A continuación se reproduce la entrevista realizada por la traductora croata Zeljka Lavrencic al escritor chileno Diego Muñoz Valenzuela, que estuvo en Zagreb en Noviembre de 2009 con ocasión de la presentación de su libro de cuentos LUGARES SECRETOS, publicado por la editorial ZNANJE. La entrevista fue publicada por la revista Puente (The Bridge); Vol. 3-4 2009, de la Asociación de Escritores Croatas.
Z.L.: ¿Diego, puedes decirnos algo acerca de tus impresiones sobre Croacia?
D.M.V.: Llegué por primera vez a Zagreb a media tarde de un día otoñal que más bien parecía primavera y tuve la visión inicial de una ciudad armónica, plácida y amable. Esta primera impresión es casi idéntica al balance que elaboré al prepararme a abandonar –con pocas ganas- Croacia tras varios días de intensas y productivas actividades literarias.
Mucho espacio disponible: calles amplias, avenidas gigantes, parques generosos, una diferencia fundamental con la mayoría de las grandes urbes del mundo y de Europa. En Zagreb todavía se percibe el pulso de una vida menos contaminada que otras capitales europeas por la celeridad excesiva del progreso, y se impone una humanidad reflexiva, amistosa y pacífica. Es prácticamente imposible pensar que el país estuvo inmerso en una cruenta guerra hace pocos años atrás.
En todo momento de mi visita evidencié la presencia de un gran interés y respeto por la literatura, lo cual habla de un país culto, afín a la lectura de obras de ficción, y atento a la posibilidad de conocer y contactarse con personas de otras latitudes.
Chile es bien conocido entre los croatas debido a su importancia como destino de la diáspora. Nuestro fue el destino elegido de varias decenas de miles de emigrantes, y hoy existe una importante población descendiente de aquellos primeros viajeros en busca de nuevos horizontes.
Tanto en la presentación misma de mi libro como en las diversas actividades y diálogos que tuve con escritores, profesores, estudiantes, tuve oportunidad de constatar el considerable interés que existe por la literatura hispanoamericana y la gran disposición a establecer canales de comunicación permanentes.
Z.L.: ¿Qué opinas de la posible colaboración con nuestra Sociedad de Escritores?
D.M.V.: Existen diversas alternativas de colaboración entre los escritores croatas y los escritores chilenos. Existe una base objetiva a partir de la cual desarrollar esta relación, que deriva de la existencia de la diáspora y la constatación de la importancia de la comunidad croata en Chile, donde hay un relevante peso específico entre escritores y artistas. Desde el mismo inicio de la inmigración croata, se dio esta fuerte relación e influencia en el medio cultural chileno.
En la actualidad formo parte del Directorio de la Corporación Letras de Chile. Esta es una organización sin fines de lucro dedicada a la difusión de la literatura y el fomento de la lectura. Está integrada por escritores, profesores, investigadores, editores, libreros y profesionales que adhieren a sus principios y objetivos. Letras de Chile organiza un amplio y diverso conjunto de actividades de promoción literaria: encuentros de escritores, talleres para jóvenes y adultos, seminarios, congresos, proyectos de gestión cultural, visitas a escuelas y universidades, entre muchas otras.
Es posible que trabajos traducidos (cuentos, poemas, artículos) de autores croatas contemporáneos sean publicados en una de las páginas web más prestigiosas del medio literario chileno: www.letrasdechile.cl Esta página tiene del orden de 50.000 visitas por mes, no sólo de Chile, sino de todo el mundo hispanoamericano, lo cual la convierte en un portal de difusión de primer nivel. Contiene secciones de cuento, poesía, microcuento, crítica, entre otras, todas las cuales se prestan para un trabajo de difusión. Es preciso que las colaboraciones tengan una extensión apropiada –la más breve posible- para facilitar el acercamiento de lectores jóvenes, que constituyen la mayoría de nuestro público virtual. Acompañar una breve nota biográfica y una fotografía en formato JPG es recomendable. Este será un modo expedito para lograr proveer una visión de la literatura croata en la actualidad.
Con frecuencia creciente, desde fines de los sesenta hasta los años del gobierno de Salvador Allende –quebrantado por la fuerza de las armas se septiembre de 1973- participé en actividades donde Pablo Neruda estuvo presente: recitales, conferencias, campañas de diversa índole, debates y –posiblemente las más inolvidables- tertulias, celebraciones y varios cumpleaños en las casas del Vate en Santiago e Isla Negra.
El verano de 1973 vi por última vez al “tío Pablo”. Habíamos ido, mi padre y yo, solos de vacaciones a El Tabo. Allí cumplí los diecisiete años. Estuvimos un par de semanas de las que guardo un recuerdo extraordinario. Todos los días, después del almuerzo y la extensa sobremesa destinada a discutir la revuelta situación del país en mesas de diverso tamaño, mi padre partía caminando a Isla Negra para conversar con Pablo. Yo me resistía a acompañarlo por no romper su intimidad. Entre susurros sus amigos comentaban que Neruda estaba bastante delicado de salud y yo no quería verlo postrado. Sesenta años de amistad, sueños, luchas, lecturas y tropelías eran un vínculo poderoso frente al cual me sentía un intruso. Pero una de esas tardes me sumé, y partimos juntos a Isla Negra.
Matilde nos hizo pasar a la habitación de Pablo, que por orden médica estaba en reposo y sometido a estricta dieta. Los saludos me sonaron algo protocolares; ambos amigos estaban muy serios; parecían lejanos, casi desconocidos. Primero pensé acaso habría ocurrido algún desencuentro entre ellos; luego que yo –tal como intuía- era el factor inhibitorio, y comencé a elucubrar una retirada digna. Sin embargo, cuando Matilde se retiró y quedamos solos, el cuadro cambió radicalmente. La cara de Pablo se iluminó y se transformó en la faz de un demonio que indicaba en dirección al ropero. Mi padre, convertido en feliz Satanás, se dirigió sonriente al mueble para rescatar un par de botellas del más fino scotch, escapadas a la férrea vigilancia. Recién había terminado la guerra de Vietnam y celebramos, con alegría y con alcohol, esa victoria que parecía anunciar un cambio positivo en el mundo, el fin del dolor y de la injusticia. Bebimos como cosacos esa tarde. Entre brindis y brindis reconstruían el pasado común, día a día y hora a hora. Hoy en día, un biógrafo vendería su alma al diablo por estar en mi lugar aquella última sesión de bohemia que tuvieron juntos.
