27 diciembre, 2012

Cuestionamiento de mi identidad 2


            Como un pálido y hambriento vampiro, toda la vida me he alimentado de belleza en vez de sangre. La he sorbido de libros, cuadros, ciudades, paisajes maravillosos. Succionando con furia desde la garganta de museos, teatros, vestigios de civilizaciones perdidas. Desde la imaginación de los otros.
Nada de aquello veo en el reflejo que me observa impávido. Quizás esté allá adentro, oculto, preparando una explosión. 

22 diciembre, 2012

El fin de la Navidad


Los enanos ayudantes de Santa Claus no son demasiado astutos y se creyeron la patraña del fin de mundo. Con sus ahorros de cien años –una cifra moderada, es sabido que el Viejo es cicatero porque gasta solo en regalos- compraron un programa turístico en las Bahamas. Escaparon con renos, trineos, estrellas  y estelas de colores. Agarraron una borrachera con viento de cola y no pararon de beber hasta que el año nuevo estuvo bien entrado.
Santa, desesperado, advirtió la catástrofe, pero ya no quedaba tiempo. Racionalizó la lista de regalos, excluyó a las naciones cuestionadas por la OTAN, pero fue insuficiente. Tomó un crédito con el FMI, externalizó la construcción de juguetes y contrató a varios Courier para hacer el despacho.
Cuando los enanos quisieron regresar a su trabajo, era tarde. Santa estaba quebrado y con arresto domiciliario en un iglú mínimo. Bueno, el mundo no se acabó, pero sí la Navidad. Una pena, porque se perdieron muchísimos negocios.

16 diciembre, 2012

Still life apocalíptico


Auto herrumbrado, carcomido sobre la pista en ruinas. Cables y postes medio cubiertos por los arbustos. Muñeca sin ropa, de cabello enmarañado, arqueada sobre el pasto seco. Nubes, agua, humedad, sol. La naturaleza hace su trabajo en silencio.

08 diciembre, 2012

Advertencias 1


No todo el mundo tiene rostro, hermano, has de fijarte bien. Rostro no es lo mismo que cara. Todo el mundo posee una cara, hasta el más ruin. Tampoco todo el mundo tiene un alma, querida. La mayoría la ha perdido en alguna remota transacción de mercado, a vil precio por cierto. Quedan contadas gentes con alma, mi estimado. Caminan por las calles como cuerpos huecos en busca de objetos que puedan atiborrar ese vacío imposible de llenar. Hay que buscar esas pocas personas con alma sin desmayar, amiga. Cuéntame cuando halles a una. Aquí va mi dirección.

30 noviembre, 2012

Juego de niños

El blanco oso de peluche se subió al camión decidido a jugar pesado. Atropelló al rey león y lo convirtió en papilla. Una risita ahogada se le escapó. Quedó salpicado de sangre: su pelaje había dejado de ser albo para siempre. Después le dio al payaso, luego al gorila electrónico y por fin a la maldita orca. Un mar rojo asoló el cuarto de juegos. Por suerte él era un oso de peluche y no tenía que dar explicaciones. Se acostó a dormir, exhausto y feliz.

23 noviembre, 2012

Auto intervención


Extraigo mi cerebro con cuidado y lo deposito sobre un plato. Es bastante más pequeño de lo que mi imaginación dictaba. Está cubierto en algunas partes por aditamentos oscuros como algas. Lo voy limpiando con un cuchillo filoso y mi entendimiento se aclara a medida que avanzo en la tarea. Secciono la gris materia y encuentro cientos de imágenes: algunas las borro, otras las conservo. Mi ánimo mejora ostensiblemente al final de la tarea. Siento la tentación de agregar recuerdos o capacidades, pero ignoro cómo hacerlo. Retorno el cerebro a mi cabeza. Me siento mejor. Suspiro, sonrío, me pongo de pie.

17 noviembre, 2012

Halloween 1


Cuando tras una serie de frenéticos golpes abrí la puerta, vi que la Muerte portaba en una mano un esqueleto decorado y en la otra la guadaña con siniestro y acerado brillo. Sin vacilar le asesté el hachazo cuando trataba de cerrar la consabida frase “dulce o travesura”. No alcanzó a terminar la última palabra. Lo impidió el golpe que segó su vida (si es que aplica tal concepto a este caso) y separó el cráneo del resto de su cuerpo.
Se acabó la fiesta y vino un gran silencio. Desde entonces nadie ha muerto. Quizás cometí un error.

08 noviembre, 2012



Breviario mínimo recibe medalla Colibrí

 El premio busca fomentar la literatura infantil de calidad y entregar un reconocimiento a los editores que potencian un mercado cada vez más amplio y novedoso. 

 En el marco de la 32° versión de la Feria Internacional del Libro de Santiago de Chile, se entregó por primera vez la Medalla Colibrí, una distinción creada por IBBY Chile (capítulo chileno de International Board on Books for Young People, Organización Internacional para el Libro Juvenil) y el Centro Lector de Lo Barnechea para premiar las mejores obras de literatura infantil y juvenil editadas en Chile. Este premio entrega distinciones en cuatro categorías: literatura infantil, literatura juvenil, colecciones y labor editorial.

 Para los organizadores, la medalla “es un aporte indispensable en un medio que recién reconoce la literatura infantil como verdadera literatura y viene a saldar una deuda con los escritores, diseñadores, ilustradores y editores que hacen posible que estos libros se publiquen”.

 El volumen de microrrelatos ilustrados Breviario mínimo del escritor Diego Muñoz Valenzuela, fue distinguido en la categoría juvenil por “el uso preciso del lenguaje, al tono humorístico y al manejo de la ironía como herramienta de narración,  donde lo fantástico irrumpe sin permiso alguno dentro de lo cotidiano”. Diego Muñoz Valenzuela ha cultivado este género brevísimo desde mediados de los 70 y es uno de los principales exponentes contemporáneos del género en Chile e Hispanoamérica. Breviario Mínimo es su cuarto volumen de microrrelatos.

Breviario mínimo de Diego Muñoz,  editado  por Liberalia Ediciones y Simplemente Editores se suma a sus catálogos para fortalecer las colecciones que tienen como público objetivo a los primeros lectores y jóvenes. Mónica Tejos, Directora de Simplemente Editores expresa: “Queremos producir libros que puedan competir con la televisión o los videojuegos. Para esto es necesario buscar un lenguaje directo, imágenes atractivas e historias que los identifiquen”.

El conjunto de microrrelatos con ilustraciones de Luisa Rivera, pasea al lector por historias cargadas de humor, sensibilidad y lirismo, y por imágenes con un lenguaje visual directo y emotivo.

01 noviembre, 2012

La coleccionista de maniquíes


Coleccionaba maniquíes. Los mutilaba a voluntad. Amontonaba piernas, brazos, cabezas en diferentes habitaciones. Era un espectáculo dantesco e inocuo al mismo tiempo. Me ponía muy nervioso la contemplación de este espectáculo. Por fin, la abandoné. No dijo ni hizo nada. Solo me miró con sus enormes ojos. A veces me despierto a mitad de la noche, como si ella estuviera allí, esperando, presta a destazarme. 

