21 junio, 2011

Educación pública gratuita (2)


No creo en ningún dios con marca registrada. Ninguna religión ha logrado convencerme. Sin embargo, puedo imaginar que existe un ente superior al que puedo contarle mis penas y mis rabias, y rogarle para que nos ayude. De esa extraña convicción y de la emoción que siento ante lo que sucede en mi país, ha surgido este texto.

Me da rabia que a nuestros representantes en el congreso -como norma, porque no pierdo la esperanza de que haya excepciones- les importe un comino defender nuestros intereses. Los veo más ocupados en representar los intereses de sus partidos políticos, de los financistas de sus campañas, de los poderosos que los tientan, los manipulan y los presionan. Los ciudadanos les interesamos muy poco, eso se nota, y me molesta, porque las cosas no debieran ser así. Y esto también vale para otros dirigentes afincados en toda clase de organizaciones que han dejado de servir a sus bases, sean ellas partidos políticos, sindicatos, gremios o clubes de fútbol.

Por eso te pido encarecidamente que nos ilumines con la gracia de la autonomía de pensamiento, que nos hagas ver la imperiosa necesidad de que pensemos y actuemos por nuestra cuenta. Me encoleriza que nos crean idiotas y que traten de manipular nuestras conciencias mediante la farsa sistemática y oprobiosa que los medios de comunicación –fieles a los intereses de sus propietarios- propalan por doquiera. “Una mentira mil veces repetida....se transforma en verdad”, aseveraba Joseph Goebbels, y me horroriza ver y oír a sus seguidores por todas partes.

Por eso te pido con humildad que nos dotes de agudeza para analizar la realidad en que vivimos y que no nos dejemos influir por las meras apariencias de escenografías bien montadas, para distinguir la mentira de la verdad y ver debajo del agua turbia de las versiones oficiales.

Me indigna que pretendan dirigirnos y darnos lecciones de ética aquellos que unas pocas décadas atrás caían de rodillas para recibir las medallas que repartía el dictador en un cerro coronado de antorchas que no consiguieron penetrar la oscuridad de un país estremecido por el crimen institucionalizado.

Por eso te ruego nos dotes de la capacidad de recordar e interpretar la historia y sacar nuestras propias conclusiones.

Me crispa que quienes permitieron o facilitaron que tantos oprobios se hayan mantenido inalterables por décadas, ahora se llenen la boca con exigencias que no ejecutaron, sea por comodidad, por temor o para mantener el status quo.

Por eso te pido que no nos hagas confiar en falsos cantos de sirenas que pretenden convertirnos en un inmenso rebaño.

Me da ira que los autoritarios, los maquinadores, los sectarios y los manipuladores se apresten para obtener beneficios de las esperanzas y los esfuerzos de las personas sencillas que sueñan con un cambio real.

Por esto te demando que nos refuerces la conciencia libertaria y sobre todo la tolerancia para descubrir nuevos caminos y tener el coraje de recorrerlos.

Me irrita anticipar que en aquellas sendas de futuro que imaginaremos juntos, los adversarios del progreso y los ambiciosos del poder instalarán millares de obstáculos: trampas, tentaciones, señales erróneas, amenazas, represiones y quizás hasta crímenes. Los cambios necesarios no son fáciles de lograr: tomarán mucho tiempo y requerirán grandes esfuerzos.

Por eso te imploro que nos llenes de fe y perseverancia para seguir adelante, contra viento y marea, y no renunciar a la esperanza de un país mejor. Te exijo nos infundas tanto coraje como inteligencia y fuerza, porque la razón está de nuestra parte.

Te suplico que nos transformes profundamente, nos hagas entregarnos a esta lucha con generosidad, con transparencia, sin segundas intenciones, porque así seremos mejores como personas. Ese es el único camino que nos conducirá a un país mejor, más justo y más solidario.

Diego Muñoz Valenzuela

18 junio, 2011

Restaurantes chinos

Esta es la revelación: hay un solo restaurante chino, un solo modelo único replicado millares de veces en todo el mundo, en cada ciudad y en cada pueblo. Cambian los nombres en idioma local, pero los signos son siempre idénticos. La decoración, los muebles de madera con barniz oscuro, el color invariablemente rojo de la fachada, las lámparas amarillentas y los desgastados manteles blancos, los adornos, los obesos budas y los dragones dorados. Puedes comer los mismos platos en Madrid, Lima o San Francisco, y te atenderán más o menos las mismas personas sonrientes y silenciosas.

¿Qué misterio anida tras esta realidad? ¿Una monstruosa conspiración montada urbi et orbi? ¿Qué pensamientos, qué propósitos anidan tras sus ojos oblicuos? Fíjate bien la próxima vez que vayas a uno de ellos, abre los ojos, examina los detalles, observa sus movimientos y escribe tus conclusiones.

16 junio, 2011

Educación pública gratuita


Soy un hijo entre tantos de la educación pública chilena. Lo digo con emoción y agradecimiento. Estudié en la Escuela No. 48 San Salvador de Ñuñoa, el Liceo No. 7 José Toribio Medina y el Instituto Nacional, desde donde egresé en 1973, para entrar en al año siguiente a la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Me titulé sin tener que pagar sumas exorbitantes como las que es necesario cancelar ahora por matrícula y colegiatura de universidades. Mis padres quedaron inscritos en las listas negras después del Once y jamás tuvieron trabajo en dictadura; no habrían podido financiar mi educación en las condiciones actuales; así de simple.
Todo lo que soy –lo que somos, porque soy uno más entre millares- se lo debo a los maestros que tuvieron la capacidad y la paciencia de enseñarme sin esperar a cambio nada diferente a nuestra conversión en jóvenes conscientes e ilustrados, en ciudadanos autónomos y libres. A esos profesores los rememoro con gratitud y con cariño, con los ojos brillantes de emoción. A doña Ana Madariaga en la escuela primaria, que supo empujarme a una superación constante y enrielarme al mundo de las letras. Jorge Villalón, el profesor que supo entusiasmarme con el mundo apasionante de las matemáticas modernas. A Osvaldo Arenas que no sólo me enseñó francés, sino que el arte del tesón y la disciplina. A Ignacio Guzmán que me obligó a ir mucho más allá de mí mismo en materia de imaginación. A Moisés Mizala que supo revelar los misterios del cuerpo humano. Y a tantos otros, que como los mencionados, supieron entregarme no sólo saber, sino una visión integral de la vida y una ética intachable que divulgaban –quizás sin saberlo- mediante el ejemplo de sus vidas.
Hablo de ética, no de moralina. De hombres llenos de necesidades que entregaban su tiempo sin medirlo. Que nos alentaban a entregar lo mejor, a soñar con un mundo nuevo que era necesario construir con nuestras manos y nuestras mentes. Profesores que en el más oscuro momento de nuestra historia –la pavorosa dictadura militar- supieron hacer universidad en medio de la represión, que es mucho más que entregar contenidos. La lista es larga y debo comenzar por Claudio Anguita (Decano de la Escuela de Ingeniería), que supo defender con valentía a sus alumnos de las presiones de la Rectoría y de los servicios de seguridad. Y aunque sea injusto mencionar unos pocos, no puedo dejar de recordar a Oscar Wittke, Hernán Von Marttens, Patricio Cordero; ellos siempre estuvieron junto a nuestras iniciativas y luchas estudiantiles, alentándonos a seguir adelante y aportándonos su sabiduría y su valentía moral.
¿Quiénes seríamos hoy sin maestros como estos? No tengo respuesta. Solo siento una gratitud gigantesca, indestructible. Y me pregunto cómo puedo agradecerles. Quizás escribiendo estas líneas, para empezar…
Si queremos un país grande y hermoso, debemos restituir aquello que la dictadura nos quitó oprobiosa, indignamente: la educación pública gratuita, para todos. Lo digo porque este acto atroz debiera ofender nuestro orgullo nacional. La imposición primero del autofinanciamiento y luego la apertura al mundo de las universidades privadas y la municipalización de colegios y liceos, fue como clavar una lanza envenenada en el alma nacional.
Nuestra esperanza de crecimiento y desarrollo con equidad para el Chile futuro solo puede fundarse sólidamente sobre la base de una educación pública gratuita para todos, financiada por el Estado.
Debemos ponernos a la altura de esos maestros maravillosos que pavimentaron el camino hacia lo que ahora somos. Podemos desandar la tremenda destrucción social, cultural y educacional que dejó como herencia la dictadura, y que la democracia –lamentablemente- no ha tenido la fuerza o el coraje de revertir, para construir un país realmente extraordinario, bello y justo.
Hoy vi a varios jóvenes corriendo alrededor de la Moneda con banderas con la leyenda EDUCACIÖN PÚBLICA GRATUITA. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Creo que tenemos la posibilidad de construir un mundo mejor. No podemos desperdiciarla. Debemos hacerlo; todos unidos seremos capaces de lograrlo, y esto no es ni puede ser un eslogan. Es la convicción a partir de la cual acumularemos la fuerza y la inteligencia necesarias.
En consecuencia, tomo esa bandera de palabras y corro con ella siguiendo el ejemplo de los jóvenes que he visto haciéndolas flamear en este día, en nombre de esos magníficos maestros a quienes les debo ese cúmulo de conocimientos, convicciones y emociones que, al fin y al cabo, es lo que nos hace mejores, más sabios, más solidarios y más humanos.

