Su obsesión acerca del tiempo fue profundizándose hasta apropiarse totalmente de su conciencia. Nadie, ni familiares, ni amigos, pudieron soportar vivir en su entorno, de modo que acabó por quedarse solo.
Repletó su departamento con relojes de todas clases: de salón, de agua y de arena, cucús, de campanas, de péndulo, con contrapesos, viejos despertadores a cuerda, precisos ingenios digitales de altísima precisión, maravillosos autómatas renacentistas.
El rumor multiforme de aquella legión exterminó la escasa cordura que aún lo habitaba. Quedó atrapado en un instante eterno, con los relojes congelados, irremisiblemente perdido en las redes de la clepsidra.
1 comentario:
¡Oh! de eso no me río, ¡oh! eso me ha pasado :(
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