27 octubre, 2012

Rutina


El perro estaba aburrido y sacó a pasear a su amo. Lo trajo de vuelta para que viera las noticias. Se sentó con él, mirando la pantalla. Después le pidió las galletas que más le gustaban, unas con forma de hueso. El amo se durmió con las mismas noticias de cada noche. Lo despertó para que se acostara. Refunfuñó, pero lo hizo. En cuanto comenzó a roncar, subió a la cama y se tendió él también. Suspiró antes de entregarse al sueño.

20 octubre, 2012

Viajes en el tiempo 1


Se trasladaba en el tiempo para curiosear. Fue un siglo adelante en el futuro. Desembarcó en una fábrica de carne. Vio que fabricaban gansos muertos, unas aves enormes e inertes. No pasaban por la experiencia de la vida. Le pareció aterrador eso de crear aves fenecidas, listas para cocinarse. Escuchó muchas explicaciones sobre las ventajas, entre ellas la de no tener que matarlas. No se convenció. Estuvo sin viajar varios meses.

06 octubre, 2012

El poder del dinero 2



Se compró una mansión en Santiago, luego otra en Madrid, un amplio departamento en Tokio y un penthouse en Nueva York. Casi nunca paraba por allí. Pero seguía comprando lugares.
Un ejército de personas trabajaba para él como legión de ilotas: se le prosternaban si era necesario para preservar sus puestos.
Se apoderó de cuanto objeto le pareció deseable; por suerte tenía mal gusto.
Adquirió una esposa bella y complaciente y varias amantes parecidas; una cohorte de rameras bonitas y hasta algunas muñecas robóticas.
Hizo cuanto deseó en su vida perfecta. Incluso logró algo casi imposible: que nadie lo amara. Esa fue su mayor hazaña.

29 septiembre, 2012

En pos de la belleza


Comenzó a pintarse aquellas larguísimas uñas con inexplicable desazón. No las recordaba tan largas y curvas. No obstante aplicó con precisión el esmalte escarlata. De pronto descubrió que sólo tenía tres dedos escamados y extensos. Buscó el espejo y halló aquella cara emplumada, un pico aguzado y feroz. El cacareo surgió nítido, plañidero, como la carcajada final de un payaso.

22 septiembre, 2012

Mundos paralelos


En el colegio: uno era estudioso, el otro flojo y bueno para hacer la cimarra. Uno solía compartir su colación con los compañeros de curso; el otro se escondía para devorar la suya solo, incluso le robaba a los demás apenas tenía ocasión.
En el liceo: uno seguía siendo estudioso, pero participaba en política. El otro continuó su trayectoria como holgazán adicto a toda clase de trampas para aprobar las materias. Uno se convirtió en un buen lector, el otro en un televidente fanático.
En la universidad: uno entró a la carrera que quería, el otro también, con mucha suerte. Uno avanzó en la carrera velozmente, gracias a su dedicación. El otro avanzó, pero con gran morosidad y toda suerte de triquiñuelas.
Uno fue apresado y enviado a una casa de tortura. Se rumorea que el otro lo denunció, pero no hay pruebas. Por fin uno, tras indecibles tormentos, partió al exilio. Allí terminó una carrera brillante.
Cuando uno regresó a su país, el otro estaba investido de altos cargos. Aquello no dejó de sorprenderlo.  Uno asumió labores como académico. El otro amasó una fortuna gracias al tráfico de influencias. Puede verse cada día en los noticieros de televisión. Uno, en cambio, sigue en lo mismo. Tiene una casa pequeña y muchos amigos.
No hay moraleja, ni menos maniqueísmo. Pudo ser todo al revés. Eran muy parecidos en todo: origen, fuerza, inteligencia. No es una historia sobre usted o alguien que conozca. Es solo una historia. Nada más que eso.

09 septiembre, 2012

Perder por nariz


El tipo hablaba muy en serio acerca del futuro luminoso del país, pero tenía una enorme y roja nariz de payaso que anulaba todos sus dichos. Ansiaba que lo reeligieran, de modo que exaltaba sus magros logros y ofertaba toda clase de éxitos que abrirían paso a una era de progreso sin precedentes. La protuberante nariz roja apareció por televisión en cadena a lo largo y ancho del país. Hasta sus partidarios más acérrimos les afloraron carcajadas de burla, qué decir de sus detractores, que se arrojaron al piso retorciéndose como cucarachas envenenadas. El único que no veía la  nariz de pelota carmesí era el propio líder, convertido en clown a los ojos de su nación. Por cierto, perdió las elecciones por una deferencia aplastante. La única diferencia es que a otro le tocará el turno de portar la famosa protuberancia nasal.

31 agosto, 2012

Divo milagroso


El gallo carraspea delante del micrófono del estudio, infla su pecho multicolor y abre el pico para asomar la lengua. Despliega sus alas para crear un arcoíris, sacude la cresta rojísima y deja escapar el canto que despertará a la humanidad entera en esa madrugada que esperamos desde siempre.

23 agosto, 2012

Despedida a Franklin Quevedo


Querido Franklin Quevedo:

