El buitre me seguía a dondequiera
que fuese con una persistencia extraordinaria. No me inspiraba temor pese a su
apariencia temible: curvo pico filoso, ojos oscuros como escotillas del
infierno, cuello estriado y rugoso cubierto de manchas rojizas, ridículamente
orlado por un collar blanco.
Caminaba tras mis pasos con
gracioso balanceo, con las alas medio abiertas para mejorar su equilibrio. Al
paso de las horas logró impacientarme; me volteé para enrostrarlo.
-¿Acaso quieres decirme algo? Anda,
procede –espeté.
Como es de suponer, no hubo
respuesta. Los buitres no hablan. Solo te siguen a todo lugar. Y esperan.
Tienen mucha paciencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario