben como exquisitez, sereno cual si vagara por tranquilos jardines ubicados en las profundidades del océano, lejos de cualquier amenaza. Su armadura de nada le servirá a la hora del juicio final, piensa, lo arrojarán a un caldero cuya temperatura irá subiendo hasta alcanzar el punto de ebullición. “Se cocerá vivo el cabrón antes que pueda darse cuenta”, acota Eddie Amarales. “Igual que yo, si persisto en meter la nariz donde no debo”, agrega después de un breve silencio que precede el reinicio de la marcha. “El cocodrilo que desea comer no enturbia el agua, decía la abuela Xóchitl procurando desasnarme”.
Esquiva transeúntes amarillos de ojos rasgados, negros de todos los tintes, mulatas centroamericanas, chicanos de miradas torvas, eslavos cargados de amargura. Es un mundo que no pertenece a los gringos puritanos, aquí todos venimos de otras partes, hablamos otro idioma, adoramos a otros dioses, conocemos los dolores y la dureza de la vida, reflexiona Eddie. “Aquí a un pinche gringo lo hacen mondongo si se atreve a caminar solo después de las seis de la tarde”, acota para el registro invisible con una sonrisa dibujada en el pálido rostro de vampiro: ojeroso, inexpresivo, pelo peinado hacia atrás, negro como ala de cuervo, engominado y brillante. Un negro rasta con los ojos extraviados se le cruza y le da un encontrón; trastabilla, se lleva la mano a la cartera para comprobar que sigue allí,  luego palpa el revólver de la sobaquera. “Todo normal”, concluye después del rápido examen, “pinche yonqui, tan endrogado que anda a punta de encontronazos, no sabe dónde está parado”. Descubre un anuncio de spaghetti y se detiene para observar con calma;  ya está en la zona de los restoranes italianos que han logrado resistir el avance impetuoso de China Town. El letrero del Luna´s  aclara que es un sitio de Neopolitan Cuisine y reproduce el Vesubio; una luna en cuarto creciente completa los distintivos del local ubicado en el 112 de Mulberry. Lo reconoce, ha estado allí una vez. Ingresa confiado a ese mundo de aromas penetrantes y placenteros que aprendió a  asociar al Little Italy en sus primeras incursiones en la ciudad, “tantos años atrás” suspira. Queso parmesano, orégano, ajo, chiles de todas clases, albahaca, callampas secas, jitomate, pesto, anchoas, pimentón. Camina entre las mesas cubiertas con papel rústico, áspero, aquel que llaman craft; nada de manteles blancos que se manchen con salsas coloradas o vinos oscuros. Se desplaza dribleando a través del laberinto formado por las mesas, las sillas y los parroquianos que ríen, beben, blasfeman y devoran lasagnas, spaghetti pomodoro, fetuccini a la puttanesca, ravioli di funghi, linguini, gnocchi al pesto. La atmósfera es pesada pero sabrosa, cargada de olores exquisitos; es como sumergirse en un mar de fragancias nutritivas. La luz es mediana, allí se vive en el justo límite entre la penumbra y el resplandor; un atardecer eterno o una madrugada que jamás se desarrolla para convertirse en día. En las paredes no queda un mísero espacio libre: hasta el último milímetro cuadrado está ocupado por una foto, una carta, una postal vetusta, el banderín de un club deportivo, un recuerdo de algo o alguien perteneciente a un mundo que ya no existe. Eddie Amarales da un giro a la izquierda para entrar en otra ala del boliche, ahí donde está el mesón donde la Nonna vigila el comportamiento de los asiduos al Luna’s. Eddie le hace una venia y la anciana se la retribuye con una sonrisa desdentada, amarillenta, señalándole con brazo tembloroso una mesa recién desocupada. Sobre su chorreada cubierta de papel hay dos platos sucios,  dos copas vacías y migas de pan esparcidas. Toma asiento mientras la anciana da voces de mando en un dialecto indescifrable, abundante en siseos y probablemente en denuestos. Una muchacha acude resoplando, al trote, espetándole un “escusi signore” y algo más que Eddie no entiende. Aunque ella no lo esté mirando, Eddie le sonríe a la muchacha de ojos negros que equilibra platos y copas en su mano izquierda en tanto enrolla el inmundo mantel con la derecha para escapar en dirección a la cocina. Descubre que la signorina le dejó una hoja envuelta en plástico con la lista de las especialidades de la casa escrita a máquina, borroneada una y otra vez para modificar los precios o eliminar platos fuera de temporada. “Deberían tener la pendeja lista en computadora los pinches bachichas”, observa en voz baja mientras recorre el menú buscando un nombre que le despierte el apetito. “Pero qué van a saber de computadoras los chingados, apenas sabrán leer, escribir y sumar para sacar las cuentas. Y aún así nadarán en billetes los cabrones, explotarán a sus propios compatriotas recién llegados, y esclavizarán latinos muertos de hambre”. Sus murmuraciones se interrumpen cuando la muchacha de ojos negros retorna a la mesa y lo enfrenta con una libreta y un lápiz en las manos. Amarales le dirige una mirada inexpresiva de misógino; sacerdote del Opus Dei con su traje oscuro y la camisa blanca bien cerrada sobre el cuello, los anteojos gruesos de marco negro y los cabellos bien estirados hacia atrás gracias a la magia del gel. Y cuando pareciera que está a punto de arrojarle una invectiva religiosa, amenazándola con las penas del infierno por llevar la blusa demasiado abierta para descubrir el nacimiento de sus pechos soberbios, y peor aún, por el coqueto baile de sus ojos almendrados, le sonríe atolondrado y obsequioso.