Vamos a conversar un rato, como siempre hacemos. Quizás esta vez omitamos las bromas. Hablaremos de temas nuevos y de otros tocados muchas veces.
Hay seres humanos que enseñan a pesar de sí mismos, aunque no quieran hacerlo. Tú eres uno de esos. He tenido la suerte de haber conocido a muchas personas así. El primero fue mi padre, Diego Muñoz Espinoza, el mejor de mis maestros, dedicatoria de mi primera novela.
Justamente, Franklin, tú fuiste maestro, entre muchas otras actividades. Sin embargo, no dabas cátedra. Enseñabas conversando, jugando, riendo, dando el ejemplo.
Hay personas que tienen la virtud de transformar el rigor de la vida en dulzura, cariño, alegría, amor. Tú eres uno de esos raros, escasos maestros. Es fácil convertir la persecución, la tortura, la prisión, el exilio en dolor reconcentrado, en odio, en amargura, en frustración. Lo auténticamente difícil es convertir todo esto en cariño y en generosidad. Eso hiciste con tu vida, tan difícil y tan maravillosa a la vez.
Mempo Giardinelli, muy querido amigo argentino, me dio –sin pretenderlo, como buen maestro- esta lección apenas lo conocí. Me dijo, “yo todo lo que quiero es ser un buen escritor y una buena persona”. Esas palabras me quedaron resonando, porque representan una ambición muy sana y, por cierto, enorme y magnífica. Pienso que no hay una aspiración más alta que esta, al menos para mí. Y estoy seguro de que tú, Franklin Quevedo, lograste ambas.
Cuando encuentren por la vida una persona como él, no la dejen pasar. Aprovéchenla. Escúchenla, porque tiene mucho que decir y no se va a tomar la palabra por sí mismo. Ocurre que carecen de vanidad. Hay que hacerlos hablar, darles espacio, oírlos. Hacerse tiempo.
¿Adónde va la gente tan apurada, Franklin? ¿Acaso corren hacia su felicidad, a ver un ser querido, a abrazarlo? ¿Hay algo mejor que una larga y plácida tarde de conversación, un arte que se va perdiendo en el tráfago del trabajo y el consumo desmesurados? Quedémonos aquí, conversando, fuera del tiempo. Soñando con tiempos mejores.
Quisiera pensar que uno de estas noches vamos a encontrarnos en un bar, en alguna parte del mundo, y vamos a bebernos una botella de vino. Que vamos a continuar el duelo de bromas, cuyo saldo solíamos contabilizar entre risas.  A veces ganabas tú, a veces yo. La verdad es que daba lo mismo: lo esencial era generar alegría.
Te conocí primero como se conoce a los escritores, a través de tus libros. Admiré el oficio, el estilo sobrio, preciso y la gran humanidad que imperaba en todos tus relatos. Luego, a tu regreso del exilio, a mediados de los 80, nos encontramos en actividades literarias. Allí se forjó una amistad destinada a ser inquebrantable.
Luego, hacia mediados de los 90, vino tu idilio con mi madre, como sabes, una de las personas que más quiero en este mundo. Cuando Inés nos reveló tímidamente este hecho a mi hermana y a mí, lo celebramos de inmediato, y te acogimos sin reservas. Te conocíamos, apreciábamos y admirábamos. Entonces, y ahora que te conocimos íntimamente, mucho más, por tu entereza, integridad moral y la enorme alegría que contaminaba tu existencia e ibas diseminando por allí con tanta magnificencia.
Para mi fuiste un gran amigo y un maestro notable. Un buen escritor y una buena persona. Una conjunción muy difícil de hallar. No se encuentra a cada paso a alguien capaz de convertir un golpe en un abrazo, o de transformar el martirio en amor, la opresión en belleza. Esa clase de magia, tú la posees. Trataré de aprenderla. Tú irás guiándome. Hay muchas razones para seguir conversando, querido  Franklin, hasta bien pronto.

21 de agosto de 2012
Diego Muñoz Valenzuela

21 agosto, 2012

Adagio para un reencuentro


NOTA: este cuento lo escribí para mi padre Diego Muñoz Espinoza (1903-1990) a mediados de los 90. Ha sido publicado en el volumen DÉJALO SER (Fondo de Cultura económica, 2003) y considerado en varias antologías. Ahora lo publico en homenaje a Franklin Quevedo Rojas, escritor y amigo entrañable.


