Debo haber tenido doce años
cuando leí mi primer libro de Ray Bradbury: Las doradas manzanas del sol, un volumen de cuentos inolvidable que
me impresionó vivamente. Todavía
recuerdo algunas de sus historias, por ejemplo aquella en que unos astronautas
pierden su nave espacial y salen eyectados al espacio, donde los espera la
muerte, y adivinan que al penetrar la atmósfera del planeta que los atrae
irremisiblemente, alguien los verá y los confundirá con estrellas fugaces. La
visión poética y existencial de un hecho terrible.
Otra historia –La Pradera- narra cómo unos chicos se fanatizan con un
equipo de televisión tridimensional –anticipo de la realidad virtual- que los
transporta a la sabana africana, donde se dedican a contemplar leones. Ante la
preocupación de sus padres por esta afición enfermiza y creciente, el relato
nos conduce a un destino sorprendente, donde realidad, horror y fantasía se
entrecruzan.
Y no puedo dejar de mencionar
aquella historia que me dejó una impronta imborrable: El ruido de un trueno, acaso el más genial relato de ciencia
ficción que he leído hasta el momento presente. Un viaje muy atrás en el tiempo
para que alguien con el dinero suficiente se conceda el gusto de cazar un
Tiranosaurio Rex. ¿Una crítica al consumismo irracional? ¿Al ilimitado poder
del dinero en nuestra sociedad? ¿Una aguda reflexión sobre la pretendida
linealidad secuencial del tiempo? ¿O sobre la posibilidad de que existan
infinitos mundos paralelos que expresan variadas opciones de pasados/futuros
alternativos? Habría que responder: TODAS LAS ANTERIORES. El final del
relato sugiere la aterradora posibilidad de que el destino de la humanidad sea
cambiado por un mínimo hecho –una mariposa aplastada por la bota del cazador- que
la precipita hacia una dictadura fascista.
Luego –inevitablemente seducido por la potente
pluma del narrador- vinieron muchas otras lecturas. Por ejemplo la magia de El Hombre Ilustrado, una imagen que me
persigue desde siempre. ¿Cómo desprenderse de la descripción de un hombre
tatuado completamente con figuras que durante la noche adquieren vida para
contar historias maravillosas, como digno émulo de las Mil y Una Noches?
Crónicas Marcianas, mixtura de novela y relatos, un libro que
atesoro y vuelvo a comprar cada cierto tiempo, porque es prestado y no retorna
(entiendo el afán por apoderarse de esa maravilla, aunque sea yo quien pague
las consecuencias). A muy poco andar en la lectura me di cuenta que era un
libro que hablaba sobre nuestra sociedad y no sobre el auge y caída de una
civilización en el lejano planeta rojo. Este fue el libro que trajo el primer éxito
de ventas y lo consagró como autor.
Fahrenheit 451 es una espléndida novela anti-utópica que debiera
ponerse al lado de obras maestras como 1984 de Orwell y Un
Mundo Feliz de Huxley. En ella describe un mundo donde los libros se
encuentran prohibidos y los bomberos son los encargados de encontrarlos y
destruirlos quemándolos. El papel arde a la temperatura de 451 grados
Fahrenheit, de ahí el título de la novela. Una historia inquietante que cobra
más sentido en un mundo donde la lectura literaria declina continuamente y muestra
una inquietante tendencia a la deshumanización progresiva.
Más allá de su posición como
maestro de la ciencia ficción –desde cuya comunidad de lectores fanatizados fue
criticado por “impuro”- Bradbury es, para mí sin duda, un gran heredero de
Edgar Allan Poe –un referente frecuente en sus historias- y en definitiva, un auténtico
clásico, aunque pasará tiempo antes que esto se reconozca así. . No cultivó
solo la ciencia ficción, sino que más bien el entorno mayor de la narrativa
fantástica, así como también incursionó en el género negro, el gótico y otras
áreas menos “vistosas” de su amplia producción, que integran una treintena de
novelas y cerca de un millar de relatos.
No deja de llamar la atención su
postura retrógrada, no solo en el ámbito político (contradicha, como suele
ocurrir, por sus propias obras), sino que también en el terreno tecnológico.
Detestaba a los computadores y no cambiaba para nada su máquina de escribir. Abominaba
de toda clase de máquinas y propugnaba la liberación de ellas, amaba a los
libros, las bibliotecas y desconfiaba de la televisión, jamás aprendió a conducir un automóvil,
execraba Internet.
Ray Bradbury demoró en ser
aceptado por el canon literario, aunque nunca lo fue de manera unánime.
Declaraba su expresa intención de entretener, lo que le valía la crítica acerba
de sus intelectualizados detractores. También era criticado por los fanáticos
de la ciencia ficción, que no perdonaban sus devaneos “literarios” por sobre
los científicos, sus incursiones en otros géneros, su noviazgo permanente con la
poesía.
Aún así, por la calidad y riqueza
de su obra, Ray Bradbury ingresó a la eternidad de la literatura, una quimera a
la cual prefiero adherir, ingenuamente quizás, pero con la convicción de que
siempre habrá alguien que lea una de sus historias para convertirlo en
inmortal.
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