Alguien introdujo
la idea dentro de su duro cráneo, ya no recordaba quién. Su esposa quizás, pero
no estaba seguro. Tampoco importaba. Ahora estaba solo, frente a la caja recién
abierta, procurando armar el artilugio según las instrucciones del catálogo.
Trabajó por horas, sin descanso. Enchufó el resultado de sus esfuerzos a la red
eléctrica y a la de agua. Presionó el botón verde y un inteligente ojo escarlata
se encendió en la parte superior del artefacto. Abrió la puerta de cristal y colocó
dentro la vajilla sucia. Un plato se atascó, lo tironeó, pero se trabó más aún.
El chorro de agua hirviente le arrancó un chillido. Metió la otra mano para
zafar la que tenía apresada. El ojo carmesí brilló con furia. Ahora estaba
doblemente atrapado. El engendro comenzó a trepidar arrastrándolo hacia su
interior. El funcionamiento de la máquina alcanzó dimensiones horrísonas que
tapaban sus aullidos. Al final sobrevino el silencio, apenas interrumpido por
un borboteo similar a una risa ahogada.
19 diciembre, 2014
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