La chica se empeñó en cambiar su nariz: quería una más pequeña y respingada. Sus abnegados padres se lo concedieron. Hay que decir que antes ella se había teñido el pelo de rojo e insertado siete piercing en aquellas escasas partes de su cuerpo todavía no cubiertas por un tatuaje. Tras sucesivas pataletas convenció a sus progenitores para realizar nuevos cambios. Se agrandó los senos, aplanó su barriga, estilizó sus piernas y afirmó sus nalgas. Y muchas otras cirugías. Dos años después poco quedaba de ella misma. Sufrió una crisis identitaria que agravó su bulimia y la depresión endógena que la afectaban. Desesperada, se arrojó desde la terraza de un edificio. Nadie reconoció sus restos.
25 noviembre, 2007
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3 comentarios:
De hecho, me reí. Nuncq quedo indiferente al humor negro. Sad but true. Creo además, que eso está sucediedo tambien a nivel mental. ¿Somos relmente lo que vemos en el espejo, o lo que decimos (o creemos decir)?
Saludos
www.labruma.blogspot.com
Primera vez que paso por acá. Me ha gustado el texto: como una versión del barco de Teseo en una sola persona. ¿No será un poco así la vida de todos, uno mismo es uno en un momento y otro después? Es decir, incluso sin cirugías. Un cordial saludo.
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