Era domingo y le tocaba cocinar; eso implicaba preparativos tempranos. Abrió el refrigerador y tras una breve vacilación sacó dos pollos. Los puso a descongelar en una bandeja.
Unas horas después los fue a mirar. La bandeja tenía bastante agua y los cuerpos estaban reblandecidos. Hundió su dedo en uno de ellos y sintió una sensación extraña, como si tuviera palpitaciones. Denegó con la cabeza y partió a comprar verduras frescas a la feria.
En cuanto ingresó a la cocina detectó algo extraño. Miró la bandeja de los pollos. Los cuerpos blancuzcos estaban contorsionados caprichosamente: apoyados en un ala y un gordo muslo, con el cuello erguido en posición de alerta, desprovistos de patas y cabeza. Las piernas le flaquearon cuando los pollos se levantaron emitiendo unos sonidos guturales. Caminaban hacia él bamboleándose sobre sus piernas truncadas y agitando sus alas mochas. No pudo moverse. Oyó un alarido en la casa vecina. Él no alcanzó a gritar.
11 febrero, 2011
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1 comentario:
Y qué difícil hacer reír con una escena de terror. Enhorabuena, Diego.
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