Pronto vendrían tiempos difíciles, pero eso no lo sabíamos. Capturado por un sueño mágico, derivado del whisky y del entusiasmo de los viejos bohemios, bebí mano a mano con ellos, felices como en los buenos tiempos, sin más preocupación que hacer de la noche un espacio libre. Cantamos canciones de viejos marinos noruegos, canciones olvidadas de corsarios y filibusteros, cuecas apócrifas y tonadas picarescas. Y ya entrada la noche nos despedimos con grandes abrazos de un Neruda radiante, sano, indestructible. “Hoy estaba bien Pablo”, me dijo de vuelta mi padre, “me dio gusto verlo así, pero está enfermo, tiene muchas molestias, incluso dolores. El whisky es una medicina infalible”. Nos reímos.
Z.L.: ¿Diego, puedes decirnos algo acerca de tus impresiones sobre Croacia?
D.M.V.: Llegué por primera vez a Zagreb a media tarde de un día otoñal que más bien parecía primavera y tuve la visión inicial de una ciudad armónica, plácida y amable. Esta primera impresión es casi idéntica al balance que elaboré al prepararme a abandonar –con pocas ganas- Croacia tras varios días de intensas y productivas actividades literarias.
Mucho espacio disponible: calles amplias, avenidas gigantes, parques generosos, una diferencia fundamental con la mayoría de las grandes urbes del mundo y de Europa. En Zagreb todavía se percibe el pulso de una vida menos contaminada que otras capitales europeas por la celeridad excesiva del progreso, y se impone una humanidad reflexiva, amistosa y pacífica. Es prácticamente imposible pensar que el país estuvo inmerso en una cruenta guerra hace pocos años atrás.
En todo momento de mi visita evidencié la presencia de un gran interés y respeto por la literatura, lo cual habla de un país culto, afín a la lectura de obras de ficción, y atento a la posibilidad de conocer y contactarse con personas de otras latitudes.
Chile es bien conocido entre los croatas debido a su importancia como destino de la diáspora. Nuestro fue el destino elegido de varias decenas de miles de emigrantes, y hoy existe una importante población descendiente de aquellos primeros viajeros en busca de nuevos horizontes.
Tanto en la presentación misma de mi libro como en las diversas actividades y diálogos que tuve con escritores, profesores, estudiantes, tuve oportunidad de constatar el considerable interés que existe por la literatura hispanoamericana y la gran disposición a establecer canales de comunicación permanentes.
Z.L.: ¿Qué opinas de la posible colaboración con nuestra Sociedad de Escritores?
D.M.V.: Existen diversas alternativas de colaboración entre los escritores croatas y los escritores chilenos. Existe una base objetiva a partir de la cual desarrollar esta relación, que deriva de la existencia de la diáspora y la constatación de la importancia de la comunidad croata en Chile, donde hay un relevante peso específico entre escritores y artistas. Desde el mismo inicio de la inmigración croata, se dio esta fuerte relación e influencia en el medio cultural chileno.
En la actualidad formo parte del Directorio de la Corporación Letras de Chile. Esta es una organización sin fines de lucro dedicada a la difusión de la literatura y el fomento de la lectura. Está integrada por escritores, profesores, investigadores, editores, libreros y profesionales que adhieren a sus principios y objetivos. Letras de Chile organiza un amplio y diverso conjunto de actividades de promoción literaria: encuentros de escritores, talleres para jóvenes y adultos, seminarios, congresos, proyectos de gestión cultural, visitas a escuelas y universidades, entre muchas otras.
Es posible que trabajos traducidos (cuentos, poemas, artículos) de autores croatas contemporáneos sean publicados en una de las páginas web más prestigiosas del medio literario chileno: www.letrasdechile.cl Esta página tiene del orden de 50.000 visitas por mes, no sólo de Chile, sino de todo el mundo hispanoamericano, lo cual la convierte en un portal de difusión de primer nivel. Contiene secciones de cuento, poesía, microcuento, crítica, entre otras, todas las cuales se prestan para un trabajo de difusión. Es preciso que las colaboraciones tengan una extensión apropiada –la más breve posible- para facilitar el acercamiento de lectores jóvenes, que constituyen la mayoría de nuestro público virtual. Acompañar una breve nota biográfica y una fotografía en formato JPG es recomendable. Este será un modo expedito para lograr proveer una visión de la literatura croata en la actualidad.
Otra alternativa interesante y factible es la asistencia a los eventos de escritores organizados por Letras de Chile, como es el caso de los Encuentros de Minificción u otros proyectados en Literatura Fantástica.
Z.L.: Cuéntanos algo sobre la escritura en la época de dictadura.
D.M.V.: Pertenezco a una generación literaria llamada del 80 (N.N. o marginal la llaman también algunos) que salía de la adolescencia cuando el golpe militar de 1973 llevó al poder a Augusto Pinochet y se inició su dictadura a sangre y fuego. Esta experiencia –por muchos vivida intensamente debido al exilio, la persecución o la lucha abierta o clandestina- actuó como un crisol y dejó –quiérase o no- una impronta imborrable. Quienes en aquellos años descubrimos y asumimos nuestra pasión por la literatura, lo hicimos en un entorno signado no sólo por la censura y la falta de medios de comunicación libres, sino que por realidades bastante más atroces. La desaparición, la tortura y la muerte no eran un susurro o una posibilidad teórica, sino que una realidad próxima, horriblemente cercana, imposible de advertir y menos aún de negar.
Aunque resulte terrible reconocerlo, la dictadura militar viene a ser un hecho trascendental en las vidas de quienes dedicaron una porción fundamental de sus energías a luchar por el retorno a la democracia. La generación del 80, huérfana de mentores, se desarrolló literariamente en estas condiciones de emergencia, lejos de quienes debieron ser sus maestros, debido al exilio en el extranjero o dentro del propio Chile, sometidos a censura, vigilancia, cesantía y persecución.
