19 junio, 2010

El falso ciego


A Poli Délano

Tras reunir su meta diaria en un plazo más breve que el acostumbrado, el falso ciego abandonó el lugar que se le había asignado y llamó por teléfono celular a su reemplazante. Seguí por varias cuadras su caminata de bastón blanco y gafas oscuras. Se dirigió hacia un grupo de muchachas de colegio que conversaban ruidosamente, viró con brusquedad a último minuto con el calculado propósito de manosearlas como por casualidad. A dos de ellas les repasó senos y nalgas con total descaro; las chicas chillaron sorprendidas, pero al reparar en sus gafas le abrieron paso sin chistar.


El falso ciego prosiguió su camino, y yo continué siguiendo sus pasos. Cuando entramos en calles menos pobladas, me puse mis propias gafas, estiré mi bastón plegable y corrí tras él. Se dio vuelta al escuchar la carrera, se sacó los anteojos de sol y me observó con sus ojos totalmente vivos y repletos de sorpresa. Lo golpeé con la cacha y cayó al suelo de inmediato. Extraje el dinero de sus bolsillos y después de propinarle un par de patadas en las costillas –por degenerado, le dije- doblé la esquina con precaución, moviendo mi blanco bastón hacia la derecha y hacia la izquierda, para cerciorarme de que no hubiera ningún obstáculo por delante.

1 comentario:

Víctor dijo...

Quien roba a un ladrón... ya se sabe. Buen cuento.

Un saludo.

 
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