El ángel se enamoró
endemoniadamente de la diabla. Tal era la energía de su pasión, que el
pensamiento primordial que dominaba su mente era poseerla. La pobre diabla
reclamaba ante tanto acoso, aun cuando era evidente que disfrutaba las
embestidas de su alado e tenaz amor. Nadie le había proporcionado jamás
semejante ardor en el mismo infierno, ni menos ese vigor extraordinario, tal
vez causado por la abstinencia. El ser alado ni siquiera cuestionaba su
proceder por satánico, o al menos demasiado carnal. Una ínfima señal, un
cántico, un contoneo de la diablesa constituían mérito para desencadenar las
tormentas del habitante de la bóveda celeste. Olvidados por completo de sus
deberes, hicieron caso omiso de las amonestaciones de sus jefes. Así fueron
felices en un territorio que no era propiamente ni el cielo ni el infierno.
06 julio, 2012
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