a Juan Carlos Sánchez
Concurrió dichoso a la exposición de pechos: era su gran oportunidad. Los había de todos los tamaños y contexturas: mínimos y firmes, grandes y fláccidos, enormes y turgentes. De aureolas rosadas, cafés de todas las tonalidades, casi negros. Pezones erectos y pezones blandengues, puntudos y suaves, lisos y granulosos. Pechos con curva en su parte inferior y otros rectos, prominentes, desafiantes. Separados y convergentes, abundantes y magros, Todos bellos, suaves, atractivos. Se relamía en la contemplación de aquellas divinidades; oró antes ellas, trémulo y devoto. Cada cual le pareció perfecto, lamible, succionable. Allí quedó, atrapado en su imaginación desorbitada, sin poder decidirse por uno de ellos, desesperadamente ansioso como un bebé hambriento de vida.
2 comentarios:
Un relato breve requiere, para ser relato, de un antes y un después. Acaso de una causa y un efecto. De lo contrario, podría confundirse con un poema y un microcuentista no quiere escribir poemas. Por eso había una vez… un callejón sombrío y una mano que sostiene un candil para alumbrar el camino. A la vuelta de la esquina, el lobo feroz agazapado. Un diálogo. Una discusión. Una pelea cuerpo a cuerpo. El candil cae de la mano y se apaga. Oscuridad. El lobo arremete. La mano del candil se defiende sin ganas, porque en la oscuridad nadie sabe nada. El lobo vence. La mano se rinde y comienza el relato.
A mí me dijeron una vez que cuando hay un apagón, ay, qué cosas suceden, qué cosas suceden con el apagón. Yo no quiero saber nada. Pero me imagino que es muy fácil contar historias. Que las cuenten otros. Yo me conformo con irme a la esquina, para esperar, agazapado, a que aparezca una mano sosteniendo un candil.
El paraíso de un recién nacido jaja, muy preciso, aunque de todas maneras mucho más analizable y el mio es un comentario liviano nada más, pero ya luego recordamos esa sensación tan alquímica de la sociedad actual.
Saludos
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