25 septiembre, 2010
LAS CRIATURAS DEL CYBORG: INVITACIÓN Y EL PRIMER CAPÍTULO
Simplemente Editores, le invita cordialmente al lanzamiento de la novela LAS CRIATURAS DEL CYBORG del escritor Diego Muñoz Valenzuela.
La obra será presentada por la profesora Paulina Bermúdez y la editora Mónica Tejos, el viernes 1 de Octubre de 2010 a las 19:00 horas en Arzobispo Casanova 36, Providencia, Barrio Bellavista, muy cerca del Metro Salvador.
Te invitamos a compartir con nosotros este momento inolvidable. Habrá un vino de honor.
Aquí te ofrecemos el primer capítulo de esta novela. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia.
Capítulo 1 El emisario de la muerte
El hombre tiene los ojos oscuros, fríos, implacables; la mirada de un tiburón antes de emprender su embestida final. Bebe tragos lentos de una botella de cerveza nacional, sobre cuyo gollete se equilibra un trozo de limón, un preciosismo incongruente con el mísero negocio del barrio Estación Central donde se encuentra. No ha utilizado el vaso, seguramente por desconfianza hacia la precaria higiene del local, en cuyos rincones sombríos transitan libremente las cucarachas. Bebe con parsimonia, con la calma de quien ha perdido la esperanza de construir un mundo diferente y con la certeza de quien no ganará ni perderá nada relevante en lo que le reste de vida. Si bien al observarlo desde lejos parece inmerso en hondas cavilaciones, al acercarse es posible percibir una especie de velo impalpable sobre sus ojos, una suerte de epidermis traslúcida que otorga a su rostro un aspecto maléfico y, al mismo tiempo, extraviado y demencial. Como cualquier día de semana antes de almuerzo, los parroquianos son escasos y el hombre está solo en una mesa rústica, aparentemente sumido en tenebrosos pensamientos. No parece una persona muy distinta a las que podría uno encontrarse en un tugurio, a excepción de su mirada reptilina, cruel, exenta de sentimientos.
Lleva media hora sentado ahí, sin evidenciar la inquietud propia del que aguarda por alguien, hasta que entra un hombre de unos cincuenta años, vestido de impecable terno gris, camisa blanca y una hermosa corbata de seda con flores estampadas. Es de complexión atlética, rubio, con una barba rojiza muy bien recortada. Observa el bar con evidente decepción, aunque sin remilgos. Ve al hombre de la cerveza en su mesa arrinconada y después de examinar el local con una ojeada en redondo, rápida y precisa, se dirige hacia él. En cuanto lo divisa, el tipo con ojos de reptil se incorpora, impulsado por un mecanismo invisible, presa de una animación que rompe su imagen estática.
-Don William, gusto de verlo –a pesar de la reverencia con que trata al hombre de la barba, no deja de transmitir esa sensación fría y asesina-. Tiempo sin vernos, ¿verdad?
-Orlando, ¿cómo está? –el tono de la voz es amistoso y distante, como si hablara con un antiguo sirviente, heredado por una dinastía de señores feudales. Hay neutralidad en su timbre, un leve acento extranjero, una modulación demasiado correcta, semejante a la de un locutor internacional-. Es cierto que no nos vemos hace tiempo, ¿dos años quizás?
-Mucho más, don William, desde la época en que luchábamos juntos contra…
-No hable más, hombre, que las murallas escuchan y los tiempos han cambiado demasiado para mi gusto. Aunque pronto cambiarán otra vez, tengo esa confianza. Pero mientras tanto debemos ser prudentes, Orlando ¿me entiende?
-Sí, don William, a la orden. ¿Qué se sirve?
-Tal vez un trago largo, ya que está pasado el mediodía… Pero, perdóneme, este no es un lugar donde vaya a encontrar lo que quiero. Una cerveza como la suya estará bien.
Orlando gruñe un mandato que cumple enseguida una mujer madura, enjuta y pequeña que corre con ritmo de rata a buscar una botella y un vaso. Con otra carrera la lleva hasta la mesa donde los dos hombres conversan trivialidades. El rostro de la mujer está muy ajado; varios dientes faltan en su horrible sonrisa que emana el aliento pútrido de los alcohólicos terminales. Como nada más se ofrece por el momento a los señores, desaparece con su agilidad de laucha por donde había venido, sin dejar rastro.
-Dígame don William, ¿a qué debo el honor después de tanto tiempo? –las inflexiones de voz de Orlando sugieren una dosis de ironía o resentimiento que no deben pasar inadvertidas para su acompañante.
-Indudablemente lo necesito. Diré mejor, lo necesitamos Orlando, como en los viejos tiempos.
-Los viejos tiempos... ¡Cómo los extraño! Ahora es como si uno fuera un pelafustán cualquiera. Bueno, esa es la suerte de nosotros, los peones que no tienen donde caerse muertos. Es mi caso, don William –lo mira con sus ojos impregnados de muerte; el otro hombre sostiene su mirada con altivez, quizás con un dejo de temor muy bien disimulado-, pero usted está bien, como si el tiempo no pasara.
-El deporte, Orlando, la vida sana. Me mantengo en forma y nadie percibe que pasé la cincuentena hace un buen rato. Bueno, pero vamos a nuestro asunto. Usted se preguntará para que lo citamos aquí…
-¿Habla en plural por simple costumbre, o tiene algo entre manos con otros socios?
-Más que costumbre. La patria nos necesita de nuevo.
-No utilice conmigo esa cháchara. La patria es una mierda que no agradece lo que sacrificamos por ella. Todo lo contrario; nos castiga, nos persigue, niega lo que nos debe. En especial a quienes hicimos el trabajo sucio. ¿Ha leído el diario últimamente?
-¿Quiere decir que fueron otros quienes se enriquecieron y lucraron del gobierno? No es mi culpa la diferencia de rango, ni que usted haya dilapidado sus ganancias... que no fueron pocas según recuerdo.
-Migajas, don William, migajas, si las comparamos con la parte del león. Pero supongo que no estamos aquí para conversar sobre mis fracasos y compararlos con sus éxitos.
-Cierto. Pero modere su lengua, usted sabe que podría ser cortada –anuncia William y a manera de respuesta el hombre de la mirada de tiburón arroja un destello de furia.
-¿Qué? ¿Me amenaza? –lleva la mano derecha a un bolsillo interior de su casaca clara manchada con recuerdos de sopas y bebidas.
-No será tan ingenuo para creer que ando solo. Ni solo, ni desarmado, así que déjese de leseras y escuche lo que he venido a proponerle –el tono de voz de William denota firmeza, autoridad. Orlando se entrega y una sonrisa feroz surge en su rostro.
-Son bravatas no más, don William, sería incapaz de...
-Más bien no sería tan imbécil para hacerlo, porque aprecia su vida, a pesar de las quejas.
-No esté tan seguro, quizás tenga poco que perder…
-Tiene mucho que ganar. Orlando, ¿podemos hablar aquí?
-Sí, la dueña es mitad sorda y mitad idiota. No entiende una frase con más de tres palabras, así que tranquilo…
-Ya verá por qué tantas precauciones. ¿Sabe que hemos perdido mucha gente?
-¿Quiénes “hemos”? Me carga lenguaje misterioso. Si no me dice quiénes somos “nosotros”, no podré entender.
-Nosotros, los mismos de entonces –repone con impaciencia el hombre de la barba rojiza-, no necesito entrar en explicaciones. A buen entendedor, pocas palabras. ¿Supo el final de Bernardo Moore? ¿O la muerte de Hernán López y Alfredo Lara? ¿Y antes de eso, Roberto Torres y Manuel Garcés? Supongo que recuerda esos nombres.
-Claro, trabajé con ellos. ¿Dice usted que existe conexión entre esas muertes? Yo entiendo que el Perro Chico, quiero decir Garcés, liquidó por negocios al Perro Grande. Que se volvió loco, dicen otros. Yo creo que fue por chuecura en asuntos de plata. No eran trigos muy limpios, bueno, es una manera de decir…
-Esa es una explicación, pero también podría no serlo. En cuanto a López y Lara, se supone que murieron producto de una vendetta; su casa fue asaltada por hombres entrenados, pero jamás averiguamos quiénes lo hicieron. Un atacante murió, una mujer según el médico legista. El cuerpo estaba calcinado y no pudieron identificarlo.
-Igual que López y Lara… y sus guardias ¿no? Pudo ser un montaje. Los muertos no hablan… y calcinados menos. Tal vez ese parcito está de la mano en el Caribe, riéndose de nosotros.
-Es verdad, Orlando, pero ya contamos dos casos muy extraños.
-¿Y Moore, qué? Era un mariconcito de barrio alto incapaz de aplastar una mosca. Le dio un ataque al corazón por la baja de la Bolsa de Nueva York, murió cagado de susto.
