06 julio, 2012

Amores prohibidos


El ángel se enamoró endemoniadamente de la diabla. Tal era la energía de su pasión, que el pensamiento primordial que dominaba su mente era poseerla. La pobre diabla reclamaba ante tanto acoso, aun cuando era evidente que disfrutaba las embestidas de su alado e tenaz amor. Nadie le había proporcionado jamás semejante ardor en el mismo infierno, ni menos ese vigor extraordinario, tal vez causado por la abstinencia. El ser alado ni siquiera cuestionaba su proceder por satánico, o al menos demasiado carnal. Una ínfima señal, un cántico, un contoneo de la diablesa constituían mérito para desencadenar las tormentas del habitante de la bóveda celeste. Olvidados por completo de sus deberes, hicieron caso omiso de las amonestaciones de sus jefes. Así fueron felices en un territorio que no era propiamente ni el cielo ni el infierno.

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