-Apetezco un spaghetti calamari, bella signorina. ¿Llegó usted hace poco a Nueva York?
-Spaghetti calamari, mmmm –saca la lengua por la comisura mientras anota trabajosamente con un lápiz a mina tan corto que apenas puede sujetar-, presto, dos meses, pero estudié dos años el inglese antes de viajar. ¿Vino o gaseosa?
-Agua con gas, pequeña. Y una botella de vino de la casa, rosso.
-Va benne. Escogeré el mejor para usted –sonríe con un mohín gracioso que contiene una calculada dosis de seducción, y se retira contoneando sus caderas de adolescente, haciendo bailar las pupilas de Eddie al mismo ritmo.
“Qué culo de diosa”, susurra Eddie para el registro, refocilándose en la contemplación de las nalgas que pendulan para jactarse de su turgencia, de su elasticidad, de la firmeza de sus carnes, de la suavidad que se adivina bajo la tela, y despiertan en su interior la añoranza de una pasión desbordada. “Debes preguntarle el nombre cuando vuelva, Amarales, no vayas a olvidarte. Es un bombón, vale la pena el riesgo de meterse con los bachichas vengativos y peleones. Aunque bien sabemos a estas alturas que las mujeres y el vino, hacen errar el camino”. Menea la cabeza desesperanzado y enfoca la pared atiborrada de adornos. Encuentra una foto en sepia del Vesubio, frente a cuya silueta sonríen dos campesinas maduras y gruesas, abuelas de algún inmigrante de comienzos del siglo veinte. Un programa de la fiesta de San Gennaro de 1928, impreso en papel rosado de papalote. El puerto de Hamburgo en una postal desteñida prendida de un chinche. Lo aburre su investigación infructuosa. Desliza la lengua sobre los labios para humedecerlos. Entonces su derredor se torna un poco más oscuro y levanta la vista justo cuando un hombre alto y robusto se acomoda en la silla enfrente de él.
      -Hola, Eddie –lo saluda y le extiende la mano sonriendo-, Omar Escobedo, tu compañero de primaria. Apuesto a que en la calle no me habrías reconocido.
-Pues no, para ser francos, no; para qué vamos a decir una cosa por otra –responde serio, pero luego abre paso a una alegría genuina y se entrega-. No te habría reconocido, buey, estás muy chingón, carajo, más elegante que la yegua del payaso –replica Eddie estrechando la mano que le ofrece: vigorosa, nervuda, le hace crujir los dedos-, híjole que aprietas fuerte cabrón, ¿hiciste el curso de Charles Atlas por correspondencia? Suelta de una vez, que voy a tener que entablillarme, mira que sigo siendo el mismo alfeñique.
-¿No estás bebiendo? Me extraña que pierdas el tiempo, Eddie, no te reconozco, cabrón. ¿Estarás ablandándote con los años?
-Acabo de llegar no más buey, reciencito pedí una botella... de vino. No te rías, cabrón, no mames –increpa con picardía al recién llegado-, hace daño burlarse de la desgracia ajena. Los tiempos del trago fuerte y duro terminaron, sin vuelta. Me queda hígado para una década de dieta, con suerte. De modo que debo predicar eso de que más vale gota que dure y no chorro que pare. Me convertí en un buen ciudadano, pago impuestos, bebo con moderación  y fornico solamente en domingos y festivos no religiosos.
La signorina se acerca silenciosamente para disponer otro par de cubiertos, suponiendo que el recién llegado también cenará. Deja al centro una panera repleta de bollos, unos platos pequeños con bolas de mantequilla de distintos colores, la botella de vino, una copa y la mineral de Eddie, y unas servilletas de género agujereadas por años de refriegas y lavados. Los dos hombres admiran la destreza de los movimientos de la mesera, atisban el temblor de los senos bajo el delantal y cada vez que ella se inclina para acomodar algo sobre la mesa, vigilan el borde inferior para advertir el nacimiento de los muslos blancos y vigorosos. Cuando nada queda por hacer, apoya sus manos en el espacio de la mesa entre los dos clientes. Sus dedos son largos, finos, no lleva anillos, y las uñas están cortas y sin barniz. Busca los ojos de Escobedo que andan extraviados en la observación de sus piernas y carraspea un par de veces antes de dirigirle la palabra.
-¿Al signore se le ha extraviado alguna cosa allá abajo o no tiene apetito? ¿Qué posso ofrecerle? ¿Desea spaghetti, caneloni, lasagna? ¿Le sirvo vino, gaseosa, un café?
Amarales se enfurruña pues advierte en la  camarera un tono travieso, un flirteo que evidencia interés por Escobedo. Quizás ha perdido su chance en una partida que recién comienza.
-¿Tiene gnocchis al pesto?
-Ah, es la especialidad de la casa. Buena decisión. ¿Vino rosso, como su amigo?
-Está bien, vino rosso. En mi país lo llamamos vino tinto.
-¿Tinto? Qué gracioso, parece que bebiera pintura –deja escapar una risa llena de coquetería. Una voz de mando proveniente de la Nonna la trae de vuelta a tierra-. Ahora le traigo una copa, los platos tomarán unos minutos, porque se preparan al momento de pedirlos. Les dejé unos appetizer para acortar la espera. Bonna sera.
-Grazie signorina –Amarales sigue con gula el cadencioso andar de la muchacha y suspira-. Es una maravilla, está de comérsela. ¡Que me lleve la chingada! Jalan más dos chiches de mujer que una yunta de bueyes, decía la finada abuela Xóchitl –se queda callado unos segundos y frunce el ceño-. Pues ahora cuéntame. No habrás volado miles de millas para atracarle a unos pinches tallarines con este servidor.