Bajaba, después de una larga caminata en la zona de los muelles, por Grant Avenue de regreso hacia Market Street, cuando encontré la librería esplendorosa en sus cinco pisos de revistas, casetes, discos compactos y libros, atrayéndome con su magnetismo irresistible de sirena. Así que entré a esa nueva aventura que coronaba una estadía de cuatro maravillosos días libres en San Francisco. La mañana siguiente partía el trabajo duro y ya no dispondría de tiempo para vagar por las calles del puerto como había estado haciendo a pleno gozo. Era como cumplir un viejo sueño, pero no sólo un sueño mío, sino que también el de mi padre. Siempre hablábamos de su futuro viaje a San Francisco, sobre todo cuando él me enseñaba la geografía de Valparaíso, caminábamos horas por los cerros, subiendo a los viejos ascensores, deambulando entre bares que pertenecían a una época moribunda. Nunca pudo ir, ni siquiera en la época que ejerció como tripulante de alta mar, rodando por las costas sudamericanas para mantener razonable distancia con la dictadura que lo había marcado con el destierro.
       La librería era impresionante. El primer piso estaba dedicado a las novedades literarias, léase best sellers, y no ofrecía gran interés para mí. El segundo piso era un templo de la técnica y la ciencia, repleto de anaqueles de libros ordenados por las materias más estrambóticas. Más arriba estaba la literatura clasificada por país y ordenada alfabéticamente por autor. En todas partes había sillas y mesas donde uno podía sentarse a leer sin que ningún vendedor se acercara cada dos minutos, con expresión de sospecha, a ofrecer su ayuda. Seguí subiendo. Un letrero indicaba que el último piso correspondía a los videos y los libros para niños, así que me encaminé a la sección de música clásica en discos compactos, dispuesto a poner a prueba la riqueza de variedad que anunciaban los carteles. Pronto me di cuenta que estaba todo, todo cuanto podía recordar era posible hallarlo allí, convenientemente rotulado y en el lugar preciso, sin lugar a errores. A perfect worldDe repente recordé a Barber; aunque fuera norteamericano, me parecía difícil. Caminé hacia la letra B. Ahí estaban esperándome cinco compactos de Barber. Me sentí derrotado, aunque feliz. Había unos fonos y un sistema de selección digital de los compact; en la lista figuraba uno de los discos de Barber. Me puse los audífonos y lo escogí. Presioné el play y me dispuse a escuchar.
       La música vino dulcemente a mí. Era el Adagio. El mundo exterior pareció disolverse a mi alrededor. Cerré los ojos y me dejé arrastrar por la melodía, por ese lánguido torrente que iba in crescendo, insertando en mis poros el almíbar de una emoción que me hacía sentir la presencia de la eternidad y la futilidad del tiempo. Pensé entonces que nunca mi padre y yo escuchamos este concierto juntos, ¡cómo le hubiera encantado! Él habría estado con su pipa, sentado en su bergère, echando humo cada cierto rato y mirándome con esos ojos que destilaban falsa severidad. Y yo en mi propio sillón, jugando a encontrarle la mirada cuando una frase musical ameritaba una celebración silenciosa. Pero no, yo me encontraba solo en el cuarto piso de una librería en San Francisco, muy lejos de sus cenizas y de la muerte que me lo arrebató hace seis años. El Adagio de Barber resonaba en mi interior abriendo cajas de Pandora que liberaban mi melancolía irremediable, mi sensación de escepticismo, mi convicción del aterrador fracaso que se oculta tras los éxitos mediatos que otros envidiarían.
       Cuando abrí los ojos estaba ahí, lo juro, no sé cómo ocurrió, pero estaba ahí, de pie, mirándome con sus ojos severos bajo las  cejas hirsutas que trataba de domeñar aplicándoles gomina. Era mi padre. Se veía bien, erguido, impecablemente vestido, atlético, como antes de su enfermedad. Me quité los audífonos y volví a cerrar los ojos para borrar la alucinación. Claro, San Francisco, este viaje repentino, impensado, maravilloso, que me traía tan intensamente el recuerdo de mi viejo, con sus cerros, sus tranvías, el fragor del cable-car, el viento del mar, las caminatas por Fisherman's Wharf, el sabor multirracial y liberal de sus calles multicolores. Abrí los ojos y todavía estaba ahí, sonriéndome con aire divertido y su severidad totalmente desvaída.
       - ¿Eres tú, papá?
       - Sí, soy yo - los ojos le brillaban de risa y visiblemente disfrutaba mi desconcierto, aunque también se revelaba en ellos una emoción muy honda compitiendo con su ironía. Yo pensaba que era un sueño, un maravilloso sueño del que no quería despertar, menos aún a fuerza de pellizcos.
       - Pero... no puede ser - logré articular con voz desfallecida - esto no puede estar pasando.
       - Claramente es imposible. Tu mente matemática sabe que esto no está pasando en realidad. Uno muere y se va... se disuelve y ya, no está más. ¿Te acuerdas cuando hablábamos de estas cosas? La vida es un milagro, de pronto surges de la nada, hay un instante para uno, luego vuelves a la nada.
       - Pero tú estás muerto, tú te fuiste - era increíble estar frente a él, su fantasma, su espejismo, lo que fuese me parecía tan real como una persona de carne y hueso. Traté de ver a través de él, para comprobar acaso fuera una proyección holográfica de rayos láser, pero se veía sólido, tangible, nada de translúcido. Luego moví un poco la cabeza hacia un lado y después hacia el otro, para verificar la tridimensionalidad de la figura; la perspectiva parecía perfecta. Entonces echó a reír.
       - Estás haciendo exactamente lo que yo habría hecho - reía con muchas ganas y los ojos se le llenaban de lágrimas e iban quedando brillantes, llenos de luz - examinarme como a un protozoo bajo el microscopio, hacerme pruebas de esto y aquello, a ver de qué clase de fenómeno físico se trata. ¡Tanto que me interesaba la física! Pero la física práctica, porque con las matemáticas, el álgebra, la geometría me entendía mal, excepto...
       - Excepto cuando entendiste el teorema de Pitágoras, me lo has contado cien veces  - era increíble, estábamos teniendo una de esas conversaciones que tanto extrañaba, mi padre estaba al frente como hace años y yo lo estaba reprochando por contarme una de esas historias que hubiera dado la mano derecha por escucharla siquiera una vez más.
       - Ya sé que sabes. Pero también sabes que una de las bases de la amistad es, en parte, hablar de las mismas cosas una y otra vez, hasta el cansancio. Ven acá, muchacho, abrázame, que quiero sentirte cerca.
       - ¿No vas a disolverte si te abrazo? - sentí como los ojos se me nublaban - Júrame que no vas a desaparecer si me acerco - fui aproximándome poco a poco, con gran lentitud, como si un movimiento brusco fuese a producir una brisa que arrastrara muy lejos la imagen que tenía ante mis ojos, en cámara lenta para que no se difuminara el hombre que me sonreía desde su mirada dura abriéndome los brazos, erigido en una imposibilidad absoluta, una contravención a las leyes naturales.
       - Acércate sin miedo, hombre.
       Tenía puesto un traje Príncipe de Gales, sobrio y elegante, de estilo inglés aristocrático. También llevaba sombrero y  mocasines brillantes, recién lustrados. Lo primero que toqué fue su hombro derecho; lo sentí firme, consistente. Entonces me dejé gobernar por la emoción: me aferré a él, sollozando como cuando era un niño que despertaba en medio de una pesadilla, atrapado en el remolino de la oscuridad y el miedo, perdido en un mundo incomprensible que me tendía sus ominosos tentáculos para erizarme la piel; lloraba también porque estaba oliendo su aroma mitad lavanda inglesa, mitad Half & Half y eso significaba que lo tenía a él entre mis brazos, que no era una alucinación pasajera que fuera a temblar levemente antes de esfumarse sin dejar rastros.
       No puede ser un experimento de realidad virtual, pensé, yo estoy acá y él está acá y estamos abrazados. No tengo ningún casco proyectándome imágenes directamente a la retina, no llevo guantes que me transmitan la sensación cierta de aferrarme a su torso, no hay odorizadores que me traigan su aroma, no hay parlantes que sinteticen su voz, esto no es una mentira.
       - No, no es una mentira, estoy aquí, contigo.