En esos días ominosos y terribles, sobre todo en los primeros años, la Sociedad de Escritores de Chile, presidida por Luis Sánchez Latorre, jugó un rol libertario que debe reconocerse en todo su espléndido valor. En aquella época de emergencia, la SECH convocaba a una amplia variedad de escritores de valía en torno de la lucha anti dictatorial. Esto requirió gran osadía y capacidad para articular los esfuerzos de escritores de las más diversas posiciones ideológicas.
Bajo el alero de la SECH, a mediados de los 70, se formó la Unión de Escritores Jóvenes (UEJ) gran protagonista de las Semanas por la Cultura y La Paz, una de las primeras manifestaciones culturales de resistencia contra la dictadura. En paralelo surgió la actividad de los talleres literarios universitarios, ligados a la Agrupación Cultural Universitaria (ACU), donde trabé amistad con varios miembros de mi generación.
Luego, en los 80, vino el turno del Colectivo de Escritores Jóvenes (CEJ), donde conocí a varias decenas de poetas y narradores. La experiencia del CEJ fue múltiple, activa y centrada en lo literario, pero también integrada a la lucha por las libertades civiles, lo que fue un elemento dinamizador de la SECH, donde finalmente confluyeron múltiples iniciativas y experiencias que establecieron puentes que hicieron posible el encuentro de diferentes generaciones, opciones estéticas e ideológicas.
De esa confluencia surgieron encuentros, talleres, revistas artesanales, antologías, hojas de poesía, recitales. Varias veces, en pleno imperio del toque de queda y de la plena acción de los servicios de inteligencia, efectuamos vigilias artísticas, desafiando abiertamente a la tiranía. Decenas de escritores sostuvieron una posición digna y firme en la lucha por la defensa de la libertad y afrontaron los riesgos que esto significaba en los primeros años, donde muy pocos se atrevían a alzar su palabra cuando el imperio de la barbarie carecía de contrapartidas.
Esta decisión, mostrada en los hechos, aquí en Chile, en los momentos más difíciles, nada tuvo de maniqueo para quienes siempre hemos concebido la literatura como un gran juego muy serio –citando a Cortázar– no como un terreno para el proselitismo bobo o para los balbuceos lingüísticos, ni menos como la autopista apropiada para una carrera de jamelgos en pos del premio de la fama.
La labor del escritor es una faena silenciosa y solitaria, asentada en sus obsesiones, que requiere autonomía y libertad de pensamiento. Sin embargo, el artista es capaz de salir a la palestra cuando las exigencias de la vida social obligan a establecer un paréntesis en esa relación un poco distante y tensa con el mundo real. Eso hicieron, muchos escritores durante la dictadura, desafiando desde su posición al orden represivo, sin más armas que el conocimiento, el lenguaje y la inteligencia.
Los primeros libros de mi generación literaria vieron la luz junto con el momento en que se levantó la censura previa, a comienzos de 1984. No obstante el término de la dictadura aún estaba lejano, la verdadera apertura democrática tardó todavía seis años.
Z.L.: Y de tu conocimiento con Pablo Neruda
D.M.V.: Me remonto muy atrás en el tiempo, probablemente hacia la primavera de 1916, y diviso una ciudad del Sur chileno que va revelando poco a poco sus contornos. Un aroma a madera y humedad impregna el aire purísimo que corre invisible, arrastrando nubes blancas y gruesas en un cielo tan azul que hiere la vista. Bajo ese horizonte interminable, tres muchachos conversan a la sombra del gran árbol del patio del Liceo de Temuco. Intercambian opiniones sobre libros. El más delgado de ellos recita de memoria poemas de Góngora, Quevedo, Whitman, Tagore. El de ojos rasgados habla de guardabosques, de flores, de plantas, de aromas. El de nariz aguileña menciona a Dostoiesvsky, a Gógol, a Chéjov, a Gorki. También conversan de un mundo nuevo, por venir, que va a resucitar como Ave Fénix de las cenizas humeantes de la Gran Guerra, y traerá como regalo la paz entre los pueblos. Un mundo donde la literatura será más importante que el papel moneda, donde la cultura será el idioma común de todos los seres humanos. El adolescente delgado, de mirada lánguida y profunda, es Neftalí Reyes Basualto, quien habrá de transformarse en Pablo Neruda. El recio mocetón de ojos como rayas es Gilberto Concha Riffo, que adoptará el seudónimo de Juvencio Valle. El de nariz quebrada y aire severo es Diego Muñoz Espinoza, mi padre. Ninguno de ellos sospecha que el destino les depara honores, exilios, persecuciones, premios, fiestas, noches de bohemia, listas negras, estrecheces, amenazas, alabanzas. Todos los sabores de la vida los esperan, ocultos en la acechanza del tiempo.
La amistad de estos tres escritores chilenos, nacida en los albores de la adolescencia, duró toda una vida. Para mí era habitual ver al “tío Pablo” los fines de semana, o en actividades culturales junto a una pléyade de “tíos” escritores, pintores, fotógrafos, científicos, profesionales, políticos e intelectuales. Tuve la suerte de alternar con ellos de manera cotidiana, muy próxima, prácticamente familiar, y-de alguna manera por esta misma razón- no le atribuí importancia hasta que alcancé la adolescencia y pude ver estos hechos y personalidades en perspectiva.
Z.L.: Cuéntanos algo sobre la escritura en la época de dictadura.
D.M.V.: Pertenezco a una generación literaria llamada del 80 (N.N. o marginal la llaman también algunos) que salía de la adolescencia cuando el golpe militar de 1973 llevó al poder a Augusto Pinochet y se inició su dictadura a sangre y fuego. Esta experiencia –por muchos vivida intensamente debido al exilio, la persecución o la lucha abierta o clandestina- actuó como un crisol y dejó –quiérase o no- una impronta imborrable. Quienes en aquellos años descubrimos y asumimos nuestra pasión por la literatura, lo hicimos en un entorno signado no sólo por la censura y la falta de medios de comunicación libres, sino que por realidades bastante más atroces. La desaparición, la tortura y la muerte no eran un susurro o una posibilidad teórica, sino que una realidad próxima, horriblemente cercana, imposible de advertir y menos aún de negar.
