El tren subterráneo es un
instrumento de tortura perfecto y deliberado en todos sus aspectos. Por las
mañanas inicia brutalmente al ciudadano en los afanes cotidianos: empujones,
asfixia, codazos, hedores y otras experiencias ingratas. Apenas, exhausto,
comprimido, el ciudadano logra salir a último momento en la estación más
cercana a su trabajo. Tras soportar la agotadora jornada –exprimido y transformado
en rugoso limón reseco- sale corriendo como escupo para regresar al oprobioso
sistema de transporte. Ingresa, tras larga espera, al sexto carro a fuerza de empellones.
Soporta manoseos y hurtos, alientos nauseabundos, conversaciones idiotas.
Cuando al fin, convertido en estropajo y a punto de fenecer, consigue salir del
tren para caminar, cabizbajo, de regreso a su casa, desprovistos de sueños,
anhelos, amores y –sobre todo- de esperanzas.
26 abril, 2013
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1 comentario:
Es tremendo por lo real, Diego.
Un abrazo.
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