       - ¿Ah? - me sobresalté al escucharlo y me desprendí de él para mirarlo directo al rostro - ¿Cómo es que puedes escuchar mis pensamientos?
       - Piensas demasiado fuerte - me dijo con los ojos destellando ironía - o eres demasiado obvio, una de dos.
       - Bueno, lo mejor es que vayamos a tomar un trago juntos, para celebrar este encuentro. ¿Puedes tomar una cerveza?
       - No sé, creo que sí, siento incluso que puedo beber algo más fuerte. ¿Dónde vamos?
       - Caminemos a Fisherman's Wharf, eso va a encantarte.
       - ¿Qué diablos es eso? ¿Dónde estamos? Nunca oí hablar de ese bar...
       - No es un bar, papá, estamos en San Francisco de California - sus ojos crecieron desmesuradamente, pero sus labios formaron una sonrisa; era mayor la alegría que el asombro - . Sí, lo que oyes, San Francisco, en Estados Unidos.
       - No puedo creerlo ¡al fin estoy aquí! Toda la vida soñé con venir acá y ahora que estoy... Vamos, vamos, eso no importa. Lo que sí importa es que me cuentes por qué estás tú acá.
       - Bueno, soy consultor, tú sabes, bueno, en realidad no alcanzaste a saber. Me dediqué a la consultoría en grandes empresas, me fue bien, todavía no sé por qué, y ahora viajo con un cliente. Un study tour le llaman, un viaje para entrevistarse con especialistas en gestión. Tuve la suerte de tener estos días libres y... eso es todo.
       - Notable - me dijo con los ojos humedecidos por una repentina emoción que procuraba ocultar - siempre supe que eras un muchacho brillante, que con tu inteligencia ibas a llegar lejos.
       - Basta, viejo, no jodas, ni soy un muchacho, ni estás frente a la réplica de Einstein. Estoy al filo de los cuarenta. Y quizá haya hecho bien un par de trabajos para ganar un prestigio muy moderado. Eso es todo, así que no empieces con tu rutina de papá baboso por el hijito genio, como el pendejo de Cárcamo.
       - Tienes razón - reía de buenas ganas - estoy como ese borrachín que cree que engendró al Kropotkin chileno. Caminemos mejor, tú serás mi guía.
       Salimos de la librería hacia la noche de San Francisco. Estaba fresco y corría una brisa suave, deliciosa, como cada día del año. En las calles se agitaba una densa masa de californianos y turistas de todas las razas y colores: chinos, hindúes, chicanos, latinos, negros, coreanos, griegos, italianos, sajones. La ciudad del futuro, todas las lenguas, todas las costumbres coexistiendo. El viejo examinaba cada escena, sin perderse detalle, estaba alerta, dejando que le entraran imágenes, emociones, aromas, colores. De pronto escuchamos la campana del cable-car y él me miró intrigado. Le hice un gesto tranquilizador, indicándole que esperara un rato. La campana se acercaba y con ella el fragor del vehículo. Por fin dobló en la esquina, hacia nosotros, se detuvo y nos colgamos de sus barras laterales.
       - Esto es maravilloso - me dijo - ¡qué cosa más preciosa!
       Mostré mi pase al boletero y compré un ticket para él. Algunos transeúntes nos saludaban y nos gritaban frases incomprensibles en el camino, mientras el conductor movía con destreza enigmática las palancas del carro al tiempo que contestaba con agudos chascarros las intervenciones del público. Era un tipo de bigotes entorchados, tal vez un emigrante polaco pobre, que tenía ya dibujada per secula en su rostro la sonrisa burlona que debió ser la forma de combatir las vicisitudes que tuvo que vencer antes de arribar a la dorada California.
       - Next stop, China Town - anunció el conductor.
       - Bajémonos aquí, viejo, si tenemos suerte alcanzamos a ver las tiendas abiertas.
       Descendimos frente a la Puerta de China Town, profusamente ornamentada con dragones y bestias multicolores que anuncian la entrada a un mundo diferente, que sigue otras reglas y se rige por otros códigos.
       - Ahí, en esa plaza, si llegas muy temprano, encuentras a los chinos viejos practicando tai-chi. Es un espectáculo soberbio - mi padre me observaba con un dejo de incredulidad, sin convencerse todavía de que estaba en la ciudad de sus sueños. Comenzamos a subir por las estrechas calles del barrio chino. Aún había movimiento, unos pocos turistas en medio de una multitud de asiáticos hablando lenguas incomprensibles, algunos de ellos vestidos a la usanza de Oriente. Caminamos con lentitud entre aromas desconocidos, buscando hallazgos con todos los sentidos alertas. En una esquina encontramos una tienda donde vendían increíbles variedades de peces, mariscos, moluscos y crustáceos vivos. Ingresamos en un mundo de semipenumbras, con una atmósfera fuertemente cargada de olores marinos densos y penetrantes, en la cual se agitaban con inquietud  dentro de sus acuarios los seres submarinos más extraños que se puedan imaginar: babosas gigantes de casi medio metro de longitud, gruesas y lentas y ciegas, fuera del tiempo; cangrejos oscuros de formas caprichosas y largas tenazas amenazantes; peces monstruosos erizados de espinas surgidos de las profundidades abisales; manjares apetecidos en los comedores de Asia.
       - Ellos comen cualquier cosa que nade, camine, vuele o se arrastre. Basta con que se mueva un poco.
       Mi padre sonrió con mi broma,  y continuó explorando la tienda. Entonces un turista dirigió su lente hacia la vitrina donde retozaba una media docena de bogavantes, y antes de que pudiese presionar el obturador, varios chinos se interpusieron gesticulando y aullando objeciones en su idioma gutural, denotando una cólera que estaba a punto de transformarse en agresión. El extranjero bajó su lente y se alejó con rapidez entre la muchedumbre asiática que se congregó en dos o tres segundos. El ambiente se había cargado de violencia, y salimos de allí con fingida serenidad, abriéndonos paso entre los chinos que parecían vigilarnos como a amenazas latentes. El griterío era tan ensordecedor como ininteligible y resultó imposible intercambiar palabras antes de alejarnos cincuenta metros del lugar.
       - ¿Entendiste algo? - preguntó mi padre con aire divertido de niño que recién viene de cometer una maldad.
       - Nada, pero los chinos parecían dispuestos a cortarnos en pedazos y arrojarnos dentro de sus acuarios para alimentar a sus delicatessen.
       - No sé si tanto así. La culpa fue de ese imbécil de la máquina fotográfica - el viejo hablaba con seriedad de juez implacable - siempre he pensado que los tipos que andan por ahí sacando fotos a todo son unos tarados que no pueden recordar algo por sí mismos, como si necesitaran tener pruebas de que estuvieron ahí, en la Tour Eiffel, en la Gran Muralla, en la Estatua de la Libertad. Ese pelotudo tuvo la culpa. Quería una fotito para llevar a la casa.
       - Lo peor es que después hacen diapositivas - aclaré - y con ellas preparan sesiones para los amigos. Te invitan a tomar té un sábado en la noche, te convidan unas galletas desabridas, unas papas fritas y un par de vasos de cerveza, mientras te relatan sus aventuras tras el cocodrilo sagrado del Nilo o el yeti en los montes Himalayas.
       - ¿De verdad? - me examinó como si yo fuese una mantis religiosa bajo el microscopio electrónico - ¿tienes esa clase de amigos?
       - A veces no lo puedes evitar - respondí avergonzado - más si trabajas con ellos, hombro con hombro y día tras día.
       Entramos en otra tienda de comestibles. Allí había barricas a medio llenar con semillas enigmáticas, mariscos ahumados, especias, insectos disecados, sustancias imposibles de identificar. Se respiraba una suerte de mezcla de oxígeno y de sabores misteriosos.
        - ¿Qué guisos podrán preparar con estas porquerías los chinos? - interrogó mi padre, y la duda parecía muy válida.
        - Fricasé de zancudo, estofado de libélula, sopa de mosca tse - tse o cazuela de tarántula. Lo que te apetezca.
        - Mejor vámonos a un restorán más tradicional y dejemos las indagaciones antropológicas para otra ocasión.
       Caminamos todavía otro par de cuadras por China Town y volvimos a colgarnos del cable-car para llegar a Fisherman's Wharf. La bajada en el carro es alucinante, es precipitarse en las calles de San Francisco, hechas de casas maravillosas camino del océano. Con esas visiones los pasajeros gritan de euforia.
       Fisherman's hierve de gente que busca un lugar donde refugiarse a comer y beber. Es una fiesta que nunca termina, un carnaval eterno de personas felices. El viejo observaba y analizaba cada detalle para conservarlo en su memoria.
