28 noviembre, 2011

Farenheit 451


Se despierta siempre azorado, como si regresara a una vida que no le pertenece, y encuentra todo tan extraño y tan imposible. Por ejemplo, el lugar donde está; ahora mismo está en un hotel, en otra ciudad y en otro país. Un sitio que debe abandonar en unas horas para regresar a su departamento a miles de kilómetros, permanecer allí unos días y volver a viajar para alojar en otro hotel de otro país y en otra ciudad.

Ofrecerá conferencias, entrevistas, talleres, leerá sus trabajos. Le parece absurdo que sea un escritor y que tenga que viajar tanto. Que la gente que quiere esté tan lejos. Que la mujer que ama esté tan distante. Que lea un libro de un escritor (que conoció hace muy poco en una de esas ciudades que recorre) que tiene otra nacionalidad, pero que escribe sobre temas muy similares.

Imagina que existe porque otro escritor creó su historia y porque alguien lee esa historia. Y que si nadie más leyera esa obra podría ser el fin. Que amanece solo porque alguien ha vuelto a leer su historia.

Se ríe, sacude la cabeza e ingresa a la ducha. Abre la llave del agua caliente que cae sobre él acariciándolo, diluyéndolo, hasta que no queda nada, ni escritor, ni baño, ni hotel, ni ciudad, ni país. Nada.

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