Coleccionaba maniquíes. Los
mutilaba a voluntad. Amontonaba piernas, brazos, cabezas en diferentes
habitaciones. Era un espectáculo dantesco e inocuo al mismo tiempo. Me ponía
muy nervioso la contemplación de este espectáculo. Por fin, la abandoné. No
dijo ni hizo nada. Solo me miró con sus enormes ojos. A veces me despierto a
mitad de la noche, como si ella estuviera allí, esperando, presta a destazarme.
01 noviembre, 2012
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