Escobedo lo mira a los ojos asintiendo, dándole razones sin pronunciar palabra. Esas pupilas le dicen muchas cosas a Eddie Amarales. Primero que no se trata de un simple viaje, como sospechaba, y que el asunto es serio. Segundo: de involucrarse, su participación implicará peligros considerables. Tercero, que hay mucha urgencia. Lo que falta son valientes, no hazañas, dijo su interlocutor la última vez que estuvieron juntos, un par de años atrás. Eddie sabe que quien tiene al frente no le teme a nada, ni siquiera a la muerte. Que su nombre no es Omar Escobedo, sino Tomás Arancibia, y que eso implica que entró bajo una identidad falsa, o que cruzó ilegal desde México. Y que se viene una operación de proporciones.
-Cántame la canción que traes, cabrón; tú sabes que eres mi jefecito y que puedes confiar en mí a todo dar. Dime cuál es el pedo, pero más te vale que andes con un chingo de lana, porque cuesta caro jugar con muñecas de porcelana –esto último lo dice exhibiendo sus perfectos dientes en una  sonrisa discordante con su apariencia de fraile.
La camarera aparece para escanciar una copa de vino frente a Escobedo, que le regala una sonrisa encantadora, irresistible, de machote bueno, Clark Gable haciendo de Rhett Butler. Ella percibe el mensaje, se sonroja un poco y le retribuye con una venia ridícula antes de retirarse cimbreando sus nalgas.
Signorina! –la llama Omar Escobedo- Venga por favor –ella gira como si un resorte la hubiera accionado, todavía sonrojada, con el rostro iluminado por una sonrisa de Cenicienta-. Dígame, ¿cuál es su gracia? –esta última palabra la dice en español.
-¿Mi “gracia”, signore? Non capisco niente.
-Él quiere saber su nombre, señorita. Pasa que el señor viene de un pinche país del tamaño de un guisante donde hablan un dialecto de pendejos que suena a pelea de macacos.
-¿Il mio nome? Emilia Marvulli –responde con una voz encantadora, con las mejillas encendidas, sin dar importancia a los intentos humorísticos de Eddie, y escapa hacia la cocina en nerviosa carrera bajo la severa vigilancia de la Nonna.
-Bueno, lo primero es lo primero –acota Escobedo-, no hay mejor manera de iniciar un negocio que brindando con un viejo amigo
      -Dulce licor, suave tormento, ¿qué haces afuera?, vamos pa' dentro –retruca Eddie y alza su copa.
Escobedo hace lo propio y estrella su copa contra la de él. En la semipenumbra del local el vino adquiere una tonalidad rubí y por un instante el cristal refleja las luces tenues. Ambos se desean salud; beben un sorbo sin soltarse la mirada, como adversarios a punto de batirse a duelo. Dejan las copas sobre la mesa al unísono y se abandonan al ruido de fondo: fritangas, voces en italiano, una botella descorchándose, líquidos que escurren, risas, brindis, el llanto lejano de una cría, sillas arrastrándose, la Nonna apresurando a una doncella a punta de blasfemias.
-Quiero saber si estás disponible para un trabajo difícil. Espero que no te hayas acomodado, Eddie, que no vivas para el partido béisbol de la tarde, ¿entiendes?
-Como quien dice “el miedo guarda la vida”. Ni tengo pinche vieja ni escuincles que esperen en una bonita casa con antejardín, si es la pregunta. Todavía no me canso de arriesgar los huevos cada noche. Y no le he entregado ni la oreja ni el alma a las grandes bandas; mantengo mi libertad para vagar donde quiera, esa viene a ser mi única riqueza hermano –se yergue en su silla y apoya las manos abiertas en su pecho-. Sabes que te hablo con el corazón abierto, sin dobleces.
-¡No te has aburguesado, Eddie! Estoy frente a un héroe de la modernidad. ¡Salud cabrón! ¡Por el ejército de chavalas buenas mozas que estarás manejando!
-Nada de ejércitos de muñecas buey, soy hombre tranquilo. ¡Salud por los viejos tiempos! –choca de nuevo su copa con la de Escobedo y bebe un largo trago- Así bebemos los mexicanos, ¡hasta ver el fondo de la copa! –Eddie vigila a Escobedo para verificar que cumpla el ritual: no dejar vino en el vaso y entregarse a la liturgia del reencuentro- Hoy beberemos amigo, mañana será otro día. Puedes confiar en este cuate. Conoces mi divisa: si es difícil, lo hago luego; y si es imposible, me esperan tantito.
-Está bien Eddie, bebamos y comamos como guerreros, pero platiquemos de negocios unos minutos antes de que el alcohol nos revuelva los pensamientos. ¿Por mera casualidad conoces a este hombre? –Escobedo le extiende la fotografía de un hombre maduro, rubio, de ojos azules, con bigote y barba rojiza, de apariencia astuta y atlética- Mira bien la foto, puede haberse teñido el cabello, rasurado, usar lentes de contacto,  qué sé yo…