Aunque resulte terrible reconocerlo, la dictadura militar viene a ser un hecho trascendental en las vidas de quienes dedicaron una porción fundamental de sus energías a luchar por el retorno a la democracia. La generación del 80, huérfana de mentores, se desarrolló literariamente en estas condiciones de emergencia, lejos de quienes debieron ser sus maestros, debido al exilio en el extranjero o dentro del propio Chile, sometidos a censura, vigilancia, cesantía y persecución.
En esos días ominosos y terribles, sobre todo en los primeros años, la Sociedad de Escritores de Chile, presidida por Luis Sánchez Latorre, jugó un rol libertario que debe reconocerse en todo su espléndido valor. En aquella época de emergencia, la SECH convocaba a una amplia variedad de escritores de valía en torno de la lucha anti dictatorial. Esto requirió gran osadía y capacidad para articular los esfuerzos de escritores de las más diversas posiciones ideológicas.
Bajo el alero de la SECH, a mediados de los 70, se formó la Unión de Escritores Jóvenes (UEJ) gran protagonista de las Semanas por la Cultura y La Paz, una de las primeras manifestaciones culturales de resistencia contra la dictadura. En paralelo surgió la actividad de los talleres literarios universitarios, ligados a la Agrupación Cultural Universitaria (ACU), donde trabé amistad con varios miembros de mi generación.
Luego, en los 80, vino el turno del Colectivo de Escritores Jóvenes (CEJ), donde conocí a varias decenas de poetas y narradores. La experiencia del CEJ fue múltiple, activa y centrada en lo literario, pero también integrada a la lucha por las libertades civiles, lo que fue un elemento dinamizador de la SECH, donde finalmente confluyeron múltiples iniciativas y experiencias que establecieron puentes que hicieron posible el encuentro de diferentes generaciones, opciones estéticas e ideológicas.
De esa confluencia surgieron encuentros, talleres, revistas artesanales, antologías, hojas de poesía, recitales. Varias veces, en pleno imperio del toque de queda y de la plena acción de los servicios de inteligencia, efectuamos vigilias artísticas, desafiando abiertamente a la tiranía. Decenas de escritores sostuvieron una posición digna y firme en la lucha por la defensa de la libertad y afrontaron los riesgos que esto significaba en los primeros años, donde muy pocos se atrevían a alzar su palabra cuando el imperio de la barbarie carecía de contrapartidas.
Esta decisión, mostrada en los hechos, aquí en Chile, en los momentos más difíciles, nada tuvo de maniqueo para quienes siempre hemos concebido la literatura como un gran juego muy serio –citando a Cortázar– no como un terreno para el proselitismo bobo o para los balbuceos lingüísticos, ni menos como la autopista apropiada para una carrera de jamelgos en pos del premio de la fama.
La labor del escritor es una faena silenciosa y solitaria, asentada en sus obsesiones, que requiere autonomía y libertad de pensamiento. Sin embargo, el artista es capaz de salir a la palestra cuando las exigencias de la vida social obligan a establecer un paréntesis en esa relación un poco distante y tensa con el mundo real. Eso hicieron, muchos escritores durante la dictadura, desafiando desde su posición al orden represivo, sin más armas que el conocimiento, el lenguaje y la inteligencia.
Los primeros libros de mi generación literaria vieron la luz junto con el momento en que se levantó la censura previa, a comienzos de 1984. No obstante el término de la dictadura aún estaba lejano, la verdadera apertura democrática tardó todavía seis años.
Z.L.: Y de tu conocimiento con Pablo Neruda
D.M.V.: Me remonto muy atrás en el tiempo, probablemente hacia la primavera de 1916, y diviso una ciudad del Sur chileno que va revelando poco a poco sus contornos. Un aroma a madera y humedad impregna el aire purísimo que corre invisible, arrastrando nubes blancas y gruesas en un cielo tan azul que hiere la vista. Bajo ese horizonte interminable, tres muchachos conversan a la sombra del gran árbol del patio del Liceo de Temuco. Intercambian opiniones sobre libros. El más delgado de ellos recita de memoria poemas de Góngora, Quevedo, Whitman, Tagore. El de ojos rasgados habla de guardabosques, de flores, de plantas, de aromas. El de nariz aguileña menciona a Dostoiesvsky, a Gógol, a Chéjov, a Gorki. También conversan de un mundo nuevo, por venir, que va a resucitar como Ave Fénix de las cenizas humeantes de la Gran Guerra, y traerá como regalo la paz entre los pueblos. Un mundo donde la literatura será más importante que el papel moneda, donde la cultura será el idioma común de todos los seres humanos. El adolescente delgado, de mirada lánguida y profunda, es Neftalí Reyes Basualto, quien habrá de transformarse en Pablo Neruda. El recio mocetón de ojos como rayas es Gilberto Concha Riffo, que adoptará el seudónimo de Juvencio Valle. El de nariz quebrada y aire severo es Diego Muñoz Espinoza, mi padre. Ninguno de ellos sospecha que el destino les depara honores, exilios, persecuciones, premios, fiestas, noches de bohemia, listas negras, estrecheces, amenazas, alabanzas. Todos los sabores de la vida los esperan, ocultos en la acechanza del tiempo.
La amistad de estos tres escritores chilenos, nacida en los albores de la adolescencia, duró toda una vida. Para mí era habitual ver al “tío Pablo” los fines de semana, o en actividades culturales junto a una pléyade de “tíos” escritores, pintores, fotógrafos, científicos, profesionales, políticos e intelectuales. Tuve la suerte de alternar con ellos de manera cotidiana, muy próxima, prácticamente familiar, y-de alguna manera por esta misma razón- no le atribuí importancia hasta que alcancé la adolescencia y pude ver estos hechos y personalidades en perspectiva.
Con frecuencia creciente, desde fines de los sesenta hasta los años del gobierno de Salvador Allende –quebrantado por la fuerza de las armas se septiembre de 1973- participé en actividades donde Pablo Neruda estuvo presente: recitales, conferencias, campañas de diversa índole, debates y –posiblemente las más inolvidables- tertulias, celebraciones y varios cumpleaños en las casas del Vate en Santiago e Isla Negra.
