17 noviembre, 2012

Halloween 1


Cuando tras una serie de frenéticos golpes abrí la puerta, vi que la Muerte portaba en una mano un esqueleto decorado y en la otra la guadaña con siniestro y acerado brillo. Sin vacilar le asesté el hachazo cuando trataba de cerrar la consabida frase “dulce o travesura”. No alcanzó a terminar la última palabra. Lo impidió el golpe que segó su vida (si es que aplica tal concepto a este caso) y separó el cráneo del resto de su cuerpo.
Se acabó la fiesta y vino un gran silencio. Desde entonces nadie ha muerto. Quizás cometí un error.

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