Amarales queda pensativo, con la foto sostenida por una esquina entre pulgar e índice, arrugado el entrecejo, concentrándose antes de dar respuesta a su amigo, calculando sus palabras, las consecuencias que se le vendrán encima como arpías: despiadadas, feroces. No puede mentirle, no puede abandonarlo en medio de la jungla. ¿Pero está obligado a decir todo lo que sabe? ¿Tiene que involucrarse con él, posee la locura y los huevos que se requieren?, sabiendo de adelantadas que van a madrearlo sin remedio, que lo más probable es terminar tirado con un par de plomos en el cuerpo y uno en mitad del cráneo. Levanta la mirada para encontrarse con la de Omar Escobedo. Él lo mira directo al fondo de sus ojos, percibe un cosquilleo en lo más profundo, como si penetrara en sus pensamientos. Al final se rinde a sus emociones: vergüenza, lealtad, entrega. Los brazos le cuelgan a los lados convertidos en peso muerto, se ruboriza un poco y la barbilla le tiembla antes de hablar.
-Tomasito... Omar, como quieras llamarte, eres el único ser humano que aprecio en este mundo. Mi último amigo, cuate. Los otros dos compadres que tuve duermen bajo tierra, con sus antepasados. Aunque nos encontremos a las perdidas, como ahora, eres mi cuate. Bebo con otros, salgo de juerga, hago negocios, pero sabemos que para esos afanes bueyes siempre sobran –se queda en silencio, masticando sus pensamientos, algunos de ellos duros, amargos, difíciles de tragar-. Ya ves, un telefonazo y estoy aquí, a tus órdenes. Así  doy testimonio de mi amor, cabrón, esto te lo platico desde la mismísima alma. No vayas a pensar que soy un pinche puto por lo que te declaro ahorita, esto del amor que siento por ti. Soy bien macho, por eso te lo digo –una lágrima brilla en su ojo derecho y la enjuga rápidamente, azorado-. Lo digo porque te quiero jefecito. Mira, toma el primer avión y regrésate a tu patria, no esperes ni un jodido segundo. No mames, no te metas en este pedo, que es el asunto más peligroso que puedas escoger. Saber vivir en este mundo es la mejor hazaña, mira quién te lo dice.
Escobedo lo oye sin pronunciar palabra, tranquilo, inalterable, como si no corriera sangre por sus venas. El miedo que Amarales trata de infundirle no lo alcanza; una aureola invisible, una coraza lo envuelve y lo torna invulnerable. En sus pupilas brilla una determinación que espanta a Eddie: no hay escapatoria, su amigo enfrentará al hombre de la fotografía y no habrá fuerza humana capaz de contenerlo. Él conoce el temperamento de su cuate Tomás. No retrocederá un milímetro. Se desplazará como un tanque hacia su objetivo: frío,  mortal si es preciso.
-Eddie, yo sé que tú sabes –pregunta Escobedo con un tono que solo deja espacio a una confirmación. Y lo queda mirando.
Amarales inclina la cabeza para huir de aquella mirada que parece taladrarle el cerebro, hurgar en sus pensamientos y convertirlo en un juguete a control remoto. El hombre que tiene al frente, su único amigo, explota el ascendiente que posee.  Esa historia de  aventuras donde se fraguó una confianza total y recíproca, ese sentimiento que hace indestructible la amistad. “A la hora de enfrentar dilemas complejos, actúa según tus principios”, piensa Eddie, y después sonríe con  alivio.
-Sabes que cuentas conmigo cabrón, cuando quieras y donde quieras –la voz de Eddie contiene trazas de emoción, una especie de dolor o llanto contenido, y al mismo tiempo afecto-, imagino que has calculado bien el terreno que vas a pisar... que vamos a pisar, quiero decir... así que platiquemos acerca de tus razones para buscar a ese hombre. O de lo que quieras platicar.
-No puedo contarte menos que todo, Eddie, somos amigos y no hay ni habrá secretos entre nosotros. Al sujeto de la foto lo conozco por William. Es un individuo peligroso, ligado a grupos de enorme poder que actúan en secreto, con gran discreción.  
-Agrega a la lista que tienen toda la lana del mundo. Un ejército de guaruras armados hasta los dientes, dispuestos a destripar a sus madres si lo ordenan sus jefes. Influencias políticas diseminadas por el mundo, agentes emboscados, empresas enormes, relaciones con grandes consorcios. ¡Una chingadera mano! Es como caminar aliñado con cilantro y hepazote hacia la boca del lobo...
-Lo sé hermanito, no te pongas nervioso. Bebe un trago a mi salud –Tomás llena de vino las copas para brindar con su amigo-. Eso es, ¡salud cabrón!
Estrellan los cristales en la semipenumbra del Luna`s, sumergidos en el murmullo impreciso que produce la superposición de las parejas que conversan de amor, las familias que ríen para celebrar el ingenio de los chistosos, los amigos que comparten confidencias, los socios que planifican negocios. La Nonna escruta el ambiente con su arrugada cara de tortuga, atenta a una señal misteriosa de los dioses, una catástrofe o un milagro que podría acaecer en cualquier momento. Por fin, después de tomar aire como para una larga inmersión, Escobedo comienza a hablar.
-Creo que las cosas ocurrieron de este modo, pero no pasa de ser un cúmulo de suposiciones. William secuestró a mi padre, Eddie… bien, supongo que sus esbirros lo hicieron. Él no mancha sus manos con trabajo sucio –afirma Escobedo después de saborear el vino de la casa. Su rostro adquiere una expresión en la cual Eddie reconoce las señas de la angustia-. Deben estar haciéndolo pedazos en una cárcel secreta. William es un pájaro de cuentas que escapó de Chile para venirse a Nueva York hace un año, escapando de... Bueno, a ti te lo puedo decir, huyendo de nosotros. Sabíamos que se había refugiado acá, Rubén tuvo que asistir a un congreso y supongo que se cruzó con William... que trató de seguirle el rastro, una imprudencia terrible. Desapareció sin dejar huella. Hace una semana que no sabemos de él.