Diego Muñoz Valenzuela
escritor e ingeniero

11 junio, 2011

“Las criaturas del cyborg”, novela, Diego Muñoz Valenzuela


Las criaturas del cyborg”, Simplemente Editores, 216 páginas

por Antonio Rojas Gómez

“Un abrelatas con pretensiones humanas”, así se autodefine Tom, el cyborg protagonista de esta novela, en conversación con Rubén Arancibia, el científico que lo construyó (Pág. 16). En realidad, es bastante más humano que un abrelatas. En primer lugar por su aspecto, pues su estructura metálica está recubierta por una piel artificial perfecta que en nada se diferencia de la que solemos usar. Luego, porque es autónomo, actúa por cuenta propia, sin esperar órdenes de su creador. Y enseguida, porque distingue cabalmente el bien del mal, lo que es propio de nuestra especie moralmente apta. Y elige el equipo del bien en este partido, que no tiene nada de amistoso, y que conforma la trama de una historia cautivadora.

Puede que Tom sea conocido para los lectores aficionados a la ciencia ficción, que hayan leído su primera aventura, “Flores para un cyborg”, merecedora en 1996 del Premio del Consejo Nacional del Libro a la mejor novela publicada aquel año, y fue editada también en España donde recogió comentarios elogiosos. Aquí vuelve en gloria y majestad para sorprendernos con sus cualidades de inventor. Él mismo es un invento, y genera nuevos ingenios, unos bichitos minúsculos, microscópicos, que cumplen funciones de espionaje y aun de cirujanos exitosos al salvar la vida de uno de los personajes más amables hacia el final del libro. ¿Podrá la inteligencia artificial llegar a resultados tan sorprendentes y valiosos en la vida real? Lo ignoramos. De lo que sí estamos seguros es de que en el territorio encerrado en las páginas de esta novela se logra de manera convincente. Y eso es lo que distingue a la buena literatura, generar mundos a los que el lector ingresa, en los que participa y convive con los personajes, ampliando sus experiencias y alimentando su sensibilidad y su inteligencia.

Quienes se aproximan a la literatura con un afán clasificatorio, tendrán dificultades para instalar esta novela en alguna de las naves del gran supermercado de la creación artística. ¿Es una típica novela de ciencia ficción? ¿Es novela negra? ¿Es política? ¿Social? Yo diría que es todo eso y más: simplemente humana.

La trama nos sitúa en el Chile de hoy. Una organización perversa, Génesis, sobrevive en las sombras esperando el instante de dar su zarpazo para recuperar el poder de que gozó en tiempos predemocráticos. La integran malos malos, que buscan alcanzar sus metas ultimando a buenos buenos, entre los que se encuentran Tom, Rubén y algunos personajes más, en especial un viejo profesor sumergido en un océano libresco, que resulta entrañable. Hay acción, contubernios, crímenes, escenarios que van desde tugurios de mala muerte a mansiones con parques ubérrimos por los que pasean faisanes dorados. La tensión va in crescendo y está matizada por pinceladas de fino humor.

En suma, “Las criaturas del cyborg” es una novela bien construida, amable pese al espanto que destila su argumento, de lectura fácil, envolvente, que da mucho que pensar. Un producto maduro de uno de los buenos narradores chilenos de la actualidad.

 
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