CAPITULO I
—Ulises—dije —, Ulises— no sé si por Joyce, Homero o simplemente porque sonaba bien; o por las tres razones. Además qué importa, nadie me preguntó nada, ahora era Ulises y punto. Mejor dicho debía aprender a ser Ulises, que no era lo mismo que ser rey de Itaca, cegador de cíclopes, encantador de brujas, excusa de tejido, eterno esperado. Me aburrí un rato escuchando la lata de alguno, me entretuvo lo de otro. Llegó mi turno y di mi opinión mientras Rubén tomaba breves notas, mirándome apenas, palabras que escribía con un lápiz Faber Nº 2 en una hoja blanca, delgada, casi transparente, comestible. Hizo una especie de asentimiento leve con la cabeza cuando terminé. Pensé que había hablado dos o tres minutos más de lo convenido. Sin embargo, noté que me habían escuchado con atención, con interés. Eso me tranquilizó. Miré las ideas anotadas en el papelito pequeño que habría de quemar al término, pulverizar sus cenizas y esparcirlas en un viento que no existía en aquella pieza oscura, cerrada, llena de aire viciado y humo espeso de cigarrillos, donde todos hablábamos en voz bajita, casi en susurros, como en un aquelarre o misa negra o en una espectral catacumba. Me concentré con toda el alma en las piernas de Sonia. Rubén siguió su labor de anotación; siempre escribía algo. Después se refirió a las opiniones. La mía le llamó la atención, pero habló de todas. Recordaba los nombres con precisión, despejó algunas dudas, nos provocó otras terribles.
—¿Cuánto tiempo creen ustedes vamos a necesitar: uno,
cinco, diez, treinta, más años?— nos preguntó mientras repartía los
periódicos.
—Ah, casi se me olvida, el precio está marcado en la
portada. A fin de mes me lo pagan junto a la otra plata, y sin correrse, que es
importante.
Hablamos
de objetivos y lugares, de tiempos y estrategias. No opiné, porque no se me
ocurrió nada. Discutieron largo rato acerca de la consigna de una pintada
mural. Ahí sí que intervine, debía ser una frase corta, llamativa, capaz de
atraer la atención. Propuse, con falsos aires de improvisador, una que tenía
en mente hace bastante tiempo. Rubén la anotó en su alargada hoja blanca. Fue
aprobada con cierto entusiasmo. Después preguntaron por voluntarios para el
rayado. Se requerían tres, más personas implicaba un riesgo innecesario. Me
sentí obligado, pero mantuve silencio, atento a la reacción de los demás que
recién venía conociendo, imaginando cómo sería aquel rayado nocturno en medio
de las patrullas militares, los focos, las bengalas, los ruidos de motor
aproximándose, el furgón lentísimo a la vuelta de la rueda doblando la esquina.
Sonia levantó la mano sin hablar; prácticamente no había abierto los labios
en toda la reunión. Sentí más pesada la obligación de ser voluntario, y sin
querer bajé la vista como cuando el profesor pregunta algo difícil y los
alumnos agachan la cabeza hundidos en una meditación profunda o una tarea
urgente. Comencé a temer que Rubén me nombrase, “Por qué no contesta usted,
Valenzuela”, y yo levantándome enrojecido de vergüenza, sin poder articular
palabra. Entonces recordé que ahora era Ulises, que no podía hundir la mirada
en el piso, que era atractivo como el canto de las sirenas, y subí los ojos.
—Yo voy— dijo
Daniel. Entonces levanté la mano derecha en la misma forma que había visto a
Sonia (fue un gesto mecánico, no una imitación).
—Yo también— y quizás hablé demasiado fuerte con el
nerviosismo, porque los otros dieron un respingo. O tal vez no esperaban que
yo saliera con esa a la primera, más de uno habría pensado que después de tanto
hablar resultaría difícil a la hora de asumir tareas. Me sentí bien, satisfecho
de mí mismo. Daniel me bajó a la tierra con eso de “Al término nos ponemos de
acuerdo en los detalles para no interrumpir la reunión”. Yo asentí y se me cruzaron
los ojos con Sonia, sonriéndose a todas luces por las pupilas, divertida con
esos arranques míos un poco obvios. Huí de su mirada hasta mis apuntes y tracé
un garabato que no significaba nada y me hizo sentir todavía más ridículo que
antes. Se acordó también que Sergio y Mariel volantearan vigilados por Hernán.
Lugares, día y hora serían entregados por Rubén, de acuerdo a un plan de
acciones propagandísticas. Lo mismo corría para el rayado mural. Rubén miró la
hora en el reloj de pulsera que había dejado sobre la mesa, de modo de poder
observarlo en cualquier momento.
—Bien, estamos al término, yo salgo primero, después los
demás, con diferencias de por lo menos quince minutos. Si algunos vinieron en
pareja, salgan del mismo modo para no llamar la atención. Ya tengo forma de
comunicarme con ustedes. Me verán sólo cuando sea preciso. Ah, perdón, nunca
les dije mi nombre, soy Rubén, cuídense, chao, nos vemos —se despidió de cada
uno. Un apretón de manos para los hombres. A las mujeres les daba un beso en
la mejilla y les tomaba el antebrazo con la mano derecha.
—Te
felicito por tus opiniones compañero— me dijo —están bien, ya tendremos tiempo
para conversar— y me estrujó los dedos con afecto. Me puse contento, pero
después sentí vergüenza. Sonia miró a través de la cortina hacia la calle
antes de abrirle la puerta. Rubén tenía un aspecto cuidado y meticuloso; su
afeitada impecable y sus libros lo hacían parecer un estudiante ejemplar.
Sergio y Mariel se fueron juntos. Dijeron que estaban apurados en llegar a
almorzar a la casa de la madre de ella. Se fueron. Yo pretexté que tenía una
prueba al día siguiente para no quedarme solo con Sonia y sus ojos risueños. Me
despedí con un ademán de Hernán y Daniel, pero a ella tuve que besarle la
mejilla en la puerta. Incluso creo haberle dicho “hasta la vista” o algo así de
estúpido, antes de salir pensando en que merecería que me acribillaran por
imbécil.
Y en cada auto estaban ellos esperándome con sus
ametralladoras, y cada persona que se cruzaba conmigo adivinaba todo lo que yo
hacía con sólo mirarme, y se daban señales a mi espalda sobre la cual caía el
sol de mediodía sin que pudiera sentirlo mientras escapaba de mis enemigos,
hundía un madero aguzado en el ojo de Polifemo, asaltaba un nido de
ametralladoras, seducía a Circe que era Sonia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario