14 junio, 2014

Atraso

            
Raúl
estaba en el paradero sosteniendo el portadocumentos con la axila. El microbús se detuvo justo frente a él y subió de un salto a la pisadera. Pagó el pasaje sin mirar al chofer y fue a sentarse al final del pasillo.

            Después de algún rato se dio cuenta de que era el único pasajero, y que la micro, a pesar de no transportarlo más que a él, se demoraba muchísimo en avanzar.
            - ¡Qué desgraciado éste! – susurró, mordiéndose los labios.
            Raúl miró la hora; en efecto, estaba atrasado. Ante sus ojos las calles y los árboles de la ciudad se desplazaban morosamente. Pensó en apurar al conductor.
            Luz roja ¡cuarenta segundos más!
            - Oiga, apúrese un poquito… por favor – la timidez congénita traicionaba su ira.
            El chofer siguió como si nadie hubiese hablado.
            Jamás llegaría a tiempo, alguna partícula de resignación comenzaba a impactarle.
            - ¡Usted ni volando llega a tiempo a alguna parte! – gritó Raúl con un cierto dejo sarcástico en medio de su cólera.
            - ¿Está seguro? – interrogó el conductor.
            De pronto se escuchó un confuso aleteo proveniente de los costados del microbús. Simultáneamente Raúl advertía la monstruosa antigüedad de la máquina y pensaba en qué le recordaba aquella voz. Se incorporó para ver lo que ocurría, pero al tiempo de ponerse de pie, el vehículo emprendió el vuelo.

            Entonces el chofer se volvió hacia él y le hizo un guiño malicioso con el ojo derecho.

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