El verdugo, ansioso, afila su hacha brillante con ahínco,
sonríe y espera. Pero algo debe
vislumbrar en los ojos de quienes lo
rodean, que petrifica su sonrisa y se llena de espanto.
El Heraldo se acerca al galope y
lee el nombre del condenado, que es el
verdugo.
Lo escribí a mediados de los 70, en plena dictadura. Se publicó primero en un diario mural el 76. Y en la revista PIRKA del Taller Literario de Ingeniería en 1978. No necesita estar dedicado...
La ilustración es de mi querido amigo el pintor K Poblete.
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