El azul oso de peluche escribe a
toda velocidad en la máquina de escribir Underwood sin siquiera mirarme. Me
pregunto acaso transcribe mis declaraciones o consigna una serie de idioteces
sin sentido. Al término, da vuelta el negro rodillo y me extiende su brazo
regordete con el documento. “Examínelo”, ordena con voz de trueno. “Siéntese allí”,
decreta indicando un escritorio lejano y medio desvencijado. No me atrevo a
contradecirlo. Camino hacia allá con mis larguísimas piernas de Barbie. Observo
que el azuloso contempla el cimbrar de mi trasero mientras me aparto. Me parece
auspicioso.
14 julio, 2012
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