El verano de 1973 vi por última vez al “tío Pablo”. Habíamos ido, mi padre y yo, solos de vacaciones a El Tabo. Allí cumplí los diecisiete años. Estuvimos un par de semanas de las que guardo un recuerdo extraordinario. Todos los días, después del almuerzo y la extensa sobremesa destinada a discutir la revuelta situación del país en mesas de diverso tamaño, mi padre partía caminando a Isla Negra para conversar con Pablo. Yo me resistía a acompañarlo por no romper su intimidad. Entre susurros sus amigos comentaban que Neruda estaba bastante delicado de salud y yo no quería verlo postrado. Sesenta años de amistad, sueños, luchas, lecturas y tropelías eran un vínculo poderoso frente al cual me sentía un intruso. Pero una de esas tardes me sumé, y partimos juntos a Isla Negra.
Matilde nos hizo pasar a la habitación de Pablo, que por orden médica estaba en reposo y sometido a estricta dieta. Los saludos me sonaron algo protocolares; ambos amigos estaban muy serios; parecían lejanos, casi desconocidos. Primero pensé acaso habría ocurrido algún desencuentro entre ellos; luego que yo –tal como intuía- era el factor inhibitorio, y comencé a elucubrar una retirada digna. Sin embargo, cuando Matilde se retiró y quedamos solos, el cuadro cambió radicalmente. La cara de Pablo se iluminó y se transformó en la faz de un demonio que indicaba en dirección al ropero. Mi padre, convertido en feliz Satanás, se dirigió sonriente al mueble para rescatar un par de botellas del más fino scotch, escapadas a la férrea vigilancia. Recién había terminado la guerra de Vietnam y celebramos, con alegría y con alcohol, esa victoria que parecía anunciar un cambio positivo en el mundo, el fin del dolor y de la injusticia. Bebimos como cosacos esa tarde. Entre brindis y brindis reconstruían el pasado común, día a día y hora a hora. Hoy en día, un biógrafo vendería su alma al diablo por estar en mi lugar aquella última sesión de bohemia que tuvieron juntos.
Pronto vendrían tiempos difíciles, pero eso no lo sabíamos. Capturado por un sueño mágico, derivado del whisky y del entusiasmo de los viejos bohemios, bebí mano a mano con ellos, felices como en los buenos tiempos, sin más preocupación que hacer de la noche un espacio libre. Cantamos canciones de viejos marinos noruegos, canciones olvidadas de corsarios y filibusteros, cuecas apócrifas y tonadas picarescas. Y ya entrada la noche nos despedimos con grandes abrazos de un Neruda radiante, sano, indestructible. “Hoy estaba bien Pablo”, me dijo de vuelta mi padre, “me dio gusto verlo así, pero está enfermo, tiene muchas molestias, incluso dolores. El whisky es una medicina infalible”. Nos reímos.
Esa fue la última vez que vi al “tío Pablo”, poco más de seis meses antes del Golpe Militar.
Z.L.: Cuáles son géneros renovadores en la literatura chilena?
D.M.V.: En la literatura chilena actual, cuyo panorama es demasiado amplio para referirse en breve tiempo, pueden destacarse sin embargo algunas tendencias recientes que tiene sentido advertir oportunamente, pues son reveladoras de cambios profundos, que con seguridad tendrán efectos importantes en el futuro próximo. Nos referimos a la novela policial o género negro, la literatura fantástica y la ciencia ficción, y a los microcuentos o minificción.
El género policial
Una de ellas, no obstante tiene una raigambre histórica nacional, es el género policial, también denominado novela negra, donde se ha observado la irrupción de un creciente número de autores de éxito, entre los cuales destacan Ramón Díaz Eterovic y Roberto Ampuero –ambos con una apreciable serie de novelas- , junto a otros narradores que han abordado el género en forma recurrente, aunque no exclusiva, como el conocidísimo internacionalmente Luis Sepúlveda, Poli Délano, Mauricio Electorat, Antonio Rojas Gómez, Sergio Gómez, José Román, entre otros. A ellos se suma una serie de narradores que exploran con pericia y garra las posibilidades del género encabezados por Carlos Tromben, Bartolomé Leal, José Gai. De las raíces más antiguas del género existen evidencias en la producción de Alberto Edwards, Luis Enrique Délano (Premio Nacional de Periodismo).
El género policial constituye una realidad muy fuerte en el movimiento literario contemporáneo, lo cual se expresa en la realización reciente, en octubre recién pasado, de un gran festival literario llamado Santiago Negro, donde concurrieron autores nacionales y extranjeros, junto a estudiosos de diversas universidades. Por ende puede verse como una corriente en pleno desarrollo, más que incipiente.
Z.L.: Cuáles son géneros renovadores en la literatura chilena?
D.M.V.: En la literatura chilena actual, cuyo panorama es demasiado amplio para referirse en breve tiempo, pueden destacarse sin embargo algunas tendencias recientes que tiene sentido advertir oportunamente, pues son reveladoras de cambios profundos, que con seguridad tendrán efectos importantes en el futuro próximo. Nos referimos a la novela policial o género negro, la literatura fantástica y la ciencia ficción, y a los microcuentos o minificción.
El género policial
Una de ellas, no obstante tiene una raigambre histórica nacional, es el género policial, también denominado novela negra, donde se ha observado la irrupción de un creciente número de autores de éxito, entre los cuales destacan Ramón Díaz Eterovic y Roberto Ampuero –ambos con una apreciable serie de novelas- , junto a otros narradores que han abordado el género en forma recurrente, aunque no exclusiva, como el conocidísimo internacionalmente Luis Sepúlveda, Poli Délano, Mauricio Electorat, Antonio Rojas Gómez, Sergio Gómez, José Román, entre otros. A ellos se suma una serie de narradores que exploran con pericia y garra las posibilidades del género encabezados por Carlos Tromben, Bartolomé Leal, José Gai. De las raíces más antiguas del género existen evidencias en la producción de Alberto Edwards, Luis Enrique Délano (Premio Nacional de Periodismo).
El género policial constituye una realidad muy fuerte en el movimiento literario contemporáneo, lo cual se expresa en la realización reciente, en octubre recién pasado, de un gran festival literario llamado Santiago Negro, donde concurrieron autores nacionales y extranjeros, junto a estudiosos de diversas universidades. Por ende puede verse como una corriente en pleno desarrollo, más que incipiente.