        - Quizás después escriba algo sobre esto - me dice - ¿pero cuándo después? ... este instante es el único que tengo. Más allá no hay nada.
       Quise abrazarlo, pero me contuve. De pronto lo vi como a todos nosotros: frágil, débil, precario, finito. De nada habría servido que lo estrechara, sólo se hubiera sentido peor. ¿Qué era al fin sino un sueño mío, una ilusión secreta largamente albergada, un resultado de mi imaginación moviéndose al borde de la locura? Tan breve y tan fugaz como el Adagio de Barber que creía escuchar mientras lo veía hundido en sus pensamientos más oscuros.
        - Entremos aquí - le tomé el brazo para dirigirlo al interior del Pompei's Grotto - éste es un restorán italiano que te va a encantar.
        - Bachichas, ¿eh? - la risa le iluminó el rostro - . Eso es, vamos a celebrar la vida, que es tan corta, para eso estamos aquí.
       Escogimos una mesa un poco aislada del resto, iluminada por una palmatoria de aceite. Nos atendió una muchacha californiana muy hermosa, de verdes ojos brillantes como soles de una galaxia lejana. Ordené Spaghetti Calamari sin leer el menú. También vino blanco de la región.
        - Te va a gustar, viejo, no te preocupes.
        - Confío en ti, estoy entregado en tus manos.
        - ¿Vas a poder comer y beber? Al fin y al cabo eres...
        - ¿Un fantasma? No. Ya vas a ver de qué soy capaz. Anda preparándote.
       Hablamos de lo humano y lo divino esa noche. San Francisco nos arrullaba con su magia libre trasminando los poros. Conversamos de tranvías de comienzos de siglo en Santiago, de los horrores de la Segunda Guerra, del cometa Halley y las profecías apocalípticas que desencadenó su paso, de huelgas obreras y esperanzas fallidas, de las influencias experimentales de Proust y Joyce, de la teoría de la relatividad y la de los quanta, de mi trabajo de consultor errabundo, de mis metas que no alcanzó a ver cumplirse, de los libros escritos robando tiempo al sueño, de mi escepticismo político, de mujeres perdidas en el pasado aunque jamás olvidadas, de ángeles y demonios, de viejos amigos, de tragos exóticos, de viajes, de pasiones, de anécdotas que nos hicieron llorar de risa, de tiempos que ya nunca regresarían. Pedimos otra botella y un clam chowder, esa exquisita sopa de mariscos de sabor tan intenso,  para acompañar. Luego una tercera botella de vino californiano y una tabla de quesos. La cuarta ya nos dio en el talón de Aquiles.
       - Déjame pagar a mí, hijo, yo quiero invitarte - me dijo con voz temblorosa por la emoción y la borrachera.
        - Vaya, viejo, tú no tienes dólares, ni tarjeta de crédito, ni cheques viajeros.
        - Sí, es cierto, pero cómo me gustaría invitarte.
       Salimos de allí abrazados como dos antiguos camaradas de juerga, felizmente encontrados en un rincón perdido del mundo.
        - La fraternidad de los borrachos es algo muy serio. - me miraba con sus grandes ojos muy solemnes, aunque una sonrisa leve lo traicionaba un poco más abajo - . Muy, muy serio.
       Abrazados, caminamos con torpeza, oscilando demasiado perceptiblemente. Un grupo de marineros nórdicos nos gritó chanzas en su lengua incomprensible; les respondimos con alegría y exclamaciones en español.
        - ¡Qué les pasa, malditos cabrones hijos de la gran puta! - les sonreíamos con gran fraternidad, como si les deseáramos felicidad eterna - ¡Váyanse a la mierda, mamones, pendejos de mierda!
       Y así por varios minutos. Quedamos exhaustos y divertidos, ahítos de risa y de proferir insultos. Proseguimos nuestro paseo tambaleante por la zona de los muelles. Estaba lleno de luces y las personas se veían contentas, exultantes, plenas de vida. Otros ebrios nos saludaban, reconociendo a los cofrades del alcoholismo.
        - Tomemos el zarpe, hijo, ya es muy tarde.
        - El del estribo, querrás decir.
        - En Centroamérica hablan del zarpe, es más bonito. Eso es lo que vamos a hacer ahora - tenía la mirada ligeramente extraviada y sonreía con cierta blandura extraña en él.
       Elegimos un bar donde tocaba una banda de jazz-fusión en medio de un entorno cargado de humo de cigarrillos y uno que otro pitillo de marihuana. Pedimos dos Tom Collins a un mozo joven ridículamente vestido de etiqueta.
        - Parece que vinimos al Club de la Unión - el viejo alzó el vaso para chocarlo con el mío.
       La música llenaba cada espacio del bar con su carga de enigmas, sonaba bien esa banda, y mi padre escuchaba medio ensoñado, dejándose llevar por las notas más dulces y tristes del saxo que brillaba en la media luz de la sala con un fulgor de viento y de océano.
       De pronto el viejo abrió los ojos y me quedó mirando.
        - ¿Cómo estás? ¿Qué sientes ahora?
        - Estoy bien, feliz aquí contigo. No necesito nada más - sentí la radiante ternura que me iba invadiendo - estoy aquí, contigo, es más de lo que podría haber pedido.
        - Yo también - respondió con un hilo de voz que no venía para nada con su aspecto de recio coronel en retiro - tampoco sé cómo pasó esto, hijo, pero supongo que la causa es...
        - No digas nada - le tomé la mano por encima de la mesa y él la asió casi con rudeza - . El Adagio de Barber, San Francisco, el amor, los recuerdos, probablemente una mezcla mágica de esos ingredientes.
       Se incorporó de la mesa con los ojos inundados de lágrimas. Yo también me puse de pie y nos dimos un abrazo intenso, desesperado, ciego, de esos que los hombres se dan muy pocas veces en la vida. Lo sentía sollozar en mi hombro, era muy triste y muy hermoso, más aún con ese indescifrable fondo de fuego y agua que es el jazz, el escurrir de un torrente que baja de las montañas siguiendo la huella del sol para derramarse en el océano.
        - Tengo que irme, hijo, tú entiendes...
        - No entiendo, ya te perdí una vez... y ahora de nuevo.
        - No, no es así, tú sabes. Esto es una anomalía. No puede durar mucho. Si no el mundo se trizaría, ¿entiendes? Se rompería en dos, explotaría, no sé. Debo irme y eso es todo.
        - Salgamos de aquí, viejo. ¿Te queda algún tiempo todavía?
        - Poco, pero algo queda.
       Pagué la cuenta y fuimos a sentarnos en el Muelle 39, frente a unos barcos de turismo descansando de su jornada. El mar rozaba con suavidad los contornos de la bahía y una repentina niebla comenzaba a descender sobre la costa. Estuvimos varios minutos, hasta que mi padre decidió romper el silencio.
        - Despidámonos, hijo - y me abrazó.
       Apoyado en su hombro podía ver que el Golden Gate desaparecía devorado por la niebla que avanzaba rápidamente hacia nosotros. De repente nos envolvió. No se podía ver a veinte centímetros. A veces se escuchaba el graznido de una gaviota solitaria volando a ciegas sobre la bahía. En mi interior surgió el Adagio, tierno, rebelde, trémulo, palpitante de emoción. Entonces comprendí lo que Barber había querido expresar: esa nostalgia arrebatadora, ese deseo de llorar a gritos insultando a Dios por su injusticia; esa sensación de pérdida irremediable que es al mismo tiempo la otra cara de la felicidad; esa turbia rebelión que se agita en lo más hondo de nosotros. Estreché a mi padre con fuerza, para sujetarlo a mi lado, pero sentí que iba perdiendo consistencia con inexorable lentitud. Lo solté para verlo de frente. Se desvanecía segundo tras segundo, como si la niebla se lo estuviera llevando consigo. Los ojos le brillaban de emoción y me atrajo de nuevo a sus brazos.
        - No quiero que me veas partir - dijo en un susurro.
       Al final, casi sin darme cuenta, estuve solo de nuevo. Saqué el pañuelo del bolsillo trasero del pantalón para secarme la cara. Avanzaba a tumbos entre la bruma, sin saber a dónde ir. Entre los vapores surgió de improviso una llamarada naranja. Un vagabundo se entibiaba las manos en una fogata hecha con los restos de un cajón frutero. Era un negro muy alto, de mirada perdida, vestido con jirones de uniforme de marine.
        - What's wrong, man?- exclamó con voz gutural, hablando en medio de la jungla asiática, esperando el ataque de un enemigo tan despiadado como invisible.
        - Nada, nada en absoluto - le respondí mientras me perdía en la bruma y en la noche. 