Amarales se queda estático mirando a su amigo, sin saber qué decir. A él, que es de palabra fácil ahora se le atraganta hasta la frase más trivial; un torniquete en la garganta se lo impide, lo asfixia. Le falta el aire, tal vez por efecto de la atmósfera encerrada del Luna`s, del humo que expelen los fumadores empedernidos. O quizás sea miedo, una serpiente helada deslizándose por su espina dorsal mientras evoca el rostro de Rubén e imagina los tormentos que estará padeciendo, comprende la angustia  de su amigo y aquilata el terror que anida tras los acontecimientos que Tomás le ha expuesto. Traga saliva antes de hacer una inspiración profunda, se sumerge en una noche de espectros horribles. Cuando niño soñaba con pavorosos seres que lo raptaban para devorarlo; se despertaba gritando y llorando para que su abuela Xóchitl lo consolara apapachándolo, entonando antiguas canciones en náhuatl. Siempre intuyó que llegaría a un punto como este, un cruce ineluctable donde deberá escoger el camino más difícil: entrar a la boca del lobo por voluntad propia, por lealtad, por amistad, por locura, y cumplir con aquello que el destino le ha tenido reservado desde el comienzo. Y que su abuela Xóchitl ya no estaría allí para confortarlo.

11 julio, 2014


En Viña del Mar, el próximo viernes 25 de Julio, a las 19:30 hrs. se presentará la novela de ciencia ficción OJOS DE METAL de Diego Muñoz Valenzuela, en el CAstillo Wulf, Av. Marina 37