Otra situación es la de la literatura fantástica y el microcuento o minificción. Ambas son tendencias emergentes, si bien pueden encontrarse también raíces en la literatura del siglo XX, e incluso antes, pero su desarrollo actual es menor en términos cualitativos y cuantitativos si se compara con el género policial, si bien el potencial es bastante grande y crece con bastante rapidez su presencia.
La literatura fantástica
La literatura fantástica tiene antecedentes y cultores en el pasado, así como los tiene en la actualidad, especialmente en el ámbito de la ciencia ficción, como lo atestigua una serie de publicaciones muy recientes. Durante el siglo XX, la ciencia ficción chilena transitó caminos dispares, siendo cultivada por numerosos escritores -desde Pedro Sienna a Ariel Dorfman- que dejaron una obra heterogénea y dispersa. Sobresalen por su recurrencia los textos de política ficción y las obras utópicas referidas a civilizaciones perdidas como la Atlántida o la Ciudad de los Césares, tópicos visitados por escritores como Manuel Rojas, Luis Enrique Délano, Fernando Alegría -quien publicó la antología Leyenda de la ciudad perdida- y Manuel Astica Fuentes, cuya novela Thimor abre esta línea temática en 1932. Sin embargo, a partir de la década de 1950 y de la mano de la publicación de Los altísimos de Hugo Correa, la ciencia ficción chilena inició su época más fructífera, contando con exponentes permanentes del género encabezados por el mismo Correa, quien ha sido incluido en numerosas antologías extranjeras y traducido a diversos idiomas, y al que se suman autores como Elena Aldunate y Antoine Montagne (Antonio Montero).
Hoy, con la publicación de obras como Flores para un cyborg (1997, 2003, 2008 en España) de Diego Muñoz Valenzuela, que obtuvo el premio del Consejo Nacional del Libro en 1996, la antología Años luz de Marcelo Novoa en 2006, la publicación de las novelas Ygdrasil (2005) y Synco de Jorge Baradit , la literatura de ciencia ficción parece estar tomando un nuevo impulso, que quizás abra finalmente la puerta de una historia desconocida y fascinante. A los nombrados se suma una serie de autores entre los cuales mencionamos a Claudio Jaque, Oscar Barrientos Bradasic, Francisco Ortega, Sergio Amira, Luis Saavedra y Gabriel Mérida.
Por otra parte, acaba de publicarse en Chile El hipódromo de Alicante, una notable colección de cuentos de Héctor Pinochet Ciudad, fallecido hace una década, probablemente el principal exponente de la literatura fantástica propiamente tal.
En suma, tanto a través de las publicaciones crecientes del género, como de la presencia en páginas web especializadas o de letras en general, la literatura fantástica –liderada por la ciencia ficción- se muestra como una tendencia vigorosa que dejará huella.
El microcuento o minificción
Es posible rastrear antecedentes tempranos del microcuento en Chile en el poeta Vicente Huidobro, en el paso del nicaragüense Rubén Darío por Chile, y más tarde en narradores como Alfonso Alcalde, Poli Délano, Virginia Vidal, entre otros. Sin embargo, es mucho después cuando el microcuento tomó cierta fuerza y presencia en el contexto literario nacional, y ello aconteció durante la dictadura militar.
La literatura fantástica
La literatura fantástica tiene antecedentes y cultores en el pasado, así como los tiene en la actualidad, especialmente en el ámbito de la ciencia ficción, como lo atestigua una serie de publicaciones muy recientes. Durante el siglo XX, la ciencia ficción chilena transitó caminos dispares, siendo cultivada por numerosos escritores -desde Pedro Sienna a Ariel Dorfman- que dejaron una obra heterogénea y dispersa. Sobresalen por su recurrencia los textos de política ficción y las obras utópicas referidas a civilizaciones perdidas como la Atlántida o la Ciudad de los Césares, tópicos visitados por escritores como Manuel Rojas, Luis Enrique Délano, Fernando Alegría -quien publicó la antología Leyenda de la ciudad perdida- y Manuel Astica Fuentes, cuya novela Thimor abre esta línea temática en 1932. Sin embargo, a partir de la década de 1950 y de la mano de la publicación de Los altísimos de Hugo Correa, la ciencia ficción chilena inició su época más fructífera, contando con exponentes permanentes del género encabezados por el mismo Correa, quien ha sido incluido en numerosas antologías extranjeras y traducido a diversos idiomas, y al que se suman autores como Elena Aldunate y Antoine Montagne (Antonio Montero).
Hoy, con la publicación de obras como Flores para un cyborg (1997, 2003, 2008 en España) de Diego Muñoz Valenzuela, que obtuvo el premio del Consejo Nacional del Libro en 1996, la antología Años luz de Marcelo Novoa en 2006, la publicación de las novelas Ygdrasil (2005) y Synco de Jorge Baradit , la literatura de ciencia ficción parece estar tomando un nuevo impulso, que quizás abra finalmente la puerta de una historia desconocida y fascinante. A los nombrados se suma una serie de autores entre los cuales mencionamos a Claudio Jaque, Oscar Barrientos Bradasic, Francisco Ortega, Sergio Amira, Luis Saavedra y Gabriel Mérida.
Por otra parte, acaba de publicarse en Chile El hipódromo de Alicante, una notable colección de cuentos de Héctor Pinochet Ciudad, fallecido hace una década, probablemente el principal exponente de la literatura fantástica propiamente tal.
En suma, tanto a través de las publicaciones crecientes del género, como de la presencia en páginas web especializadas o de letras en general, la literatura fantástica –liderada por la ciencia ficción- se muestra como una tendencia vigorosa que dejará huella.
El microcuento o minificción
Es posible rastrear antecedentes tempranos del microcuento en Chile en el poeta Vicente Huidobro, en el paso del nicaragüense Rubén Darío por Chile, y más tarde en narradores como Alfonso Alcalde, Poli Délano, Virginia Vidal, entre otros. Sin embargo, es mucho después cuando el microcuento tomó cierta fuerza y presencia en el contexto literario nacional, y ello aconteció durante la dictadura militar.
El profesor y escritor Juan Armando Epple ha estudiado, antologado y divulgado el género en el concierto hispanoamericano y ha desarrollado múltiples trabajos sobre la evolución de este nuevo género en Chile. Entre los principales cultores actuales del género encontramos a varios integrantes de la llamada Generación de los 80: Pía Barros, Diego Muñoz Valenzuela, Lilian Elphick, Carlos Iturra, Gabriela Aguilera, Max Valdés, Susana Sánchez. De otras generaciones anteriores están Andrés Gallardo y el propio Juan Armando Epple.