18 agosto, 2012

Imposturas


Drácula se ha disfrazado de Santa Claus para atraer a los niños en vísperas de Navidad. Se empleó en un centro comercial: allí pasa sentado en su trono rojo, donde no se perciben las salpicaduras escarlatas. Sienta a los pequeños y pequeñas en sus rodillas y los mece hasta adormecerlos. Entonces les introduce su lengua de serpiente por las orejas para libarles el fluido de la vida. No puede morderles la garganta, pues lo descubrirían. Pero así parece que estuviera susurrándoles al oído historias maravillosas. Se preocupa de no ensañarse, de modo que les extrae un cuarto de litro, a veces un poco más, cuando se trata de niños mofletudos, que le proporcionan un plasma dulzón, que sabe a cabritas y chocolate. Antes de que llegue la Pascua está obeso y diabético. Entra en coma la Nochebuena.

10 agosto, 2012

Travesuras óseas


El esqueleto que se aproxima es obeso, aunque parezca extraño. Sus osamentas son muy gruesas y apenas dejan espacios vacíos entre ellas. Por otra parte, la estructura es anchísima y genera la sensación de robustez extrema. Fémures y tibias firmes cual columnas, tórax de oso, húmeros imponentes, cráneo como de mamut. No quiero estrellar mi frágil estructura contra este Goliat y cruzo la calle a la carrera, mientras oigo la feroz crujidera de mis huesos. Esqueleto, pero no tonto. 

04 agosto, 2012

Falso faquir


Se atravesó tres asadores en los labios y otros tantos en cada oreja. Ante mi incredulidad, se perforó la nariz con unos palillos para tejer. Salía un poco de sangre por los extremos, pero nada como para preocuparse. Me reí a mandíbula batiente y grité a los vientos que se trataba de una superchería. Para contradecirme, enterró una daga en el pómulo derecho y sacó la punta por el izquierdo; eso fue más impresionante. Así logró sacarme de mis casillas. Tomé el cuchillo carnicero y le rebané la mitad del cuello de un solo golpe. La sangré saltó como surtidor y el faquir cayó muerto, presa de fuertes convulsiones terminales. “Como ven, era una farsa”, le expliqué al público. Ahí quedó el infeliz, todo agujereado. Me fui satisfecho por haber descubierto la impostura. 

29 julio, 2012

Una de zombies


Salieron de nuevo con la idiotez del Día del Zombie. Me tenían hasta la tusa. Los ametrallé sin piedad con mi AK-30. Cayeron, pero volvieron a levantarse caminando grotescamente. Volví a disparar, pero cada vez llegaban más de ellos. Caían muchos, pero llegaban más. Me atrincheré en esta armería, totalmente solo. Estoy rodeado por millones de esperpentos. Les vuelo la cabeza a cien y aparecen mil más. Estoy perdido. En algún momento se acabará la munición o me quedaré dormido. Dejo esta historia como testimonio, ojalá alguien que no sea un zombie pueda leerla. 

22 julio, 2012

A tu puerta



            Ella amaneció enojada, con un mohín de resentimiento grabado en las facciones duras. Me pareció detestable su actitud. Cuando pensaba en esto, se sintió un fuerte estremecimiento acompañado de un fragor intenso, y la tierra se abrió para tragarla. Quedé patidifuso.

Así me fui al trabajo, en estado de total consternación. No bien entré, mi jefe me convocó para reprenderme y amenazarme. Lo escuché presa de furia apenas contenida. Vino de nuevo el estruendo, se formó una grieta en el piso y acto seguido mi interlocutor despareció aullando por entre sus bordes.
Ahora golpeo a tu puerta sin previo aviso. Seguramente voy a interrumpirte, a importunarte. Tal vez estés de mal humor por alguna razón que desconozco. Te recomiendo que tengas cuidado. 

14 julio, 2012

Juego de niños 2


El azul oso de peluche escribe a toda velocidad en la máquina de escribir Underwood sin siquiera mirarme. Me pregunto acaso transcribe mis declaraciones o consigna una serie de idioteces sin sentido. Al término, da vuelta el negro rodillo y me extiende su brazo regordete con el documento. “Examínelo”, ordena con voz de trueno. “Siéntese allí”, decreta indicando un escritorio lejano y medio desvencijado. No me atrevo a contradecirlo. Camino hacia allá con mis larguísimas piernas de Barbie. Observo que el azuloso contempla el cimbrar de mi trasero mientras me aparto. Me parece auspicioso.

06 julio, 2012

Amores prohibidos


El ángel se enamoró endemoniadamente de la diabla. Tal era la energía de su pasión, que el pensamiento primordial que dominaba su mente era poseerla. La pobre diabla reclamaba ante tanto acoso, aun cuando era evidente que disfrutaba las embestidas de su alado e tenaz amor. Nadie le había proporcionado jamás semejante ardor en el mismo infierno, ni menos ese vigor extraordinario, tal vez causado por la abstinencia. El ser alado ni siquiera cuestionaba su proceder por satánico, o al menos demasiado carnal. Una ínfima señal, un cántico, un contoneo de la diablesa constituían mérito para desencadenar las tormentas del habitante de la bóveda celeste. Olvidados por completo de sus deberes, hicieron caso omiso de las amonestaciones de sus jefes. Así fueron felices en un territorio que no era propiamente ni el cielo ni el infierno.

30 junio, 2012

El habitante invisible



Llegaba poco después que la familia había partido: los padres al trabajo, los hijos al colegio. Traía una bolsa de compras y desayunaba, porque volvía con mucho apetito del turno de la noche. En un bolso portaba sus propias sábanas y preparaba la cama matrimonial –esa prefería- para acostarse a dormir. Raramente sonaba el teléfono: nunca atendía, pues estaba seguro que se trataba de vendedores. Ya no caía en esa clase de trampas. Despertaba a eso de las cuatro de la tarde y guisaba su almuerzo. Después se duchaba y borraba escrupulosamente todo rastro de su paso por la casa. Paseaba por allí, husmeando, tratando de adivinar las actividades que ocurrían durante su ausencia. Por fin cargaba su bolso y partía. Siempre tenía alguna idea para matar el tiempo hasta el momento del turno. Se preguntaba cuándo se encontraría con uno de ellos –era inevitable ese momento- y dónde encontraría un nuevo hogar.