Ojos de metal combina la ciencia ficción y el género negro en una trama delirante, cuya acción ocurre en Nueva York. Hacia allá  viaja Rubén Arancibia, el científico creador de Tom, el androide que ha traspuesto el límite que separa a máquinas y humanos haciendo realidad el sueño de la inteligencia artificial. Rubén, imprudentemente, ha ido tras los pasos del líder de Génesis, el siniestro y enigmático William van der Rohe.
Génesis es una organización internacional de enorme alcance, vinculada a poderes fácticos y económicos que manejan una cohorte de gánsteres, extorturadores y agentes de inteligencia, narcotraficantes y criminales que han diseminado el horror por todos los rincones del planeta.
Rubén desaparece. Tom sospecha que su creador ha caído prisionero de Génesis y viaja  a Nueva York para rescatarlo. Ahí comienza  el descenso a los infiernos que se ocultan tras la fachada alegre y próspera de la Gran Manzana. Bajo las apariencias, actúan fuerzas omnímodas y terribles que no trepidan en nada.  Rubén Arancibia ha sido raptado y sometido a indecibles torturas en un bunker secreto. Génesis desea a toda costa averiguar quién es el científico y si representa una grave amenaza para sus intereses: la promoción del crimen y la corrupción.
Ojos de metal conforma una trilogía  con Las criaturas del cyborg y la  celebrada novela Flores para un Cyborg, que inició la serie y obtuvo en 1996 el Premio del Consejo Nacional del Libro. Flores para un cyborg tuvo el mérito de ubicar nuevamente –tras un largo silencio- la ciencia ficción en el centro de la escena literaria chilena. Flores para un cyborg ya tiene tres ediciones en Chile y está publicada en España (2008), Italia (2013) y próximamente en Croacia.

Más allá del sello especial que le otorgan la ciencia ficción y el neopolicial, que asegura tensión y placer a sus lectores, Ojos de metal se entronca hondamente con aquella literatura que pone su centro en los asuntos humanos. La dimensión social es un protagonista esencial de esta novela, al igual que su prosa ágil y el sentido del humor que invitan a una lectura grata y vertiginosa. 

Diego Muñoz Valenzuela (Constitución,  Chile, 1956)

Ha publicado seis libros de cuentos: Nada ha terminado, Lugares secretos,  Ángeles y verdugos, De monstruos y bellezas, Déjalo ser y Las nuevas hadastres novelas: Todo el amor en sus ojos (tres ediciones: 1990, 1999, 2014), Flores para un cyborg (tres ediciones: 1997, 2003, 2010) y Las criaturas del cyborg; y los libros ilustrados de microrrelatos Microcuentos (libro virtual, 2008,  con Virginia Herrera) y  Breviario Mínimo (2011, con Luisa Rivera). Se distingue como cultor de la ciencia ficción y del microrrelato.

Ha sido incluido en antologías y muestras literarias publicadas en Chile y el extranjero. Cuentos suyos han sido traducidos al croata, francés, italiano, inglés, islandés y mapudungun. Distinguido en numerosos certámenes literarios, entre ellos el Premio Consejo Nacional del Libro en 1994 y 1996. La novela Flores para un cyborg fue publicado por EDA Libros en España (2008) y en Italia, por la editorial Atmosphere Libri (2013), y se publicará por la editorial ALFA en Croacia a fines de 2014; y el volumen de cuentos Lugares secretos en Croacia por ZNANJE en 2009.
En 2011 el autor fue seleccionado como uno de los "25 secretos literarios a la espera de ser descubiertos"  por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara para celebrar sus 25 años de existencia. En 2012 recibió la MEDALLA COLIBRÍ 2012 en categoría Literatura Juvenil / Libros de Ficción, otorgada por Colibrí-IBBY Chile (International Board on Books for Young People) y el Centro Lector de Lo Barnechea, por el libro de microrrelatos ilustrado Breviario Mínimo.

