19 septiembre, 2010

Otro día


Miró con pesar la orden de compra en la pantalla de su notebook. Era un tremendo negocio y su comisión sería sustanciosa. Posiblemente equivaldría a un año de sueldo: una pequeña fortuna caída del cielo. La invertiría en pagar por adelantado la hipoteca de su casa. Eso la alegró, le deba una sensación de seguridad.
Sin embargo, el malestar regresó a tomar control de su ánimo. La extensa lista señalaba tipos y modelos de armas en abultadas cantidades. Armas que destruirían vidas humanas y sumergirían a centenares de familias en un sufrimiento atroz. Ella enviaría el pedido a la fábrica y el despacho iniciaría viaje a su destino en pocos días. También la jugosa factura.
Verificó las existencias y comprobó con satisfacción que todo estaba disponible. El sistema comprobó que la suma estuviera dentro de los límites de crédito del comprador y aprobó la compra. Sólo faltaba el último golpe sobre la tecla de ingreso para desatar el infierno.
Imaginó a sus hijos bañados en sangre, mutilados, acribillados. No debió ver aquellas fotografías de la guerra en Bosnia. Oyó el tableteo de las ametralladoras y las explosiones de las bombas. Cerró los ojos. Sintió que se le llenaban de lágrimas. No pudo hacerlo. Apagó el computador y regresó corriendo a su casa. Quería cerciorarse de que las cosas marcharan bien. Mañana sería otro día.

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