23 junio, 2012

La tensa relación literatura-realidad


El primer molino aprovechó el viento a favor para incrementar su galope brioso y cargó contra el corcel esquelético y ridículo que trató de interponerse en su camino. El segundo golpeó con furia la armadura del derribado jinete y un tercero lo remató sin vuelta. El tipo obeso montado sobre las ancas de un burro huyó a perderse. Los molinos no le prestaron importancia. El capítulo del libro en que usted piensa se aleja de la verdad. 

17 junio, 2012

Visitas de la Parca



Llevaba dos semanas en cama y no me sentía nada de bien. Apenas me lograba levantar para tomar un vaso de leche una o dos veces al día y hacer mis necesidades. Estaba solo hacía mucho tiempo y nadie se preocupaba de mí. Sentía que me iba debilitando sin remedio. Entonces me visitó la Muerte en su habitual apariencia de esqueleto. Sin embargo llevaba puesto un traje de viejo pascuero. Eso me pareció una inconsistencia y la reprendí severamente. El cráneo mondo me sonrió con una amabilidad que me antojó forzada en aquellas circunstancias. Se sentó a  mi lado y me preguntó cómo estaba. Lo encontré intolerable. Después me ofreció una tisana. Acepté y desapareció unos minutos. Concluí que se trataría de un activísimo veneno, pero ya estaba cansado y me resigné a morir. Bebí la tisana son la esperanza de hallar el descanso eterno.
De pronto me sentí bien, muy bien. Perfectamente, pletórico de energías. Salté del lecho y caí sobre ella. Quería agradecerle. Hicimos el amor con furia. Creo que hice realidad un poema de Parra. Ahora vive aquí, conmigo. Somos todo lo felices que se puede esperar. Ella sale a realizar su trabajo y yo el mío. Me pregunto cuánto irá a durar esto.

08 junio, 2012

Partida de Ray Bradbury


Debo haber tenido doce años cuando leí mi primer libro de Ray Bradbury: Las doradas manzanas del sol, un volumen de cuentos inolvidable que me impresionó vivamente.  Todavía recuerdo algunas de sus historias, por ejemplo aquella en que unos astronautas pierden su nave espacial y salen eyectados al espacio, donde los espera la muerte, y adivinan que al penetrar la atmósfera del planeta que los atrae irremisiblemente, alguien los verá y los confundirá con estrellas fugaces. La visión poética y existencial de un hecho terrible.
Otra historia –La Pradera-  narra cómo unos chicos se fanatizan con un equipo de televisión tridimensional –anticipo de la realidad virtual- que los transporta a la sabana africana, donde se dedican a contemplar leones. Ante la preocupación de sus padres por esta afición enfermiza y creciente, el relato nos conduce a un destino sorprendente, donde realidad, horror y fantasía se entrecruzan.
Y no puedo dejar de mencionar aquella historia que me dejó una impronta imborrable: El ruido de un trueno, acaso el más genial relato de ciencia ficción que he leído hasta el momento presente. Un viaje muy atrás en el tiempo para que alguien con el dinero suficiente se conceda el gusto de cazar un Tiranosaurio Rex. ¿Una crítica al consumismo irracional? ¿Al ilimitado poder del dinero en nuestra sociedad? ¿Una aguda reflexión sobre la pretendida linealidad secuencial del tiempo? ¿O sobre la posibilidad de que existan infinitos mundos paralelos que expresan variadas opciones de pasados/futuros alternativos?  Habría que responder: TODAS LAS ANTERIORES. El final del relato sugiere la aterradora posibilidad de que el destino de la humanidad sea cambiado por un mínimo hecho –una mariposa aplastada por la bota del cazador- que la precipita hacia una dictadura fascista.
 Luego –inevitablemente seducido por la potente pluma del narrador- vinieron muchas otras lecturas. Por ejemplo la magia de El Hombre Ilustrado, una imagen que me persigue desde siempre. ¿Cómo desprenderse de la descripción de un hombre tatuado completamente con figuras que durante la noche adquieren vida para contar historias maravillosas, como digno émulo de las Mil y Una Noches?
Crónicas Marcianas, mixtura de novela y relatos, un libro que atesoro y vuelvo a comprar cada cierto tiempo, porque es prestado y no retorna (entiendo el afán por apoderarse de esa maravilla, aunque sea yo quien pague las consecuencias). A muy poco andar en la lectura me di cuenta que era un libro que hablaba sobre nuestra sociedad y no sobre el auge y caída de una civilización en el lejano planeta rojo. Este fue el libro que trajo el primer éxito de ventas y lo consagró como autor.
Fahrenheit 451 es una espléndida novela anti-utópica que debiera ponerse al lado de obras maestras como 1984 de Orwell y Un Mundo Feliz de Huxley. En ella describe un mundo donde los libros se encuentran prohibidos y los bomberos son los encargados de encontrarlos y destruirlos quemándolos. El papel arde a la temperatura de 451 grados Fahrenheit, de ahí el título de la novela. Una historia inquietante que cobra más sentido en un mundo donde la lectura literaria declina continuamente y muestra una inquietante tendencia a la deshumanización progresiva.
Más allá de su posición como maestro de la ciencia ficción –desde cuya comunidad de lectores fanatizados fue criticado por “impuro”- Bradbury es, para mí sin duda, un gran heredero de Edgar Allan Poe –un referente frecuente en sus historias- y en definitiva, un auténtico clásico, aunque pasará tiempo antes que esto se reconozca así. . No cultivó solo la ciencia ficción, sino que más bien el entorno mayor de la narrativa fantástica, así como también incursionó en el género negro, el gótico y otras áreas menos “vistosas” de su amplia producción, que integran una treintena de novelas y cerca de un millar de relatos.
No deja de llamar la atención su postura retrógrada, no solo en el ámbito político (contradicha, como suele ocurrir, por sus propias obras), sino que también en el terreno tecnológico. Detestaba a los computadores y no cambiaba para nada su máquina de escribir. Abominaba de toda clase de máquinas y propugnaba la liberación de ellas, amaba a los libros, las bibliotecas y desconfiaba de la televisión,  jamás aprendió a conducir un automóvil, execraba Internet.
Ray Bradbury demoró en ser aceptado por el canon literario, aunque nunca lo fue de manera unánime. Declaraba su expresa intención de entretener, lo que le valía la crítica acerba de sus intelectualizados detractores. También era criticado por los fanáticos de la ciencia ficción, que no perdonaban sus devaneos “literarios” por sobre los científicos, sus incursiones en otros géneros, su noviazgo permanente con la poesía.
Aún así, por la calidad y riqueza de su obra, Ray Bradbury ingresó a la eternidad de la literatura, una quimera a la cual prefiero adherir, ingenuamente quizás, pero con la convicción de que siempre habrá alguien que lea una de sus historias para convertirlo en inmortal.
 
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