Más detalles en:





05 julio, 2014

Banalidad de la literatura

Escribí, escribí, escribí. Así, en pasado. Cuando usted lee estas líneas, ya no soy. Así son las cosas

28 junio, 2014

Capítulo 1 TODO EL AMOR EN SUS OJOS, novela publicada por LOM

CAPITULO I



—Ulises—dije —, Ulises— no sé si por Joyce, Ho­­mero o simplemente porque sonaba bien; o por las tres razones. Además qué importa, nadie me preguntó nada, ahora era Ulises y punto. Mejor dicho de­bía aprender a ser Ulises, que no era lo mis­mo que ser rey de Itaca, cegador de cíclopes, encantador de brujas, excusa de tejido, eterno esperado. Me abu­­rrí un rato escuchando la lata de alguno, me en­tre­­tuvo lo de otro. Llegó mi turno y di mi opinión mientras Rubén tomaba breves notas, mirándome ape­­nas, palabras que escribía con un lápiz Faber Nº 2 en una hoja blanca, delgada, casi transparente, comestible. Hizo una especie de asentimiento le­ve con la cabeza cuando terminé. Pensé que había ha­bla­do dos o tres minutos más de lo convenido. Sin embargo, noté que me habían escuchado con atención, con interés. Eso me tranquilizó. Miré las ideas anotadas en el papelito pequeño que habría de que­mar al término, pulverizar sus cenizas y esparcirlas en un viento que no existía en aquella pieza oscura, cerrada, llena de aire viciado y humo espeso de ciga­rrillos, donde todos hablábamos en voz bajita, casi en susurros, como en un aquelarre o misa negra o en una espectral catacumba. Me concentré con toda el alma en las piernas de Sonia. Rubén siguió su labor de anotación; siempre escribía algo. Después se refirió a las opiniones. La mía le llamó la atención, pero habló de todas. Recordaba los nombres con precisión, despejó algunas dudas, nos provocó otras terribles.
—¿Cuánto tiempo creen ustedes vamos a necesitar: uno, cinco, diez, treinta, más años?— nos pre­gun­tó mientras repartía los periódicos.
—Ah, casi se me olvida, el precio está marcado en la portada. A fin de mes me lo pagan junto a la otra plata, y sin correrse, que es importante.
Hablamos de objetivos y lugares, de tiempos y estrategias. No opiné, porque no se me ocurrió nada. Discutieron largo rato acerca de la consigna de una pintada mural. Ahí sí que intervine, debía ser una frase corta, llamativa, capaz de atraer la atención. Pro­pu­se, con falsos aires de improvisador, una que tenía en mente hace bastante tiempo. Rubén la anotó en su alargada hoja blanca. Fue aprobada con cier­­­­to entusiasmo. Después preguntaron por voluntarios para el rayado. Se requerían tres, más per­so­nas implicaba un riesgo innecesario. Me sentí obligado, pero mantuve silencio, atento a la reacción de los demás que recién venía conociendo, ima­ginando cómo sería aquel rayado nocturno en me­dio de las patrullas militares, los focos, las ben­galas, los ruidos de motor aproximándose, el furgón lentísimo a la vuelta de la rueda doblando la esquina. Sonia levantó la mano sin hablar; prácti­camente no ha­bía abierto los labios en toda la reunión. Sentí más pesa­­da la obligación de ser voluntario, y sin querer bajé la vista como cuando el profesor pre­gunta algo difícil y los alumnos agachan la cabeza hun­didos en una meditación profunda o una tarea urgente. Co­men­cé a temer que Rubén me nombrase, “Por qué no contesta usted, Valenzuela”, y yo lev­­an­tándome enrojecido de vergüenza, sin po­der ar­t­i­cular palabra. Entonces recordé que ahora era Uli­ses, que no podía hundir la mirada en el piso, que era atractivo como el canto de las sirenas, y subí los ojos.
 —Yo voy— dijo Daniel. Entonces levanté la mano derecha en la misma forma que había visto a Sonia (fue un gesto mecánico, no una imitación).
—Yo también— y quizás hablé demasiado fuerte con el nerviosismo, porque los otros dieron un res­pingo. O tal vez no esperaban que yo saliera con esa a la primera, más de uno habría pensado que después de tanto hablar resultaría difícil a la hora de asumir tareas. Me sentí bien, satisfecho de mí mismo. Daniel me bajó a la tierra con eso de “Al térmi­no nos ponemos de acuerdo en los detalles para no interrumpir la reunión”. Yo asentí y se me cru­zaron los ojos con Sonia, sonriéndose a todas luces por las pupilas, divertida con esos arranques míos un poco obvios. Huí de su mirada hasta mis apuntes y tracé un garabato que no significaba nada y me hizo sen­tir todavía más ridículo que antes. Se acordó también que Sergio y Mariel volantearan vigi­lados por Hernán. Lugares, día y hora serían entre­gados por Ru­bén, de acuerdo a un plan de acciones propa­gandísticas. Lo mismo corría para el rayado mural. Rubén miró la hora en el reloj de pulsera que había dejado sobre la mesa, de modo de poder obser­varlo en cualquier momento.
—Bien, estamos al término, yo salgo primero, des­pués los demás, con diferencias de por lo menos quince minutos. Si algunos vinieron en pareja, salgan del mismo modo para no llamar la atención. Ya tengo forma de comunicarme con ustedes. Me ve­rán sólo cuando sea preciso. Ah, perdón, nunca les dije mi nombre, soy Rubén, cuídense, chao, nos vemos —se despidió de cada uno. Un apretón de ma­nos para los hombres. A las mujeres les daba un beso en la mejilla y les tomaba el antebrazo con la mano derecha.
—Te felicito por tus opiniones compañero— me dijo —están bien, ya tendremos tiempo para conversar— y me estrujó los dedos con afecto. Me puse contento, pero después sentí vergüenza. Sonia mi­ró a través de la cortina hacia la calle antes de abrir­le la puerta. Rubén tenía un aspecto cuidado y meticuloso; su afeitada impecable y sus libros lo hacían parecer un estudiante ejemplar. Sergio y Ma­riel se fueron juntos. Dijeron que estaban apurados en lle­gar a almorzar a la casa de la madre de ella. Se fue­ron. Yo pretexté que tenía una prueba al día siguiente para no quedarme solo con Sonia y sus ojos risueños. Me despedí con un ademán de Hernán y Daniel, pero a ella tuve que besarle la mejilla en la puerta. Incluso creo haberle dicho “hasta la vista” o algo así de estúpido, antes de salir pen­sando en que merecería que me acribillaran por imbécil.