Esta presencia se ha manifestó en los 80 en lecturas públicas (con cierta connotación de rebeldía libertaria), publicaciones en revistas semiclandestinas e inclusión en algunos volúmenes de cuentos). Hacia fines de los 90 y más decididamente en la década siguiente, surgen los primeros volúmenes del género y también algunas editoriales interesadas en llevar adelante colecciones de microcuentos. Desde mediados de la presente década se han realizado diversos encuentros, concursos y simposios del género, incluyendo un Congreso Internacional de Minificción (2004, Valparaíso), los Encuentros SEA BREVE POR FAVOR I y II organizados por la corporación Letras de Chile en 2007 y 2008 (se proyecta el III para 2010), el concurso de microcuentos SANTIAGO EN CIEN PALABRAS que organizan la revista PLAGIO y el Metro de Santiago por décima vez.
La minificción va ganando adeptos con rápido paso: se comienza a estudiar en las universidades como fenómeno de interés; se invita a escritores a dialogar con académicos; se forman especialistas; las editoriales van incluyendo el nuevo género en sus catálogos; y –lo que más importa- el público juvenil siente una gran afinidad con él. Un potencial que se va materializando con gran velocidad, pero que también va creando nuevos espacios y nuevas posibilidades.
Z.L.: ¿Quiénes son los más destacados escritores de origen croata en Chile?
D.M.V.: Existe una curiosa y poderosa relación en el ámbito literario entre Chile y Croacia. Varios de los escritores más destacados en la actualidad –particularmente en el ámbito de la narrativa- son descendientes de croatas. Soy amigo personal de varios de ellos, una coincidencia curiosa de la que me enorgullezco. Hablo de mis compañeros de generación Ramón Díaz Eterovic, Juan Mihovilovich y Mario Banic, todos ellos nacidos como escritores durante la larga dictadura militar. A los nombres célebres de la actualidad hay que agregar varios otros, entre ellos destaca Antonio Skármeta, cuentista y novelista de la generación del Novísimos que hizo eclosión en los años 60.
Entre los escritores nacionales de origen croata hay una larga lista donde se consignan nombres como Arturo Givovich, Amalia Rendic, Nicolás Mihovilovic, Ernesto Livacic y más recientemente Eugenio Mimica Barassi y Oscar Barrientos Bradasic. Por cierto, la enumeración podría ser mucho más extensa.
Esta presencia se ha manifestó en los 80 en lecturas públicas (con cierta connotación de rebeldía libertaria), publicaciones en revistas semiclandestinas e inclusión en algunos volúmenes de cuentos). Hacia fines de los 90 y más decididamente en la década siguiente, surgen los primeros volúmenes del género y también algunas editoriales interesadas en llevar adelante colecciones de microcuentos. Desde mediados de la presente década se han realizado diversos encuentros, concursos y simposios del género, incluyendo un Congreso Internacional de Minificción (2004, Valparaíso), los Encuentros SEA BREVE POR FAVOR I y II organizados por la corporación Letras de Chile en 2007 y 2008 (se proyecta el III para 2010), el concurso de microcuentos SANTIAGO EN CIEN PALABRAS que organizan la revista PLAGIO y el Metro de Santiago por décima vez.
La minificción va ganando adeptos con rápido paso: se comienza a estudiar en las universidades como fenómeno de interés; se invita a escritores a dialogar con académicos; se forman especialistas; las editoriales van incluyendo el nuevo género en sus catálogos; y –lo que más importa- el público juvenil siente una gran afinidad con él. Un potencial que se va materializando con gran velocidad, pero que también va creando nuevos espacios y nuevas posibilidades.
Z.L.: ¿Quiénes son los más destacados escritores de origen croata en Chile?
D.M.V.: Existe una curiosa y poderosa relación en el ámbito literario entre Chile y Croacia. Varios de los escritores más destacados en la actualidad –particularmente en el ámbito de la narrativa- son descendientes de croatas. Soy amigo personal de varios de ellos, una coincidencia curiosa de la que me enorgullezco. Hablo de mis compañeros de generación Ramón Díaz Eterovic, Juan Mihovilovich y Mario Banic, todos ellos nacidos como escritores durante la larga dictadura militar. A los nombres célebres de la actualidad hay que agregar varios otros, entre ellos destaca Antonio Skármeta, cuentista y novelista de la generación del Novísimos que hizo eclosión en los años 60.
Entre los escritores nacionales de origen croata hay una larga lista donde se consignan nombres como Arturo Givovich, Amalia Rendic, Nicolás Mihovilovic, Ernesto Livacic y más recientemente Eugenio Mimica Barassi y Oscar Barrientos Bradasic. Por cierto, la enumeración podría ser mucho más extensa.
Para referirnos a la actualidad, habría que detenerse, aunque sea brevemente a la obra de algunos autores en plena producción, pudiendo esta reseña extenderse a otros autores, me remito a cuatro de ellos:
Antonio Skármeta, cuentista, novelista y relevante creador audiovisual, perteneciente a la generación de los Novísimos, cuya producción literaria se inició a fines de los 60. Estuvo exiliado en el periodo dictatorial. Es autor de varias novelas, libros de relatos y guiones cinematográficos. Su obra aborda los acontecimientos políticos que rodearon la historia chilena a principios de los setenta tratados con humor y emotividad. Ardiente paciente (1985) es la obra en la que se inspiró para hacer el guión de la exitosa película El cartero y Pablo Neruda (1994). Esta obra se reeditó en 1996 bajo el nombre de El cartero de Neruda. Posteriormente publicó La boda del poeta (1999), primera obra de una trilogía, ahora película dirigida por Esteban Trueba. Tiene a su haber una larga lista de galardones, entre ellos, el premio Planeta de Novela.