-No tengo respuestas, Orlando, sólo preguntas. Sería bueno responderlas. López y Lara no murieron de viejos. Ese puede ser nuestro destino, si no hacemos algo. Tal vez el fin de Moore no fue casual, consideremos que falleció justo cuando atraparon la red de narcos con la que se vinculaba.
-¿Usted piensa que los comunistas han formado un escuadrón de la muerte que nos sigue la huella para ajustar cuentas? No, no, no. Están demasiado jodidos para hacer algo así. No lo creo, son huevadas, don William, no haga caso de lo que las viejas histéricas propalan en los cócteles de sociedad.
-Tengo una pista, por eso lo llamamos. Habrá una buena paga para usted si hace lo que voy a pedirle. Varios millones para empezar, aquí mismo, en este sobre –arroja un sobre café claro sobre la mesa, donde las manos de Orlando lo atrapan en un movimiento rápido y brusco que pone en descubierto sus carencias.
Orlando abre el sobre plegando las delgadas hojas de metal que atraviesan un pequeño orificio para mantenerlo cerrado. Observa el interior: billetes azules ordenados en fajos sujetos por elásticos. Sus pupilas se dilatan como si llevara largo tiempo sin ver tanto dinero junto y los tiempos malos estuvieran llegando a su fin. William le extiende otro sobre.
-Aquí va información confidencial, solamente para su consumo Orlando, no lo olvide. No debe mencionar una sola palabra acerca de nuestra charla. Ni permitir que se filtren los nombres de la lista.
-¿Nombres? ¿Lista? ¿De qué me habla?
-Una lista computacional. Personas destacadas que retornaron al país poco antes de que nuestros asuntos comenzaran a andar mal. Y otros personajes sospechosos a quienes nunca pudimos vincular a la subversión. Es lo que tenemos: una hipótesis y una lista. Pocas hebras, un punto de partida. Por eso pensamos en usted, sabemos que puede lograrlo.
-Reventar docenas de testículos… ¿Eso quiere? Que haga el trabajo sucio para… mejor no sigo. El precio lo fijaré yo esta vez, quiero reposar sobre una alfombra peluda en un buen departamento en Las Condes, don William, así que tomaré esto como un adelanto.
-Es un adelanto. Y no queremos que reviente a nadie… todavía. Lo que pretendemos –se detiene un momento-, lo que quiero, es que investigue a esas personas, y a aquellos que llamen su atención, sígalos como sabueso.
-Necesitaré ayuda, equipos, más dinero.
-Dígame cuánto, le reembolsaré lo que gaste… contra boletas, por supuesto. Y recuerde que lo estaremos vigilando –William se acerca mucho al hombre, como si quisiera enseñarle una imagen mortal impresa en su rostro teutón-, nunca lo olvide. Hay instrucciones en el sobre, sígalas, pero sea creativo.
-Sabe que el asunto está en buenas manos ¿Cómo podré ubicarlo?
-Por correo electrónico. La dirección la encontrará en una tarjeta en el sobre, junto con un manual de códigos que deberá memorizar antes de quemarlo; tiene un par de días para eso. Tome este teléfono celular. Yo lo estaré llamando. Si me necesita con urgencia, llame al teléfono almacenado en la memoria 11. Está encriptado, no intente leerlo, pero úselo sólo en caso de emergencia, ¿me comprende?
El hombre de los ojos llenos de muerte parece sonreír, como si ocultara unas cartas invencibles en la manga. Eso habría exasperado a cualquiera.
-¿Me comprende? ¿O no entiende nada de lo que le digo?
-Lo entiendo mejor de lo que parece, don William. Haré lo que me pida, pero tendrá que pagarme bien. Ya no hago sacrificios por la patria.
Orlando vuelve a abrir el sobre y extrae los billetes para contarlos con evidente ansiedad. Hay cinco millones. Abre el otro sobre. Saca un listado de computador con una cincuentena de nombres y direcciones. También hay una hoja para cada persona: fotografía, dirección, profesión, trabajos recientes, familia, bienes, impuestos. Golpea las palmas de las manos, como en los viejos tiempos, y la vieja laucha acude solícita, a toda la velocidad que le permiten sus escuálidas piernas.
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2 comentarios:
lo quiero...
aunque no he leído flores para un cyborg...
¿donde lo puedo conseguir?
En la Feria del Libro lo puedes comprar en el stand de LIberalia.
TAmbién puedes escribir al mail
dmunoz@surlatina.cl
Y a fines de noviembre debiera llegar a las librerías principales.
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