Y en cada auto estaban ellos esperándome con sus ametralladoras, y cada persona que se cruzaba conmigo adivinaba todo lo que yo hacía con sólo mi­­rarme, y se daban señales a mi espalda sobre la cual caía el sol de mediodía sin que pudiera sentir­lo mientras escapaba de mis enemigos, hundía un ma­dero aguzado en el ojo de Polifemo, asaltaba un nido de ametralladoras, seducía a Circe que era Sonia. 

23 junio, 2014

La hora del recogimiento

            Como era Hora de Recogimiento nadie caminaba por la enorme  avenida. Era, quizás, hora de almuerzo y el sol hacía hervir los  tejidos y el renegrido pavimento. Muy de tarde en tarde una  mirada atravesaba los vidrios y caía indiferente sobre la  desolación exterior.
            Y a lo lejos, una minúscula partícula que se va transformando en  un hombre, un hombre que camina por las calles, que se acerca...  El sol lo hace transpirar en abundancia, casi derrite su cuerpo,  es vapor lo que se fuga por sus poros. Posiblemente la Hora no  tenga más sentido que evitar este calor terrible, Pero sólo  tal vez.
            Llegaré a la avenida y después daré la vuelta ‑ murmuró el hombre  para su propio oído, medio trastornado por la torridez. Todo es  más infierno, más brillante, punzante en los ojos. En el confín  de la visión la avenida se vuelve atractiva e inalcanzable.  Imposible apresurarse. El calor ataca en raudales para quemar el  aire. La Hora está en su apogeo.
            El hombre llega a la avenida, se dispone a atravesarla. Pisa el  asfalto. Con lentitud empieza a cruzar, con la mirada fulgente,  lleno de expectación. Una extraña música invade la atmósfera en  el preciso momento en que se siente aprisionado. Kiss, Bee‑Gees,  Frampton, Clapton, northamerican music, it's all the same. Un pie  se hunde en el alquitrán. Nights of Broadway. El otro también. No  puede salir. Grita, grita, grita, maldice, tironea. Nada; está  atrapado. La música ensordece para que no se escuche la voz, el  sol adormece y destruye. Alguien grita, alguien hace esfuerzos  para liberarse.
            El sol ha caído para convertirse en crepúsculo y el hombre de  alquitrán espera algo, de rodillas. La Hora ha terminado.
            Acude el camión municipal; de él saltan algunas siluetas que  cortan el asfalto endurecido alrededor de los pies del hombre y  acaban por extirparlo del pavimento; después lo llevan a la parte  trasera del vehículo. Lo dejan solo. Cierran la puerta y luego,  por una rendija, dejan caer una radio hacia el interior. El  hombre abre la boca, pero unas palabras en inglés le aprisionan  la garganta. Abre los ojos, pero una fiesta de colores y  movimientos ataca su cerebro.
            Quiere morir, quiere estar muerto, pero oye, aún escucha, the  music, the succesful, the extraordinary music proceeding from the  great country of North.

            El camión se pone en marcha y acelera por la avenida.
 
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