Ramón Díaz Eterovic, popularmente conocido por su detective privado ficticio llamado Heredia. Novelista y cuentista perteneciente a la generación del 80, ha destacado por sus publicaciones en el ámbito de la novela negra. Heredia ha sido el protagonista de más de una decena de novelas que constituyen la saga Heredia (la cual devino en varios capítulos de una serie televisiva), comenzando en 1987 con La ciudad está triste, a las cuales se añaden una novela, varios libros de cuentos, diversas antologías y varios poemarios. Su obra ha sido reconocida con múltiples galardones literarios, entre ellos el Premio del Consejo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, el Premio Municipal de Santiago, Premio Las Dos Orillas del Salón Iberoamericano de Gijón (2000). Sus novelas han sido publicadas en Alemania, Croacia, Holanda, Italia, España, Portugal, Grecia y Francia.
Juan Mihovilovich Hernández, ejerció como abogado de Derechos Humanos durante la dictadura militar; actualmente se desempeña como juez en Curepto, un pequeño pueblo de la región del Maule. Ha publicado varias novelas y volúmenes de cuentos de gran aceptación. Su novela El contagio de la locura (2006) fue una de las novelas seleccionadas para el premio Herralde, en España, el año 2005. Destaca por su profundidad entre los narradores de la generación del 80, que inició a la escritura en la dictadura militar. Ha sido antologado en diversas publicaciones dentro y fuera de Chile.
Antonio Skármeta, cuentista, novelista y relevante creador audiovisual, perteneciente a la generación de los Novísimos, cuya producción literaria se inició a fines de los 60. Estuvo exiliado en el periodo dictatorial. Es autor de varias novelas, libros de relatos y guiones cinematográficos. Su obra aborda los acontecimientos políticos que rodearon la historia chilena a principios de los setenta tratados con humor y emotividad. Ardiente paciente (1985) es la obra en la que se inspiró para hacer el guión de la exitosa película El cartero y Pablo Neruda (1994). Esta obra se reeditó en 1996 bajo el nombre de El cartero de Neruda. Posteriormente publicó La boda del poeta (1999), primera obra de una trilogía, ahora película dirigida por Esteban Trueba. Tiene a su haber una larga lista de galardones, entre ellos, el premio Planeta de Novela.
Ramón Díaz Eterovic, popularmente conocido por su detective privado ficticio llamado Heredia. Novelista y cuentista perteneciente a la generación del 80, ha destacado por sus publicaciones en el ámbito de la novela negra. Heredia ha sido el protagonista de más de una decena de novelas que constituyen la saga Heredia (la cual devino en varios capítulos de una serie televisiva), comenzando en 1987 con La ciudad está triste, a las cuales se añaden una novela, varios libros de cuentos, diversas antologías y varios poemarios. Su obra ha sido reconocida con múltiples galardones literarios, entre ellos el Premio del Consejo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, el Premio Municipal de Santiago, Premio Las Dos Orillas del Salón Iberoamericano de Gijón (2000). Sus novelas han sido publicadas en Alemania, Croacia, Holanda, Italia, España, Portugal, Grecia y Francia.
Juan Mihovilovich Hernández, ejerció como abogado de Derechos Humanos durante la dictadura militar; actualmente se desempeña como juez en Curepto, un pequeño pueblo de la región del Maule. Ha publicado varias novelas y volúmenes de cuentos de gran aceptación. Su novela El contagio de la locura (2006) fue una de las novelas seleccionadas para el premio Herralde, en España, el año 2005. Destaca por su profundidad entre los narradores de la generación del 80, que inició a la escritura en la dictadura militar. Ha sido antologado en diversas publicaciones dentro y fuera de Chile.
Mario Banic Illanes, cuentista de la generación del 80 con varios volúmenes de cuentos publicados. Ha obtenido distinciones en diversos concursos, entre ellos el Premio de Cuento Nacional de Diario La Tercera, y el de la Revista Paula. Sus relatos han sido incluidos en diversas antologías publicadas en el país y en el extranjero.
Z.L.: ¿Cuáles son tus planes literarios?
D.M.V.: Siempre estoy escribiendo algo, pero hay varias obras terminadas, prácticamente listas para entrar en prensa; dos novelas y dos libros de cuentos, que son los siguientes:
• LAS CRIATURAS DEL CYBORG, continuación de FLORES PARA UN CYBORG, novela de ciencia ficción con elementos de novela negra (neopolicial), donde TOM, el cyborg que se ha convertido en el símil de un ser humano: autónomo, creativo, sentimental, da nuevos pasos en su lucha contra los poderes siniestros que provienen de los enemigos de la democracia y los negocios ilegales. Aquí aparece la nanotecnología como un relevante elemento de anticipación.
Z.L.: ¿Cuáles son tus planes literarios?
D.M.V.: Siempre estoy escribiendo algo, pero hay varias obras terminadas, prácticamente listas para entrar en prensa; dos novelas y dos libros de cuentos, que son los siguientes:
• LAS CRIATURAS DEL CYBORG, continuación de FLORES PARA UN CYBORG, novela de ciencia ficción con elementos de novela negra (neopolicial), donde TOM, el cyborg que se ha convertido en el símil de un ser humano: autónomo, creativo, sentimental, da nuevos pasos en su lucha contra los poderes siniestros que provienen de los enemigos de la democracia y los negocios ilegales. Aquí aparece la nanotecnología como un relevante elemento de anticipación.
• DEMONIOS DE MAXWELL, es una nueva colección de cuentos (la sexta en mi caso), que incluye temáticas fantásticas, urbanas, humor, muy actuales, que incluyen ambientes que combinan negocio y mendicidad, venta de sexo, especuladores afortunados, visitas divinas, obsesiones escatológicas, borracheras enamoramientos y toda clase de sueños demenciales.
• CONTRACUENTOS DE HADAS, un volumen que contiene cerca de doscientos microrrelatos (con extensión menor a una página, en el orden de las cien palabras cada uno) sobre temas fantásticos. El desafío de este volumen, más allá de la cantidad de microrrelatos, es la unidad temática que los sitúa dentro del género fantástico.
• OJOS DE METAL, una tercera novela de la serie del Cyborg, donde la acción es llevada a Ultramar, introduciendo nuevos elementos de tecnologías ultravanzadas en la lucha contra los clanes de narcotraficantes, represores en retiro temporal y oscuros gánsteres ligados a toda clase de corrupción,
En etapa de escritura y preparación tengo otros volúmenes temáticos de microrrelatos, un nuevo volumen de cuentos, y una novela fantástica con otra temática diferente a la serie del cyborg.
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