24 diciembre, 2008

Regalo sospechoso


Era un paquete enorme, delicadamente envuelto en papel celofán verde y ornamentado con un abultado moño de cinta roja. Lo abrí con recelo, pensando en alternativas desagradables: bombas de tiempo, perros muertos, lavadoras descompuestas, esculturas modernas. Errores todos ellos. Era un hermoso caballo de madera tallado y barnizado al natural, sostenido sobre una plataforma rodante. El Caballo de Troya, pensé. Tenía la pata izquierda levantada, eso le otorgaba movimiento y elegancia. Del recelo pasé al temor, y de allí al sobrecogimiento. ¿Qué oscuro enemigo podía haber ideado este plan homérico en mi contra? Repasé la lista y eso me tomó un buen tiempo. Todos podían haber sido; no pude descartar a ninguno. Ahora, qué contenía el caballo, ésa era la pregunta. Me aproximé con cautela y golpeteé la madera con los nudillos. Madera maciza. O interior repleto de explosivos plásticos. O cobalto radiactivo, para eliminarme lentamente. O una masa de arácnidos letales. No había tarjeta ni indicación de remitente.
Me subí sobre el regalo. Instantáneamente echó a rodar por el mundo. Me llevó lejos, a lugares maravillosos y desconocidos. Muy tarde comprendí la trampa, pero ya era feliz.

1 comentario:

Juan Carlos Sánchez dijo...

De pronto no sabemos sobre qué cabalgamos. Simplemente el hecho de mantener apretujada entre las piernas una trampa mortal es suficiente para sentirse tranquilo. Mientras el contacto persista en la entrepierna y no en el cráneo podemos estar seguros. De lo contrario, hay que pensar... pero esa es tarea mediocre. Sobre lo único que vale la pena malgastar neuronas es acerca de la explosión que sorprendió repentinamente el miembro. lo demás es simple paja.

 
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