A Poli Délano
Tras reunir su meta diaria en un plazo más breve que el acostumbrado, el falso ciego abandonó el lugar que se le había asignado y llamó por teléfono celular a su reemplazante. Seguí por varias cuadras su caminata de bastón blanco y gafas oscuras. Se dirigió hacia un grupo de muchachas de colegio que conversaban ruidosamente, viró con brusquedad a último minuto con el calculado propósito de manosearlas como por casualidad. A dos de ellas les repasó senos y nalgas con total descaro; las chicas chillaron sorprendidas, pero al reparar en sus gafas le abrieron paso sin chistar.
Tras reunir su meta diaria en un plazo más breve que el acostumbrado, el falso ciego abandonó el lugar que se le había asignado y llamó por teléfono celular a su reemplazante. Seguí por varias cuadras su caminata de bastón blanco y gafas oscuras. Se dirigió hacia un grupo de muchachas de colegio que conversaban ruidosamente, viró con brusquedad a último minuto con el calculado propósito de manosearlas como por casualidad. A dos de ellas les repasó senos y nalgas con total descaro; las chicas chillaron sorprendidas, pero al reparar en sus gafas le abrieron paso sin chistar.
El falso ciego prosiguió su camino, y yo continué siguiendo sus pasos. Cuando entramos en calles menos pobladas, me puse mis propias gafas, estiré mi bastón plegable y corrí tras él. Se dio vuelta al escuchar la carrera, se sacó los anteojos de sol y me observó con sus ojos totalmente vivos y repletos de sorpresa. Lo golpeé con la cacha y cayó al suelo de inmediato. Extraje el dinero de sus bolsillos y después de propinarle un par de patadas en las costillas –por degenerado, le dije- doblé la esquina con precaución, moviendo mi blanco bastón hacia la derecha y hacia la izquierda, para cerciorarme de que no hubiera ningún obstáculo por delante.
1 comentario:
Quien roba a un ladrón... ya se sabe. Buen cuento.
Un saludo.
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